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– En la oficina de Kjartan vi una foto en la que están tu padre, ese tal Geiri y unos cuantos más -dijo Þóra-. Uno de ellos era el comisario, Guðni, que tengo entendido que formaba parte del grupo de amigos de tu padre. Imagino que en algún momento esa amistad se cortó.

Leifur sacudió la cabeza.

– No, mi padre y Guðni han sido amigos siempre. En cambio Kjartan se enfadó cuando surgió un caso de tráfico ilegal de alcohol en el que se vio envuelto. Pensaba que lo más apropiado era que Guðni se olvidara de su participación en el contrabando, puesto que eran amigos. Por fortuna, mi padre no estaba involucrado en el caso. Pero no acabo de entender por qué montó tanto jaleo Kjartan con ese asunto, porque el caso se sobreseyó y él no sufrió ningún perjuicio -Leifur carraspeó y jugueteó con los botones de su camisa. Þóra tuvo la sensación de que no le estaba diciendo toda la verdad, pero tampoco estaba segura de que estuviese mintiendo. Leifur miró a Þóra con ojos interrogantes-. ¿Guðni te está causando problemas?

– No -dijo Þóra a regañadientes-. Al menos todavía no. Esperemos que la investigación termine sin que suceda tal cosa.

El rictus de la boca de Leifur se endureció y parecía estar a punto de decir algo, pero aparecieron María y Bella con un nubarrón de humo detrás de ellas y Leifur se contuvo. Para enorme alivio de Þóra, el plato principal era una pierna de cordero. Dudaba si Leifur le había mentido. Quienes no tienen mucha costumbre de decir mentiras se delatan siempre.

Capítulo 12

Martes, 17 de julio de 2007

Þóra dejó el móvil y suspiró.

– No contesta -le dijo, decepcionada, a Bella-. Esta era la última.

Estaban sentadas en el vestíbulo del hotel, donde Þóra había podido acceder a un ordenador y había encontrado el número de teléfono de las mujeres que Markús había dicho que eran amigas de Alda en la infancia. Þóra le había telefoneado poco después de levantarse para decirle que no estaba avanzando nada en la búsqueda de personas que pudieran apoyar su historia sobre la caja. Markús, por su parte, tuvo ciertos problemas para recordar los patronímicos, de modo que, tras una larga búsqueda, Þóra se quedó con solo cinco nombres. Tres habían contestado, pero todas contaban lo mismo. Eran grandes amigas de Alda en su juventud pero no habían vuelto a tener contacto con ella, porque se marchó al noroeste después de la erupción y no volvió a las islas, como ellas, al año siguiente.

De acuerdo con el testimonio de esas mujeres, la inmensa mayoría de los desplazados fueron a vivir al área metropolitana de Reikiavik, pero, por algún motivo, la familia de Alda acabó en otra región, en una zona rural. No sabían si había sido por cuestión de parientes o de trabajo, porque en esa época ya no hablaban con Alda, aunque intentaron localizarla por todos los medios. No estaba en el grupo especial que formaron en la escuela de Bústaði, en Reikiavik, para los jóvenes de Heimaey, ni tampoco en el viaje a Noruega que hicieron el verano después de la erupción, un viaje al que invitaron a todos los niños de las Vestmann entre los seis y los dieciséis años de edad. A una de las mujeres le había parecido muy extraño porque, según le contó, Alda decía que le apetecía muchísimo viajar al extranjero. Ninguna de ellas reconoció que Alda les hubiera contado secreto alguno justo antes de la erupción, y tampoco ninguna de ellas coincidió en el mismo barco con Alda cuando se evacuó a la población a tierra firme. De modo que no podían testificar sobre posibles conversaciones entre Alda y Markús, aunque todas recordaban perfectamente a este, e incluso contaron lo enamorado que estaba de Alda. Prácticamente lo único que salió de estas conversaciones fue que una mujer expresó su extrañeza de que Alda no regresara a las islas con sus padres cuando estos volvieron, pues prefirió quedarse en Reikiavik para asistir al instituto bajo las alas protectoras de la familia de su padre. La mujer añadió que creía que Alda no había vuelto a poner un pie en Heimaey después de la erupción. Þóra dejó el móvil en el bolso.

