– Me baso en que aquí se explica por primera vez que esos hombres fueron asesinados. De manera que se trata de una investigación criminal. Además, en el informe se hacen conjeturas muy plausibles sobre la nacionalidad de los mismos. Probablemente son ingleses, así que nos hemos puesto en contacto con la policía del Reino Unido y les hemos pedido que comprueben quiénes pueden ser. Sin duda, enseguida aparecerá información sobre el caso en los medios de comunicación británicos y, en cuanto eso suceda, puedo garantizarte que nuestra policía se pondrá nerviosa y, como enseguida empezarán a exigirnos resultados, habrá que poner a Markús en prisión preventiva. Él es el único relacionado con el caso, por el momento. -Suspiró pesadamente. Guðni miró fijamente a Þóra a los ojos-. A Alda no pueden encerrarla.
– No, eso es evidente -dijo Þóra. Aunque fuera un serio perjuicio para ella, tenía que reconocer que Guðni tenía razón. Suspiró en silencio. Los pocos que podrían explicar, quizá, el asunto y limpiar a Markús estaban muertos o habían perdido la razón.
– No mejora nada las cosas que esos ingleses fueran asesinados durante la guerra del bacalao -dijo Guðni-. Existen ciertos grupos sociales que todavía braman de ira por aquel enfrentamiento, tanto aquí como en Gran Bretaña. Los medios de comunicación británicos pondrán de relieve, sin lugar a dudas, esa vertiente del caso.
– ¿Tú crees que esos hombres fueron asesinados por el pescado? -le espetó Bella-. ¿Por unos bacalaos?
Guðni miró a Bella con un gesto de conmiseración.
– El bacalao es dinero en forma de pez. No se debe subestimar su importancia.
Bella estaba a punto de responder, pero Þóra se apresuró a intervenir antes de que dijera nada.
– ¿Y eran marinos? -preguntó a Guðni.
– Eso no se dice explícitamente, pero más vale que te lo leas tranquilamente y saques tus propias conclusiones -respondió Guðni-. Así que voy a fotocopiar esto lo más rápido posible para que puedas empezar a leer enseguida. Podéis esperar aquí mientras tanto -pasó a su lado sin decir nada más.
Bella le hizo una mueca cuando salió, y luego observó el pequeño despacho.
– Menudo idiota-dijo entonces, al parecer hablando más para ella misma que a Þóra. Se acercó a la mesa de Guðni y echó un vistazo a lo que había encima de ella.
– ¡Por todos los demonios, no te pongas a mirar sus cosas! -le susurró Þóra, enfadada.
– No nos habría dejado solas si no hubiese querido que viéramos lo que hay aquí dentro -dijo Bella inclinándose. Dio la vuelta a una de las hojas de papel, para mirar lo que decía-. ¿Cuándo fue la erupción esa, que se me ha olvidado? -preguntó.
Þóra se acercó.
– En enero de 1973. La erupción comenzó en la noche del 22 al 23 de enero. ¿Por qué me lo preguntas?
– Aquí hay un informe antiguo -dijo Bella-. Está fechado el 20 de enero de 1973. ¿No es raro que tenga en su mesa un informe tan antiguo?
– ¿Qué pone? -preguntó Þóra excitada. Miró hacia la puerta entreabierta, pero no había nadie a la vista. ¿Cuánto se tarda en fotocopiar diez páginas?-. Venga, date prisa -le dijo en voz baja.
– Espera -dijo Bella, y levantó la hoja para ver mejor-. Es un informe referente a huellas de una pelea o de daños personales en el muelle. La policía fue avisada por el vigilante del puerto, que encontró una gran mancha de sangre en el muelle la mañana del sábado 20 de enero. No pudo encontrar ninguna explicación lógica y llamó a la policía por si se diera el caso de que se tratara de un delito. Declaró que no había habido vigilancia en el puerto desde la medianoche del viernes hasta que él empezó su turno de guardia, a las ocho de la mañana del sábado -Bella puso un dedo en la parte baja de la página-. El agente observó la mancha, que eran muy extensa, y comprobó en la administración del puerto qué barco podía haber estado amarrado allí. De dicha comprobación resultó que en un periodo de varios días no había habido barco alguno. El agente comprobó asimismo si alguna persona o varias habían acudido esa noche al hospital con daños físicos, pero desde la medianoche no había acudido nadie con excepción de un matrimonio con un bebé enfermo -Bella miró a Þóra-. ¿No tendrá esto alguna relación con los cadáveres? -preguntó.
– No lo sé -respondió Þóra a media voz-. Venga, rápido, sigue -miró la puerta de reojo, pero todo seguía tranquilo.
