Þóra cerró el cuaderno y lo puso al final del montón. Buscó el cuaderno de 1973, que encontró con facilidad, porque era el más estropeado y la cubierta crujió al abrirlo. Þóra lo abrió por la primera página y leyó la entrada del año nuevo de 1973, donde Alda daba la bienvenida al año entrante y resumía en cinco puntos lo que se proponía conseguir en los doce meses que tenía por delante. Þóra sonrió al ver los objetivos que se había propuesto.
1. Viajar al extranjero.
2. Estudiar en casa.
3. Comprar un tocadiscos.
4. Encontrar novio.
5. Dejar de pensar en el pelo: crece.
Aunque no comprendía este último punto, todo encajaba perfectamente con una chica de quince años que estaba empezando a meter un pie en el mundo de los adultos. Ahora eso mismo sería más típico de una jovencita de trece años, pero en 1973 las cosas sucedían más despacio en la vida de los niños y los jóvenes. Þóra leyó entonces sobre lo mustios que se habían quedado los padres de Alda después de la feliz noche anterior, y que su hermanita Jóhanna estaba todavía más asustada por los fuegos artificiales, que habían sido mucho más chulos que el año anterior. Venía a continuación un breve texto en el que Alda describía su preocupación por las aves de las islas, y de ahí pasaba a contar lo que le gustaban los fuegos artificiales y la influencia negativa que tenían estos sobre los animales. La entrada terminaba con la promesa de procurar que cada día fuera lo suficientemente emocionante para merecer ser registrado en el nuevo diario.
Þóra leyó luego lo que había sucedido en ese mes de enero de tantos años atrás. El colegio volvía empezar después de las vacaciones navideñas, y Alda no parecía lamentarlo en absoluto, incluso se alegraba de ello, a juzgar por lo que decía en el diario. Estaba encaprichada de un tal Stebbi y había empezado a creer que el sentimiento era mutuo, pero no parecía tener interés alguno por Markús, excepto como amigo. Þóra no pudo saber exactamente, por lo que estaba leyendo, si la chica se había dado cuenta de lo loquito que le tenía, aunque todas las frases en que se hablaba de él eran positivas y parecían escritas con amistad. El 15 de enero representó un hito en su vida, porque Alda besó al tal Stebbi delante del kiosco, y esa página estaba cubierta de flores y corazones. El día siguiente no era igual de feliz, porque se perdió el gatito de su casa, y el drama fue en aumento los días siguientes hasta que consiguieron encontrarlo, después de una frenética búsqueda. Þóra pensó si aquel gato sería uno de los muchísimos que se quedaron en Heimaey, cuyo número fue disminuyendo más y más desde la erupción. De vez en cuando se encontraban también reflexiones sobre el pelo que Þóra no conseguía entender, igual que sobre los objetivos para el nuevo año. La lectura le hizo pensar que Alda se había cortado el pelo muy corto y que no le gustó el resultado, pero no acababa de comprender por qué una cosa así podía afectarla de semejante modo.
La tercera semana del mes dejaba ver la gran expectación de Alda ante el baile del colegio, que se celebraría próximamente. Era claramente un acontecimiento muy esperado, y aunque Alda no entraba en detalles, parecía desearlo y temerlo al mismo tiempo. Consistía en algo que iban a hacer todos los chicos y chicas de la clase, pero Þóra no consiguió enterarse de qué se trataba. Cuando llegó el 19 de enero, Þóra dio un respingo. En la parte superior de la página estaba escrita la fecha, pero debajo había un borrón tan repetido y fuerte que el bolígrafo había traspasado la hoja en varios sitios. En toda la página había hecho lo mismo. Algo había pasado, y aunque Þóra se esforzó por ver si había algo debajo del tachón, no consiguió encontrar nada. A lo mejor le había dado calabazas el Stebbi ese del que Alda andaba tan enamorada. Pero había apretado el bolígrafo con tanta fuerza que Þóra lo consideró improbable, incluso para una persona joven en plena tempestad de hormonas. Volvió a dejar el diario en el regazo.
– ¿Qué rollo es ese? -oyó decir a Bella, que señalaba con el índice la parte rayada-. ¿Cogió el cuaderno un niño pequeño?
Þóra no había pensado en esa posibilidad. Era posible que Jóhanna hubiera garrapateado aquello en el cuaderno de su hermana en un ataque de furia o por niñería.
– No lo sé -respondió Þóra con toda sinceridad-. Hasta aquí todo estaba muy pulcro.
