Þóra oyó el parloteo sin prestar atención. Hannes estaba en su elemento cuando hablaba de sí mismo, especialmente si podía exponer los nobles principios de su propia ética. Así que aquella conversación telefónica era todo un regalo del cielo.
– Así que comprenderás por qué no puedo comentar nada que toque cuestiones confidenciales del hospital -dijo tan contento. Þóra tuvo la sensación de que se estaba mirando en un espejo mientras hablaba.
– Sí, claro -dijo Þóra reprimiendo un bostezo-. Negociemos -dijo a continuación.
– ¿Cómo? -preguntó Hannes, extrañado.
– Te puedes llevar tus palos de golf a cambio de esa información. Nunca le diré a nadie de dónde la saqué, ni la utilizaré contra ti -dijo Þóra, y que pasara lo que tuviese que pasar. Los palos de golf en cuestión le habían correspondido a ella en el divorcio, aunque no los quería para nada. No le causaba ningún perjuicio quitárselos de encima, en realidad estaría encantada de perderlos de vista, porque estaban en el garaje cubriéndose de polvo desde que Hannes se fue a vivir a otro sitio. En su momento hizo mucho hincapié en quedárselos, única y exclusivamente porque sabía la importancia que tenían para Hannes. En opinión de este, aquello había sido un error y muchas veces había sacado el tema, después del divorcio, con la esperanza de que Þóra le permitiese recuperar los palos-. Es un buen trato -añadió Þóra-. Naturalmente, esa información podría conseguirla por otras vías.
Como tantas veces sucede con los apóstoles de la ética cuando llega el momento de la verdad, las convicciones de Hannes no resultaron suficientes y acabó vendiendo su sagrada lealtad a la empresa por unos palos de golf. Þóra había embocado un hoyo en uno.
Al concluir la conversación, Þóra sabía todo lo que necesitaba saber sobre los motivos de que Alda hubiera dejado de trabajar temporalmente en urgencias. Claro que Hannes nunca trabajaba noches ni fines de semana, de modo que solo la conocía de vista. Pero al mismo tiempo lo sabía todo sobre ese asunto, porque se había hablado mucho de ello en el trabajo. No fue cuestión de uso indebido de medicamentos ni de relaciones íntimas con colegas o enfermos, sino que se debía a una diferencia de opiniones. Alda se había puesto en contra de la víctima en un caso de violación. Era una chica a la que Alda recibió cuando se produjo la denuncia de violación. Alda tendría que seguir atendiéndola como una especie de consejera. Al principio, su relación con la chica había sido muy buena, e hizo todo lo que tenía que hacer. Hannes recordó que, si acaso, Alda se tomó el asunto con especial interés y ayudó mucho a la joven. Luego sucedió algo que hizo que Alda cambiara de postura, y que de pronto empezara a pensar que toda la historia de la violación era una pura invención. Hannes no sabía qué la había hecho cambiar de opinión, pero la enfermera responsable de la atención a las víctimas de violaciones dijo que no estaba de acuerdo con Alda en que la acusación careciese de fundamento. Según ella, Alda estaba atravesando una crisis psicológica y no podía seguir trabajando hasta que no la superara. De ahí que pidieran a Alda que dejara de trabajar provisionalmente, cosa que hizo.
Hannes no recordaba el nombre de la chica, y afirmó no haber sabido nunca el nombre del violador. No importaba mucho, porque Þóra creía saber quién era. Tenía que tratarse de la presunta violación realizada por Adolf Daðason. Además de que eso podía explicar su cambio de postura, pues Alda conocía a los padres del joven; el momento en que sucedieron las cosas encajaba perfectamente. Además, Hannes señaló que había oído algo sobre métodos de trabajo inapropiados con los pacientes en general, pero pensaba que nunca se había podido confirmar tal extremo y que no fue aquello la causa de que Alda se tomara unas vacaciones.
Antes de concluir la conversación, Þóra también le mencionó a Hannes el informe de la autopsia de Valgerður.
