Выбрать главу

– Entonces me consolaré con la certeza de que la experiencia será memorable para él -sonrió ella-. Al fin y al cabo yo no habría sido más que el plato del día para él si hubiera aceptado.

– Te comprendo. ¿Con quién vas a almorzar?

– Contigo. En eso habíamos quedado.

– ¿Has rechazado la invitación de Nick Jefferson para almorzar conmigo? Chica, debes pensar bien cuáles son tus prioridades.

– Sólo porque me haya hecho crepitar, Beth, no voy a caer rendida a sus pies.

– ¿Te ha hecho crepitar, entonces?

– Pero sólo como lo puede hacer una estrella de cine.

– ¿Sí?

– Cuando entras al cine, y las luces se apagan, el protagonista es todo tuyo. Luego te vas a casa tan tranquila. Los hombres son más inofensivos de ese modo.

– ¿No te parece un poco aburrida tanta seguridad?

– No. Además, ya lo has oído. Tiene una incurable debilidad por las rubias.

– Lo sé. Altas y rubias. El tipo frío de Grace Kelly. Acaba de entrar a trabajar una de ésas en el Departamento de Marketing de Deportes Jefferson, y he oído que los empleados han apostado cuánto tardará en sucumbir a los encantos de Jefferson. Pero, ¿sabes una cosa? Aunque haya perseguido a muchas rubias en los últimos años, jamás se ha visto tentado de casarse con ninguna de ellas. ¿No te da qué pensar eso?

– ¿Que son inteligentes?

– No seas tan cínica, Cassie.

– ¡Oh, sí! Lo soy -dijo ella. Pero se vio tentada por el cotilleo-. ¿Ni siquiera ha estado a punto de casarse?

Beth se encogió de hombros.

– Se compró un chalé fuera de la ciudad hace unos años, y todo el mundo supuso que iba a pasar algo.

– ¿Y?

– Resultó que se lo estaba pasando bien con una decoradora de interiores mientras tanto. Supongo que ella necesitaba practicar con alguna casa y él aprovechó la ocasión. Cuando ella terminó con el chalé, se mudó -Beth se sonrió-. O tal vez él la hizo irse.

– Eso parece más posible. Después de todo, ¿por qué va a molestarse en casarse si se lo pasa tan bien sin hacerlo?

Beth frunció el ceño.

– Nick no es así.

– ¿No? -Cassie negó con la cabeza-. Es un hombre atractivo, Beth, tal vez tengas razón y no sea tan cínico como parece, pero yo exijo algo más en un hombre.

– ¿Algo más?

– Más sustancia -contestó Cassie-. Es encantador, muy guapo, pero es un donjuán, y yo soy un cisne.

– ¿Un cisne?

– Los cisnes se emparejan para toda la vida -pero sus labios aún ardían por el fuego de aquel beso.

Beth la miró asombrada y enternecida a la vez. Parecía decirle que cinco años de duelo eran suficientes; que lo dejara ya.

– Sí, ya sé. Terminaré mi vida hablando con mi gato -dijo Cassie rápidamente antes de que Beth se lo dijera.

– Es posible. Pero ésa no es razón para no divertirse un poco con alguien así, mientras esperas que llegue otro cisne como tú. Tal vez estés a tiempo de volverte atrás y llamar a Nick para almorzar -Beth se empezó a mover hacia la puerta.

– Quédate donde estás, Beth Winslet. Nick Jefferson no es un hombre para mí.

– Es el hombre para cualquier mujer -sonrió pícaramente Beth.

– Exactamente. Y no está dispuesto a sentar cabeza con ninguna mientras pueda tener a disposición a todas ellas, ¿no crees? Así que, ¿adónde te llevo a almorzar?

Beth continuó desafiándola unos segundos más, luego se rindió.

– Es increíble la cantidad de gente que has atraído a la tienda esta mañana -le dijo cambiando de tema.

– Y algunos incluso han comprado el libro -dijo Cassie con una sonrisa mientras firmaba los libros de la pila de la izquierda.

– Sé que odias estas cosas. Es un honor que nos hayas cedido tu tiempo.

– Era lo menos que podía hacer. Después de todo, el preparar la comida de tu boda cambió mi vida…

– Almorzar con Nick Jefferson podría hacer lo mismo -apuntó Beth-. ¿Has pensado alguna vez que yo podría ser tu hada madrina?

