– ¿Cómo lo sabes? -preguntó Þóra-. No me malinterpretes, no estoy insinuando que tú o tu gente tengáis parte alguna en el caso.
– Yo bajé con la policía después del hallazgo de los cuerpos, y no es necesaria mucha experiencia en excavaciones para darse cuenta de que llevaban allí años y hasta decenios, no unos pocos días.
– ¿Se habría podido manipular algo para hacer creer que llevaban todo ese tiempo? -preguntó Þóra-. ¿Como echar ceniza por encima de los cuerpos, o cualquier otra cosa que pudiera dar la impresión de que llevaban allí años sin que nadie los tocara?
– No -dijo Hjörtur con decisión.
– ¿Tienes alguna hipótesis sobre quiénes son esas personas? -preguntó Þóra-. Tú eres de aquí, ¿verdad?
Hjórtur sonrió.
– La erupción se produjo el día que cumplí tres años, de modo que yo no puedo contarte demasiadas cosas sobre lo que pasó ni sobre las personas que vivían aquí -respondió-. Pero, al mismo tiempo, puedo excluir que se trate de gente de Heimaey. Todos se salvaron de la erupción y cuatro hombres no habrían podido desaparecer así sin más.
Þóra prefirió no mencionar al hombre asfixiado en el sótano de la farmacia.
– Pero seguramente habrás pensado en ello, supongo -continuó Þóra-. ¿Quiénes eran? Como arqueólogo, tienes que sentir curiosidad por lo que sucede en tu propia excavación, ¿no?
– Naturalmente que sí -respondió Hjörtur-. Pero carezco de excesiva imaginación y no he sacado mucho en limpio cuando me he puesto a pensar en ello. Sin embargo una cosa sí que está clara -añadió-. Busqué por pura curiosidad en periódicos de esa época, que tenemos aquí en anticuados microfilmes, y no encontré nada sobre la desaparición de personas, ni islandeses ni de cualquier otra nacionalidad. Parece que a estos no los echaron mucho de menos, lo que es bastante curioso -carraspeó-. No sé si pudiste ver bien cuando estuviste ahí abajo, pero cuando fueron a buscarme ya habían instalado reflectores. No pude dejar de ver que al menos dos de aquellos hombres llevaban anillo de boda. ¿Qué clase de maridos son esos, si sus mujeres ni siquiera los buscan?
Un fugaz pensamiento sobre su ex marido recorrió la mente de Þóra, pero se libró enseguida de él.
– Buena pregunta -se limitó a decir-. ¿Observaste algo que pudiera indicar que esos hombres fueran marinos? -preguntó a continuación-. Se me ocurrió que a lo mejor tenía algo que ver con la guerra del bacalao.
Hjörtur sacudió la cabeza despacio, y respondió:
– Por lo que pude ver y por lo que recuerdo, no llevaban impermeable marinero ni ninguna otra cosa que pudiera ser propia de los marineros de entonces. Naturalmente, no es que los marinos lleven siempre puesta su ropa de trabajo, igual que le pasa al resto de la gente -sonrió y bajó la vista a sus desastrados pantalones vaqueros.
– Comprendo -dijo Þóra, que esperaba una respuesta diferente, a ser posible que aquellos hombres llevaban redes y bicheros. Reflexionó por un instante, pero enseguida continuó-: ¿Crees que alguien haya podido confundirse de casa y dejar los cuerpos en un lugar inverosímil? -preguntó-. ¿No es cierto que durante la erupción no se podía ver con claridad?
Hjörtur se encogió de hombros.
– Bueno, no sé -dijo-. Me permito dudarlo, pero no puedo estar cien por cien seguro -se pasó la mano por la frente-. Existe también la posibilidad de que la casa en la que había que meter los cadáveres ya no estuviera a la vista, y que en su lugar eligieran la casa de Markús -volvió a encogerse de hombros-. Han abierto una estupenda página web sobre los edificios desaparecidos. Tanto los que fueron arrasados por la lava como los que fueron cubiertos por la ceniza, que son los que estamos excavando ahora. Quizá ahí puedas encontrar algo que te sirva de ayuda.
