– No, qué va -dijo Þóra, sin saber si eso podría significar algo. Bajó al sótano, probablemente solo durante un breve rato, pues se le pasaron por alto algunas cosas que habría deseado conservar. ¿Fue porque conocía la existencia de los cuerpos y no le gustaba nada la idea de estar con ellos allí abajo durante mucho tiempo o porque pensaba que no era especialmente importante?-. ¿Crees que se alegraría de recuperar esas cosas? -preguntó Þóra, movida por la curiosidad.
– Sí, siempre que sea pronto -respondió María-. Y si conseguimos dárselas en el momento adecuado -tenía un gesto de tristeza, y se miraba las manos-. De otro modo, no lo sé, vaya.
Þóra no respondió, pero ya estaba pensando un plan. Aún no habían terminado de vaciar el sótano de la casa. Si conseguía bajar con Bella y encontraba esos objetos, era posible, quizá, que volver a tenerlos en sus manos refrescara los recuerdos del anciano. Como parecían guardar relación con la erupción, existía una débil esperanza de que dijese alguna cosa que Þóra pudiera aprovechar. Si se ponían manos a la obra esa misma tarde, era posible llevárselas al día siguiente antes de embarcarse para volver a Reikiavik. Þóra se colocó su cuadernito de notas encima de las rodillas y sacó la pluma.
– ¿Me repites qué objetos eran los que echaba de menos? -los anotó y después se puso en pie.
– Tengo aquí un montón de papeles que Leifur me pidió que te entregara -dijo María cuando salieron del salón-. Creo que se los dio el arqueólogo -cogió un grueso montón de papeles y se lo dio a Þóra-. También tenía que decirte que ningún miembro del equipo de excavación dijo que Alda se hubiera puesto en contacto con ellos para intentar evitar que excavaran la casa.
Þóra cogió el montón de papeles y vio que eran listas de lo hallado en las casas. Repasar todo aquello sería un trabajo considerable.
Cuando Þóra se marchó después de hablar con María, prácticamente no había sacado en claro nada que le llamara la atención, aunque se enteró de que Magnús llevó gente a tierra firme durante la noche, que regresó al día siguiente y se dedicó a salvar lo que se podía rescatar. En primer lugar se dedicó a su propia casa. Para ello contó con la ayuda de algunos vecinos, y luego fue él quien a su vez les ayudó, pero por desgracia María no sabía si entre esos vecinos estuvo Daði, el de la casa contigua. Más tarde, Magnús se fue con el grupo de hombres que recorrieron todo Heimaey en las labores de salvamento, pero María no sabía dar noticia de ellos. Al cabo de un mes o así, cuando Magnús salió de nuevo a pescar, su casa había desaparecido por completo. Los meses siguientes se deslomó a trabajar para poder conservar el barco.
Sonó el teléfono de Þóra y respondió intrigada al ver que era el número del agente inmobiliario con el que Markús dijo haber hablado durante su viaje. Þóra le había telefoneado antes de ir a casa de María, pero estaba ocupado y dijo que llamaría en cuanto acabara la jornada laboral. Añadió que los sábados terminaba pronto. Obviamente, ese día no lo había conseguido, porque ya eran las seis de la tarde. Þóra entró directamente en materia, tras los saludos de rigor.
– Vale -dijo una voz juvenil-. Entiendo.
¿Qué es lo que entendía? ¿El idioma? Þóra intentó que no se notara su irritación, porque ese día había superado con creces su dosis diaria de conversaciones telefónicas.
– ¿Pero hablaste ese día por teléfono con Markús? -preguntó-. Es de la mayor importancia que me digas la verdad. No le harías ningún favor a Markús diciendo una mentira, en caso de que él se haya confundido al hacer memoria. Además tienes que indicarme desde qué teléfono llamaste para que la policía pueda confirmarlo.
– Hum -murmuró el hombre-. Pues sí, le llamé. Espera un segundo -dijo entonces, y Þóra oyó un crujido de papeles-. Lo tengo aquí, por alguna parte -se oyó, y luego-: Aquí. Aquí está.
– ¿Qué es lo que tienes? -preguntó Þóra, extrañada.
– Estaba buscando la oferta de la que hablamos. El plazo terminaba a las ocho de la tarde y era el 8 de julio, de modo que coincide exactamente. Le llamé cuando se confirmó que los vendedores no estaban dispuestos a aceptar la oferta. No era de extrañar, porque era muy baja. A Markús no le gustaba demasiado el apartamento, aunque tengo entendido que a su chico le encantaba.
– De modo que le llamaste -dijo Þóra, intentando que el hombre volviera al tema central-. ¿A su teléfono móvil?
