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María negó con la cabeza.

– Ha pasado ya bastante tiempo desde la última vez que mencionó a Alda, de modo que no puedo recordar las palabras que usó. Cuando la mencionaba por su nombre, siempre era en relación con algo triste, o con algún drama del que nunca dio más detalles -María entornó los ojos, pensativa-. Algo de un sacrificio o de unos sacrificios, y que eso era lo justo. Una o dos veces intenté saber algo más, porque aquello sonaba más interesante que sus interminables historias de barcos y de pesca, pero volvía a encerrarse en su caparazón y callaba. En realidad, era como si no se diera cuenta de que había hablado en voz alta hasta que yo le preguntaba algo sobre lo que acababa de decir.

– ¿Nunca mencionó nada que pudiera indicar a qué clase de sacrificio se refería? -preguntó Þóra. No añadió si el sacrificio podía tener relación con la cabeza, porque María seguía empeñada en que Magnús jamás había hablado de ella.

María sacudió la cabeza.

– No, nada. Fuera lo que fuese, llevaba mucho tiempo en su memoria, como tantas otras cosas de su propia vida. Desde luego, una o dos veces habló de alcohol, en relación directa con ese tema. Dudo que Alda tuviera relación alguna con el alcohol, de modo que probablemente no lo relacionaba con el sacrificio ese, si es que se trataba de algún sacrificio.

– ¿Alcohol? -preguntó Þóra. ¿No se había enturbiado la relación entre Guðni y Kjartan, el de la oficina del puerto, por un caso de contrabando de alcohol?-. ¿Qué es lo que decía del alcohol?

– Si no recuerdo mal, algo así como que lo del alcohol estaba saldado con eso, y me preguntaba si estaba de acuerdo. Naturalmente, siempre le decía que sí, que las dos cosas valían exactamente lo mismo. Eso parecía alegrarle -dijo María encogiéndose de hombros-. Pero en lo tocante al sacrificio en cuestión, tengo que decir que cuando me di cuenta de quién era la Alda de la que hablaba, se me pasó por la cabeza que ella habría podido sacrificar su relación amorosa con Markús, pero no he conseguido encontrar nada que pudiera parecerse a un sacrificio.

– ¿Tu suegro mencionó alguna vez a Markús en relación con Alda o con el sacrificio de esta? -preguntó Þóra, con mucha curiosidad. Por todo lo que había oído, hasta aquel momento siempre había entendido que el enamoramiento de Markús no había sido correspondido. Quizá no fuera realmente así. Pero ¿por qué no habría podido seguir Alda con él, si era lo que deseaba?

María negó de nuevo con la cabeza, pensativa.

– No, sinceramente creo que no. Yo le habría preguntado a Markús en su momento de haber visto cualquier relación entre él y ese misterioso sacrificio. ¿Qué sacrificio puede hacer una mujer tan joven? -María se irguió-. ¿Sacrificar su educación por tener un hijo o algo así? Vaya, es que no se me ocurre absolutamente nada. Nada lo suficientemente serio como para que un anciano que ni siquiera es pariente de la mujer lo siga teniendo en mente -miró su reloj y volvió a mover las piernas. Þóra tuvo la sensación de que lo hacía con cierta regularidad para activar la circulación. En ese caso, aquella mujer se llevaría estupendamente con la ex suegra de Þóra-. Claro que también puede ser una tontería -dijo María sin demasiada convicción-. Confunde mucho los nombres, y tengo la sensación de que algunos de los que menciona son sueños o confusiones -se encogió de hombros-. Cuando el cerebro se trastorna, son muchas otras cosas las que se alteran al mismo tiempo, de ahí que sea posible que haya algo que vio en alguna película pero que él cree que forma parte de su propia vida. En ocasiones ha hablado de cuando practicaba paracaidismo, de cuando hundió el barco de unos criminales, de cuando estuvo con Sofía Loren y de otras cosas por el estilo. No puedo imaginarme que nada de todo eso sea real.

Þóra se quedó pensativa, y al poco preguntó:

– ¿Mencionó alguna vez la erupción? -María tenía razón en que no se podía dar crédito a las palabras de un hombre tan enfermo, a menos que se pudieran confirmar por alguna otra vía. Podía ser, perfectamente, que nunca hubiera existido sacrificio alguno o que, de haber existido realmente, no tuviera que ver con Alda y que el asunto no guardara relación alguna con el caso.

