– No las he elegido yo.
Verónica no escuchó su respuesta y siguió:
– ¿Son de satén? -atravesó la habitación y las tocó-. No. ¡Oh! Bueno, no puedes estar en todo.
– Verónica…
Cassie podía ver todo desde la rendija entre la puerta y el arquitrabe. Verónica estaba al lado de la cama. Se dio la vuelta y sonrió a Nick. Luego se apartó el pelo con un gesto seductor.
– Todavía no te he agradecido tu maravillosa cena, ¿no es verdad, Nick?
– No ha sido nada. De hecho…
– ¿Sabes? Te he juzgado mal. Oí todas esas historias sobre ti, pero en realidad no eres en absoluto como te describe Lucy…
– ¿Lucy?
– Mi secretaria. Ella me advirtió acerca de ti. Me dijo que los empleados varones habían hecho una apuesta acerca de cuánto tardabas en llevarme a la cama.
– ¿De verdad? -Nick carraspeó-. ¿Y te lo has creído?
– ¿No es cierto? -Verónica estaba coqueteando realmente-. ¡Qué desilusión!
– Bueno… Ya sabes cómo son.
– ¡Oh! Sí, Nick. En cuanto se juntan unos cuantos hombres, se comportan como si fueran unos críos.
– No buscan hacer daño, realmente.
– Ése sería un bonito epitafio para todo el sexo masculino -dijo Verónica secamente.
– Tú te has invitado aquí, Verónica. Y has sido tú quien ha querido echar una ojeada a la casa.
– Bueno, flirtear en la oficina es de mal gusto, ¿no te parece?
Cassie no aguantaba más ser testigo de todo aquello. Tenía que hacer algo. Advertir a Nick de que ella estaba allí antes de que las cosas llegasen más lejos. Pero él no estaba mirando en su dirección, así que no podía hacer nada para llamar su atención sin que Verónica la descubriese. Lo único que se le ocurría era rascar la puerta suavemente con la uña.
– ¿Qué ha sido eso? -dijo Verónica, dándose la vuelta.
– Ratones -contestó él, dudando.
Cassie supo que había captado su mensaje. Pero su respuesta había sido equivocada. Con una suave exclamación de terror, Verónica se echó en brazos de Nick.
Lamentó que la descubriesen en el momento en que se cerrase la puerta. Ella, con sus mejillas sonrojadas, despeinada y sin maquillaje alguno. Nick las vería juntas y las compararía. Y a ella no le apetecía competir con la elegante y exquisita Verónica Grant. Aunque fuera cobarde frente a los roedores. Seguramente era una farsa. Un ratón era una buena excusa para echarse en brazos de un hombre.
Cassie no comprendía por qué Nick la había besado en la cocina. Tal vez simplemente por gratitud, por haberlo salvado aquella noche. Pero no podía engañarse. Cuando las viese juntas en la misma habitación, no volvería a besarla a ella.
¿Y no era eso lo que quería? Entonces, ¿por qué dudaba?
Bueno, debía dejar de pensar en eso. Tenía que pensar en Verónica. La pobre mujer se sentiría mal de saber que se estaba echando en brazos de un hombre delante de otra mujer.
¿Y qué hacía ella en el dormitorio de Nick?, se preguntó Cassie. En realidad era el último lugar adonde hubiera deseado estar. Llevada de la desesperación, volvió a rascar la puerta un poco más fuerte.
– Deben de ser ratas -dijo Nick, improvisando-. Se deben de adueñar de la casa cuando estoy fuera -Verónica se aferró más a su cuello-. Supongo que es una de las cosas con las que tienes que contar cuando compras un chalet. Los escarabajos son una pesadilla también. Siempre se caen en la bañera. Sigo oyendo el ruido… -Cassie volvió a rascar, esta vez por obligación-. Mira, ¿por qué no vamos abajo y te sirvo un coñac o…? -sonó el timbre de la puerta de entrada-. ¡Oh! ¡Ya es tarde! -dijo él con cara de sentirlo sinceramente-. Ése debe de ser tu taxi.
Verónica frunció el ceño. Para satisfacción de Cassie, ésta vio que su frente se fruncía igual que la de cualquier persona del pueblo llano.
