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El sonrió pícaramente y le dijo-:

– Sólo estaba bromeando.

Ella le arrebató el teléfono y dijo:

– ¿Matt? ¿En qué puedo ayudarte? Su cuñado chasqueó la lengua y dijo:

– Me parece que interrumpo algo, Cassie. Te llamaré cuando no estés tan… mmm… ocupada.

– No estoy ocupada en absoluto -miró a Nick furiosa-. ¿Qué sucede?

– Nada nuevo. Sólo quería advertirte que Lauren sigue intentando escabullirse del viaje a Portugal -la voz de Matt dejó todo rastro de humor-. Creo que va a usar cualquier excusa…

– Entonces no le des ninguna.

– No, no comprendes. Te está utilizando a ti. Sigue diciendo que tú no vas a ser capaz de manejarte con los niños, que yo no debí haber insistido en que tú fueras a Morgan's Landing, ya sabes, lo de siempre…

– ¿Habéis tenido otra discusión?

– Sí. Cualquiera diría que me gusta trabajar catorce horas al día.

– Tal vez para ti sea más fácil que volver a casa pronto en este momento.

– Tengo que ganarme la vida.

– Haces mucho más que eso. Pero cuando hayas ganado el primer millón y puedas vivir lujosamente, ¿valdrá la pena haber perdido un matrimonio y ver a los niños una vez a la semana? -hubo un silencio al otro lado del teléfono-. Vas a tener que valorar tus prioridades. No puedes seguir así. Lauren no va a poder aguantarlo.

– Fue ella quien quiso que la nueva casa fuera grande, un coche para ella sola, colegios privados para los niños…

– Pero no a expensas de tu matrimonio. Habla con ella, Matt. Dile cómo te sientes y lo que piensas -Matt no contestó-. Intenta recordar cómo era todo antes de empezar a darle cosas a Lauren, en lugar de entregarte tú mismo. No soy más que la tía de los niños en esta historia, y mi propio matrimonio no me sirve de ejemplo, fue demasiado corto y tampoco creo que sirva de modelo a nadie, pero sé que hay que luchar por ello.

– ¿Se lo has dicho a ella? -le preguntó Matt.

– Da igual quién dé el primer paso. El caso es que alguien lo dé.

– Deberías de haberte casado nuevamente, Cass. Tú sabes muchas cosas. ¿Quién es el hombre que ha atendido el teléfono? ¿Tiene alguna posibilidad?

– Ninguna. Espero que me traigas a los niños el viernes por la mañana -intervino ella, cambiando de tema- realmente espero que busques una excusa para ser tú mismo quien los traiga.

– ¿Por qué?

– He tenido una especie de accidente. Nada importante. Pero si Lauren me ve cojeando…

– ¿Cojeando? ¡Oh, Dios! Va a ser un desastre. Lo sé.

– Es sólo una torcedura en el tobillo -dijo ella-. Nada que merezca preocupación. Pero, bueno, tú lo has dicho. Es mejor no facilitar más excusas a Lauren.

– ¿Estás segura?

– Por supuesto.

– Gracias, Cass. Es una suerte contar contigo.

– Espero que sirva de algo.

– ¿Tu hermano? -preguntó Nick, cuando ella colgó el receptor.

La estaba mirando con curiosidad. Ella sabía que no se le había escapado el dato de que había estado casada, y de que no llevaba alianza. Ella conocía el significado de aquella mirada. La había visto en muchos hombres que intentaban adivinar si era una viuda alegre o una frívola divorciada, para intentar deducir cuánto tiempo tardarían en llevarla a la cama.

– Mi cuñado -contestó rápidamente ella.

– Y el padre de los tres muchachos que llevas de campamento, ¿me equivoco?

Ella lo miró un poco tensa. Él se dio cuenta de que estaba esperando que le preguntase por su marido, y de que no quería hablar sobre ello. Se preguntó por qué.

– Comprendo por qué te has ofrecido a llevarlos, pero no sé cómo vas a arreglártelas.

– Me las- arreglaré -le aseguró.

– ¿Cómo? -insistió él.

– Ya pensaré en algo.

– No hace falta que te exprimas el cerebro, Cassie. Yo tengo una solución.

– ¿Sí? ¿Por qué te preocupas por mis problemas?

Él se encogió de hombros.

