– ¿Tienes alguna idea de quiénes podían ser los que aparecieron en el sótano? -preguntó Þóra-. ¿Sabes de alguien que se le hubiera echado en falta? Alguien del equipo de salvamento, por ejemplo.
– No que yo sepa -respondió Kjartan-. Que yo sepa, al final todos volvieron a sus casas. Durante la erupción no murió nadie.
– Aparte, naturalmente, del que murió en el sótano de la farmacia -dijo Þóra.
– Ese no murió directamente en la erupción -respondió Kjartan-. Era un alcohólico.
Þóra se quedó estupefacta. De modo que así estaban las cosas en las Islas Vestmann: los alcohólicos no contaban. Decidió no permitir que aquel asunto la apartara de sus intenciones.
– Pero habrás pensado en quiénes pudieron ser, ¿no? -dijo entonces-. Esta población no es una gran ciudad, ni mucho menos, y naturalmente lo más probable es que estos hombres tuvieran alguna relación con ella.
– Ni idea -dijo Kjartan, apretando los labios-. Si he leído bien las noticias, nadie sabe quiénes eran ni cómo acabaron en el sótano.
– Exactamente -dijo Þóra con paciencia-. Pero eso no es obstáculo para que tú puedas haber pensado en ello. A mí se me ocurrió que podía haber alguna relación con la guerra del bacalao, que fueran marineros que murieran en alguna colisión en el mar, o en alguna otra clase de enfrentamiento entre islandeses e ingleses. Algo me dice que deben de ser ingleses.
– No lo creo muy probable -respondió Kjartan-. En esa época sucedieron muchas cosas, pero nunca se estuvo cerca de nada como lo que estás imaginando. Además, de suceder algo así, no se habría podido mantener en secreto. Nunca habríamos podido matar a cuatro ingleses sin que se hubiera convertido en una noticia de primera plana. Yo no tengo ni idea de quiénes eran, lo siento.
Þóra decidió dejar las cosas en ese punto, aunque estaba extrañada de que ese hombre no recordara ni siquiera haber pensado por un momento que los muertos hubieran llegado de costas extranjeras. Resultaba totalmente evidente: cuatro islandeses no podían desaparecer sin dejar huellas y sin que nadie les echara en falta. La invadió una cierta sensación de horror, como un escalofrío. El hombre que tenía delante sabía más de lo que quería revelar. Había hablado, y mucho, sobre cosas que no afectaban directamente al caso. Miró a Bella y se dispuso a ponerse en pie.
– Bueno, ha sido de lo más instructivo -se despidió de Kjartan con un apretón de manos-. Quizá tengamos que volver a importunarte si se me ocurre algo más que preguntarte.
Al salir le llamó la atención una fotografía enmarcada que había en la pared, al lado de la puerta. En ella se veía a cinco hombres cogidos por los hombros unos a otros. Todos ellos llevaban casco, y el fondo estaba ocupado por una masa de cenizas. Uno de los hombres era, obviamente, Kjartan en sus años mozos. Todos parecían agotados y ninguno sonreía a la cámara.
– ¿Está el padre de Markús en esta foto?
Kjartan se acercó y señaló a uno de los hombres.
– Este es él. Magnús. Y éste es Geiri, o Þorgeir, el padre de Alda.
– Evidentemente, este eres tú, pero ¿quiénes son los otros dos? -preguntó Þóra con curiosidad.
Kjartan dejó escapar un extraño gruñido.
– Este es Daði -dijo señalando a un hombre bastante feo, más bajo que sus compañeros-. Un pelmazo que estaba casado con una tía aún más pelma que él -movió el dedo-. Y este es Guðni.
– ¿El inspector de policía? -preguntó Þóra volviéndose hacia Kjartan-. ¿Él estaba también en el grupo de amigos que mencionaste?
– Sí, estaba -reconoció Kjartan-. Ahí has dado exactamente en el clavo.
Capítulo 9
Domingo, 15 de julio de 2007
Bella aprovechó para fumar mientras estaban delante del Café Kró, un pequeño restaurante que encontraron mientras paseaban por el puerto en busca de algún sitio donde comer. Þóra estaba al lado de su secretaria, aunque le fastidiaba un tanto, pero el tiempo era tan agradable que no había más remedio. Después de comer le entró el sopor, pero la brisa marina la despejó. Al llegar la tarde refrescó, aunque el sol seguía en el cielo, tan tranquilo. Ni siquiera el humo que soltaba Bella, y que de vez en cuando llegaba hasta Þóra, conseguía estropear el buen humor de la tarde. Un barquito salió del puerto seguido por algunas gaviotas. Aparte de eso, el puerto estaba tranquilo. Había, sin embargo, dos hombres mayores atareados en la caseta de timón de una barca motora que estaba amarrada al muelle. El trabajo se lo tomaban con la mayor calma, pues los dos hombres pasaban más tiempo charlando que trabajando, y Þóra admiró su tranquilidad. Quizá era la inmensa belleza del entorno del puerto lo que ejercía aquella influencia sobre las personas. Por lo menos, la animación de las aves en torno al empinado acantilado de Heimaklettur le quitó a Þóra buena parte del estrés que llevaba encima, y por ella se habría quedado allí sentada el resto de la tarde con su propia erupción particular.
– ¿Cuántos eran los cadáveres esos? -preguntó Bella de pronto, del modo más inesperado.
– ¿Los del sótano? -preguntó Þóra, aunque difícilmente podría referirse Bella a cualquier otra cosa-. Cuatro. Más exactamente, tres y pico. De uno de los cadáveres solamente estaba la cabeza. ¿No lo has visto en las noticias? -preguntó entonces, un tanto extrañada.
– No, yo no leo esa basura -Bella se puso el cigarrillo en la comisura de los labios y exhaló una gran nube de humo. Pensativa, observó cómo el humo subía, se dispersaba y desaparecía-. ¿Quién mata a cuatro personas a la vez? -preguntó entonces, con una mueca-. Uno, puedo entenderlo, quizá hasta dos. Pero cuatro son demasiados. A lo mejor no fue un asesinato.
Þóra tenía que reconocer ante sí misma que había pensado prácticamente lo mismo.
– No tengo aún los informes de las autopsias, quizá ni siquiera estén terminadas. Puede ser que hubieran muerto en un accidente o asfixiados por los vapores tóxicos o por algún otro motivo, sin intervención de nadie -Þóra aspiró el olor del mar, que seguía venciendo a la nube de humo-. Pero la cabeza es difícil de explicar. Si esos hombres no fueron asesinados…, ¿qué sucede entonces con la cabeza? ¿Quién decapita un cadáver y con qué finalidad?
Bella se encogió de hombros.
– Tal vez tuvo un accidente y el cuerpo quedó separado de la cabeza. Eso ha pasado.
– ¿Pero cómo fue a parar la cabeza a una caja? ¿Y la caja, junto a los tres cuerpos, al sótano de casa de Markús? -Þóra se sorprendió de estar hablando tranquilamente con Bella. No había forma de aclararse de hacia dónde iba el caso, y se puso a pensar cómo aprovechar mejor el viaje a las islas. Tampoco sería mala idea regresar a Reikiavik si allí no podía obtener información aprovechable.