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Aunque aquella actitud de indiferencia ante todo no le duraría mucho, pensó Cassie, cuando se enterase de la existencia de las cuatro niñas. Ante la idea no pudo reprimir una sonrisa.

– Mike, Joe, George, éste es el señor Jefferson.

– Ésa es una presentación demasiado formal. ¿Por qué no me llamáis simplemente Nick? -les dijo-. Espero que no os importe nuestra compañía, pero pensé que vuestra tía necesitaba que le echasen una mano.

Los pequeños sonrieron alegres, en cambio Mike se quedó mirando el suelo.

– ¿Qué os parece si le lleváis a vuestra tía estas cosas a la camioneta? -les preguntó Nick.

Cassie negó con la cabeza, pero Nick no le hizo caso, y abrió la parte de atrás de la camioneta. Joe y el pequeño George se abalanzaron sobre los bultos para cooperar. Mike permaneció a un lado.

– ¿Podrías traer esa caja, Mike? -preguntó Nick, señalando una caja grande de comida que Joe estaba tratando de levantar-. Es muy pesada para Joe.

Mike miró a su padre, a Cassie, luego apartó a su hermano y levantó la caja y se la pasó a Nick. Este no se la recibió, y dejó al niño con la caja.

– Hay bastante sitio ahí -le dijo-. Asegúrate de que todo esté bien acomodado. No te molestes en traer todas esas cosas para acampar, Joe. Tengo todo lo que nos hace falta -luego se acercó nuevamente a Matt que se había quedado mirando con ansiedad la procesión de mercadería que iba desapareciendo al meterla en la camioneta.

– Espero que no haya nada frágil en las cajas -dijo Matt.

– Huevos -dijo Cassie.

– Si los chicos las rompen, se van a quedar sin desayuno -dijo Nick al ver que Mike prácticamente había tirado las cajas-. Pero como tú no comes más que yogurt enriquecido y bananas para desayunar, no te importa, ¿no es cierto? -le dijo a Cassie.

Cassie se puso colorada al ver que Matt sonreía pícaramente. Le habría gustado decirle que Nick sabía lo que desayunaba porque ella misma se lo había dicho, y no por ninguna otra cosa. Pero sabía que no merecía la pena decírselo. No le creería.

– Cassie me ha dicho que te vas a Portugal, Matt -comentó Nick.

– Sólo unos días. Oye, Nick, me alegro mucho de que se te haya ocurrido esta idea. Si te soy sincero, Lauren estaba un poco preocupada por Cass. La idea de que se fuera sola con los chicos no la dejaba tranquila, y encima ahora, con el tobillo torcido…

– Eso es lo que he pensado yo.

– ¿Podrías dejar de hablar como si yo no estuviera presente? -preguntó Cassie.

– Si te ofende, ¿por qué no das una vuelta y te aseguras de que has cerrado bien la casa? Cualquiera podría trepar esa pared y entrar.

Ella lo miró.

– Está puesta la alarma. Y si lo intentasen, nuestro vecindario se ocuparía de ellos.

Era una pena que no vendiesen alarmas para el corazón, pensó Cassie, aunque había jurado que no le harían falta.

Cassie abrazó a Matt y le dijo:

– Vete. Vas a perder el avión. Dale mis cariños a Lauren, y también los tuyos -agregó significativamente.

– Sí. Será mejor que me marche. No te hará falta mi coche -le dijo Matt con las llaves del coche colgando de la mano.

– ¡Oh, pero…!

Matt miró el minibús y sonrió:

– No vas a necesitarlo ahora, ¿no es cierto?

Ella le habría gritado que sí, pero Matt ya se había alejado de ella. Pensó que siempre le quedaba la alternativa de alquilar un coche.

O seguir con el loco plan de Nick. Al fin y al cabo parecía haber perdido el interés de seducirla. Ahora parecía contentarse con hacerla sentir mal. Como si lo necesitase, pensó.

– Adiós, niños. Portaos bien -dijo Matt revolviéndoles cariñosamente el pelo, mientras se subía al Mercedes grande que ella había estado a punto de pedirle prestado para el viaje. Mike permaneció imperturbable, e intentó evitar el contacto de la mano de su padre.

