Þóra lamentaba no haberse sabido comportar cuando sacaron el pez, o no tener una red de frailecillos para volverlo a coger. De repente, todas las gaviotas se arrojaron sobre la gallineta y comenzó un festín enloquecido. Se vio a la gallineta agitarse aún un rato pero finalmente murió, para alivio de Þóra. Cuando las gaviotas alzaron el vuelo de nuevo, ahítas y contentas, no quedaba prácticamente nada del pez. Paddi se volvió a mirar a Þóra y luego a Bella, observó preocupado su mueca de horror y preguntó:
– ¿Estáis seguras de que os gusta la pesca con caña? Podemos transformar esto sin problema ninguno en un paseo turístico, si preferís.
– Quizá sea lo mejor -respondió Þóra, mientras Bella asentía con la cabeza-. No somos buenas pescadoras, desde luego -sonrió a Paddi-. Mejor llévanos a dar un paseo turístico. En realidad, nuestro objetivo principal era hacerte unas preguntas. Nos han dicho que tú eres uno de los que más sabe sobre la vida de la gente en la isla.
– Comprendo -dijo el hombre, que parecía extrañado-. ¿Por qué no me lo dijiste desde el principio?
– No podía hacerte perder una excursión, y pensé que podríamos juntar las dos cosas, pesca y charla.
Acordaron ir a un punto desde el que se ofrecía una vista espléndida, y Paddi se puso en marcha hacia allá.
– Imagino que habrás oído lo de los cadáveres que encontraron en un sótano -dijo Þóra-. Yo trabajo para Markús Magnusson, que por desgracia se ha visto involucrado en el caso.
– Lo sé -dijo Paddi sin mirar a Þóra-. Esta ciudad no es nada grande y cuando esas cosas salen en las noticias, todo el mundo las sigue, incluyéndome a mí.
– Entonces quizá sabes también que Alda Þorgeirsdóttir fue presuntamente asesinada, y que se sospecha de Markús.
Se oyó rezongar al anciano.
– La policía de Reikiavik no sabe ni dónde tiene la cabeza si piensan que Markús ha sido capaz de hacerle algún daño a Alda -dijo-. El muchacho bebía los vientos por ella en los viejos tiempos, y aunque yo nunca me he metido en las cuestiones amorosas de los jóvenes, eso no le pasaba desapercibido a nadie. Excepto a Alda, quizá. Más aún, Guðni, el poli, dice que la detención es una estupidez y que en la investigación ha habido toda una serie de meteduras de pata.
Aunque Þóra se alegró de oír la opinión de Paddi sobre el caso, no buscaba testigos sobre la personalidad de Markús, así que le preguntó:
– ¿Has pensado en quiénes podían ser los hombres del sótano? Parece bastante claro que se trata de extranjeros.
– Sí, ingleses, según tengo entendido -respondió Paddi. No cabía duda alguna de que las noticias se habían extendido por toda la ciudad-. Aquí no había ingleses la noche de la erupción, si es eso lo que me quieres preguntar.
– ¿Y un poco antes? -preguntó Þóra-. ¿Algunos que hubieran podido desaparecer y que la gente pensara que ya se habían marchado? Cuando alguien desaparece, lo primero que suele pensar la gente no es precisamente que se lo hayan cargado. Sobre todo si se trata de un grupo entero de personas.
– Hubo unos pocos extranjeros en la isla algo así como una semana antes de la erupción -dijo Paddi-. Pero ya se habían ido cuando empezó aquel horror. Se fueron bastante antes.
– ¿Estás seguro? -dijo Þóra-. A lo mejor no se fueron muy lejos, quizá solo hasta un sótano de Suðurvegur, ¿no crees?
– No, no -dijo Paddi y les señaló con el dedo un alcatraz que alzó el vuelo desde el mar al acercarse la embarcación-. Yo les vi marcharse. Eran unos locos. Salieron al mar con un tiempo bastante malo. Era un barcucho en bastante mal estado, y yo habría preferido que lo arreglaran un poco antes de salir. Por eso los miré mientras salían. Pero lo que está claro es que se fueron.
– Eso no me lo ha mencionado nadie, y he preguntado a bastante gente -dijo Þóra, extrañada-. ¿Será porque tienes mejor memoria que los otros o hay algo más detrás de ese asunto?
