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– Una decoradora de interiores que conocía.

– ¿Una decoradora rubia y alta?

– Tenía que practicar en algún sitio. Este sitio era un desastre cuando lo compré. Y como yo no entendía nada de decoración, lo dejé en sus manos.

– Supongo que debe de haber sido muy agradecida.

– Digamos que fue una relación donde ambos estuvimos recompensados, y que siguió su curso natural.

Cassie entró en el salón. Estaba decorado en negro, gris y cromado.

– Beth pensó que tú habías comprado la casa con la idea de que fuera una residencia permanente -dijo ella, mirando alrededor.

– ¿Si? En realidad tenía que dejar mi piso alquilado. Se cumplía el contrato, y era un buen momento para comprar. Me gustó este sitio. ¿Quieres ver el resto?

Ella intentó imaginarse el dormitorio.

– No; gracias.

Él sonrió.

– Tienes razón. Tengo que conseguir alguna mujer que sepa qué hacer con esto -le puso la mano en el codo-. Ven. Es mejor que no apoyes el peso sobre ese pie-. Luego me irás dando indicaciones.

– Pensé que venía a hacer la comida -dijo ella.

– Tú estás aquí para controlar que no cometa ningún error. Quiero mirar a Verónica a la cara y decirle que he cocinado esto.

– De acuerdo.

Era agradable estar en la cocina en compañía de Cassie, pensó Nick, a pesar de la fría eficiencia de la decoradora. Cassie había traído consigo su propia calidez. Se había sentado en una banqueta en el mostrador central y le había contado cosas acerca de su programa de televisión, los desastres y aciertos mientras él troceaba y rallaba los ingredientes siguiendo sus instrucciones. Se dio cuenta de que evitaba hablar de su vida personal.

– No dejes nada de la parte blanca de la cáscara en la rodaja de limón -le advirtió ella, al verlo dispuesto a rallarlo con la parte gruesa del rallador-. Le dará gusto amargo al plato.

– Pero no pasa nada si uso la parte fina -protestó él.

– Con la ralladura y un poquito de entusiasmo, ocurre el milagro. Ahora exprime el zumo y está todo listo.

– ¿Qué pasa con el caldo?

– He traído un poco del mío.

– ¿De verdad? Pero, ¿no es…?

– ¿Qué?

– ¿Trampa? -terminó de decir él.

– Probablemente, pero no se lo diré a nadie.

Él se encogió de hombros.

– Bueno, espero que sea un buen caldo.

Ella lo miró.

– Está en mi cesta. Dámela, ¿quieres?

Nick alzó la pequeña cesta pasada de moda y la puso en la encimera. Ella sacó una jarra con un tapón de corcho y pasó el líquido a una jarra para medir.

– Y ahora, ¿no sería mejor que te fueras a poner la mesa?

– Sí, señora.

– Y no te olvides de poner flores en la mesa -le gritó cuando él se alejó.

– ¿Flores?

– Se te ha olvidado. Arranca unas pocas del jardín. Tienes una rosa roja trepando por el viejo manzano que tienes al fondo. Con eso bastará.

– Las rosas rojas son un poco… -él se interrumpió, e hizo un gesto de sentirse perdido.

– ¿Evidentes? -dijo ella.

– Sí.

– ¿Y no quieres darle a entender a esa pobre mujer que te importa de verdad? Tienes razón. El amarillo irá mejor con todo ese gris -y en el lenguaje de las flores significaba falta de sinceridad, pero no se lo dijo-. ¿Quieres que te prepare alguna cosa de entrada mientras haces eso?

Él miró su reloj.

– ¿Te importaría? Ando mal de tiempo, y me gustaría darme una ducha… -se interrumpió y dijo-: ¿Quieres dejar de mirarme de ese modo?

– ¿De qué modo?

– Como si quisieras reírte, pero no lo haces por educación.

– ¡Oh! Lo siento. Intentaré tomármelo seriamente. Dame una mano, ¿quieres?

Nick atravesó la cocina y le puso la mano en la cintura, ignorando la mano que ella había extendido para que la ayudase. La levantó de la banqueta, y la puso suavemente en el suelo.