– ¿Y? -insistió ella.

Él se tomó su tiempo para comer su pan con comida china. Luego se chupó los dedos, y bebió un sorbo de vino.

– ¡Nick! -exclamó ella, ansiosa.

– Alguien tiene que hacerlo. Te hago un trato. Te facilito una persona que haga de conductor y que te ponga la tienda de campaña, y que se asegure de que tienes todo lo que necesitas. Luego te irá a buscar cuando quieras.

– ¿Y por qué vas a hacerlo?

– ¿Cargo de conciencia, tal vez? -dijo él, haciendo señas con la cabeza hacia su tobillo-. Hay varios jóvenes en Deportes Jefferson que se mueren por demostrar su iniciativa. Se alegrarán de tener la oportunidad de ayudarte.

– ¿De verdad? -preguntó ella irónicamente-. ¿Estás seguro? A mí me da la impresión de que se van a sentir obligados a ayudarme. Y sigo preguntándome, ¿qué vas a sacar tú de todo esto, Nick? -dijo ella, como si no lo supiera-. No me creo que sea sólo por cargo de conciencia.

– ¿No? -él rió pícaramente-. Entonces…¿qué te parece si se trata de tu ayuda en la cocina?

Él pensó que ella se iba a negar, pero no parecía que fuese a ser así.

– Dejemos las cosas claras, Nick. Tú quieres que yo prepare la comida de una fiesta de seducción y a cambio me ofreces a alguien que me lleve a Gales y que me instale la tienda de campaña

– Me parece un trato justo.

– Pero tú tienes un interés personal. Sinceramente, prefiero pagarle a alguien para que lo haga.

– ¿A un extraño? ¿Y estar con él en un lugar tan aislado del mundo? ¿Y tú caminando a duras penas con un bastón en compañía de tres niños a los que tienes que cuidar?

Dicho de ese modo no parecía buena idea.

– El hombre que envíes tú también será un extraño -apuntó ella.

– Un extraño con garantías, del que yo puedo darte referencias, y que será un hombre diestro en el manejo de tiendas de campaña.

Cassie detestaba el modo en que Nick estaba conspirando. Pero no podía engañarse diciendo que no necesitaba ayuda. Y si cocinando la cena para Verónica, podía probarse a sí misma y a Nick Jefferson que no le importaba el modo en que él se comportaba, no era un mal trato.

Y presumiblemente, Verónica, una vez seducida, lo mantendría ocupado y alejado de ella. No creía que Nick fallase en su propósito.

Nick sonrió al ver que Cassie iba cediendo lentamente.

– Bueno, ¿hacemos el trato? -dijo él, ofreciéndole su copa para brindar.

– Trato hecho -contestó ella, acercando su copa.

– Bien, ahora cuéntame la historia de ese marido tuyo. ¿Se fue corriendo o lo echaste tú?

Cassie suspiró. ¡Qué términos empleaba! ¡Y qué táctica! Primero la hacía entregarse confiada, y luego, ¡zas! le daba el zarpazo.

Entonces ella le dio un empujón que lo hizo tambalear en el sofá. El vino se derramó de su copa, y le manchó la cara y él cuello.

– ¿Te parece una buena respuesta? -le preguntó ella.

– Supongo que sí -dijo él, levantándose la camiseta para limpiarse con el borde. En el movimiento dejó expuesta una parte de su vientre liso.

– Bien. Y ahora vete a casa, Nick -dijo Cassie, irritada.

Nick la recogió a las seis de la tarde del día siguiente y la llevó en coche hasta el pueblo donde él vivía. Cassie había decidido comportarse de forma estrictamente profesional, pero no pudo evitar sentirse impresionada por su casa. Beth le había dicho que era hermosa, y no había exagerado en absoluto.

Era un chalet pintado de blanco y can adornos en roble. Estaba formado por un grupo de antiguos pequeños chalés, convertidos luego en una casa grande en medio de la quietud del campo.

El exterior de la casa era estilo antiguo, pero la parte interior era moderna.

– ¡Dios! -dijo Cassie, de pie en la entrada de la cocina-. Esto es… No me lo esperaba.

– Lo sé. No tiene que ver con la parte de fuera, ¿no?

– Tú lo has dicho ¿Quién perpetró este crimen? -preguntó ella. Luego recordó a la arquitecta con glamour.