Paddi se dio la vuelta y le sonrió.
– Claro que la gente olvida las cosas -dijo-. Pero en este caso no es ese el motivo, sino solo el simple hecho de que el yate ese estuvo aquí muy poco tiempo. Llegó al anochecer y volvió a salir por la mañana temprano, sin que casi nadie se percatara de su presencia.
– Pero tú sí que lo viste, ¿no? -preguntó Þóra.
– Sí, yo estaba siempre con un pie en el puerto -respondió Paddi-. Entonces, y en realidad ahora también. Eso ha cambiado muy poco. Mi mujer andaba siempre con que deberíamos coger un buldózer y llevarnos la casa hasta ahí abajo empujando, así me ahorraría los paseos -miró al cielo-: Bendita sea su memoria -y continuó hablando, para gran alivio de Þóra, que nunca sabía qué decir en esos casos-. Estaba allí sin hacer nada en especial, saliendo de una motora, cuando el yate aquel entró al puerto. Los hombres me soltaron algo en extranjero y aunque no comprendí nada, me pude dar cuenta de que preguntaban por un sitio para amarrar. Les indiqué un sitio vacío, y ya está.
– ¿Sabes cuántos eran, o de dónde eran? -preguntó Þóra.
Paddi «Garfio» sacudió la cabeza.
– Ingleses de mierda, creo -respondió-. Vi a dos de ellos pero podía haber más gente a bordo, porque era un yate de buen porte.
– ¿Y a qué hora les viste salir para que no hubiera nadie más que tú? ¿A media noche? -preguntó Þóra.
– No, cariño -dijo Paddi-. Entraron aquí a capear lo peor del temporal, porque el yate no estaba en demasiado buen estado. Si hubiera podido hablar con ellos en islandés, como con todo el mundo, les habría advertido que aquí podíamos encargarnos de las reparaciones esenciales. Pero no hubo forma, de modo que me levanté de madrugada y por la ventana de la cocina vi que el velero estaba zarpando. Aunque fuera estaba oscuro, no cabía duda alguna de que eran ellos, porque el puerto estaba iluminado. Vi que era su yate el que se marchaba. No hay duda de que se fueron.
– ¿Te acuerdas de cómo se llamaba el yate? -preguntó Þóra.
– No, no lo recuerdo -respondió Paddi evitando la mirada de Þóra-. No leo demasiado bien, tengo que confesarlo. No es que haya tenido mucha importancia en los años de mi vida, me va más trabajar con las manos, y además muchas veces es mejor que lo que se aprende en los libros no te complique la vida.
Þóra le sonrió.
– Pero buena memoria sí que tienes -le dijo-. ¿Cómo puedes recordar todo eso, por ejemplo? Tienen que haber salido del puerto muchísimos barcos, ¿qué había de especial en aquel yate en particular?
– Hombre, de especial no tenía mucho, era precioso y eso, pero en nuestro puerto ha habido barcos mejores y más grandes -volvió a mirar al frente, por encima del timón-. Si recuerdo eso con tanta claridad es por lo que sucedió a la mañana siguiente, cuando Tolli se encontró la sangre en el puerto, justo donde había estado amarrado el yate.
Þóra aparentó tranquilidad, pero aquello le hizo sentirse intrigada.
– Calculo que te refieres al fin de semana de antes de la erupción, ¿no? -preguntó Þóra-. He oído hablar de la sangre, pero entre lo que me contaron no había nada de ningún barco en el lugar donde apareció la sangre -prefirió no decirle cuál era su fuente, pues no tenía la menor gana de explicarle que Bella y ella habían estado espiando los documentos de Guðni.
– Eso es porque solo yo sabía que el yate había estado amarrado allí-respondió Paddi-. Cuando me fui estaba allí, sin ninguna duda, pero por algún motivo lo cambiaron de sitio, hasta un lugar algo más aislado. Les vi zarpar pero nunca he podido entender qué les llevó a cambiarlo de sitio. A lo mejor, el mar estaba más agitado en el sitio que les indiqué yo.
– ¿Le hablaste a alguien del yate ese? -preguntó Þóra, extrañada de que esos detalles no figurasen en el informe de Guðni, si bien era perfectamente posible que su secretaria y ella lo hubieran pasado por alto a causa de las prisas.