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Nick había ido a buscar a los chicos. Ella se había quejado de que no estaban haciendo nada, así que Nick había buscado una excusa para alejarla y había ido a buscar a los niños.

– ¡Nick! -gritó-. ¡Nick! -era un grito lleno de desesperación.

El sabía nadar. Ella lo sabía. Lo había visto nadar como un pez. Pero en la oscuridad, y con tanta niebla, perdería el sentido de la orientación, no daría con la isla y se agotada nadando inútilmente. Y lo había hecho por ella. El sabía que ella se desesperaría en la espera; que para ella habría sido una pesadilla interminable. Pero también sabría que ella le habría impedido ir tras los niños.

El día antes Nick le había dicho que ya se daría cuenta de cuándo podría confiar en sus propios sentimientos. ¿Se había referido a ese dolor y ese miedo tremendo que ella sentía en aquel momento en su interior?

Con Jonathan había sido todo fiestas y regalos después del shock que había supuesto la repentina muerte de sus padres. La había hecho sentir viva nuevamente. ¿Habría podido ser tan cínico?

Le daba igual. Lo único que le importaba era que los niños estuvieran a salvo. Que Nick estuviera a salvo. Iluminó a lo lejos con las luces de la camioneta. No veía nada.

– ¡Nick! -gritó en la oscuridad-. Te amo. ¡Maldita sea! ¿Me estás oyendo? -se cayó de rodillas y repitió aquellas palabras una y otra vez.

¿Cuánto le llevaría llegar a la isla? ¿Cuánto le llevaría volver con los niños? Eran las tres de la mañana. Empezaría a clarear en menos de una hora. ¿Volvería Nick antes de que llegara la policía?

Esperó oír cualquier ruido en la oscuridad. Pero lo que le había parecido un silencio absoluto, se llenó de pequeños ruidos de la noche. Los ladridos de los perros de la granja. El movimiento del aire en las ramas de los árboles.

El cielo empezó a clarear imperceptiblemente, pero el lago siguió oscuro.

– ¡Oh, Nick! Mi querido… ¿Dónde estás?

De pronto empezó a oír el ruido del agua. Se puso de pie. Podría haber sido el golpe del agua contra la orilla…

– ¿Cassie? -apareció Joe en pijama y con botas de goma y un anorak-. ¿Qué estás haciendo? ¿Dónde están Mike y Nick? -se frotó los ojos con las manos. Luego se dio cuenta de que no estaba el bote-. ¡Se han ido en el bote por la noche! ¡Sin decir nada!

– Lo sé -Cassie le secó algo húmedo de la mejilla al niño-. Algún día serás mayor tú también y verás qué cosas se te ocurren -dijo en tono fingidamente tranquilizador-. Hoy va a ser un día muy duro, cariño. ¿No crees que deberías volver a la cama?

– Esperaré a Mike -luego alzó la cabeza y dijo-: ¿Qué es eso?

Había algo. Algo bastante cerca. Por fin lo vio. El bote de goma, con dos personas de espaldas remado desesperadamente para sacar el bote de goma, pero no con el ritmo adecuado. Tenían que ser Mike y Sadie. Habían desistido de su plan. Volvían. Tal vez hasta pensaban que nadie había notado su ausencia.

Joe también los vio y se puso de pie.

– ¡Han tenido que remar!

Cassie se puso de pie, pero con menos excitación que Joe. Mike y Sadie estaban a salvo. Pero, ¿dónde estaba Nick?

“¡Oh, cariño! Debiste esperar. Al menos hasta que hubiera podido decirte que tenías razón, que yo te amaba… Que confío en ti…”, pensó Cassie.

El bote chocó contra el final del embarcadero y Joe fue corriendo a tirar de la soga y atarla. Ése fue el momento en que ella lo vio. Nick estaba en el agua, nadando detrás del bote, como si no hubiera nada de qué preocuparse. Como si ella no estuviera desesperada…

– ¿Qué diablos estás haciendo? -le preguntó ella, enfadada, ante la mirada sorprendida de los niños-. ¿Cómo eres tan irresponsable? ¿Cómo se te ocurre hacer algo tan estúpido?

Nick había apoyado sus codos en el embarcadero de madera y la estaba mirando entre confundido y satisfecho.