– Que lo paséis bien -gritó Cassie, haciendo saludar a los niños con la mano.

Nick fue hasta la camioneta a controlar si estaba todo cargado.

Ella entró en la casa, pero no para asegurarse de que hubiera cerrado bien la casa, sino para no seguir mirándolo. Aquel pelo que brillaba con el sol, aquel torso perfecto cubierto por su polo la atraían poderosamente.

– ¿Estás lista? -le preguntó él, sobresaltándola-. Deberías tomar algo para esos nervios.

– No me pasa nada con los nervios. Sólo estaba pensando.

– ¿Sí? Pagaría un penique por saber qué pensabas.

– No seas avaro. Si tienes en cuenta la inflación, pagarías una libra al menos.

– Acabas de hacer un buen negocio, pero sigue, me sorprendes.

– No habrá comida suficiente para todos -dijo ella, resguardándose en cuestiones prácticas.

– Puedo ir al supermercado -dijo él-. Creo que he empezado a aficionarme.

– No has probado hacerlo con siete niños.

– Puedes atarlos con una cuerda para que no se te escapen…

– No tenías que haberte molestado, Nick. Es muy amable de tu parte, después de cómo me le comportado anoche…

– Mejor no hablemos de la pasada noche -él alargó la mano para tocar el brazo de Cassie, pero luego se lo pensó mejor al ver que ella se apartaba-. Hemos hecho un trato -dijo él abruptamente-. Tú has cumplido tu parte. Yo estoy aquí para cumplir con la mía.

– Pero anoche… Al final no conseguiste lo que querías.

– Eso ha sido culpa mía, Cassie, no tuya.

Él se había pasado la noche pensando en lo que le había dicho Beth, que no iba a crecer nunca, y había sentido que había llegado el momento de hacerlo. Esperaba que no fuera tarde. Durante aquella interminable noche no había dejado de darle vueltas a la idea de cómo convencerla de que la amaba. Ella no le había creído cuando se lo había dicho. Pero era normal. Después de la estúpida historia con Verónica, era lógico que ella pensara que él sólo quería llevarla a la cama.

– Jamás debí meterme en semejante engaño -dijo ella.

– Yo no debí pedírtelo -contestó él.

– Supongo que le habrás enviado a Verónica un ramo de flores por el daño -dijo ella.

– Las flores son demasiado fáciles, ¿no crees?

– Supongo que son bastante explícitas -dijo Cassie. Y él nunca hacía algo tan explícito, pensó ella-. ¿Qué has hecho, entonces?

– En realidad la llamé anoche, y le he dicho que mi tío estaba de acuerdo en darle un puesto en el consejo de administración, si ella trabajaba con nosotros de forma estable. Supongo que algunos errores necesitan grandes gestos para borrarse.

– ¿Y surtió efecto? -preguntó ella.

– No me contestó todavía. Se lo va a pensar-dijo él.

¿Se lo tenía que pensar? ¿Verónica estaba loca?

– Tiene su propia consultora actualmente. Dejaría muchas cosas. Pero supongo que será un buen arreglo para ambas partes. Cambiando de tema, ¿cómo te las ibas a arreglar si yo no venía?

– Matt se iba a llevar el Alfa y me iba a dejar el coche grande. Pero ése no es tu problema.

– ¿No? A Matt no le pareció que te sobrase el minibús cuando lo vio aparecer… -luego dejó ese tema y agregó-: Bueno, ¿Qué te parece si os llevo a los niños y a ti hasta donde vais, como te he prometido?

– Tú me habías prometido que me enviarías un conductor que me ayudaría a poner la tienda -le recordó.

– Tengo más de treinta años, pero aún puedo poner una tienda, Cassie.

– Sí, pero…

– Si a las niñas les gusta el sitio, nos quedaremos. Si hace falta al otro lado del campo, si así estás más contenta.

– No les va a gustar.

– Entonces no tienes nada de qué preocuparte, ¿no? Si no les gusta, las traeré a casa y te iré a recoger cuando me digas.

Dicho así, ella no podía objetar. La alternativa sería alquilar un coche y conducir ella misma. Pero eso les llevaría toda la mañana. Y además estaba el problema de su tobillo…