Bella apretó los labios, y Þóra se sintió aliviada porque eso indicaba que estaba sumida en sus pensamientos, pero no enfadada con ella.
– Esa mujer que le dio la caja a tu cliente -dijo dando una calada-, ¿crees que fue ella quién mató a esa gente?
– No, no puedo ni imaginármelo -respondió Þóra-. Era una adolescente y difícilmente habría sido capaz de matar a cuatro hombres. Ella sola por lo menos -Þóra se apoyó contra la pared y absorbió los suaves rayos del sol vespertino-. Tengo que aprovechar la ocasión para concertar una cita con su madre, porque con toda seguridad debe de saber sobre el origen de la cabeza…, aunque no sea nada más que eso. Es una pena que el padre haya muerto. Me imagino que él podría haber sabido, mejor que nadie, algo que aclarara el asunto. Pero tenga la familia de Alda alguna relación con el caso o no, alguna información sí que tienen que poder darme. Las chicas jóvenes son muy habilidosas a la hora de ocultar toda clase de cosas a sus padres, pero no consigo imaginarme a Alda paseando por el pueblo con una cabeza humana metida en una caja como si tal cosa. En el peor de los casos, su madre podrá decirme con quién se relacionó su hija después de la erupción. A lo mejor se lo contó todo a una amiga o a un amigo más tarde, ¿no crees? Markús perdió todo contacto con ella después de llegar a tierra firme, de modo que sobre este asunto él no puede decir nada.
– La madre de Alda sigue viviendo en la isla, ¿recuerdas? -dijo Bella mirando a su alrededor, como si la mujer viviera en algún almacén del puerto-. El tío ese con el que hablamos lo dijo bien claro. Tendrías que llamarla o ir a verla a su casa.
– Es posible que viva aquí -dijo Þóra-. Pero creo que no es correcto ir a verla por el momento, teniendo en cuenta las circunstancias.
– ¿No es precisamente el momento más oportuno? -preguntó Bella tirando el cigarrillo, que cayó en un barril que había allí cerca-. Estará tiernecita después de que se le haya muerto la hija, y dispuesta a hablar de lo que haga falta.
Þóra sacudió la cabeza.
– No, mejor no. Podría asustarse y negarse a hablar conmigo. Preguntaré al hermano de Markús sobre la familia de Alda mañana por la noche, y si él sabe algo, quizá pueda ayudarme para seguir adelante. Espero que sepa cómo se encuentra la madre de Alda, y todo eso.
Bella parecía no prestar atención a lo que decía Þóra.
– ¿Recuerdas el cementerio por el que pasamos? -preguntó de repente-. El que tiene un arco en la entrada.
– Sí -respondió Þóra, que no veía la relación. ¿Quería ir a dar un paseo por el cementerio?
– A lo mejor, los cuerpos son de allí, ¿no? -dijo Bella-. Que los parientes o quien sea hayan intentado rescatar los cadáveres para que no desaparecieran en la erupción. El cementerio fue cubierto por la ceniza y más tarde lo desenterraron. ¿Puede ser que quienes hicieron la excavación no se dieran cuenta de que había pasado eso?
Þóra miró confundida a su secretaria.
– ¿Desenterrar unos cadáveres solo para meterlos en el sótano de una casa que iba a sufrir el mismo destino que el cementerio? Lo dudo mucho, pero que mucho.
Bella se encogió de hombros.
– A lo mejor era una sola persona quien tenía que hacerlo todo o no consiguió volver a sacar de ahí los cuerpos para llevárselos.
Þóra pensó cuál sería la mejor manera de poner punto final a aquellas especulaciones tan peregrinas, pero de momento no se le ocurrió nada.
– ¿No deberíamos irnos yendo? -se contentó con decir-. Tengo que acostarme temprano para ponernos a trabajar mañana temprano.
Bella miró su reloj y luego a Þóra, extrañada.
– ¿Estás bromeando? Yo no me he ido a la cama tan temprano desde que tenía tres años.
Las mejillas de Þóra se ruborizaron.
– No estoy hablando de dormir. Tengo que telefonear a mis hijos antes de que se haga más tarde.
Bella se encogió de hombros.