– Gracias -dijo ella.

– De nada.

“¡Maldita sea!”, pensó él. En realidad no quería a Verónica Grant en su mesa. Quería a Cassie. La deseaba tanto que si en ese momento no la dejaba, se apartaba y se iba a dar una ducha, haría algo realmente estúpido. Como decirle que la amaba. Lo que era ridículo. El no podía decir semejante cosa. Apenas la conocía. Lo único que sabía de ella era que había estado casada y que ahora ya no lo estaba. Y que no quería hablar de ello.

– Vete -le dijo Cassie empujándolo suavemente-. Tu rubia va a venir de un momento a otro. No, espera. Mejor enséñame dónde me voy a esconder en caso de que entre en la cocina para controlarte.

Él la miró sorprendido.

– No lo hará, ¿no?

– Es posible que lo haga -le advirtió Cassie

Nick se pasó la mano por el peló nerviosamente. Ella se sintió satisfecha al verlo preocupado. Parecía más tierno. Lo que, sumado a su encanto y a su sonrisa, agravaba la situación.

– Yo lo haría-agregó ella.

– Bueno, hay una despensa. Allí -él abrió la puerta para mostrarle una vieja despensa llena de estantes inutilizados que ella hubiera llenado con jamones y conservas.

– ¿Y adónde da esa puerta? -le preguntó ella, indicándole otra puerta a un lado.

– A un cobertizo, y luego al jardín -dijo él, mostrándoselo.

La decoradora no había llegado hasta allí. Las tejas eran viejas y las paredes estaban pintadas desde hacía mucho tiempo. Había una chaqueta vieja colgada de un gancho, y unas botas de lluvia que parecían sin estrenar.

– Pensé intentar arreglar el jardín. Pero no tengo mucho tiempo -dijo él al ver la expresión de ella.

– Bueno, al menos podré salir sin que me vea tu invitada -dijo Cassie, abriendo una puerta que daba a un aseo. Una segunda puerta daba a unas escaleras-. Será mejor que me vaya de aquí antes de que aparezca tu invitada.

– ¡Cassie!

– ¿Qué?

– Esas son las escaleras de atrás. La escalera principal está… -él se dio cuenta de que ella había estado bromeando y no siguió.

– Son las dependencias del servicio -dijo ella-. Muy apropiado.

El pareció sonrojarse, probablemente por primera vez desde su adolescencia, pensó ella.

– No te preocupes, Nick, en cuanto sirvas la cena me iré de aquí -sabía qué pasaría después de la cena, y no quería ver confirmadas sus sospechas-. ¿Has pedido un taxi para mí?

– Sí. Pero no estaba seguro a qué hora acordar que te recogiera. No tienes más que llamar por teléfono cuando estés lista. Ya está pagado -hizo una pausa y dijo-: No te he agradecido tu ayuda suficientemente, Cassie.

– No te preocupes. Estoy segura de que tu joven empleado lo hará por ti, eficientemente. Y ahora, ¿no te parece que deberías ir a arreglarte antes de que aparezca la chica con la que tienes la cita? -le dijo con dulzura fingida-. Tienes que arreglarte un poco después de haber estado tanto tiempo al lado de un horno caliente. No querrás que Verónica piense que no te has molestado suficientemente, ¿no es verdad?

Verónica no era una chica con la que tenía una cita. Era un desafío. Pero Nick sabía que si lo decía no iba a mejorar la opinión de Cassie sobre él. La verdad era que tampoco él tenía una gran opinión sobre sí mismo. Verónica era una brillante profesional del marketing, y si estropeaba su relación laboral por una estúpida apuesta… Beth tenía razón. Era hora de crecer. Y aquel era un buen momento para empezar.

Verónica se había invitado a cenar. Y la cena era lo único que le iba a dar. En cuanto a Cassie, bueno, tenía que pensar por qué su opinión le importaba tanto.

– ¿Puedo ofrecerte una copa antes de que me vaya?

– Sólo los cocineros varones de la televisión pueden beber mientras trabajan, Nick -respondió ella.

Era una pena. Aunque estaba segura de que una o dos copas no la ayudarían en absoluto en lo que le quedaba de noche.