Þóra no exageraba. Había tenido muy buenas sensaciones en relación con el caso durante un buen rato, y llegó a estar casi segura de triunfar, sobre todo cuando uno de los jueces se quedó atónito ante la foto del hombre de aspecto femenino y preguntó si era habitual que en los grupos de fotos para identificar sospechosos se incluyeran personas de ambos sexos.
– Oír esas cosas me hace sentirme mucho mejor -dijo Markús con sequedad. Miró a Þóra, se notaba la furia borboteando en su interior-. Estoy aquí a pesar de ser inocente, y no tengo más remedio que preguntarme si no sería mejor elegir otro abogado. Cuando te contraté no esperaba que poco después acabaría en prisión provisional como sospechoso de asesinato. Por no hablar de un asesinato en serie.
Þóra no intentó esquivar el ataque, sino que respondió directamente:
– Si quieres buscarte otro abogado, no tengo ningún inconveniente. Incluso te puedo dar los nombres de algunos colegas míos con más experiencia que yo en casos penales. Es tu vida y tú decides -prefirió no añadir que aquello no habría tenido influencia alguna en la decisión del tribunal de segunda instancia.
Markús asintió pensativo y se pasó las manos por el rostro repetidas veces. Evidentemente, había confiado en que lo pondrían en libertad.
– No son tantos días -dijo con desgana-. No dudo de que tú sabrás sacar adelante todo este asunto. Es solo que estoy hecho polvo y no sé qué va a pasar ni entiendo lo que ha pasado. No quiero cambiar de abogado -volvió a pasarse las manos por la barbilla-. ¿Qué ha dicho mi hijo? -preguntó entonces, nervioso.
– Como es lógico, se llevó un disgusto terrible, pero parece un chico inteligente, de forma que no hay que preocuparse demasiado por él. Comprende el procedimiento judicial y le puse especialmente de relieve que se trataba única y exclusivamente de un mecanismo de la investigación, y que no era en absoluto lo mismo que un juicio -dijo Þóra -. No te preocupes por él.
– Quizá podrías llamarle otra vez de mi parte -dijo Markús, y Þóra asintió-. ¿Por qué no dieron validez a la llamada telefónica? -preguntó luego Markús, hablando muy deprisa-. Pensaba que eso sería suficiente para demostrar que yo estaba lejos de la casa de Alda cuando ocurrió todo. Tú dijiste que era evidente que el teléfono se encontraba al este, al otro lado de las montañas.
– La policía sigue pensando que el teléfono no estaba en tu poder en esos momentos -dijo-. Piensan que tienes un cómplice. Sería él quien llevaría el teléfono, a fin de proporcionarte una coartada.
El rostro de Markús se puso de color escarlata.
– ¿Cómo pueden decir tal cosa?
– Es demasiado rebuscado por su parte -dijo Þóra-. Poco antes de que te telefoneara Alda, te llamó también una persona desconocida. Por desgracia tiene número oculto, de forma que hará falta cierto tiempo para localizarlo, si es que se consigue -prosiguió-. Stefán dijo que no te acordabas de quién era. ¿Te has podido acordar?
– No -dijo Markús-. No sé cómo voy a acordarme. ¿No es suficiente con que me llamara Alda?
– Sería definitivo -dijo Þóra-. Siempre que pudiéramos demostrar que fuiste tú quien contestó al teléfono, porque entonces sería evidente que tú lo llevabas encima cuando estabas viajando a tu casa de campo, y no ese cómplice imaginario.
– Comprendo -dijo Markús pasándose las manos alrededor de los ojos-. No -cerró los ojos-, no consigo acordarme. Maldita sea…, hace tanto tiempo…
– Inténtalo por todos los medios -dijo Þóra-. En el peor de los casos podrías darme los nombres de las personas con las que sueles hablar por teléfono y yo me pondré en contacto con ellos a ver qué sale. Eso conseguiría desarmar a la policía -calló por un momento-. Y tampoco vendría mal que pudieras recordar quién es la persona en cuestión mientras estás aquí. Así no despertarías sospechas de haber podido influir sobre un testigo.
– Lo intentaré -dijo Markús-. Puede ser que me llamara mi hermano Leifur, pero, que yo sepa, no utiliza número oculto. Sé que hablé con él en algún momento ese mismo día. Recuerdo que quería que fuera a verle, porque pensaba ir a Heimaey.
– Desde luego, sería estupendo que se tratara de él -dijo Þóra-. Pero sería mejor aún que fuera alguien menos directamente relacionado contigo -no necesitaba explicarlo con más detalle-. Mira, Markús -siguió con tranquilidad-, ¿te das cuenta de la gravedad del asunto? -no esperó su respuesta, sino que continuó-: Me parece de lo más probable que los cuatro hombres del sótano tuvieran algo que ver con tu padre, de una u otra forma. No estoy afirmando que los matara él, sino que tiene alguna relación con el caso. Cualquier otra cosa resulta demasiado inverosímil -vio que Markús iba a contradecirla, pero le pidió que esperase un momento-. Imagínate, los cadáveres llegaron a tu casa mientras tu padre estaba intentando salvar las pertenencias de la familia. Si tu padre no tuviera nada que ver, seguramente habría algún escondite mejor en Heimaey. Se me ocurrió que tal vez los podía haber ocultado allí para hacerle un favor a algún amigo. Al padre de Alda, a Daði o incluso a Kjartan. Aunque también pienso que Alda tuvo relación con este asunto de una u otra forma; en realidad queda excluido que fuera ella quien mató a esos hombres.
– Mi padre no lo hizo -dijo Markús, aunque sin la convicción que solía acompañar a sus afirmaciones-. No puedo creerlo.
– Quizá no -dijo Þóra-. Pero conocía el asunto. Cualquier otra cosa es inverosímil -respiró hondo y señaló con el dedo lo que les rodeaba en la reducida estancia de la prisión de Litla-Hraun en la que los internos recibían las visitas de sus abogados-. No puedes dejar que la preocupación por tu padre se convierta en una cadena que te aprisione como sucede ahora. Te aconsejo que me dejes hablar con tus padres. A lo mejor tu padre dice algo, nunca se sabe. Los recuerdos más antiguos son los que perduran más tiempo en las personas con Alzheimer. Aunque dentro de unos días estés ya fuera de aquí, este caso seguirá planeando sobre tu cabeza como el nubarrón de una tormenta hasta que todo haya quedado explicado. Si no encuentran al criminal, habrá quienes sigan considerándote a ti el culpable -le dejó un momento para que digiriera sus palabras-. Piénsatelo, te llamaré esta tarde.
Markús levantó los ojos y sonrió.
– Ya solo quedan sesenta y ocho horas aquí.
– ¿Sabías que Alda estaba obsesionada por el sexo? -preguntó Þóra, nada segura de si era muy adecuado expresar así la pregunta-. Su ordenador está repleto de pornografía.
Markús se quedó boquiabierto.
– No, no lo sabía-contestó-. Siempre fue muy moralista. ¿No podía ser por algo relacionado con el trabajo?
– Puede ser -dijo Þóra, aunque no conseguía ver la utilidad que podrían tener aquellas páginas para su trabajo en la clínica de cirugía estética o en el servicio de urgencias. Sacó las fotos que le había proporcionado Dís y se las enseñó a Markús-. ¿Te suena de algo este tatuaje? -preguntó mientras le entregaba la fotocopia.
Markús echó un vistazo a la foto y dijo:
– No. No lo he visto nunca. ¿Quién lleva encima esta atrocidad? -pregunto al devolverle la foto a Þóra.
– A decir verdad, no tengo ni idea -dijo Þóra entregándole a continuación la foto del joven que había aparecido también en la mesa de Alda-. ¿Y a este hombre lo conoces? -no le pasó desapercibida la sorpresa de Markús al ver la foto. Pero no dijo nada, se limitó a negar con la cabeza y devolverle el papel-. ¿No lo has visto nunca? -preguntó Þóra.