– El agente habló a continuación con varias personas y dos testigos sostuvieron que habían visto a Daði Karlsson en la zona por la mañana temprano. Otro declaró que le había visto amarrando en el muelle un bote de goma, y otro más que le vio en el lugar donde se halló la sangre. El agente habló con Daði, pero este negó la veracidad de esos hechos y aseguró que su mujer podía confirmarlo, como efectivamente hizo. El agente de policía subió entonces a bordo de un arrastrero en el que Daði trabajaba como piloto, y no encontró nada extraño. El caso se considera no resuelto y es preciso comprobar si la sangre puede proceder de un animal o de alguna captura ilegal que fuera desembarcada al amparo de la noche -Bella dejó de mirar el informe-. No pone más.
– ¿Qué agente escribió el informe? -preguntó Þóra a toda prisa, indicando con un movimiento de la mano que se les estaba agotando el tiempo. Se oyó ruido de pasos que se aproximaban.
– Guðni Leifsson -dijo Bella, que se apresuró a dejar el papel en su sitio. Acababa justo de hacerlo cuando se oyó a Guðni entrar por la puerta, a su espalda.
Þóra se volvió, aparentando que no pasaba nada. No podía estar segura, pero algo le decía que aquel informe tenía relación con el caso, porque, de otro modo, ¿por qué iba a estar mirando un documento tan antiguo? La misma corazonada le decía que Guðni no estaba examinando casos antiguos en colaboración con sus colegas de Reikiavik, sino que trabajaba él solo, por su cuenta. Ya se vería si aquello era positivo o negativo para Markús.
– Muy bien -dijo dirigiéndose hacia el comisario, que le entregó la fotocopia del informe de la autopsia al tiempo que miraba con ojos escrutadores a Bella, aún al lado del escritorio.
– ¿Se te ofrece algo? -preguntó a la joven con voz gélida.
Bella le miró inexpresiva.
– No, ¿por qué? -sin nada más que la mirada, parecía retarle a que tuviera el atrevimiento de acusarla de espiar.
Guðni no cayó en la trampa y se contentó con fruncir las cejas un momento, y luego se volvió hacia Þóra.
– Ahí hay más cosas que llamarán la atención de los medios en cuanto se abra el secreto del sumario -dijo Guðni-. Se refieren a la cabeza y no dejan lugar a dudas -dijo con una sonrisa siniestra-. Una sorpresa en un caso que yo pensaba que había alcanzado ya su clímax dramático.
– Me parece que en este caso quedan aún muchas sorpresas -comentó Þóra, por decir algo. En aquel hombre había algo que le ponía los pelos de punta. Pero se limitó a mirar de reojo la mesa del policía mientras decía esas palabras. Era mejor dejarle vivir en la ignorancia.
Þóra dejó los papeles y golpeó rítmicamente con los dedos mientras trataba de poner en orden sus ideas. Acababa de leer tres de los cuatro capítulos del informe de la autopsia, pues había un capítulo dedicado a cada uno de los cadáveres y otro a la cabeza. Los capítulos que acababa de leer trataban de los tres cadáveres, que resultaron pertenecer a dos hombres de unos treinta años y otro en torno a los cincuenta. Los hombres eran de raza blanca y todos los cadáveres se hallaban en un estado de conservación increíblemente bueno, como consecuencia de las peculiares condiciones reinantes. Se consideraba que el calor producido por la erupción había desempeñado un papel importante en la conservación, pero también el hecho de que en el sótano no hubiera humedad alguna, además de que los gases tóxicos y densos habían destruido toda forma de vida presente en el lugar. Aunque el texto era bastante ilegible y había de vez en cuando términos médicos incomprensibles, quedaba perfectamente claro que aquellos hombres no habían muerto asfixiados por gas tóxico. Aunque en los informes no se proporcionaban más detalles sobre la causa de la muerte, todo parecía indicar que los hombres habían sido objeto de gran violencia. Presentaban extrañas heridas en los brazos, que parecían curadas de mucho tiempo atrás, y daños no relacionados con ellas que les ocasionaron la muerte. Eran cicatrices de cortes bastante profundos que no se habían podido explicar convenientemente, aunque se consideraba improbable que se debieran a herramientas o cuchillos, habida cuenta de lo irregular de las heridas. Se pensaba que dos de los hombres habían fallecido a causa de heridas en la cabeza, pues las cajas craneanas estaban rotas a consecuencia de un golpe muy fuerte, aparentemente con el mismo objeto contundente desconocido. Uno de los dos tenía, además, una fractura en la nariz tan seria que el cartílago nasal estaba hecho pedazos, aunque el médico forense no había podido determinar si el hombre en cuestión había muerto a causa de la herida en la nariz o por la fractura de cráneo. Del tercer hombre se decía que se apreciaban heridas menores en la cabeza, pero tenía fracturada la columna vertebral así como tres costillas rotas, que habían penetrado en un pulmón, desgarrándolo. El informe consideraba que esta última herida había causado una hemorragia interna en el tórax y los pulmones, y el hombre había muerto finalmente ahogado en su propia sangre. Þóra sintió un escalofrío pero al mismo tiempo comprendió que una chica tan joven nunca habría podido matar de ese modo, actuando sola, a todo un grupo de hombres.