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Þóra respiró más aliviada cuando estuvo otra vez fuera de la casa.

– Tengo un trabajo para ti, Bella -dijo mientras se recuperaban del esfuerzo de colocar de nuevo la puerta en su sitio-. Tienes que averiguar si las personas que vivían aquí tuvieron algún hijo que murió, o si a lo mejor le compraron la casa a alguna persona que sí tuvo hijos.

– ¿Y cómo se averigua eso? -preguntó Bella, cansada del esfuerzo.

– Ya encontrarás la manera. A lo mejor pueden ayudarte los del archivo municipal.

– Seguramente estará cerrado -dijo Bella; su voz dejó traslucir cierta alegría-. Es sábado, acuérdate -añadió con tono triunfante.

– Seguramente la biblioteca estará abierta, y es el mismo edificio -dijo Þóra, que no estaba dispuesta a dejar que Bella se saliera con la suya tan fácilmente-. Estoy segura de que conseguirás que te abran, sobre todo si dices que lo estás investigando por encargo de Leifur. Intenta ser insistente sin llegar a ser descortés -en el gesto de asombro de la secretaria se podía leer que no veía problema alguno para ser insistente y descortés a la vez, pero que no tenía muy claro cómo ser solamente una de las dos cosas-. Tú verás cómo lo haces -añadió Þóra con una voz rebosante de optimismo, aunque sabía que no serviría de nada.

No parecía que Matthew fuera a hacer otro intento de hablar con ella, y Þóra se cansó de esperar. Dos veces se había puesto a mirar la pantalla para comprobar si había llamado y si tenía cobertura. A lo mejor lo había intentado sin éxito durante el resto de la travesía, por la mañana temprano, y había decidido esperar antes de hacer más intentos. La única forma de averiguarlo era, obviamente, llamarle ella, pero Þóra temía que si movía ficha parecería demasiado ansiosa de saber cuáles eran los planes de Matthew, lo que podría malinterpretarse como que estaba loca por conseguir que viniese a Islandia. Le molestaba dudar tanto, porque por regla general solía ponerse manos a la obra sin demasiados preámbulos. Pero el problema radicaba en que no tenía totalmente claros sus sentimientos. Quería a Matthew a su lado, pero también quería seguir libre. Una amiga suya se había liado con un extranjero y poco después había roto todos los lazos con el grupo de amigas, porque a la gente no le apetecía mucho tener que hablar en inglés en las reuniones. Claro que eso fue hacía muchos años, y Þóra no tuvo que pensar mucho para darse cuenta de que su relación con las viejas amigas era últimamente muy escasa. Casi todas tenían suficiente con sus propios asuntos, igual que Þóra, y no les quedaba mucho tiempo para reunirse a tomar un café, y no digamos una copa.

Cogió el teléfono y marcó. Pues que lo entendiera como quisiera. Colgó enfadada cuando una voz de mujer le comunicó, en alemán, que el teléfono estaba apagado o fuera de cobertura. Quizá Matthew también estaba en el mar, o con el móvil apagado por motivos de trabajo. No era de esos que se pasan el rato charlando con amigos y parientes durante la jornada de trabajo, a diferencia de Þóra, que cada día tenía al menos diez de esas conversaciones telefónicas, sobre todo por causa de los niños. Sonrió cuando sonó el teléfono.

– Hola, mamá -era la voz de Gylfi-. ¿Has encontrado ya un apartamento para la fiesta?

Þóra puso cara de desesperación. Era un auténtico cabezota.

– No, Gylfi. De momento tengo otras muchas cosas que hacer.

– Oh -la decepción era evidente-. ¡Es que Sigga y yo tenemos tantísimas ganas de ir!

– Aún no está todo perdido, cariño -dijo Þóra-. Todavía no me han dado ningún no -lo que, sin duda, se debía a que no había vuelto a preguntar desde la primera vez que mencionó el tema.

– Sigue intentándolo -dijo Gylfi-. Nos lo pasaremos de muerte. Piensan ir todos los chicos, y eso.

– ¿Piensan acampar? -preguntó Þóra, que no podía imaginarse a los amigos de Gylfi montando una tienda sin problemas.

– Nooo -respondió Gylfi-. Van a alquilar un garaje en casa de unos tipos. A lo mejor tú podrías buscar también algo así para nosotros. Sería divertido.

«Justo», pensó Þóra. Para ella, la palabra «divertido» no podía aplicarse a una fiesta en la que había que dormir entre neumáticos de repuesto y trastos variopintos.

– No, gracias -respondió-. Tienes un bebé que lo podría pasar fatal, y una madre que necesita una ducha y una cafetera, no una manguera y una taladradora.

Se despidió después de preguntar por el pequeño Orri, al que le estaban doliendo los dientes de abajo, que no querían salir. Acabaría siendo como su padre, en eso como en tantas otras cosas, y Þóra recordó que una vez pensó pedirle a Hannes que le hiciera un cortecito en la encía, cuando Gylfi estaba pasando por lo mismo. Þóra vio que el tiempo corría y que su conversación con su hija Sóley tendría que esperar hasta después de hablar con la madre de Markús. Tenía que estar allí a las cuatro en punto, y aunque la ciudad de Heimaey no tenía muchas calles, Bella y ella habían logrado perderse un buen rato buscando la zona de excavación, aunque estaba justo al pie del volcán.

Después de hacer círculos por la ciudad durante diez minutos, Þóra consiguió finalmente descubrir la calle y la casa. Resultó aún más complicado que la búsqueda de la Pompeya del Norte, porque ahora no contaba con Bella. Se había ido a la biblioteca con la esperanza de hablar con la gente de allí para que la dejaran pasar al archivo y averiguar unas cosas sobre Daði y Valgerður. Así que Þóra iba ya con retraso cuando aparcó su coche al lado de la casa de la anciana. Se pasó la mano por el pantalón con mucho cuidado para recolocar la raya, que ya apenas se notaba. Luego se alisó la blusa y se dirigió hacia la entrada. Quería estar presentable, las personas de la edad de los padres de Markús esperaban que los abogados estuvieran siempre elegantes, y sin duda preferían que fuesen hombres antes que mujeres. De ahí que fuera importante que la anciana no se escandalizara al ver a Þóra por primera vez. Por eso se había puesto la ropa más elegante y fina que había podido encontrar en el armario.