– Sí -dijo el agente inmobiliario-. Es el único número que tengo suyo, creo.
– ¿Y puedes confirmar que fue con él con quien hablaste? -preguntó Þóra-. ¿No pudo ser otra persona que estuviera utilizando su móvil?
– Era él, seguro. Totalmente seguro -dijo el hombre con firmeza-. Hablamos los dos, pero él iba conduciendo y por eso la conversación no duró mucho rato.
Þóra miró al cielo: «Gracias a Dios». No solo podía confirmar que Markús llevaba encima su teléfono móvil, sino también que estaba de viaje.
– ¿Y desde qué teléfono llamaste? -preguntó entonces.
– Desde mi móvil -respondió el agente inmobiliario-. Era después del trabajo y estaba ya en casa. Pero tengo un número privado y no aparecería en la pantalla del móvil de Markús, si lo intentaste averiguar.
– Magnífico -dijo Þóra. Luego le explicó que la policía le llamaría para confirmarlo y le pidió que tuviera a mano la oferta del apartamento, por si tenía que enseñársela.
– Pero ¿sabes si Markús sigue buscando un apartamento para comprar? -preguntó el joven con vehemencia-. No pudimos terminar de hablarlo esa tarde. Resulta que tengo un montón de propiedades nuevas en venta, y además se trata de unos apartamentos espléndidos. Seguro que no querrá perder la oportunidad. Sé que ahora está en una situación bastante difícil, así que intentaré retenerlos lo más posible, pero no sé si podré mantener a raya a otros compradores.
Þóra sonrió y dijo:
– Me temo que Markús por el momento tiene otras cosas en las que pensar, antes que en comprar apartamentos. Pero estoy completamente segura de que dentro de nada volverá a ocuparse de esos asuntos. Intenta llamarle después del fin de semana. Para entonces, seguramente estará libre del todo.
Tras despedirse del agente inmobiliario, llamó a Stefán, el comisario de policía, la mar de contenta consigo misma. Lo único que le fue difícil decidir era si hablarle primero del charco de sangre o de la conversación con el agente inmobiliario.
Capítulo 29
Sábado, 21 de julio de 2007
Reinaba un silencio total en la zona de excavación, solamente se oía el crujido de los zapatos de Þóra y Bella al caminar sobre el lapilli de la acera. Era como si fueran por un profundo valle; no se veía nada del mundo circundante excepto el cielo luminoso y restos de una calle que había desaparecido de la superficie de la tierra treinta años antes. Þóra no podía evitar la desagradable sensación de que las estaban observando desde las ventanas destrozadas de las casas deshabitadas frente a las que pasaban. Naturalmente, sabía que allí no había ni un ser viviente con excepción de ella y su secretaria, Bella, pero a pesar de todo la asaltaba el malestar. Se le puso la carne de gallina cuando una suave corriente de aire pasó junto a una plancha de latón suelta que yacía en el suelo delante de la retorcida puerta exterior de una casa pequeña. La casa parecía haber sido de color amarillo en otros tiempos, pero la catástrofe que la había asolado le había dado un vago tono grisáceo. Aquella cabaña desmoronada parecía tan triste y abandonada que Þóra no pudo evitar detenerse. Era fácil imaginarse a una mujer de mediana edad, cubierta de polvo, delante de la ventana, en bata, esperando a que la vida retomara el hilo que había desaparecido el mes de enero de 1973. Þóra apartó de su mente aquella imagen. No estaba acostumbrada a dejar que la imaginación se le desbocara. Sin duda, el motivo que las había llevado a aquella zona le despertaba la mala conciencia. En el mejor de los casos, era poco honrado. El opresivo silencio también tenía su parte de culpa. Þóra no estaba nada acostumbrada a tanto silencio. Más aún, incluso en el tranquilo barrio de las afueras en el que vivía, siempre se podían oír ruidos, y hasta por las noches se dejaba oír el estrépito del tráfico por las calles vecinas. En cambio, aquí no se escuchaba absolutamente nada, aunque las zonas habitadas estaban solo un poco más allá y la ciudad aún no se había ido a dormir. Ceniza y lapilli absorbían seguramente todos los ruidos, también los crujidos que producían sus zapatos. Era como mirar la televisión con el sonido apagado. Þóra y Bella callaban mientras se dirigían a la casa de Markús. Su conversación se había ido apagando en cuanto penetraron en el sendero y se toparon con aquel silencio. Más todavía, Þóra pasó un brazo sobre los hombros de Bella y señaló con la mano cuando se detuvieron ante la casa natal de Markús, en lugar de decirle que ya habían llegado. Se dio cuenta de que era una tontería e intentó arreglarlo rompiendo el silencio: