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Þóra no había pensado en esa posibilidad, y anotó en su memoria que tenía que informarse sobre la desaparición de militares de la base aérea de Keflavík en esa época. Esperaba que con la repatriación de las fuerzas americanas de defensa no hubieran desaparecido también los informes.

– ¿Hay alguna forma de tener una charla con tu padre? -preguntó con cautela-. A lo mejor recuerda aún aquello, aunque el momento actual esté ya fuera de su alcance.

Leifur sonrió con tristeza.

– Desgraciadamente no me parece muy probable. Aunque mi padre tiene sus altibajos, ya ha pasado la época en que se pueda tener con él una conversación con sentido. Habla, pero las palabras que pronuncia suelen carecer de cualquier contenido, y no tienen nada que ver con el tema de la conversación. En cambio, mi madre tiene la cabeza perfectamente -miró a Þóra a los ojos-. ¿Vas detrás de algo en concreto? ¿Crees que mi padre puede haber tenido alguna clase de relación con eso?

Þóra se dio por satisfecha con que Leifur no pareciese enfadado, sino simplemente lleno de curiosidad.

– No, en absoluto. Confiaba en que él pudiera explicarme algo sobre la gente que entraba en vuestra casa, o en que tuviera alguna conjetura sobre quiénes son esos hombres -respondió-. Es bastante probable que controlara lo que pasaba en su propia casa. Sin duda, otros miembros del equipo de salvamento estaban menos interesados en ella.

– Eso es cierto, sin duda -dijo Leifur-. Pero me temo que no podrá ayudarte. Por desgracia. Y con mi madre tampoco se puede contar, porque no estuvo aquí durante los trabajos de salvamento. Aunque quizá sí que podría recordar las idas y venidas de extranjeros los días anteriores a la erupción -sacudió la cabeza-. Aunque, a decir verdad, no sé qué pensar. Tal vez no recuerde absolutamente nada de aquello. Han pasado más de treinta años. Yo solo recuerdo retazos.

Un débil olor a humo les llegó a la nariz, y Bella se revolvió en su silla.

– ¿Se puede fumar aquí? -preguntó mirando a Leifur con ojos esperanzados.

– María se va a fumar a la cocina -respondió indicándole la puerta con una mano-. Si quieres, puedes fumar tú también. Estará encantada de tener compañía.

Bella no se lo hizo repetir dos veces.

– ¿Tú conocías mucho a Alda? -preguntó Þóra a Leifur cuando se quedaron solos-. Ella parece ser el personaje clave de todo esto, si es verdad la historia de tu hermano sobre el origen de la caja con la cabeza. Algo me dice que los cadáveres y la cabeza son dos ramas de la misma historia. Cualquier otra explicación sería un tanto rebuscada.

– Estoy de acuerdo con eso -respondió Leifur-. Pero por desgracia he de reconocer que en realidad no conocía a Alda. Naturalmente, sabía quién era y que había bastante relación entre sus padres y los nuestros en esa época pero, como ya te he dicho, ella era más joven que yo y por eso no le presté nunca demasiada atención. Después de que llegáramos a tierra firme, la relación entre nuestros respectivos padres se cortó casi por completo. Ella se fue con su familia al noroeste del país, a Vestfirðir, si no recuerdo mal, mientras que mi padre siguió trabajando en la pesca, en el sur.

– Pero su madre vive aquí en Heimaey, ¿no? -preguntó Þóra-. Me enteré por Kjartan, el de la administración del puerto, y también de que el padre murió hace poco -y añadió como explicación-: Fui a verle por recomendación de Markús.

Leifur asintió.

– Como ya te dije antes, Jóhanna, la hermana de Alda, sigue viviendo en la isla, pero no sé exactamente si la madre también vive aquí-dijo entonces-. Si tengo que ser sincero, nunca tuve excesivo aprecio por ese viejo amigo de mi padre. Sobre todo desde que yo me hice cargo de la empresa.

– ¿Y eso? -preguntó Þóra con extrañeza-. ¿Qué sucedió?

Leifur se encogió de hombros con indiferencia.

– Mi padre era demasiado sentimental, en mi opinión, en su relación con ellos. No quiero dar a entender que no fueran buena gente, sobre todo Geiri, el padre de Alda, aunque no todas sus relaciones fueran del todo como deberían.

