– ¿Ya has conseguido el apartamento para la fiesta? -preguntó Gylfi. Nada de: «Hola, mamá, cómo estás».
Þóra optó por no entrar en explicaciones de que había estado demasiado ocupada intentando sacar de la cárcel a un inocente como para entretenerse en los preparativos de la fiesta del comercio. No serviría de nada.
– No, aún no he encontrado nada -dijo; y no mentía. Nadie le había dicho que hubiera apartamentos vacíos, seguramente porque no había preguntado a nadie-. Tengo que llamar a un señor que quizá pueda ayudarme -Leifur era una de las personas con las que Þóra tenía que contactar, y si él no podía conseguir un apartamento, nadie podría hacerlo. Aunque quizá sus cálculos fallarían, porque Þóra estaba a punto de acudir a la policía para informarles de la posible relación de su padre con los cuerpos del sótano. Le esperaba una tarea más que ardua haciéndole comprender que aquello era lo mejor para su hermano y que él tenía la obligación de permitir que se supiera la verdad de lo sucedido.
– No lo olvides -dijo Gylfi por si acaso-. Tenemos que ir.
Uno tiene que cepillarse los dientes, tiene que comer comida sana, pero no tiene necesariamente que ir a una fiesta, pero Þóra prefirió no soltarle todo eso a su hijo, y le preguntó por su hermana. Se quitó el teléfono del oído cuando Gylfi gritó varias veces el nombre de su hermana, como si creyera que estaba al lado de Þóra y estuviera intentando hacerse oír a través del teléfono.
– Hola, Sóley -dijo Þóra-. ¿Qué tal en casa de la abuela? -los chicos estaban en casa de los padres de Hannes, que siempre estaban quejándose de lo poco que veían a sus nietos, aunque cada vez que Þóra necesitaba que se quedaran con ellos siempre tenían alguna excusa. Andaban bien de dinero y viajaban mucho, pero esta vez todo había salido a pedir de boca, y los chicos pudieron quedarse en el caserón de Arnarnes. En realidad, ese fin de semana les tocaba estar con su padre, pero Hannes tenía que asistir con su nueva mujer al cuadragésimo cumpleaños de un amigo suyo esa misma noche.
En realidad, Þóra nunca había acabado de conectar con su antigua familia política, aunque no hubiera tenido con ellos ningún conflicto en especial. Era sencillamente cuestión de lo distintos que eran, sobre todo ella y su ex suegra.
– Hola, mami -dijo Sóley-. Estoy con la abuela en la piscina. ¿Sabes quién está aquí también?
– No -respondió Þóra, confiando en que no se tratara del experto en adelgazamiento al que acudían últimamente sus ex suegros. Þóra no tenía el más mínimo interés en que su hija de ocho años escuchase todas esas historias sobre pérdida de peso.
– ¡Orri! -gritó Sóley, encantada-. Está con nosotros en la piscina, y se ha hecho pis -esto último lo dijo Sóley en un susurro. Þóra tuvo dificultades para no responderle de la misma manera. Hacía tiempo que no se reía, y no se atrevió a empezar por miedo a no ser capaz de parar. Charló un ratito con ella antes de decirle que volverían a estar todos juntos al día siguiente.
Þóra llamó luego a Matthew. El teléfono había tenido cobertura pero luego la perdió mientras estaba en el mar, y no sabía si Matthew había estado intentando hablar con ella, aunque eso ya no importaba. Quería saber cuáles eran sus intenciones. Þóra sonrió en el momento mismo en que oyó la voz del alemán.
– Hola -dijo con voz de tonta-. He estado sin cobertura casi todo el tiempo, y seguramente tú también. Si no, lo habría intentado alguna vez más.
– No importa -dijo Matthew-. He estado intentando conectar contigo varias veces pero no he tenido suerte. ¿Qué tal va todo? ¿Ya has encontrado el tronco?
Þóra sonrió.
– No. En realidad, tampoco lo busco, me basta con intentar descubrir lo que sucedió. Va despacio -no sabía si debía perder tiempo en contarle todo lo que había pasado durante el día-. Y además, hay otros cadáveres.
– ¿Cómo? -preguntó Matthew-. ¿Has encontrado más?
– No en el mismo sitio -respondió Þóra-. La mujer que habría podido ayudar a mi cliente apareció muerta. Primero pensaron que se había suicidado, pero luego resultó que la habían asesinado.
– Ah -dijo Matthew, alargando la vocal-. Espero que vayas con cuidado. Ya te dicho que quien le cortó el órgano sexual a aquel hombre era peligroso.
– No se sabe si se trata de la misma persona -dijo Þóra-. Todos los hombres que parecen estar relacionados con ese viejo asunto, o han muerto o han perdido la razón, como ya te conté.
– ¿Y quién dice que se tiene que tratar de un hombre? -preguntó Matthew-. Las mujeres pueden ser tan neuróticas como los hombres. A lo mejor, eso del órgano sexual tiene que ver con algo que le hizo el hombre a alguna mujer.
Þóra había llegado a pensar en algún momento que aquello habría podido ser obra de una mujer, pero las mujeres no contaban con la fuerza física para matar a unos hombres a golpes. Mucho menos las amas de casa de la época, que no practicaban ejercicios físicos ni deportes. En realidad, usando un objeto contundente con mucha furia, esos daños habría podido causarlos una mujer, pero era mucho más probable que fuera obra de uno o más hombres. Þóra entró en el tema que le interesaba.
– Bueno, dime qué idea tienes. Tengo que saber lo que piensas sobre tu futuro trabajo -cerró los ojos y cruzó los dedos. «Ven -pensó-. Coge el nuevo trabajo y vente conmigo».
– Estoy pensando en lanzarme a ello -dijo Matthew. Su voz mostraba tanta cautela como si ella fuera a intentar hacerle desistir-. Vaya, al menos veremos qué pasa.
– ¡Estupendo! -la misma Þóra se extrañó de aquella exclamación, que le había salido directamente del corazón-. No hay ningún sitio como Islandia -añadió como una idiota. Guardó silencio un instante para no seguir haciendo el ridículo-. Me alegro muchísimo. ¿Cuándo vienes?
– Todavía tengo que dar los últimos retoques, pero confío en tener la última reunión con esa gente en menos de quince días. En la reunión se decidirá cuándo me traslado -dijo Matthew, y Þóra se dio perfecta cuenta de que su reacción le había gustado-. Tengo ganas de verte -continuó-. Espero que cuando llegue no estés en el mar o en algún sótano.
– Quizá deberías retrasar el viaje uno o dos días para mayor seguridad -dijo Þóra. Sería horrible que el caso impidiera que se pudieran ver-. Vuelvo mañana a casa desde las Vestmann, pero nunca se sabe cuándo tendré que viajar de nuevo.
Se despidieron y Þóra marcó el número de la prisión de Litla-Hraun con una sonrisa en los labios. Al cabo de un rato, Markús se puso al teléfono.
– Me alegro mucho de oírte -dijo cansado, tras intercambiar las cortesías de rigor-. He recordado una conversación que mantuve cuando estaba viajando, y que seguramente es la que corresponde al número oculto -dijo de lo más contento-. No me atreví a decir nada hasta consultarte, pero me entraron unas ganas tremendas de llamar a la policía para declarar.