– Sé breve -dijo-. Ya se ha hecho muy tarde.
– No me digas -respondió el forense, tan molesto como Stefán. Calló y se oyó el ruido de escribir sobre un papel al otro lado de la línea. Fue directamente al grano-. Como recordarás, el primer análisis no proporcionó nada que pudiera indicar la causa de la muerte, que es lo que hemos intentado averiguar con este nuevo análisis. No sé hasta qué punto sabes de estas cosas, pero el laboratorio busca en primer lugar lo que pensamos que es más probable. Naturalmente, pedimos que examinaran en el laboratorio las sustancias activas, y luego añadimos nosotros otras sustancias habituales, pero no encontramos nada. En esta ocasión ampliamos el análisis. Además recogí muestras de tejidos y las hice examinar.
– ¿De qué tejidos? -preguntó Stefán. Lo que sabía de medicina forense cabía en la parte de atrás de un sello, pero no quería que el forense se diera cuenta. Esperaba que la pregunta no pareciese demasiado simplona.
– Tomé muestras principalmente de los sitios acostumbrados, pero lo más interesante resultó ser la muestra de tejido que tomamos de la lengua de la mujer -respondió el forense, y se le oyó pasar páginas-. Nunca había visto un cadáver con la lengua en esa posición, y sospeché que había algo raro.
– ¿Y? -preguntó Stefán, turbado. Por la voz del forense se percató de que estaba a punto de decir algo importante, y que disfrutaba el momento. Pero Stefán no tenía tiempo para ese género de cosas.
– Y estaba en lo cierto -dijo el forense con orgullo-. Esa mujer fue asesinada y la demostración se halla en su lengua -el ruido de los papeles cesó de pronto-. Se trata de algo muy poco frecuente. Vaya si lo es.
Stefán tomó aire y contó mentalmente hasta tres. No tenía tiempo para contar hasta diez.
– ¿Tienes intención de contarme ese asombroso descubrimiento o tengo que adivinarlo? -preguntó con la mayor tranquilidad que pudo.
– ¿Adivinarlo? -dijo el médico riendo-. Amigo mío, jamás conseguirías adivinarlo. La lengua de esa mujer había sido inyectada con bótox, y luego se la doblaron y la empujaron al fondo de la garganta -en vista de que Stefán no decía nada, añadió-: Precioso, ¿eh?
Stefán recuperó la palabra.
– Pero ¿el bótox no es un medicamento contra las arrugas? -no tenía demasiado interés por las arrugas, pero su mujer destrozaba todo programa de televisión que él se pusiera a ver con constantes observaciones de que esa o aquella actriz se habían inyectado bótox-. Paraliza la piel o algo por el estilo, ¿no es eso?
– En realidad paraliza el músculo -respondió el forense-. Ese medicamento, o como quieras llamarlo, tiene que ver con al botulismo, que es una intoxicación alimentaria que puede producir precisamente una paralización letal. El bótox posee las mismas propiedades e impide que la señal se transmita a las terminales nerviosas de los músculos de la parte superior del rostro, evitando así que se encojan. El efecto permanece durante varios meses, pero es necesario volver a inyectarlo si el paciente quiere seguir conservando un rostro juvenil. La sustancia en sí da unos resultados magníficos, aunque en este caso se haya utilizado de una forma bastante perversa y muy poco ortodoxa.
– ¿De modo que se le paralizó la lengua? -preguntó Stefán, aunque la respuesta era evidente-. Se la metieron en la garganta y se asfixió, ¿no es así?
– Imagino que esa era la intención -dijo el forense-. Pero la cuestión es que el bótox necesita varias horas para actuar por completo, incluso algunos días, aunque el movimiento muscular, en todo caso, resulte muy difícil desde el primer momento. Creo que el asesino se hartó de esperar y por eso le metió la lengua en la garganta. La mujer fue incapaz de volver a ponerla en su sitio, pues la actividad muscular de la lengua estaba muy disminuida. Tenía moretones en los brazos, lo que podría indicar que la tuvieron sujeta -el forense calló por un momento-. Tengo que repasarlo todo a la luz de estos nuevos datos. Entonces es posible que encuentre algo más que nos permita elaborar un cuadro más preciso de lo que sucedió.
