– ¿Alda era buena estudiante? -preguntó.
– Sí, muy buena -respondió Jóhanna-. Siempre fue muy aplicada y trabajadora. Además, le encantaba estudiar. Lo contrario que yo -la mujer sonrió, pero solo fue un instante-. Qué curioso -continuó, sin que su gesto dejara traslucir que estuviera pensando en algo divertido-. Le he dado muchísimas vueltas a lo que le pasó a Alda, pero jamás se me ocurrió pensar que pudiera tener relación con los cadáveres del sótano. Estaba segura de que guardaba alguna relación con su trabajo en urgencias. Que alguno de esos repugnantes violadores se coló en su casa y la mató.
– Como te he dicho, no hay nada claro aún sobre si hay relación -dijo Þóra-. A lo mejor, lo de los cadáveres no está relacionado con la defunción de Alda en absoluto.
– Pues yo estoy completamente convencida -dijo Jóhanna, y cruzó los brazos.
Þóra sabía que la gente, cuando sufre una pérdida que aún no ha superado, se agarra desesperadamente a un clavo ardiendo, a las teorías, hipótesis y explicaciones más estrambóticas de los sucesos que no pueden entender con argumentos racionales. Así tienen otra cosa en que pensar, para olvidar por un momento la constante e inevitable sensación de falta a la que aún tienen que enfrentarse.
– Sin duda, se sabrá en su momento -dijo Þóra con cautela-. Esos violadores que acabas de mencionar…, ¿Alda tenía relación con ellos? Pensaba que solo tenía relación con las víctimas, no con los verdugos -Markús le había contado que Alda trabajaba a tiempo parcial en un servicio de apoyo a víctimas de violación.
– Es una tontería mía, no hago más que pensar en toda clase de cosas -respondió Jóhanna-. Que yo sepa, ella no llegaba a verles, pero estaba fantaseando con la idea de que uno de ellos se hubiera enterado de su nombre y quisiera vengarse. Tuvo que testificar en dos casos de esos, por lo menos. En realidad ya estaba harta y había dejado ese trabajo cuando sucedió el horror. Pasó algo que no tuvo tiempo de contarme. Pensaba venir aquí el próximo fin de semana, y se pensaba quedar en mi casa. Dijo que tenía que decirme algo y que quería hacerlo cara a cara.
– ¿Que pensaba venir a Heimaey? -preguntó Þóra-. Tenía entendido, por lo que me contaron sus amigas, que desde que salió de la isla la noche de la erupción no había vuelto nunca.
– Es cierto -respondió Jóhanna-. La erupción la afectó de tal manera que no se atrevió a volver nunca. Además estaba estudiando, y trabajaba todos los veranos. No estoy segura de si fue una decisión consciente suya; sencillamente las cosas se dieron así. A lo mejor quiso cortar los lazos con las Vestmann, aunque nunca dijo nada por el estilo. Lo triste es que, después de la erupción, los niños de las islas se avergonzaban de decir de dónde eran. Nos despreciaban porque decían que éramos unos gorrones que vivíamos a costa de la nación. Los islandeses no han sido nunca muy sensibles a la miseria de los demás, sobre todo cuando se trata de compatriotas. Su compasión no llega muy lejos. A lo mejor Alda quiso poner distancia entre ella y las islas por ese motivo.
Þóra dudaba de que esa fuera la explicación. Más probablemente, el suceso que obligó a Alda a pedirle a Markús que se encargara de la cabeza la habría marcado de tal forma que no podía ni pensar en regresar a los mismos lugares.
– Eso de que quería hablar contigo…, ¿te dio alguna pista sobre de qué podía tratarse? -preguntó Þóra.
Jóhanna sacudió la cabeza.
– Se comportó de forma un tanto extraña en todo esto. Dijo que hacía tiempo que habría debido sentarse a hablar conmigo para descargar su corazón -Jóhanna calló, parecía a punto de llorar-. Por eso sé que no se mató. No lo habría hecho antes de hablar conmigo. Puso tanto énfasis en ello que es imposible que ni siquiera telefonease para decirme qué es lo que tenía en el fondo de su alma.
– ¿Cuándo fue la última vez que hablaste con ella? -preguntó Þóra.
– El día antes de su muerte -respondió Jóhanna-. Llamó para decirme que había comprado el billete, y parecía bastante más alegre que en la anterior conversación telefónica -Jóhanna levantó la mano hasta la altura del ojo y se lo frotó-. Era como si hubiera recibido buenas noticias, o como si se hubiera quitado de encima alguna carga. Pero no sé de qué se trataba.
Þóra sospechaba que sería el estar segura de que Markús iba a sacar la cabeza del sótano. Alda tenía que haberse sentido bastante mal mientras no se sabía qué iba a suceder con la excavación. Esa podía ser la explicación de su tristeza cuando habló con su hermana. Cuando todo parecía estar ya en marcha, recuperaría la alegría, aunque le duró poco, pues todo sucedió de la peor manera de las posibles.
– Esperemos que llegue a saberse -dijo para consolarla.
– Me dijo una cosa que no entendí -dijo Jóhanna pensativa-. Me preguntó en qué circunstancias me haría yo un tatuaje. Estaba tan contenta y feliz que no le importó mucho que yo no fuera capaz de contestarle. Luego charlamos un poco de que no hay que juzgar a los demás y ella dijo que no volvería a cometer el mismo error en el futuro. Añadió que me lo explicaría todo el fin de semana próximo, y yo tuve la sensación de que su pregunta sobre el tatuaje tenía alguna clase de relación con su alegría.
¿Un tatuaje? Þóra frunció las cejas. ¿Qué relación podía tener eso con todo lo demás?
Capítulo 13
Martes, 17 de julio de 2007
Þóra estaba encantada con Bella. La joven estaba a su lado, con los brazos cruzados sobre el pecho y un gesto tal de enojo que conseguía que el policía, Guðni, se rebullera inquieto en su silla.
– Está más allá de todo lo tolerable que una tenga que enterarse en la calle de la marcha de la investigación -continuó Þóra-. Como tú eres el jefe de esta comisaría, de donde tiene que haber salido la información, exijo responsabilidades por la filtración.
Las nubes de tormenta de Bella asintieron para reforzar sus palabras. El policía se movió inquieto en su silla y luego se inclinó sobre la mesa.
– Yo no he filtrado nada -dijo con tranquilidad-. Aquí trabajan seis policías además de mí, aparte de una telefonista y de las mujeres de la limpieza. Cualquiera de ellos puede haber hablado de forma imprudente sin que yo ni siquiera me haya enterado. Así que tendrás que pensártelo bien antes de acusarme de romper el secreto.
– ¿Acusarte de revelación de secretos? -respondió Þóra con brusquedad-. No estoy acusándote de nada en absoluto. He venido a reclamar una fotocopia del informe de la autopsia que, según tengo entendido, obra en tu poder. Prefiero leerlo yo misma en vez de tener que hacer caso a los cotilleos de cualquier maruja.
– Comprendo -dijo Guðni más tranquilo. Claramente, no estaba muy contento con la marcha del caso, pero intentaba que no se notara mucho. A pesar de ello, Þóra percibió un mínimo temblor en torno a las comisuras de la boca del comisario-. Me encargaré de que te lo entreguen. Quizá debería consultar lo que dice el libro sobre estas cosas.
– Hazlo -respondió Þóra, que sabía que aquel hombre no tendría ni idea de dónde buscar las normas sobre la entrega de actuaciones en un caso penal. En realidad, dudaba de que hubiera en el despacho ni siquiera una fotocopia de las normas básicas, y de que Guðni fuera capaz de encontrarlas en Internet.
– Pero no sé de qué iba a servir -dijo Guðni, poniéndose en pie. Cogió un montón de papeles apilados en un rincón y lo agitó delante de su propia cara-. Ibas a tener esto muy pronto, en todo caso, porque estoy prácticamente seguro de que Markús va a ser detenido dentro de muy poco. La autopsia es de todo menos favorable para él.
– ¿En qué te basas para decir eso? -preguntó Þóra, extrañada. Le entraron unos deseos enormes de arrebatarle la autopsia al comisario y empezar a leerla.