¡Ella lo amaba tanto! ¡Lo deseaba tanto! Y en lugar de decírselo, estaba allí, rezongándole como una esposa malhumorada.

– ¿Has terminado? -le preguntó él demasiado amablemente para los nervios de ella.

– No, no he terminado, Nick Jefferson. ¿Tienes idea de la angustia que he pasado?

Nick miró a Mike y a Sadie.

– Ya veis, ya os dije que no os gritaría a vosotros.

– Nadie va a gritar a ninguno -gritó Cassie-. Pero si te crees que me voy a quedar callada después de lo que he pasado…

– Mike. ¿por qué no vais a poneros ropa seca? Enseguida iremos -dijo Nick.

– Sí, rápido, y tú Joe, vete también-dijo Cassie. Mike miró a Nick con la sensación de que debía decir algo, dar alguna explicación a su tía.

– Ahora no, Mike -le dijo Nick, y con un movimiento de cabeza le indicó que se marchase.

El niño, aliviado, salió del bote dándole una mano a Sadie.

– Y ahora, cariño mío, estoy a tu entera disposición -dijo él cuando se quedaron solos-. ¿Qué quieres decirme exactamente?

Ella se dio la vuelta para mirarlo y gritó:

– Sal del agua…

– ¿Estás segura?

– Tengo que decirte unas cuantas cosas, y no quiero decírtelas contigo ahí abajo.

– Lo que quieras, cielo -apoyó las manos en el embarcadero y salió del agua.

Entonces, cuando Nick alargó la mano y se puso el vaquero, Cassie se dio cuenta de por qué había permanecido en el agua todo el tiempo. Estaba completamente desnudo, pero no se preocupó por ello.

– ¡Y no me digas “cielo”! -dijo ella, dándole un puñetazo suave en el hombro mientras se agachaba para recoger su camisa. Luego le golpeó el pecho cuando él se levantó-. ¡Eres un idiota! Irte de ese modo, sin decirme nada. ¿Es que no tienes consideración? ¿No sabías que iba a estar preocupada por miedo a que estuvieras perdido en la oscuridad?

– Yo creí que querías que volvieran los chicos.

– Sí. Pero podrías no haberlos encontrado. Podrías haberte perdido… Podrías… -su voz se quebró con un sollozo.

– Podrían haberme comido los parientes del monstruo del lago… -sonrió él.

– ¡No es gracioso!

– Lo sé, amor mío, lo sé -dijo él, mientras ella volvía a golpearle el pecho. Él le sujetó la mano, la estrechó en sus brazos contra su cuerpo frío y húmedo durante un instante y le preguntó-: ¿Y te habría importado tanto que fuera así?

– Por supuesto.

– ¿Sí? -insistió él.

– ¡Por supuesto que sí, tonto! -contestó ella, recobrada ya del susto-. ¿Quién crees tú que nos habría llevado hasta casa si te hubieras muerto jugando a ser un héroe?

– ¿Sabes? Me decepcionas, Cassie. Si eso es lo único que vas a decirme, habría sido mejor quedarme en el lago. Cuando estaba nadando hacia la orilla hubiera jurado que te oí gritar algo…

– Tal vez fuera sólo el rumor del agua.

– Dos veces lo oí. Claro que si me dices que estoy equivocado, es posible que me dé la vuelta, me vuelva a la isla, y me haga un ermitaño.

Él se empezó a abrochar el botón del vaquero, pero ella extendió la mano y la puso encima de la de él. Él esperó.

– Te morirías de hambre en una semana sin nadie que te hiciera la comida.

– Posiblemente -sus ojos grises se ablandaron-. ¿Eso es un ofrecimiento?

Hubo un momento de silencio.

– Sabes que sí.

– Entonces dilo, Cassie. No des rodeos. No te escondas.

– Creo… Es decir, estoy segura…

– ¿Tan segura? -él no la iba a ayudar.

– Te amo. ¡Maldita sea! Ya está. ¿Te vale eso?

– Te amo. ¡Maldita sea! -sonrió él-. ¡Maldita sea! Yo también te amo.

– Te amo. Te amo. Te amo. ¡Ahí tienes! ¿Satisfecho?