– ¿Me hablas de eso que pasó en Isafjörður? -preguntó de pronto Hannes.
– Vaya -dijo Þóra extrañada-. ¿Sabes algo al respecto?
– Bueno, algo sí que sé -respondió Hannes-. Creo que hablas de la mujer que al parecer murió por un error médico en el hospital de Isafjörður. No puede haber muchos casos parecidos, y los que se producen despiertan mucho interés en la clase médica, como es fácil comprender. Los parientes de la mujer han mantenido despierto el tema con la esperanza de conseguir una indemnización, y se está negociando un acuerdo que aún no está cerrado. Será interesante ver cuál es el resultado.
– ¿Qué pasó en realidad? -preguntó Þóra, pues lo único que había entendido de la autopsia era que la mujer falleció por una reacción alérgica al antibiótico que le administraron para combatir una grave infección.
– La mujer estaba de viaje por la zona con una sociedad excursionista y sufrió una grave infección por estreptococos. Sus compañeros de viaje no reaccionaron con la suficiente celeridad y, entre otras cosas, tenía ya gangrena en una pierna cuando la trasladaron al hospital de Isafjörður. Llega allí y cometen el error de no preguntarle si es alérgica a la penicilina antes de aplicársela. Claro que no sé en qué estado se encontraba, pero se habría podido conocer su historial de alergia preguntando a sus familiares, si es que no estaba en condiciones de explicarlo ella. Lo cierto es que, de haberse sabido que era alérgica a la penicilina desde la adolescencia, se habría podido evitar lo que pasó. El resto es otra cuestión, porque no es del todo seguro que hubiese podido sobrevivirá la infección.
– Pero el hospital debe de tener normas de actuación para casos como ese, ¿no? -dijo Þóra-. ¿Quizá su estado era tan grave que pensaron que no había tiempo de llamar a ningún sitio, o de preguntarle a ella?
– Todo está perfectamente claro -respondió Hannes-. La mujer había estado ingresada allí mismo unos decenios antes, y en la historia clínica que tenían no decía que fuera alérgica, mucho menos que tuviera alergia con reacción anafiláctica. Sin duda hubo un error, pero no ahora sino hace todos esos años. Claro que solo he oído hablar del tema, no he leído nada al respecto, aunque tengo entendido que la historia señalaba que le habían administrado penicilina durante su ingreso en el centro años atrás, y no había la menor mención de que hubiera enfermado como consecuencia del antibiótico.
– ¿Puede suceder unas veces sí y otras no? -preguntó Þóra.
– No, eso es imposible -respondió Hannes-. Aquello debió de ser un error al redactar la historia, pues sin duda le debieron de administrar antibióticos que no contuvieran penicilina. A lo mejor ni siquiera le pusieron antibióticos y la confusión se debe a algún otro tipo de error a la hora de redactar la historia clínica. No recuerdo qué edad tenía cuando se le hizo la historia, pero en aquella época llevaba ya tiempo con la alergia. Nadie nace con alergia a los antibióticos, pero una vez que ha aparecido, no desaparece nunca. Si acaso, se habría agravado en caso de que se los hubieran administrado la primera vez que estuvo ingresada allí años atrás, pero no pasó nada. En todo caso, esta vez estaba consciente y, encima, llevaba una tarjeta en el bolso que advertía de la situación. Quizá se pueda decir que el lío se debió a que no buscaron la tarjeta, claro que dicen que al ingresar no llevaba bolso.
– ¿De forma que murió, sin más? -preguntó Þóra, intrigada-. ¿No se puede hacer nada en esos casos?
– Se asfixió al bloquearse la tráquea a consecuencia de la inflamación -dijo Hannes, que parecía estar explicando una rinorrea o cualquier otra afección sin importancia-. En la mayoría de los casos se puede intervenir, pero en ese caso parece que fue imposible, quizá por lo enferma que estaba la mujer ya al llegar. Realmente, no conozco las circunstancias.
– ¿Cómo se consigue la historia médica de una persona desconocida que no es pariente de uno? -preguntó Þóra. Hannes se extrañó.