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– Quizá fuera alguna otra persona -añadió con cautela.

– ¿Como quién? -dijo Ágúst, molesto-. ¿Fulano, Mengano o Zutano?

– No. Tú, por ejemplo -dijo Dís con tranquilidad, mientras buscaba un sobrecito en el bolsillo de su bata blanca.

Ágúst se puso en pie. No parecía enfadado, solamente extrañado:

– ¿Yo?

Dís se acercó y puso la bolsa sobre la mesa, delante de él.

– Cogí esto de la mesilla de noche de Alda. A juzgar por el aspecto del cuerpo, la muerte no fue indolora. Nada parecido a lo que se podría esperar si hubiera decidido poner fin a su vida con pastillas para dormir.

Ágúst miró rígido a Dís a los ojos.

– ¿Y tú crees que la he matado yo?

– Mira lo que hay en la bolsa -dijo Dís en voz baja-. Aún no estoy loca del todo.

Ágúst apartó los ojos de ella y los dirigió hacia el sobrecito oscuro. Alargó una mano y miró lo que contenía. Luego miró a Dís.

– Ni se te ocurra tocarlo -dijo ella con calma-. Quién sabe si esto acabará en manos de la policía -vio que el gesto de Ágúst se endurecía y se apresuró a añadir con toda sinceridad-: Si tú has tenido algo que ver, esto se queda así; si no, no tendré más remedio que entregárselo a la policía. Lo cogí de la mesilla de noche de Alda -señaló la bolsita-. Pero el problema llegará en su momento. Primero pongamos las cosas en claro -le miró-. No me mires así hasta que hayas visto bien lo que es. Míralo.

Ágúst apartó cuidadosamente el plástico con el dedo índice. No necesitó sacar la bolsa del todo, pues en cuanto apareció, reconoció su contenido.

– Por mil demonios -dijo en voz baja; parecía abatido-. ¿Y qué hacemos ahora?

– Lo único que sé es que nadie se opuso a la excavación, excepto Markús -dijo Hjörtur dirigiéndose a un estante que parecía a punto de venirse abajo por el peso de las carpetas y las montañas de papeles. El arqueólogo puso en lo más alto del montón las hojas que tenía en la mano, y luego se volvió hacia Þóra y Bella-. Ni sus padres ni sus hermanos o hermanas. Y está completamente claro que esa tal Alda que mencionaste nunca se puso en contacto conmigo. Naturalmente, es posible que hablara con alguna otra persona del equipo, pero nadie ha hecho mención de ello.

Þóra asintió, decepcionada.

– ¿Intentarás comprobarlo? Si lo hizo, tendría gran importancia para el caso.

Hjörtur la miró con un gesto que era mezcla de compasión y frustración.

– Lo haré, aunque me parece bastante improbable.

Þóra percibió que había de ser prudente en su trato con el arqueólogo, para que no se le cerrara en banda. No tenía obligación ninguna de contestar a sus preguntas ni de ayudarla de ninguna otra forma.

– Te lo agradezco muchísimo -dijo Þóra, sumisa-. Sé que la aparición de esos cadáveres os ha interrumpido los trabajos, y me doy cuenta de que estarás tan deseoso como yo misma de que se solucione el caso. Por eso puede decirse que tenemos intereses coincidentes.

Hjörtur no parecía muy dispuesto a tragarse aquello sin más.

– Ciertamente, espero que la policía termine lo antes posible, pero a mí no me importa tanto como a ti. Lo que me está esperando a mí lleva ahí treinta y cinco años. Unos días o unas semanas más no cambiarán demasiado el contexto general. De manera que no somos compañeros de armas en este asunto -cruzó los brazos-. Si no hay nada más que pueda hacer por vosotras, me gustaría seguir trabajando. Estoy utilizando este tiempo muerto para redactar unos informes que tengo pendientes. No nos podemos quedar rascándonos la barriga hasta que vuelvan a abrir el escenario, cuando llegue el momento.

Bella dejó escapar un bufido y Þóra se apresuró a volver a hablar antes de que la secretaria dijese cualquier barbaridad.