– Ahora sí que no entiendo -dijo Þóra-. ¿De qué relaciones me estás hablando?

– La compra del primer barco -respondió Leifur-. Formaron una sociedad para comprarlo mi padre y Geiri, el padre de Alda. De modo que al principio la empresa era propiedad de los dos -señaló el óleo de un barco que estaba colgado en la pared detrás de Þóra-. Ese es el barco, Strokkur VE, un buque de motor de cien toneladas. Ese cuadro estaba en la oficina de mi padre. Lo quité de allí cuando tomé la dirección, porque recordaba demasiado a mi padre y quería que estuviese perfectamente claro que era una persona nueva la que estaba ahora al mando. Pero quería seguir teniéndolo a la vista. No solo en el trabajo -Leifur sonrió para sí-. Hoy día no se consideraría un barco del otro mundo, pero en su tiempo no estaba nada mal -el gesto de Leifur dejaba ver que aún se sentía unido a aquel barco, aunque el cuadro en sí no pudiera contarse entre las obras de arte maestras-. Llevaban solo un par de años con el barco cuando se produjo la erupción, y mi padre tuvo un enfrentamiento con Geiri sobre la continuidad de la empresa. Mi padre quería seguir con ella después de la erupción, pero Geiri simplemente renunció y le vendió su parte.

– Vi una noticia de esa época que trataba de un arrastrero que hundieron para cobrar el seguro -dijo Þóra-. Eso parece indicar que la pesca no enriquecía a la gente.

– Exactamente -dijo Leifur-. En esa época hubo problemas tremendos, aunque afortunadamente nunca se llegó a medidas tan desesperadas como la que acabas de decirme; pero en los peores momentos se estuvo realmente cerca.

– ¿Tu padre era rico antes de la creación de la empresa? -preguntó Þóra apartando la vista del óleo y mirando a Leifur-. No sé prácticamente nada sobre barcos, pero me imagino que costarán lo suyo.

Leifur sonrió.

– No, no era rico en realidad. Invirtió todo lo que tenía para adquirir su parte, pero no alcanzaba más que para una participación no demasiado grande del valor total del barco. Él y Geiri pidieron un crédito bastante elevado a fin de comprar el barco, hipotecando todas sus propiedades. El barco, naturalmente, también estaba completamente hipotecado. En consecuencia, mi padre solo tuvo que pagarle a Geiri lo que había puesto al principio, pero no se preveía un crecimiento de la empresa en esos primeros años y no estaba claro si podría mantenerse después de la erupción. Una parte de las cosas hipotecadas desapareció con nuestra casa, lo que complicó considerablemente la situación financiera -Leifur bebió un sorbo de vino-. Pero mi padre no se rindió pese al viento en contra, y lo cierto es que le echó aún más coraje al asunto. Logró conservar el barco y mejoró aún más la situación cuando compró, a precio de saldo, la única planta de procesamiento de pescado que había en el puerto; lo hizo antes de que terminara la erupción. El anterior propietario se había declarado en quiebra y él aprovechó la oportunidad y la puso en marcha antes incluso de que la erupción acabara del todo. Cuando se acordó la venta, nadie creía que fuera a conseguirlo, pero es que entonces todo el mundo pensaba que cualquier propiedad que hubiera en las Islas Vestmann perdería todo su valor.

– ¿Y cómo pudo tu padre hacer frente a los gastos? -preguntó Þóra-. ¿Se podía pescar a pesar de la erupción?

– La flota de las Vestmann consiguió un récord ese invierno. Mi padre pescó más que nunca, aunque no desembarcó el pescado en Heimaey hasta que adquirió la planta. Mi padre era muy trabajador, pero también un hombre afortunado. Las buenas pescas y la inflación, que fue suavizando el coste del préstamo con el paso del tiempo, hicieron que empezara a amasar mucho dinero. Cuando la planta volvió a funcionar, pudo ir comprando más barcos poco a poco, y con el tiempo añadió un arrastrero, luego otro y así sucesivamente. Los cimientos de la empresa, tal como es hoy, los edificó, claramente, durante la erupción. Su determinación en unos momentos en que parecía que la entrada al puerto iba a quedar cerrada por la lava fue la causa de su riqueza, pero su amigo, que se acobardó en los momentos difíciles, se quedó a verlas venir.