– Claro -dijo María con un suspiro-. Todos los que tenían uso de razón cuando se produjo la erupción hablan de ella. Por un tiempo pensé que no lograría integrarme en la sociedad de Heimaey porque yo nunca había respirado una ceniza como dios manda -miró a Þóra con un gesto de tristeza-. Ese miedo no resultó infundado. Nunca he podido integrarme plenamente en esta sociedad, y creo que la erupción tuvo un papel determinante en esa imposibilidad.

Þóra sintió compasión por lo sola que se encontraba.

– ¿Qué dijo de la erupción?

– Recordaba cosas continuamente. A veces me preguntaba si oía truenos, como si estuviera reviviendo aquella noche. Casi puedo recitar todo lo que pasó, de la A a la Z. Él fue uno de los primeros en darse cuenta de la erupción, porque estaba despierto. Creo que sucedió en la noche del lunes al martes…

Þóra la interrumpió:

– No busco información sobre la hora a la que comenzó la erupción ni nada de eso, sino si te dijo algo sobre los trabajos de salvamento que se realizaron mientras se estaba produciendo -por el gesto de la mujer, Þóra se percató de que no comprendía para qué querría recordar esos detalles-. Los cadáveres tenían huellas de haber permanecido en el exterior después del comienzo de la erupción, pero eso fue algo más tarde, pasada la primera noche. He estado pensando si alguna otra persona habría podido llevar los cadáveres al sótano sin que Magnús se enterase. Tal vez alguno de los que le ayudaban a vaciar las casas que supiera cuándo se les podía meter allí sin riesgo.

– Entiendo -respondió María-. Pero de lo que más hablaba era de cuando llevó gente de la isla hasta tierra firme en su barco. No recuerdo el tiempo que dijo que había pasado sin dormir, pero hablaba mucho de ello -sonrió-. Cincuenta o sesenta horas, algo así. Y estaba orgulloso. Pero debía de exagerar un poco -María se pasó la mano por el cabello y continuó-. En realidad, no hablaba demasiado de cuando estuvo salvando enseres de la casa, decía que había sacado prácticamente todo lo que había de valor, pero estaba enfadadísimo por unas cuantas cosas que se olvidó allí dentro; unos libros antiquísimos que había heredado de su padre, una brújula, monedas y otras cosas que nunca pude comprender por qué las echaba tanto de menos. Podía estar hablando solo de eso durante horas seguidas; se supone que esas cosas estaban en el trastero y por eso se olvidó de ellas.

– ¿El trastero podía estar en el sótano? -preguntó Þóra. Si Magnús nunca bajó allí, habría sido posible colocar los cuerpos en cualquier momento después del primer día de la erupción-. Yo tenía entendido que se había llevado todo lo que tenía algún valor para él.

María se encogió de hombros.

– No tengo ni idea de dónde estaba el trastero -dijo-. Tal vez estuviera en el sótano, pero eso no tiene por qué significar nada. Maggi habría podido bajar, pero sin poder llevárselo todo. Yo sería completamente incapaz de recordar lo que tenemos en el trastero si tuviera que sacar lo que más valor tuviese para mí. Ninguna de las cosas que mencionó era especialmente grande, de modo que habría podido bajar y no haberlas visto.

– Pero ¿nunca habló del sótano con tristeza o de alguna forma distinta a la habitual? -preguntó Þóra.

María chasqueó los dedos.

– Sí, ahora me acuerdo -dijo con un gesto de alegría-. Habló del sótano en relación con la erupción, pero no como dices tú ahora. Fue antes de enfermar, y en sí no es nada especial, pero, si es cierto, fue al sótano varias veces -María golpeó el suelo rítmicamente con los tacones mientras evocaba sus recuerdos-. Hombre, dijo que se alegraba de no haber llevado todas las posesiones de la familia al sótano como pensó en un principio y como empezó a hacer, efectivamente. Lo dijo con una sonrisa en los labios, burlándose de sí mismo por haber considerado el sótano un sitio seguro. Así que bajó, ¿es eso algo malo?