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Muy distinto era el caso del asesinato de Alda. Apenas había algo a favor de Markús, y tanto testigos como pruebas indicaban que había estado en el lugar de los hechos. El testigo resultó ser un chico que iba anunciando una recogida de latas en beneficio de un club deportivo la noche en que Alda fue asesinada. La policía encontró el folleto y localizó al muchacho. El chico describió a un hombre que llegó por allí a la misma hora en que él salía de la casa, esto es, hacia las siete y media. La descripción encajaba con Markús, y además, cuando le mostraron una serie de fotografías, el muchacho eligió la suya. Dijo que había visto al hombre caminar hacia la casa, pero que no le vio salir de ningún coche ni recordaba bien los coches que había esa tarde en la calle. Þóra llamó la atención sobre el hecho de que el coche de Markús era de un tipo que despertaría el interés de cualquier chico normal, pero no sirvió de nada. Alegaron que Markús habría podido aparcar en algún otro sitio, sobre todo si tenía intenciones no especialmente buenas y no quería que nadie se diese cuenta de su presencia. La réplica de Þóra a todo esto, señalando que Markús tenía un aspecto de lo más corriente y que la descripción del chico del club deportivo habría podido corresponder a muchísimos otros hombres, tampoco tuvo mucho efecto, porque difícilmente habría podido elegir al azar la de Markús entre un montón de fotos. Pero tenía la esperanza de que esa declaración pudiera ser puesta en duda en cuanto tuviera ocasión de ver las fotos que le enseñaron al muchacho, porque era perfectamente posible que la policía le hubiera enseñado un grupo de fotos en el que solo Markús encajara con la descripción. Las podría ver más tarde, y también esperaba conseguir al mismo tiempo la lista de llamadas entrantes y salientes de los teléfonos de Markús y Alda. Þóra albergaba esperanzas de que la comparación de ambas listas permitiera demostrar que Alda llamó a Markús mientras este iba hacia las montañas, como él afirmaba. Aquello apoyaría su declaración, porque Alda difícilmente habría llamado a Markús por teléfono si estaba con ella. Algo muy distinto era cómo conseguiría explicar Þóra las huellas biológicas encontradas en el cuerpo de Alda, que resultaba que pertenecían a Markús. Se trataba de un cabello que se encontró al cepillar el vello púbico de la mujer. Se comparó con la muestra de cabello que había proporcionado Markús con anterioridad, y resultaron ser coincidentes. La autopsia no había puesto de manifiesto la existencia de relaciones sexuales recientes, y en consecuencia se habían estudiado los órganos sexuales de Alda en busca de saliva de Markús, que no se encontró. Qué hizo la cabeza de él entre los muslos de la mujer quedó por tanto envuelto en la duda. Y Markús no pudo proporcionar aclaración alguna sobre ese aspecto del caso, porque no hacía más que repetir una y otra vez que él no había estado ese día en casa de Alda, y mucho menos con la cabeza en el lugar mencionado. El único recurso que pudo utilizar Þóra fue que el cabello podría proceder del papel higiénico o de cualquier otra cosa con la que hubiera entrado en contacto Markús en el transcurso de su visita la noche anterior. Era lógico que esa explicación no se tomara en consideración en aquel momento procesal. En cambio, ante un tribunal la acusación tendría que demostrar de forma incontrovertible que aquel cabello había caído en el lugar indicado la noche de autos y en relación con el crimen, y no antes de este ni de manera casual. Markús recibió la decisión del juez con una tranquilidad pasmosa. Naturalmente, no le gustaba nada, pero se daba cuenta de que no tendría más remedio que aguantar y esperar a la apelación ante el tribunal de segunda instancia. Þóra alabó su estoicismo y se encargó de informar a la familia, incluyendo a Hjalti, el único hijo de Markús, que vivía en casa de la ex mujer de este cuando no estaba en las islas en casa de su tío Leifur. Esa conversación le resultó difícil a Þóra, Hjalti era un poco mayor que su hijo Gylfi, tenía diecinueve años, y pareció muy afectado por la noticia. No hacía más que preguntar si condenarían a su padre a prisión. A pesar de que Þóra intentó explicarle que por el momento no había nada por el estilo en el horizonte, no acababa de convencerse. Sí que se calmó un poco cuando Þóra le transmitió un mensaje de Markús, que le decía que todo iría bien y que no se preocupara. Por compasión hacia el pobre muchacho, Þóra le dijo, al final de la conversación, que podía llamarla si tenía alguna pregunta o si quería hablar con ella sobre el caso de su padre. Þóra insistió para que le tomara la palabra y se pusiera en contacto, sobre todo ahora que el nombre de su padre ya estaba en los periódicos.

