Un golpe sordo de origen desconocido sonó en la puerta del cuarto de Þóra, que dio un respingo, ensimismada como estaba en sus pensamientos. Volvió a escucharse el mismo ruido, pero esta vez se dio cuenta de que era alguien llamando. Þóra se levantó y fue a la puerta. Se quedó de piedra al ver a Bella vestida y dispuesta para salir a la calle.
– Estoy lista -dijo Bella mirando a Þóra; no pareció nada contenta con su jefa, que aún tenía que empezar a arreglarse-. No conseguía dormir con el silencio que hay en mi habitación.
Þóra miró el reloj y comprobó que acababan de dar las ocho.
– Enseguida estoy -dijo a modo de disculpa-. ¿No prefieres ir a desayunar, y coges mesa para las dos? -le dio a Bella la hoja del resumen-. Mientras esperas, puedes echarle un vistazo a esto. Cuatro ojos ven más que dos -por el gesto de la secretaria, se dio cuenta de que nunca había oído aquella expresión-. En diez minutos estoy allí -dijo Þóra, sonrió y le cerró la puerta a su secretaria en las narices.
– ¿Me dejas el papel un poco más? -preguntó Bella tomando un sorbo del café solo que se había servido.
Þóra había perdido la cuenta de los bollos que habían desaparecido por la boca de Bella mientras desayunaban.
– Vale, vale -respondió Þóra, extrañada-. ¿Has sacado algo en claro?
Bella negó con la cabeza:
– No, todavía no. Pero te has olvidado de incluir lo de la violación y lo de Adolf -le mostró el papel a Þóra-. Lo he metido aquí en medio -dijo, señalando un parrafito ilegible en el margen.
– Seguramente se me habrán pasado algunas cosas más -dijo Þóra-. Si recuerdas algo más, añádelo. No es un texto sagrado.
– También estoy cavilando si no convendría comprobar lo del tattoo -prosiguió Bella, señalando la lista-. Love Sex -murmuró-. De lo más ridículo.
Una pareja de extranjeros que estaban sentados a la mesa de al lado, enfrascados en su guía de viajes, comprendieron aquellas palabras de su conversación y se miraron sonriéndose como idiotas, con la cabeza en otro sitio.
A Þóra, todos los tatuajes le parecían ridículos, de modo que Love Sex no le resultaba peor que cualquier otro.
– ¿Qué piensas hacer? -preguntó a Bella-. ¿Sabes algo de tatuajes?
– Tengo tres -respondió Bella, y empezó a pelear con el cuello del jersey. Se lo bajó y Þóra vio un unicornio encima del enorme pecho de la muchacha-. Uno -dijo Bella, a punto de darse la vuelta para enseñarle a Þóra algo en el trasero-. Dos… -la pareja extranjera ya no apartaba los ojos de Bella.
– Te creo, te creo -dijo Þóra un tanto avergonzada-. Pero ¿qué piensas hacer con el tatuaje ese?
Bella se recompuso la ropa y se acomodó en su silla.
– Pienso comprobar si hay alguien que lo reconoce. No hay tantos salones de tattoo en Reikiavik, de modo que no me llevará mucho tiempo. Es un tattoo nada corriente, creo -dijo Bella-. Por lo menos, no lo he visto en ningún libro de estampas.
– ¿Libro de estampas? -preguntó Þóra sin comprender a qué se refería.
– En los salones de tattoo tienen unos libros o carpetas con estampas de los tattoos que te puedes hacer -dijo Bella encogiéndose de hombros-. Cuando yo me hice los míos miré lo que ofrecían, naturalmente, pero no recuerdo ese Love Sex.
La pareja extranjera cuchicheó.
– Pues sí, mira a ver qué encuentras -dijo Þóra intentando desviar la atención de la pareja-. Dudo que tenga relación con el caso, pero nunca se sabe -miró su reloj y se puso en pie-. Deberíamos darnos prisa -dijo cogiendo el bolso que tenía colgado en el respaldo de la silla-. Ahora vamos a ver si le sacamos algo a Guðni.
Bella dejó escapar un gruñido.
– A ver si tenemos suerte -dijo, aunque no parecía que fuera una buena adivina.
– ¿De modo que se te vino a la memoria que quizá te habías dejado el monedero en el sótano cuando bajaste por primera vez con Markús hace unos días? -preguntó el comisario Guðni sin intentar disimular que no creía ni una palabra de todo lo que le había contado Þóra. Se echó hacia atrás y la miró fijamente, con gesto muy enfadado. Cuando Þóra le llamó, hacia las ocho de la mañana, acordó recibirlas allí mismo y sin demora. La voz del policía durante la conversación telefónica delataba que Þóra le había sacado de la cama.
– Pues sí -dijo Þóra, molesta-. ¿Realmente importa mucho? -señaló el mazo para salmones que estaba sobre el escritorio de Guðni. A su lado había un precioso cuchillo que encontró en la caja con el faldón de cristianar. Estaba metido en una pequeña caja de zapatos en el que había también unos zapatos diminutos-. Tienes aquí delante una posible arma homicida relacionada con los cadáveres de ese extraño grupo, así que más bien deberías darme las gracias por hacer vuestro trabajo, en vez de poner en duda lo que te cuento.
– Creo que es preciso poner estas cosas en claro -dijo Guðni con tranquilidad-. Tú y la señora… -señaló a Bella con el dedo.
– ¿Señora? -murmuró Bella, enfadada. También Þóra recordaba lo extraño que le resultó la primera vez que la llamaron señora, pero pensó que aquel no era el lugar ni el momento de compartir sus experiencias con la secretaria.
Guðni frunció el ceño ante la observación de Bella, pero continuó.
– Venís a Heimaey y en lugar de recurrir a mí o a los arqueólogos para comprobar si el monedero perdido se había quedado en el sótano, vais una tarde y os metéis por vuestra cuenta en el sótano.
– Perdona -le interrumpió Þóra-. No vimos ninguna indicación de que se tratara de un espacio prohibido por ser escenario de un crimen ni nada de nada, y sencillamente preferimos ahorraros la molestia de bajar. ¡No pretenderás decir que la casa está todavía bajo vuestra supervisión!
– No, en realidad no -respondió Guðni-. Terminamos ayer, pero eso no cambia el hecho de que al final del sendero de la zona de excavación hay un gran cartel que explica que es preciso mantenerse en los límites marcados por las cintas.
– ¡Oh! -dijo Þóra sonriendo al policía-. Ni siquiera lo vimos -señaló de nuevo la mesa-. Sea como fuere, te hago entrega de una posible prueba para un serio caso criminal y lo único que se te ocurre decir es que ha habido una insignificante omisión -Þóra no sabía del todo la fuerza legal que podía tener ese cartel, aunque suponía que ninguna-. Me encantaría saber si crees que este hallazgo es importante, y en tal caso expreso mi deseo de que se me permita hacer referencia al mazo y al cuchillo cuando se solicite la prórroga de prisión provisional de Markús. Estas armas no son suyas y estoy completamente segura de que su estudio permitirá demostrar que él no las utilizó -Þóra se había puesto previamente en contacto con Markús y quedaron en eso antes de ir a la comisaría. Se había mostrado completamente de acuerdo y negó haber tocado nunca esos objetos, y ni por asomo había sido él quien los escondió en el trastero.