Þóra le sonrió cuando escribió la dirección de la página. Era un buen detalle por su parte. Quizá los cuerpos no tendrían que haber acabado allí y fueron los caprichos del volcán los que decidieron dónde se podían meter. ¿Por qué iba uno a dejar unos cuerpos en el sótano de su casa cuando tenía tantas otras a su disposición? Parecía claro que el enigma de los cadáveres estaba empezando a enfadar a Þóra. Tenía que encontrar la historia que había detrás de todo aquello. En primer lugar por los intereses de Markús, pero también para saciar su propia curiosidad.
Þóra estaba sentada con una humeante taza de cappuccino en la mano, en el mismo restaurante del puerto en el que había cenado con Bella la tarde anterior. Entonces se enteró de que allí se podía tener acceso a un ordenador, con lo que podía matar dos pájaros de un tiro: tomarse un café y navegar por la Red. Bella y Þóra se distribuyeron las tareas: Þóra envió a Bella al archivo municipal mientras ella se dedicaba a mirar la página de web de la que había hablado Hjörtur. Þóra se daba perfecta cuenta de que lo que le tocaba a ella era mucho mejor que lo de Bella, iba a estar en un entorno agradable con una taza de café mientras Bella se dedicaba a hojear viejos papelotes polvorientos en busca de dos nombres. Pero también pensó que aquello era una compensación por la diferente diversión de cada una la noche anterior. Aunque, en cualquier caso Þóra le habría dicho a la secretaria que se fuera bien lejos simplemente para no tener que verla, naturalmente tenía la esperanza de que la chica consiguiera algún resultado que valiese la pena, si bien la esperanza era débil. Þóra la había enviado al archivo sin tener ni idea de si los documentos relativos a los traslados a Reikiavik la noche de la erupción seguían guardados allí, pero como Bella no la había telefoneado aún, debía de haber encontrado algo en lo que rebuscar. A menos que el archivero fuera un hombre y Bella lo tuviera ya agarrado por la patita.
Þóra leyó rápidamente el texto de la pantalla. Encontró enseguida informaciones sobre la casa de Markús y las personas que vivieron en ella, y al momento reconoció los nombres de los padres y de los dos hermanos. Apuntó rápidamente los nombres de los habitantes de las casas contiguas y luego anotó todas las personas que se mencionaban en referencia a las otras diez casas de la misma calle. Los nombres no le decían nada, aparte de que, probablemente, Kjartan, a quien había ido a visitar con Bella en la administración portuaria, vivía al lado de Markús. Por lo menos, el dueño de la casa era Kjartan Helgason. Podía ser simplemente alguien con el mismo nombre, pero el caso era que en aquella página no aparecía más información sobre él.
Þóra eligió a continuación un enlace llamado Residentes de la calle Sudurvegur, con la esperanza de encontrar más datos sobre los que vivían allí. Había breves biografías de cuatro vecinos. La suerte quiso que una de ellas fuera precisamente la de Kjartan Helgason, y que además el artículo estuviera acompañado por una foto, que fue bienvenida. Þóra reconoció al hombre de inmediato. Pero su biografía no decía mucho, aparte de que Kjartan había estado embarcado muchos años, que después se había dedicado a cosas diversas hasta que empezó a trabajar como vigilante del puerto. Estaba casado y tenía cuatro hijos, todos ellos adultos. Después, Þóra leyó rápidamente las otras biografías, pero no encontró nada que pudiera ayudar a Markús. Lo único que le llamó la atención fue la cantidad de hijos que había en cada casa. Con la excepción de un matrimonio que al parecer no tenía hijos, Magnús y Klara eran quienes menos descendencia tenían, solo Leifur y Markús. Þóra bebió el último resto de su café y llamó a Bella para saber cómo le había ido y también, en parte, para cerciorarse de que no tenía que preocuparse por el archivero. La secretaria estaba frenética. Los documentos estaban ciertamente en el archivo, pero aún no había conseguido encontrar el barco en el que trasladaron a Markús, y los documentos estaban ordenados por los nombres de los barcos. Þóra hizo lo posible por animarla y puso de relieve la importancia del trabajo que estaba haciendo. Después se despidió de la secretaria y le dijo que volvía al hotel, donde se encontrarían y decidirían la mejor manera de pasar el resto del día hasta la hora de ir a cenar a casa de Leifur, el hermano de Markús.