– No insinuarás que Nick Jefferson puede ser el Príncipe, ¿verdad?

– ¡Dios me libre! No desearía el Príncipe Encantado a ninguna mujer. Simplemente, piensa. Ha conocido a todas las bellezas de la tierra, pero luego ha elegido a Cenicienta al probarle su zapato. ¿No es bonito?

– Dicho de ese modo…

– Sí. Debo admitir que tienes el pie más pequeño que he visto, pero me parece que Nick busca algo más que eso en una mujer.

– ¿Rubias? ¿Con cuerpo de modelo? -sugirió Cassie.

– Bueno, ¿qué saben los hombres? Como hada madrina que soy, te aconsejo que dejes que te invite a almorzar.

– Te aconsejo que dejes ese tema, Beth. Oye, he descubierto un restaurante estupendo junto al río. ¿Qué opinas?

– ¿Tengo que decirte gracias?

– Es una buena respuesta.

Veinte plantas por encima de la tienda de Beth, en la Torre Jefferson. Nick Jefferson se enfrentaba a otro problema. El problema tenía nombre de mujer, y en aquel momento se estaba acercando a él. Verónica Grant, una rubia alta, esbelta y de belleza glacial era una mujerona increíble que había entrado a trabajar allí como consultora en el Departamento de Marketing. Tenía a todos los hombres embobados, incluso a los más viejos y a los casados.

Ella no los animaba en absoluto, era muy profesional, y limitaba sus conversaciones a su trabajo. Parecía no ser consciente de la testosterona que movilizaba a su paso por el edificio. Al menos eso parecía. Nick Jefferson no estaba seguro de ello. Debía de ser fingido.

La tentación de averiguarlo era irresistible.

No era que su nombre hubiera impresionado a Verónica Grant. Ella lo trataba con la misma amabilidad distante que a los demás.

Sabía que no podía invitarla a cenar como lo habría podido hacer con cualquier otra empleada nueva. Muchos de sus compañeros habían cometido ese error, y ella les había contestado que no, sin molestarse siquiera en poner una excusa.

¿Sería que ella no mezclaba el placer con los negocios? ¿O estaría esperando a que se lo ofreciera el heredero del imperio de Deportes Jefferson?

Verónica lo saludó al entrar en el ascensor con él.

– Hola, Nick -aquél era el tono más personal al que podía llegar la conversación de Verónica.

– Verónica -contestó él distraídamente.

No la dejó pasar primero porque estaba seguro de que a ella no le habría gustado aquel comportamiento que daba por hecho que había un sexo débil.

– ¿Qué tal, Nick? Pareces preocupado.

– ¿Sí? ¡Oh, no! Es el cumpleaños de mi hermana la semana que viene. Acabo de comprarle un libro de cocina…

– Me he enterado de que Cassandra Cornwell firmaba los ejemplares.

– Bueno, sí, éste es el regalo predecible. Ahora tengo que pensar en un regalo más especial.

– Envíale un cheque.

– ¿Un cheque? -él pensó que realmente sería una sorpresa para su hermana-. ¿No es un poco impersonal?

– Pero muy fácil. Y ahorra tiempo, transporte y zapatos. Créeme, es mucho mejor recibir un cheque impersonal que recibir algo que no te guste.

Su sinceridad era refrescante, si bien no era halagüeño en cuanto al buen gusto que pudiera tener él. Pero era la conversación más larga que habían tenido, desde que se había mudado a la oficina enfrente de la de él, al margen de las de marketing, claro.

– Es una idea tentadora, pero no creo que encaje muy bien con Helen. A las hermanas pequeñas les gusta que las malcríes un poco.

– ¿Sí? -lo miró intensamente-. No puede ser muy niña.

Él se encogió de hombros. Era una mujer dura. No se conmovía en absoluto por la preocupación suya de comprar un regalo para su hermana.

Pero sus largas piernas y su figura esbelta valían la pena el trabajo de ablandarle el corazón. Un verdadero contraste al pensar en Cassie.

– Supongo que no -dijo él-. Helen tiene cuatro hijos.

– ¿Cuatro? -preguntó Verónica sorprendida.