– ¿Es Sigríður? -se oyó decir de repente al anciano, que había dejado de mirar por la ventana y ahora miraba a Þóra sin comprender.
– No, papá -respondió Leifur con cariño-. Esta mujer se llama Þóra. Sigríður murió -añadió luego, cogiendo la mano de su padre-. Mira que tienes frías las manos. ¿Quieres que te tape mejor? -Leifur no esperó respuesta, pues el anciano parecía haber vuelto a perder el sentido de la orientación. Leifur miró a Þóra-: Sigríður era su hermana. Quizá piense que os parecéis, aunque yo no veo semejanza.
Þóra sonrió a padre e hijo.
– Hola, Magnús -dijo con voz desusadamente alta, aunque hubiera decidido no hablar al anciano-. Me llamo Þóra y soy abogada -el anciano no apartó la mirada de ella, pero frunció el ceño-. Estoy ayudando a tu hijo. Encontraron unos cadáveres en el sótano de vuestra casa de Suðurvegur y la policía cree que Markús está envuelto en el caso -Leifur y su madre la habían autorizado a intentar charlar con él, pero ambos se mostraron de acuerdo en que no serviría de nada. El gesto de madre e hijo indicaba, en cambio, que cuando dieron su autorización no se referían precisamente a aquel tema.
– ¿Sigríður? -repitió el anciano con tono interrogante-. ¿En el sótano? -añadió. Las palabras de Þóra se filtraron en su mente aunque ella no sabía a ciencia cierta si con ellas le llegaría también algún significado. El hombre calló y se volvió de nuevo hacia la ventana.
– No sirve de nada insistirle -dijo Klara; su voz parecía más suave que antes-. Todavía habla, pero lo que dice no es muy coherente con lo que sucede a su alrededor. Y además es él quien dirige las pocas conversaciones en las que participa. No es posible llevarlas hacia ningún sitio -apartó la vista de su marido y volvió a mirar a Þóra. Su gesto se endureció-. Te agradecería que no le insistieras más.
Þóra se mostró de acuerdo. Había esperado que el hombre fuera más capaz, aunque toda la familia asegurase que estaba total y completamente ausente.
– Klara -dijo Þóra con dulzura-, ¿crees que tu marido pueda tener alguna relación con este caso? Hasta las mejores personas pueden llegar a verse envueltas en situaciones que hacen surgir lo peor que hay dentro de ellas. Nadie sabe lo que sucedió realmente, e incluso podría existir una explicación lógica para tanta violencia, aunque no podemos hallarla por el largo tiempo transcurrido desde entonces.
La anciana se echó hacia atrás como para alejarse de Þóra todo lo posible. El olor del perfume se debilitó un poco.
– Tengo entendido que esos hombres fueron golpeados hasta la muerte -dijo Klara-. Mi marido era fuerte, muy fornido. Pero no era un hombre violento. Nunca habría podido matar a nadie.
– ¿Nunca participó en peleas en sus años mozos, que tú sepas? -preguntó Þóra.
– ¡En peleas! -dijo Klara, muy molesta-. Él era… -miró de reojo a su marido y se corrigió-: Él es un hombre. Claro que se vio metido en peleas hace muchos años, pero eso se acabó cuando nacieron los niños.
– ¿No armaba jaleo cuando se tomaba una copa, o cosas de esas? -preguntó Þóra recordando las palabras de Markús de que su padre no era demasiado divertido cuando llevaba una copa encima. También sabía que los marinos de hace años bebían muchísimo. Ella misma tenía muchos «lobos de mar» en la parte materna de su familia, y había oído historias sobre sus largas singladuras. Cuando estaban embarcados, trabajaban bajo una presión enorme y en cuanto llegaban a tierra se desenfrenaban. Ahora eran otros tiempos, y los marineros borrachos no destacaban más que cualquier otro profesional.
– Magnús no era violento cuando bebía, si es esa la pregunta -respondió Klara con sequedad-. Tampoco tenía problemas con el alcohol, como tantos de sus compañeros. Creo, en realidad, que ese es el motivo de que le fuera en la vida mejor que a ellos, y de que consiguiera levantar una empresa que ahora está entre las más fuertes de la isla.
