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Claro que podían quedarse en casa, y hacer excursiones de un día con los niños, pero después de haberles prometido ir de campamento, no se iban a conformar de ese modo.

Mike ya estaba bastante malhumorado sin necesidad de añadirle más contratiempos. El niño sabía bien lo que estaba pasando, y seguramente sería un alivio para él poder compartir aquel problema con alguien. Le resultaría más llevadero aquel peso.

Mike entró en la cocina y exclamó disgustado:

– ¡Hay cuatro niñas en el minibús! ¡Cuatro!

Nick lo miró solidariamente y le dijo:

– Aproximadamente el cincuenta por ciento de la población del mundo son mujeres, Mike. Debes acostumbrarte a ello.

Mike lo miró y dijo:

– ¿Tenemos que ir con ellas, Cassie?

– Bueno, supongo que podemos quedarnos aquí, y hacer unas excursiones en autocar.

– ¡Excursiones en autocar!

– Me he torcido el tobillo -ella levantó levemente el pie-. Así que no puedo conducir. No quería estropear las vacaciones de tus padres, y supongo que tú tampoco -ella esperó.

– No. Supongo que no -Mike decidió aceptar el mejor de los dos males al parecer.

– Entonces, vamos -dijo ella.

Durante el primer tramo del viaje los niños se quedaron sentados a un lado del minibús y las niñas al otro. Cassie y Nick tampoco conversaron mucho.

Pero después de un rato los niños y las niñas llenaron el vehículo de voces y ruidos. El único que seguía callado era Mike, que tenía puesto un walkman en los oídos. Sadie no le quitaba los ojos de encima, sus enormes ojos grises. Cassie sospechó que la niña tal vez lo mirase como a un héroe o algo así. Y deseó que eso ablandase a Mike.

Cassie sonrió. Nick también sonrió al verla. Él se había preguntado qué tendría que hacer para contentar a las niñas y convencerlas de disfrutar de un sitio tan salvaje, sin agua corriente y esas comodidades. Pero al parecer no le iba a resultar tan difícil. Los niños parecían empezar a hacerse amigos. Sadie miraba a Mike con mucha curiosidad. No lo perdía de vista.

La pasada noche, después de haber llamado a Graham para comentarle sus planes, Nick había llamado a Beth y le había dicho lo que sentía. Ella le había dicho: ¿Enamorado? Estás bromeando -se había reído.

El no culpaba a Beth por ello.

– Me gustaría estar enamorado.

– ¿Quién es la afortunada?

– Cassie Cornwell -Beth se había dejado de reír-. Beth, por favor. He cometido un gran error y quisiera saber…

– ¿Qué?

– Lo que sea. Cualquier cosa que pueda ayudarme. Cuéntame cosas sobre su marido. ¿Qué sucedió?

– Si Cassie no quiere contártelo…

– ¡Beth!

– Es muy frágil emocionalmente, Nick. No pues tratarla como a una de tus conquistas ocasionales.

– Beth, estoy hablando en serio. Quiero casarme con ella. Pero cuando le dije que la amaba, ella pareció no creerlo.

– ¿Y la culpas por ello? Tu reputación es desastrosa.

– Jamás le he mentido a una mujer acerca de mis sentimientos, Beth. Me he divertido mucho, pero nunca le he dicho a una mujer que la amaba, hasta ahora… Con Cassie… Simplemente ha ocurrido…

– ¡Eh! Te ha picado fuerte, ¿no es cierto?

– Sí. ¿Vas a ayudarme? -no esperó la respuesta-. Háblame de su marido. ¿Le pegaba?

– ¿Pegarle? ¡No, Dios santo! ¿Qué es lo que te hace pensar eso? Cassie y Jonathan estaban enamorados. Daba envidia verlos. No veían la hora de casarse.

– Ya.

– Si sus padres hubieran estado vivos habrían tirado la casa por la ventana, pero como no fue así, simplemente se casaron por lo Civil.

– Entonces, ¿por qué no vivieron felices?

– Porque él murió tres semanas más tarde. Había estado en un sitio del norte, en una carrera. Él se dedicaba a los caballos.

– ¿A los caballos?

– Compraba y vendía caballos de carrera.

– ¡Oh, sí!