Þóra tomó más café y se levantó. Miró las tranquilas olas y se hizo sombra en los ojos con la mano. Respiró por la nariz y cerró los ojos. Pensó cuál sería la mejor manera de utilizar sus esfuerzos, sin llegar a una conclusión. Estaba claro que la madre y la hermana de Alda no la recibirían ya con los brazos abiertos. Y aunque los colegas de trabajo de Alda no estaban unidos a ella por los mismos lazos que sus parientes más próximos, tendrían muchos reparos en hablar con Þóra. Así que decidió empezar por los colegas. El día anterior había recibido un mensaje de Dís, uno de los médicos de la clínica en que trabajaba Alda, quien se mostró dispuesta a tener una reunión con Þóra. Nunca se podía saber si disponía de información que pudiera resultar de utilidad. A lo mejor conocía los auténticos motivos por los que Alda había abandonado su trabajo en urgencias. La teoría de la hermana de Alda de que había sido un violador en busca de venganza había acabado por resultarle convincente; claro que no tenía muchas más cosas a las que agarrarse.

Þóra abrió los ojos y miró el mar en calma, una vista aún más bella que la de su descuidado jardín. Aquel verano, Þóra había decidido arreglarlo, pero iba atrasadísima. Había hecho mucho menos de lo que tenía previsto, aparte de cortar el césped. El seto tenía ya más altura que una persona, y no estaba nada bonito. Las ramas se extendían hacia el cielo en un caos total. Los macizos de flores no iban demasiado bien, por culpa de las malas hierbas. Comprendía perfectamente que ciudades enteras pudieran desaparecer bajo la espesa vegetación de las selvas tropicales, viendo lo rápido que crecía todo en aquella región casi polar. Se volvió hacia la casa y entró en ella. Ya se ocuparía del jardín el resto del año.

Había cuatro personas en la sala de espera y Þóra tenía la sensación de ser la única de todas ellas que realmente necesitaba visitar a un cirujano plástico. Había dos mujeres jóvenes que podrían tener un aspecto magnífico, si no fuera porque el cabello rubio descolorido no les hacía ningún favor. El cuarto era un hombre joven que Þóra era sencillamente incapaz de imaginar qué quería arreglarse. Por el bien de las mujeres islandesas, esperó en lo más hondo que no estuviera camino del cambio de sexo y que no se encontrara allí en aquel momento para acordar una implantación de senos. La sala de espera era muy sencilla, pero saltaba a la vista que la decoración había costado lo suyo. La comparación con el cuchitril que hacía las veces de sala de espera en el bufete de abogados era de risa, y demostraba de modo fehaciente que los cirujanos plásticos cobraban por hora más que los abogados. Eso tenía un significado claro, y es que a la gente le interesa más el aspecto que la reputación. Þóra miró el reloj de la pared, confiando en que le llegara pronto el turno; era un tanto desagradable estar sentada en una sala de espera sabiendo que los demás la estaban analizando e intentando adivinar qué clase de intervención era la que se quería hacer. Estaba ya casi a punto de hacerle una señal a una de ellas, que no hacía más que mirarle el busto, para decirle que allá cada uno con lo suyo, cuando apareció la secretaria y anunció a Þóra que Dís podía recibirla. Así que se levantó y siguió a aquella mujer delgada, vestida con minifalda y con unos zapatos de tacón tan altos que Þóra sintió dolor en los dedos de los pies. La comparación con el bufete regresó a su mente. Allí navegaba la fragata Bella con ropas góticas y una falda con raja que le llegaba hasta los pies.