– Pero ¿es tu opinión firme que se trata de un homicidio? -dijo Stefán-. La mujer era enfermera y podría habérselo hecho ella sola. La gente hace de todo cuando se encuentra desequilibrada.
– Queda excluido que haya podido hacérselo ella sola -respondió el forense con decisión-. Las marcas que tiene en los brazos no permiten pensar que buscara ese fin. Así que todo dice, en mi opinión, que intervino alguien que intentó hacer que pareciese un suicidio, pero le entró pánico y no tuvo el cuidado necesario. A lo mejor son solo una consecuencia del medicamento, pero los vómitos que había en la habitación indican que su estómago no soportó aquel horror y se soltó por culpa del tóxico.
– Y daba la casualidad de que el asesino llevaba bótox en el bolsillo -dijo Stefán. Su mente no hacía más que darle vueltas a todo.
– Bueno, como dijiste tú mismo, la mujer era enfermera y la cirugía plástica no le resultaba desconocida en absoluto, como se puede comprobar en su cuerpo -dijo el forense-. A lo mejor el bótox que utilizó el asesino era de ella. A lo mejor, la idea era evitar los vómitos. Cerrarles el paso.
– No sé si lo sabes, pero ella trabajaba en una clínica de cirugía estética -dijo Stefán-. Tal vez sacó el bótox de allí para tener en su propio botiquín, por si de pronto le aparecía alguna arruga.
– Puede ser -dijo el forense, pensativo-. Pero dudo mucho que le hayan dado su propia provisión. No es una sustancia que se utilice en casa. Aunque nunca se puede saber si el cirujano plástico para el que trabajaba pasó por allí -gruñó-. Ni es oportuno ni está entre mis atribuciones pensar en posibles culpables. Mi trabajo consiste en hallar la causa de la muerte, y creo que ahora la sé. Un homicidio intencionado, en el que se asfixió a la mujer de una forma muy poco habitual. Mi informe estará sobre tu mesa mañana al mediodía. Lo mejor es que me ponga a trabajar.
Cuatro crímenes más uno sumaban cinco. Stefán se despidió y suspiró muy teatralmente, ahora bien fuerte. De momento no podía irse a casa, eso estaba claro. Encendió la radio, pero la volvió a apagar porque no se oía música, sino solamente gritos y anuncios idiotas. Cuando Stefán había apagado la radio un rato antes, estaba sonando una canción que hablaba de sexo, aunque con palabras muy bonitas. Stefán confiaba en que siguiera todavía, porque de momento no podía esperar tener nada de eso en la realidad. Volvió a suspirar con fuerza y marcó el número de su casa.
Capítulo 18
Jueves, 19 de julio de 2007
Tras el más largo periodo de cielo despejado que recordaba Þóra, ahora se estaba cubriendo de oscuros nubarrones de tormenta. La luz constante, durante las veinticuatro horas del día, resultaba molesta y desagradable. Þóra se apretó contra el cuerpo la fina rebeca y se dio cuenta de que no se había vestido para el tiempo que hacía. Bastaban dos semanas de tiempo cálido para olvidar cómo puede ser un verano islandés. Þóra se sintió tan novata como los extranjeros que se enfrentaban a la lluvia horizontal con un paraguas como única arma. Aceleró el paso hasta llegar a la puerta de la comisaría, donde se encontraría con Markús, a quien habían llamado para otro interrogatorio más. Þóra había llamado a Stefán, el comisario, para saber de qué iban a hablar, pero se resistió a dar ninguna información. Þóra tuvo la sensación de que el caso se había vuelto más serio. Se sacudió el agua de lluvia que le había caído en el pelo y en la ropa. Vio que había llegado diez minutos antes de la hora. Aprovechó para arreglarse la cara en un lavabo. Es difícil respetar a una mujer que tiene el rímel todo corrido por la cara. Cuando por fin consiguió parecerse a lo quería ser, volvió a salir. Allí estaba Markús, con una gabardina azul oscura y elegantemente vestido de la cabeza a los pies, con un gesto de lo más irritado.