– Pues hazlo -volvió a mirar alrededor como buscando algo-. Yo voy a dar una vuelta por ahí a ver si encuentro algún bar, o mejor, varios.
Þóra pensó que era una idea absurda, pero sabía bien que carecía de toda autoridad sobre el tiempo libre de sus empleados.
– No hagas ninguna tontería -le dijo con alegría artificial en la voz-. Creo que iré a ver a los arqueólogos encargados de la excavación, y luego tenemos que ir al archivo. Y nunca se puede saber con qué nos podemos encontrar. Eso nos tendrá bastante ocupadas.
– No te preocupes por mí -dijo Bella, y se marchó en dirección contraria del hotel-. Seguramente no seré yo quien se levante tarde.
Þóra procuró que el comentario de Bella no la afectase. De la secretaria podían decirse muchas cosas, pero solía aparecer a trabajar a su hora. En cambio, Þóra se retrasaba con frecuencia porque era difícil salir de casa, y sacar a sus hijos de la cama, una mañana sí y otra también. Aunque la situación no era especialmente buena cuando solo tenía en casa a sus propios hijos, era mucho peor aún cuando se añadían la nuera y el nieto.
– Cuando estés por ahí de copas, no olvides que eso no entra en las dietas -le gritó Þóra a la secretaria-. El contable se negará a aceptar los recibos -no había hecho más que pronunciar esas palabras cuando las lamentó. ¿Habría podido escoger una réplica más ridícula?
Bella no se volvió, sino que siguió caminando, levantó una mano y le envió a Þóra una buena higa.
Capítulo 10
Lunes, 16 de julio de 2007
Þóra se cabreó al comprobar que Bella, efectivamente, había llegado antes que ella a desayunar. La secretaria acababa de instalarse junto a una ventana, y la mesa que tenía delante estaba rebosante de platos de todo lo que dicen que se come en los banquetes. Tenía tal cara de satisfacción que por un momento Þóra pensó sentarse en otro sitio. Al final se tragó el orgullo, fue a la mesa y se sentó delante de Bella.
– Bueno -dijo, cogiendo la jarra del café-, ¿te lo pasaste bien anoche?
Ella había subido directamente a su habitación y había llamado a su casa, pues sus padres se habían ido a casa de Þóra para ocuparse de los niños durante su ausencia. Eso representaba para sus padres un trastorno menor que llevarse toda la tropa a su casa, porque además esos días estaban también Orri y su madre. El padre de Þóra estaba en su elemento, se dedicó a hacer habitable el garaje, una idea que llevaba arrastrando mucho tiempo; pero su madre no estaba igual de feliz. Según ella, Þóra lo tenía todo patas arriba, el filtro de la lavadora estaba a punto de atascarse, en los armarios reinaba tal desorden que se le venía encima un auténtico tsunami cada vez que los abría para buscar alguna prenda para Sóley, y en el fondo del frigorífico apareció un frasco de mermelada que había caducado el siglo pasado. Así que Þóra tuvo que escuchar media hora de explicaciones sobre lo pésima ama de casa que era, cosa que ya sabía ella perfectamente sin necesidad de que se lo confirmara su madre. Al final había podido hablar con Sóley, que le dijo tan contenta que llevaba puestos unos calcetines enormes de Gylfi porque la abuela no había podido encontrar los suyos. Luego se puso Gylfi, que le dijo en voz baja que tenía que volver a casa: la abuela le estaba volviendo loco y deprimiendo a Sigga. Þóra le pidió que pensara solo en las cosas buenas y luego le dijo que también ella estaba empezando a contagiarse de la tristeza de su nuera. Después de la conversación encendió la televisión y estuvo zapeando por los canales sin encontrar nada que le apeteciera, como de costumbre. Terminó mirando a unos hombres con gafas de sol jugando al póquer, y se durmió sin llegar a entender del todo en qué consistía el juego.
– De miedo -dijo Bella cogiendo una gran rebanada de pan con mermelada. Naturalmente, había tal cantidad de mermelada que parecía más bien mermelada con pan, de modo que una esquina del pan se dobló por el peso y un pegote de mermelada de color violeta oscuro aterrizó en su mejilla. No por eso se cortó lo más mínimo, se lo quitó con el dedo índice y se lo chupó-. Conocí a un montón de gente estupenda.