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– ¡Oh, de acuerdo! ¿Cómo es el romero?

– Es gris… -lo miró pensando que tal vez le estaba tomando el pelo.

– Será mejor que yo haga el café mientras usted corta el romero -sugirió él.

Ella pensó que tal vez tuviera razón. No quería ver masacradas sus hierbas por un novato.

– El café está en el frigorífico -dijo ella poniendo el agua a hervir, y se dirigió hacia una puerta grande.

Nick se dio vuelta hacia la nevera. Al abrirla se encontró con el plato que había dado aquel aroma a la habitación. Su experimento. Verduras en salsa de tomate y hierbas.

Encontró el café y miró alrededor buscando el molinillo. Era un molinillo de madera antiguo, a juego con la cocina. Tardó más que con su molinillo eléctrico, pero tuvo la satisfacción de ir aspirando el aroma más lentamente.

Cuando terminó lo volcó en una cafetera y buscó el azúcar. Pero al ver que tenía los armarios vacíos, pensó que le agradecería la molestia de las hierbas colocando la compra en su sitio.

– Ha sido muy amable, Nick -Cassie, con un ramillete de hierbas en su pequeña mano, lo estaba mirando desde la entrada de la cocina.

Tenía un gesto que él no era capaz de descifrar. No estaba seguro de no haber cometido un error.

– Pensé que podía ayudarla mientras esperaba.

– ¿Sí? Bueno, en el futuro será mejor que usted se ciña a hacer el café, y que deje que sea yo quien piense. Él frunció el ceño. No sabía qué le había molestado.

– ¿Por qué? ¿Suele dejar la compra en la mesa de la cocina?

– No, la dejo a mano. Y, a no ser que piense alcanzarme cada uno de los ingredientes… -dijo ella.

– ¿Quiere decir que deja vacío el estante de arriba a propósito?

Ella no se molestó en contestar, porque la respuesta era evidente.

– ¿Porque no llega a esa altura? -dijo él, sonriéndose.

– Esos armarios son extremadamente altos -protestó Cassie.

– Demasiado altos para usted.

– Bueno, la vida sería muy aburrida si fuéramos todos iguales -ella pensó en “rubias todas iguales”.

– Tiene razón -dijo él, divertido.

Ella se puso colorada y sacó dos tazas.

Cuando el agua hirvió y ella fue a quitarla del fuego, él la paró y le dijo:

– Yo voy a hacer el café. Puede que sea inútil, pero sé hacer café.

– Es importante que uno sea bueno en algo -ella lo miró. Le sostuvo la mirada un instante, pero luego sintió la tentación de reírse tontamente. Tuvo que reprimirse-. El problema es que usted es bueno en demasiadas cosas -agregó ella.

– ¿De verdad? ¿Puede detallar en qué cosas? -dijo él.

– No

– Pero no era un cumplido, ¿verdad?

– No.

– Ya me parecía -comentó Nick.

Ella no le había perdonado el que la hubiera besado. Él se preguntó qué haría ella si la volvía a besar. Si él rodeaba esa cintura pequeña, la estrechaba en sus brazos y la besaba. ¿Emergería esa pasión a la superficie? ¿Lo besaría ella?

El se sintió seriamente tentado de hacerlo y averiguarlo. Porque al verla allí en medio de la compra, se, dio cuenta de que tenía una figura muy sensual, y de que su cintura era extremadamente pequeña. Y sintió unas ganas imperiosas de alzarla y…

Pero no podía tomarse ese atrevimiento en aquel momento. Sabía que ella lo rechazaría. Una mujer debía hacerse desear. Era parte del juego. De su juego favorito. Y por ello él conocía todas sus reglas. Así que resistió la tentación y apagó la cafetera antes de sacar la leche de la nevera.

– ¿Lo toma solo o con leche y azúcar?

A Cassie le encantaba el café cortado, pero había visto la mirada especulativa de Nick recorriendo su figura. No era el momento de la indulgencia con el azúcar, sino del control sobre sí misma, demostrar la fuerza de su carácter y… Nick Jefferson no debía sacar una impresión equivocada de ella.

– Solo.

Él sirvió el café y se lo dio.

– No he podido encontrar el azúcar.

Ella le dio el azucarero sin decir nada. Estaba prácticamente delante de él.