– También tuvo su parte el que fuera tan tremendamente trabajador -se oyó decir a Leifur-. Corren historias sobre su diligencia cuando era joven, y lo cierto es que fue así durante toda su vida -puso una mano sobre el hombro de su padre-. No nació con una cucharita de plata en la boca, como tanta gente hoy día.
Þóra no pudo menos que pensar que Leifur era una de esas personas, pues había recibido la empresa de manos de su padre. Decidió asimismo no seguir insistiéndoles sobre la afición de Magnús a la bebida, porque no parecía que tuviera importancia alguna.
– ¿Podría haberse visto envuelto en este asunto por ayudar a otros? -preguntó Þóra-. A Þorgeir, el padre de Alda, por ejemplo.
– ¿Sigríður? -dijo Magnús de repente, de forma que ni la madre ni el hijo pudieron responder a su pregunta-. ¿Conoces a Alda, la de Geiri?
– Sí -dijo Þóra, por miedo a que el anciano volviera a encerrarse en su concha si decía que no.
– ¿Cómo sigue? -preguntó el anciano, cogiendo el borde de la manta-. Fue espantoso -continuó.
– ¿Qué fue espantoso? -preguntó Þóra con calma, para no destruir el momento.
– ¿Vivirá el halcón? -dijo entonces el anciano-. Eso espero.
– Seguro que sí -dijo Þóra, intentando desesperadamente encontrar la pregunta adecuada-. ¿Mató Alda a ese hombre? -preguntó entonces, pues no se le ocurrió ninguna otra cosa.
El anciano la miró y su mente pareció espesarse:
– ¿Siempre tienes que ser tan difícil, Sigríður? ¿Quién te dijo que vinieras?
– Klara -respondió Þóra sonriendo lo mejor que supo. Cuando encontró la mirada vacía y el gesto interrogante, añadió-: Klara, tu mujer.
– Pobrecito niño -dijo Magnús, y sacudió la cabeza lentamente-. Pobre niño, tener que estar con esa gente.
– ¿Alda? -preguntó Þóra desesperada, porque el hombre parecía encerrarse de nuevo en sí mismo-. ¿Alda tuvo problemas cuando era pequeña?
– Espero que viva el halcón -dijo Magnús, y cerró los ojos.
Nuevos intentos de hacerle hablar no tuvieron ningún éxito. Þóra se sentó pensativa, sin lograr ver sentido alguno en sus palabras. ¿De qué halcón estaba hablando? ¿Se refería a algún suceso de su propia vida sin relación alguna con Alda ni con los cadáveres? ¿Y a qué niño se refería?
Capítulo 24
Sábado, 21 de julio de 2007
Bella parecía bastante contenta, sentada en la entrada del hotel degustando a pequeños sorbos una bebida que podía ser una Pepsi o un cubalibre. Un dulce aroma a alcohol se hizo notar claramente cuando Þóra se sentó al lado de la secretaria y dijo:
– Sabes que no se pueden poner bebidas alcohólicas a cargo del bufete. Es difícil justificar la relación entre una copa y el funcionamiento de la empresa -añadió, al ver el gesto de Bella. Un calipso extrañamente relajante sonaba por el altavoz que había a su lado, y quizá fuera la música la responsable de que la secretaria estuviera tomándose una copa. Por su parte, Þóra no había tocado ni una piña colada.
– Tía, no seas así -dijo Bella tomando un trago con la misma sonrisa beatífica-. He visto las facturas de Bragi cuando va al interior por cuestiones de trabajo -Þóra tenía que reconocer que su socio no pasaba por un hotel sin sentarse a la barra, tuviese o no que alojarse allí-. ¿No quieres saber qué encontré en el archivo? -preguntó chupando con energía de la pajita-. Me abrieron. Evidentemente, el Leifur ese tiene a la ciudad en el bolsillo. Solo tuve que mencionar su nombre y las llaves aparecieron de la nada.
– Sí, a todo el mundo de por aquí le conviene mantener buenas relaciones con él -dijo Þóra-. Pero ¿qué encontraste? Es estupendo que a una de las dos le vaya bien, porque yo saqué muy poco de mi encuentro con los padres de Markús. Su padre está completamente ido y su madre es tan seca que la humedad relativa del aire del salón descendió a cero. Lo único que saqué de lo que me contaron fue no sé qué de un halcón y un niño, aparte de un dolor de cabeza por el perfume de la anciana. Tú no habrás encontrado en el archivo nada sobre un halcón, supongo.