Bella soltó un bufido:
– Eso dices tú -se quedó mirando fijamente la hoja rayada y Þóra no pudo evitar imitarla. La azafata anunció a los pasajeros por los altavoces que comenzaban el descenso hacia Reikiavik y que tenían que poner el asiento en posición vertical y abrocharse los cinturones de seguridad-. ¿Has leído alguna vez de algún accidente en el que los únicos supervivientes tuvieran la mesa plegada o el respaldo del asiento en posición vertical? -preguntó Bella en voz tan alta que otras personas pudieron oírla-. Yo creo que se trata de proteger las mesas y los asientos si el avión se estrella. Menudo rollo.
El pasajero que estaba sentado al otro lado del pasillo miró a Bella muy molesto y cerró su mesa con un golpetazo.
Þóra se concentró en mirar al frente y fingir que no pasaba nada. Pasó página y miró la siguiente hoja, que resultó estar vacía. No había anotaciones para los días 20 y 21 de enero. «Maldita sea», pensó Þóra; hasta ese momento no había habido ni una línea que pudiera relacionarse con la cabeza y la caja. El diario se quedó atrás la noche de la erupción, por eso la única esperanza para Markús era que Alda hubiese escrito algo sobre ese suceso el día 22, pues la erupción empezó por la noche. Por eso sería estupendo que la página correspondiente no estuviera vacía. Þóra respiró hondo y cruzó los dedos antes de pasar página.
Afortunadamente, la página fechada el 22 de enero no estaba ni vacía ni rayada como la anterior. Pero, seguramente, Alda estaba bajo la influencia de medicamentos o casi delirando cuando escribió la entrada del día. Þóra se sentía totalmente incapaz de entender de ninguna manera aquel texto incoherente que, a diferencia de los anteriores escritos de Alda, recorría la página haciendo olas en lugar de seguir líneas rectas. El texto constaba de una repetición de las palabras «asco asco asco» y diversos «¿por qué salí? ¿por qué? ¿por qué?» y también «quiero morirme». Todo eso estaba mezclado y Þóra no pudo ver que la disposición tuviera algún sistema especial. En la línea que seguía a ese caos decía:
No escribiré más en este cuaderno. Lo hago por Dios y por mamá y papá y luego me mataré. Nunca volveré aquí.
Aquello parecía estar escrito con más serenidad, porque las letras eran rectas y estaban mejor trazadas. No había nada más. Aunque, en realidad, el bolígrafo había hecho una línea hasta la parte de abajo de la página, y abajo del todo ponía, en una letra diminuta que apenas era legible:
Markús.
Þóra dejó el cuaderno y suspiró. ¿Por qué demonios no había sido más clara Alda? Aquello parecía ir en la dirección correcta, daba a entender claramente que la chica había sufrido un shock. Si se añadía algo de fantasía a lo último, el nombre de Markús en la página podía interpretarse como una indicación de que quizá él podría ayudarla. Lo escrito no demostraba, por otra parte, la versión de su cliente. Después de esas páginas, las demás del diario estaban completamente vacías.
Capítulo 16
Miércoles, 18 de julio de 2007
Þóra dejó el periódico y suspiró. Claro que siempre podía consolarse pensando que la foto de la primera página habría podido corresponder a cualquier cincuentón apuesto. Había muchos del mismo estilo. Pero eso no sería más que un pobre consuelo para Markús, que la miraba fijamente, con cara de culpable, desde una fotografía bastante mala. Los periodistas debían de haber revuelto Roma con Santiago para encontrar una foto de su cliente con gesto atrabiliario. Aunque los rasgos estaban bastante confusos, aquel hombre parecía claramente capaz de cualquier cosa. El titular «Cuatro muertos: asesinato según la autopsia» estaba elegido con la finalidad de presentar a Markús como un criminal. El artículo publicado en páginas interiores no decía prácticamente nada más que lo que figuraba en el informe de la investigación policial, aparte de poner de relieve que la policía estaba investigando a Markús Magnusson, hombre de negocios de Reikiavik, por su participación en el caso. En un recuadro especial se incluía una breve biografía, en la parte baja de la página, en la que se señalaba que Markús vivía en Heimaey cuando aquellos hombres fueron asesinados. Lo que olvidaban mencionar era su corta edad en esos años. No se habían contentado con sacar a Markús en la foto de la primera página, porque también ilustraban con una imagen suya el artículo de las páginas interiores, junto con dos fotografías de la excavación y una vista general de Heimaey. Saltaba a la vista que los periodistas no habían podido acceder a los informes de la autopsia propiamente dichos y que tampoco relacionaban a Alda con el caso. El artículo era básicamente un resumen de lo que había ido apareciendo previamente, aunque ahora se presentaba a Markús a la luz pública y el hallazgo de unos cadáveres se había convertido en la investigación de unos asesinatos. Ahora habría que esperar a que algún medio de comunicación empezara a mencionar el nombre de Alda en relación con el caso.