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– No, en… ¡George! ¡Ésa, no! Es demasiado… -Nick vio al niño tambalearse con una caja de huevos, pero no logró llegar a tiempo-…pesada -terminó de decir Nick cuando la caja se cayó al suelo.

El niño empezó a llorar. Antes de que Cassie fuera a consolarlo, una de las niñas le había puesto el brazo en el hombro, lo había abrazado y le había empezado a ayudar a recoger las provisiones desparramadas.

Después de cuatro días de espléndido sol, el último día completo que iban a pasar allí empezó a llover durante la hora del almuerzo. Bajó notablemente la temperatura, y el lago, que hasta ese momento había sido un amable estanque en donde Nick se había pasado el tiempo enseñando a navegar a los niños, se había puesto gris.

– Podemos recoger las cosas ya -sugirió Nick, cuando estaban comiendo en una de las tiendas más grandes.

– Hasta mañana, no… -dijeron Mike y Sadie, y los más pequeños los secundaron.

– El pronóstico ha dicho que la lluvia pasará -agregó Sadie, como para convencerlos-. Lo he oído en mi radio.

– Es cierto-dijo Mike.

– ¿De verdad? -Nick miró a los dos niños-. ¿Habéis estado compartiendo los auriculares?

Mike se puso colorado y contestó:

– ¡Por supuesto que no! -miró a Sadie-. ¡Ella me lo ha dicho!

– Cassie, ¿tú qué opinas?

– Bueno, yo había planeado una especie de fiesta en el campamento. Supongo que sería una pena que nos la perdiéramos.

– Lo que tú digas -dijo Nick.

Nick se estaba comportando amablemente, con estricta cortesía, pensó Cassie. Aquello inexplicablemente la ponía triste, inexplicablemente. Cuatro días de tanta cordialidad y cortesía le estaban helando el corazón.

Pero no podía quejarse. Él había hecho mucho más de lo que ella le hubiera pedido.

Había puesto la tienda, había organizado el campamento, había solucionado el problema de las avispas, las arañas, y otros insectos sin quejarse. Había llevado a los niños a buscar leña y había mantenido encendido el fuego durante la noche cuando se reunían a beber un chocolate con leche. Había sido un tío perfecto tanto para los niños como para las niñas. Y un absoluto caballero con ella.

Ya no le había vuelto a robar besos.

Y la única vez que la había tocado había sido cuando habían caminado hasta la granja para ir a buscar huevos y leche.

Normalmente Mike y Sadie se ocupaban de esa tarea, pero la perra de la granja había tenido cachorros y entonces habían invitado a los más pequeños a ir a verlos.

En lo alto del terreno había una cerca. Nick había ayudado a los niños a saltarla, ayudándolos a trepar y bajándolos al suelo. Cuando le había tocado el turno a ella la había ayudado a no perder estabilidad al subir, y luego le había dado las manos para ayudarla a bajar. Su pie se había resentido, y había estado a punto de caerse, de no ser por los brazos de Nick, que la habían sujetado. Entonces su corazón se había acelerado al tenerlo tan cerca.

El corazón de Nick también había parecido latir más deprisa. Cuando por fin ella se había atrevido a mirarlo, había tenido la sensación de que él iba a besarla, ahí mismo, frente a los niños. Pero en cambio le había tomado el brazo y había caminado con ella por la cuesta hasta la granja.

Un perfecto caballero.

Pero a partir de entonces, ella había estado deseando no sólo los besos robados sino aquéllos que le habría dado gustosa.

Sin embargo la única señal de que él podría haber estado deseando lo mismo la había tenido en un momento dado, cuando ella, cansada de no poder dormirse, había ido hasta el lago, inmediatamente después del amanecer, y lo había visto nadando a lo lejos.

Ella debió de estar loca al aceptar quedarse después de haber tenido la oportunidad marcharse. Cuanto antes se fuera a casa y volviera a la realidad, sería mejor.

– ¿Qué vais a hacer esta tarde si sigue lloviendo? -preguntó Cassie.