– ¡Oh! ¿Cómo no lo he visto?

– No lo sé.

Nick se sirvió dos cucharadas de azúcar bien colmadas y las volcó lentamente en la taza. Ella estaba segura de que lo había hecho a propósito.

– ¿Practica algún deporte? -le preguntó ella.

– ¿Cree que debería hacerlo?

– Sería bueno. Si siempre bebe así el café, y si se pasa todo el día sentado frente a su escritorio…

– Suelo correr -dijo él, antes de que ella le dijera que corría el peligro de engordar-. Todas las mañanas antes de ir a la oficina. Debería probarlo. Es más efectivo que el café sin azúcar.

Él no esperó a que ella le dijera nada y continuó hablando:

– Ya que estoy aquí, puedo ayudarla con la tienda de campaña examinándola, si quiere. Es un modo de devolverle el favor de las hierbas. Me molestaría mucho pensar que puede estar durmiendo sola en su saco dormir mientras le llueve en la tienda.

– No voy a estar sola, y creo que ya ha pensado lo suficiente por hoy. Puedo arreglármelas sola y además tiene que preparar el pollo -ella dejó la taza y le dio las hierbas como para invitarlo a marcharse-. Hay que añadir que ésta es una zona de aparcamiento sólo para residentes.

Nick se dio cuenta de que ella estaba incómoda a pesar de su aparente buen humor. Y pensó que sabía por qué. Se había dado cuenta al tomar las hierbas de su mano. Lo que no entendía era por qué se resistía tanto. Si no se sentía atraída por él, le sería fácil hacerlo, claro. ¿La habría tenido que besar para averiguarlo?

– Gracias por todo -le dijo él-. Estoy seguro de que le dará un toque especial al plato -se detuvo en la entrada y agregó-: Que se divierta en el viaje. Cuando me acuerde de usted, me la imaginaré enterrada en el barro, con tres pequeños.

Era demasiado.

– Espero que su salsa se espese -le dijo ella, entre dientes.

Él debió oírla porque se detuvo, se dio la vuelta y dijo:

– Y yo espero que su tienda de campaña se venga abajo en medio de la noche, con lluvia.

– ¡Oh! -Cassie casi explota, pero no le iba a dar el gusto. -

Él se rió. Se acababa de dar cuenta de por qué no se quitaba la idea de besar a Cassie Cornwell. Era porque ella tenía que alzar la cabeza todo el tiempo para mirarlo. Y al hacerlo parecía invitarlo a besarla. Y si alguien se obstinaba en ofrecer algo, era un poco tonto rechazarlo.

Fue entonces cuando él se inclinó para probar la fresa de sus labios.

– Le advierto que se va a quemar, Nick.

Cuando él se dio la vuelta para comprobar que estaba su coche, Cassie le cerró la puerta.

Ella se quedó apoyada en ella un momento, con el pulso acelerado. Creyó que él se iba a volver a golpear la puerta como un poseso, pero no lo hizo.

Tal vez le alcanzara la rubia.

De pronto se sonrió pensando en Nick dispuesto a cocinar para impresionar a una chica. Seguramente se trataría de eso. Era ese tipo de hombre.

Nick se volvió para golpear la puerta, pero el sentido común lo disuadió. Y una vecina que se había quedado mirándolo. A él no le importaba lo que pensara la gente. Pero se imaginaba que a Cassie no le haría ninguna gracia que llamara la atención de sus vecinos.

Debía de estar agradecido a Cassie, y no enfadado con ella. Ella había visto su intención de besarla y había retrocedido un paso. Había evitado que él quedase en ridículo. Además él tenía a la adorable Verónica en el punto de mira.

Entonces, ¿por qué diablos seguía pensando en Cassie? No tenía sentido.

Cassie oyó el coche de Nick abandonando su calle. Aliviada, respiró profundamente.

¿Qué se pensaban los hombres? ¿Que podían andar por ahí besando a la primera que se les cruzara? ¿Sólo porque sus labios le recordasen a las fresas?

¿Sería así?

Enfadada consigo misma por aquella muestra de vanidad volvió a la cocina. Miró los armarios que él había llenado con comida, acercó una silla y se subió a ella para vaciarlos, decidida a borrar todo rastro de la presencia de Nick Jefferson, tanto de la cocina como de su vida.