– ¿Taxi? Yo no he pedido un taxi.
– Lo sé, pero se me ha olvidado decirte que es un verdadero problema conseguir un taxi en esta zona por la noche, así que yo te había reservado uno -él mentía con tanta facilidad, pensó Cassie. Debía recordarlo-. Yo te habría llevado, pero he bebido una copa de vino -él se quitó los brazos de Verónica de su cuello y la llevó hacia la puerta-. Ha sido una noche estupenda, Verónica. Ha sido muy amable por tu parte arriesgarte a comer la comida preparada por mí. Soy un poco novato en esto, lo debes haber notado…
– Parecías un poco preocupado -dijo Verónica-. Sobre todo contando con la ayuda de una experta.
– ¿Ayuda? -preguntó él.
Verónica atravesó la habitación y cerró la puerta, dejando al descubierto a Cassie, quien, a pesar de estar pegada a la pared había quedado a la vista.
– Yo soy una de sus más grandes admiradoras, señorita Cornwell. Ha sido un privilegio comer algo preparado por usted personalmente. Lamentablemente, no es tan rápida con los pies como con la batidora.
– ¿Me ha visto?
– Dos veces. Una vez cuando se escondió en la despensa, y otra, hace un momento, cuando subió las escaleras corriendo.
No tenía sentido negarlo.
– Me he torcido el tobillo. No puedo correr rápido.
Verónica se volvió hacia Nick y dijo:
– Es una vergüenza por tu parte, Nick, que esta mujer se tome tantas molestias, cuando está lesionada.
A Cassie le entró una duda y preguntó:
– ¿Sabía que yo estaba aquí, durante todo el tiempo que ha estado en la habitación?
Verónica se encogió de hombros elegantemente y contestó:
– Bueno, había algo sosteniendo la puerta la primera vez que empujé para entrar. Y en cambio, la segunda vez, no. Podrían haber sido los esfuerzos combinados de las ratas, los ratones, y los escarabajos… -dijo irónicamente.
Entonces la pantomima del horror a los roedores había sido una representación para ella, y para tomar el pelo a Nick.
El timbre volvió a sonar.
– En realidad, ése es mi taxi -intervino Cassie-. Nick tiene razón, tardan mucho en venir aquí. Si me permiten…
– ¿Le importaría mucho si lo tomo -le preguntó Verónica-. La cena estuvo perfecta, pero realmente es hora de que me vaya -le extendió la mano a Cassie-. No sabía que usted seguía preparando comidas para particulares, señorita Cornwell. Había pensado hacer una pequeña reunión con unos compañeros de trabajo, pero soy un desastre en la cocina. Me gustaría mucho contar con usted, ¿me ayudaría a organizarla? -no esperó la respuesta. Se volvió hacia Nick y dijo-: Nick, gracias. Hacía mucho que no pasaba una velada tan entretenida -le dio dos golpecitos suaves en la mejilla-. Lo que más me ha gustado ha sido lo de los escarabajos -y con un guiño a Cassie, abandonó la habitación.
Nick la miró desesperado y corrió detrás de Verónica. Cassie apenas pudo contener la risa; se tiró en la cama y enterró su cara para ahogar sus carcajadas en el edredón negro.
– ¡Verónica!
La encontró en el cobertizo poniéndose los zapatos.
– Siento no poder fregar los platos, Nick -sonrió y se dirigió a la cocina.
– Soy yo quien debe disculparse. Lo siento. Ha sido estúpido por mi parte.
– Pero predecible -recogió su bolso del comedor y se volvió hacia él-. ¿Sabes? No había ninguna mujer en la oficina que arriesgase un centavo por la posibilidad de que fuera cierto que fueras a cocinar tú mismo. Dime, Nick. ¿No está un poco mal de la cabeza la señorita Cornwell?
– Verónica, por favor… Cassie no quería hacer esto. Sólo lo ha hecho para ayudarme a preparar la comida porque… ¡Oh! Es muy complicado de explicar. Pero debes saber que no es…
– Sí. Pero supongo que tendrás algún modo de convencerla para que prepare la comida para mi fiesta. Quiero decir, supongo que no querrás que las mujeres de la oficina se enteren de que tenían razón, ¿no es verdad?