– Nadie sabe exactamente qué pasó. Simplemente perdió el control del coche y se chocó contra un puente de una autopista.

Nick murmuró algo por lo bajo.

– Creí que Cassie se iba a morir de tristeza en aquel momento -continuó Beth-. Si no se volvió loca fue gracias a su trabajo, pienso yo. La salvó el que ella no quisiera decepcionar a la gente y continuase trabajando y viviendo. Y entonces conoció a esta mujer en mi boda, que le pidió que apareciera en un programa de televisión de la tarde. Se fue a Londres y se hizo famosa.

– ¿Cuánto hace de eso?

– Cinco años.

– ¿Y no ha habido nadie en todo ese tiempo?

– Ella dice que es un cisne. Al parecer los cisnes se emparejan para toda la vida. Así que si no quieres algo serio, Nick, déjala sola -le advirtió-. Por favor -le había dicho Beth.

Ahora que viajaban en su minibús, Cassie parecía absorta en sus pensamientos. A él le habría gustado saber en qué pensaba.

– Vamos a salir de la autopista muy pronto -dijo él.

Ella lo miró. Había algo oscuro en su dulce mirada. Algo que le daba un aire de tristeza. Él hubiera parado el minibús para estrecharla en sus brazos, y para asegurarle que no dejaría que nada ni nadie le hiciera daño, porque él la amaba, y moriría por ella si hiciera falta. Pero no se atrevió a decirle nada. La idea de siete niños como público no le gustaba.

Antes de declararle su amor debía ganarse su confianza. Debía demostrarle que podía creerle. Le daba igual cuánto tiempo le llevase.

– ¿Tienes el mapa a mano? -le preguntó Nick.

CAPÍTULO 11

MORGAN'S Landing era asombrosamente bonito. Una suave colina cubierta de hierba bajaba hacia un lago donde había un pequeño embarcadero de madera. A poca distancia, una isla brillaba en el calor de la tarde, rodeada de montañas que parecían poder tocarse con las manos.

Cassie descubrió que sus sospechas acerca de la falta de servicios eran infundadas, puesto que había un edificio que tenía un par de duchas y baños.

– Tenemos suerte de tener este sitio para nosotros en esta época del año -dijo Nick, mirando alrededor.

– Creo que Matt lo sabía. Conoce al dueño.

– ¡Oh! Ya veo -Nick asintió-. ¿Qué pasa con el bote de goma? ¿Podemos usarlo?

– Matt lo ha alquilado pensando en que iba a venir él con los niños. Supongo que se habrá olvidado de cancelar la reserva.

– ¿Tú no navegas normalmente?

Ella negó con la cabeza.

– ¿Y tú Mike?

– Yo he navegado un poco -dijo el niño, mirando el bote con interés-. Papá dijo que iba a enseñarme un poco -pateó la hierba-. Es un buen marinero. Ha ganado algunas copas incluso.

– Bueno, no creo que pueda igualarlo, pero haré lo que pueda.

– A mí me gustaría aprender, tío Nick -dijo Sadie muy interesada, lo que le valió una mirada desdeñosa por parte de Mike.

– Yo también. Yo también -gritaron los niños más pequeños, rodeándolo con excitación.

– Bueno, así dejaremos tranquila a Cassie -dijo él, pensando en que ella lo quería lejos.

Se miraron un instante por encima de las cabezas de los niños.

– Pero lo primero que tenemos que hacer es poner esta tienda de campaña y acomodar las cosas. Si todos colaboramos un poco, no tardaremos mucho.

En pocos minutos los niños estaban descargando el minibús. Mike se había unido a ellos en el entusiasmo. Cassie estaba mirando a Nick cuando éste se giró hacia ella y la miró.

– Parece que hemos encontrado el modo de que las cosas vayan mejor, ¿no?

– Sí. No sé qué habría hecho sin ti, Nick.

– Me alegro de que pienses eso -dijo él.

Ella se puso seria, como si se hubiera arrepentido de lo que acababa de decir.

¿O estaría pensando en cómo habrían sido las cosas si su marido no se hubiera muerto?

Pero el modo en que ella había respondido a él, la forma en que se había entregado a su abrazo…

Nick sonrió.

– Parece que vas a quedarte con nosotros mientras dure la guerra… -dijo ella-. Espero que no te arrepientas.