– Quería hacerte unas preguntas, y prometo ser breve -dijo Þóra-. Te verás libre de nosotras antes de que te des cuenta.

Sonrió esperanzada, pero Bella no apartaba los ojos del arqueólogo. Þóra no sabía muy bien si fue la mirada de su secretaria o su propia sonrisa lo que conmovió a Hjörtur, pero este se manifestó conforme con dedicarles al menos unos minutos. Entraron tras él en una pequeña salita de reuniones y se sentaron.

– ¿Se ha encontrado algo en la excavación que pudiera tener relación con los cadáveres? -preguntó Þóra-. Algo que quizá no tuviera un significado especial cuando se encontró pero que ahora podría explicarse sabiendo lo que había en el sótano. No me limito a la casa de los padres de Markús.

– No -respondió Hjórtur-. No recuerdo nada por el estilo. Tampoco es que lo haya pensado mucho.

– Tengo entendido que conserváis todo lo que encontráis -dijo Þóra-. ¿Existe alguna posibilidad de echar un vistazo a esos objetos?

Hjórtur sacudió la cabeza.

– No, me parece inimaginable que se le permitiera a nadie. La intención es permitir a los dueños de las casas que examinen las cosas, con nosotros detrás, y que lleguemos a un acuerdo sobre el destino de esos objetos -dijo empujando a un lado una taza de café sucia-. La idea es organizar una exposición de esos objetos en la zona de excavación y, esperemos, también dentro de las casas mismas. Como sabes, el municipio de Heimaey es el propietario de todo lo que aparezca bajo las cenizas. Pero al mismo tiempo, naturalmente, queremos intentar reunirnos con los dueños originarios de esas pertenencias. Objetos que a lo mejor a nosotros nos resultan indiferentes pueden ser valiosísimos a los ojos de sus antiguos propietarios, por razones sentimentales -Hjörtur respiró hondo-. Muchos se han puesto en contacto con nosotros por ese motivo; la gente está interesada especialmente en álbumes de fotos y cosas semejantes, aunque también preguntan por cosas raras, como una gorra de estudiante, trofeos y relojes de pulsera. Anotamos todo lo que encontramos y gracias a eso es fácil comprobar qué procede de cada casa. Organizar todo eso es una empresa ingente, y aún no hemos llegado a ello.

– ¿La policía no ha expresado su deseo de examinar las pertenencias? -preguntó Þóra, extrañada-. Podría pensarse que al menos les interesaría lo que pudiera haber en casa de Markús.

Hjörtur sacudió la cabeza:

– Todavía no, y esperemos que no lo hagan. He hecho un trabajo ingente almacenando todo eso, y sería espantoso tener que ponerse a revolver en las cajas.

– ¿Tienes algo en contra de darme una copia del catálogo de objetos? -preguntó Þóra-. Es posible que me sea de utilidad, aunque naturalmente es bastante improbable.

La boca de Hjörtur se crispó.

– Tengo que comprobarlo -dijo secamente.

Þóra decidió no insistir mucho en el asunto por el momento.

– ¿Habría podido entrar alguien en el sótano antes que Markús? -preguntó-. ¿Cómo estaba el acceso desde la puerta hasta allí abajo cuando se limpió la planta baja?

– ¿Me preguntas si alguien puede haber introducido los cadáveres después de excavar la casa? -preguntó Hjórtur.

– Sí, en realidad sí -respondió Þóra-. Aumentaría considerablemente el número de personas que podrían tener relación con el caso.

– Que yo sepa, cerramos la puerta del sótano de forma suficiente en cuanto llegamos a ella, y además tú te mostraste conforme con la forma en que lo hicimos, si no recuerdo mal -dijo Hjörtur sin hacer gesto alguno-. No transcurrieron más que unas pocas horas desde que destapamos la puerta, y luego volvimos a cerrarla con clavos. Todo de acuerdo con nuestros métodos. Naturalmente que quien quisiera entrar podía haberlo hecho, pero queda excluido que nadie haya llevado unos cadáveres al sótano recientemente.