– Ya pensaremos en algo -dijo Sadie, riéndose tontamente-. Venid todos a la otra tienda. Se me ha ocurrido una idea.

– ¿No se te olvida fregar los platos? -le recordó Nick.

– Déjalos marchar. Es el último día -Cassie empezó a recoger las tazas y los platos.

– También es nuestro último día. Deja eso, Cassie. Quiero hablar contigo.

– ¿Sobre qué? -ella siguió levantando la mesa.

Entonces él le puso una mano en un brazo y la miró intensamente, casi con desesperación.

– ¿De qué se trata, Nick?

– Beth me ha contado lo de tu marido -él no sabía qué le iba a decir realmente, pero tenía que decirle algo-. Me advirtió que si no iba en serio no debía intentar tener una relación contigo. Y tengo que decirte en este mismo momento que jamás he ido tan en serio en mi vida.

– ¿Y Verónica?

– ¿Verónica?

– Le vas a dar un puesto directivo. Creí que eso también era algo muy serio.

– No quería que ella…

– ¿Te pusiera en ridículo?

– ¡Dios santo! No me importa. Cuando te portas como un imbécil, debes asumir las consecuencias. Lo que a mí me importaba era tu reputación, Cassie. El puesto en el consejo de dirección se lo iban a ofrecer de todos modos. Se lo he ofrecido porque de ese modo dudaría en comentar los cotilleos con las mecanógrafas, ahora que iba a tener un puesto fijo en la empresa. Y cuando le he dicho lo del puesto de dirección, también le he dicho que quería casarme contigo. Si tú me aceptabas.

Cassie lo miró con gesto inexpresivo. Él no sabía qué podía estar pensando.

– Cassie, deja eso -le dijo-. Salgamos de aquí y vayamos a dar un paseo.

– No podemos dejar a los niños -ella empezó a recoger el resto de los platos. Pero él se inclinó y le sujetó su mano temblorosa.

– Venga. Sólo daremos una vuelta por el lago. Veremos a los niños si se acercan al agua.

– Nick, está lloviznando -dijo ella, casi con desesperación.

– Creí que estábamos de acuerdo en que un paseo al lado de la playa en un día de lluvia era lo mejor para iniciar un romance.

“¿Romance?”, pensó ella.

– No hay playa, realmente. O poca playa.

– Imagínala. Toma, ponte mi chaqueta. Así no te mojarás -él le puso la chaqueta como si estuviera vistiendo a un niño, y le subió la cremallera hasta el cuello.

– ¿Y tú?

– Sobreviviré -dijo él, mientras abría la puerta de la tienda. Luego le tomó el brazo.

– Será mejor que compruebe si… -empezó a decir Cassie tímidamente.

Entonces se oyeron risotadas desde la otra tienda.

– ¡Oh! Parecen estar pasándoselo muy bien.

– Sí, están muy bien.

Caminaron hasta el lago en silencio. Pero cuando empezó a llover y se mojaron el pelo, Cassie dijo, mirando las gotas de lluvia caer en el lago:

– Esto es una locura.

– Probablemente -los dos sabían que no estaban hablando del tiempo. Entonces Nick se volvió hacia ella y le dijo-: Esperaré, Cassie. El tiempo que necesites. Quiero que estés tan segura como yo de esto. Pero quiero que sepas que no me alejaré de ti, a no ser que tú me digas que no tengo ninguna esperanza. Y si me dices eso, no te creeré.

– ¿Crees que eres tan irresistible? -le dijo ella, con gesto altivo.

– No, Cassie. Eres tú quien se está resistiendo a mí desde que aparecí en la tienda de Beth, y creo que vas a seguir haciéndolo. Pero me parece que te está resultando más difícil de lo que quisieras. Y una o dos veces, cuando has bajado la guardia, se te han escapado tus verdaderos sentimientos. ¿Quieres hablarme de ello?

– Estoy segura de que Beth te habrá dado todos los detalles.

– Beth me ha dicho lo que ella creía que era la verdad. Que estabais muy enamorados y que aquel amor terminó en tragedia. Y que aquello te destrozó el corazón. Pero yo no me lo creo. Al menos lo del amor ideal.