– Si es exacto que Alda nunca volvió por aquí después de aquello, eso indicaría bastante claramente que sucedió algo -dijo Þóra.

– ¿Cómo qué? -preguntó Bella, sin mucho interés-. ¿Qué tiene que ver eso con que haya alguien por ahí con una cabeza metida en una caja?

– Pues tienes razón -dijo Þóra. Lo que decía Bella tenía sentido. ¿Qué sucesión de hechos puede desembocar en que una chica joven ande por ahí con la cabeza, de un hombre?-. Al menos, me parece muy improbable que ella asesinara a nadie, por lo joven que era.

– ¿Por qué? -preguntó Bella-. Cuando más probabilidades tenía yo de matar a alguien era precisamente en los años de mi adolescencia -miró fijamente a Þóra-. Incluso me habría resultado fácil hacerlo.

Þóra sonrió con desgana.

– Ya, mira tú -se limitó a decir, aunque su mente estaba en otro sitio. Sin duda, Bella era capaz de hacer algo como eso, pero no solo entonces, también ahora. Þóra no tuvo tiempo de darle más vueltas al asunto, porque sintió un golpecito en el hombro: detrás de ella había una mujer de unos cuarenta años. Iba vestida con un traje de chaqueta azul y en el pecho llevaba una plaquita con el nombre, donde ponía: «Jóhanna Þorgeirsdóttir». Tenía que ser la hermana de Alda. Sin duda alguna, Leifur había mantenido su promesa de la noche anterior.

– Hola, ¿eres Þóra Guðmundsdóttir? -preguntó aquella mujer en voz baja. Tenía los ojos enrojecidos y el rostro hundido-. La señora de la recepción me indicó que eras tú.

Þóra se levantó y le estrechó la mano, pero el gesto con el que se encontró era de todo menos amistoso.

– Sí, hola, soy yo. Tú debes de ser la hermana de Alda -Þóra apretó más la mano en su saludo-. Te acompaño en el sentimiento por la muerte de tu hermana -le soltó la mano, pues ella no respondía a su saludo-. No era mi intención que tuvieras que venir tú a verme, espero que no te haya dicho Leifur que lo hagas.

El gesto de la mujer se endureció aún más.

– No hablé con Leifur. Él llamó al director de la sucursal, que me mandó venir. Leifur es un buen cliente del banco. Los buenos clientes merecen un buen servicio. Así no se irá a otro sitio.

Þóra reprimió su enfado con Leifur. Por lo que ella había entendido, conocía a la hermana de Alda y sería él quien hablaría personalmente con ella. Lo que menos deseaba Þóra era que a una mujer que acababa de perder a su hermana anduvieran mandándola de acá para allá como si fuera una simple repartidora de pizzas.

– Te pido disculpas muy sinceramente -fue lo único que se le ocurrió decir mientras procuraba quitarse de encima el malhumor. Se dominó. Aquella mujer humillada que tenía delante se merecía algo mejor-. No tienes ninguna obligación de hablar conmigo, y puedes hacerlo solo si quieres. Comprendo que estarás intentando recuperarte del golpe que has sufrido y no tengo ningún interés en aprovecharme de la falta de tacto de Leifur y de ese director de sucursal para el que trabajas. De ninguna manera.

La mujer levantó los ojos y adelantó la barbilla.

– En realidad, el director de la sucursal es una mujer -miró a su alrededor como buscando algo-. Pero creo que haríamos mejor en sentarnos un momento. Dos de nuestras cajeras avisaron esta mañana de que estaban enfermas. Las normas de funcionamiento del banco establecen que siempre tiene que haber dos personas en la caja. Yo soy una de las dos que fueron a trabajar hoy -indicó un tresillo delante del mostrador de la recepción-. Sentémonos ahí. Que la directora de la sucursal decida si es ella o la mujer de la limpieza quien me sustituye.