Antes de intentar localizar a la madre de Alda, tenía que aclarar algo. ¿Era posible que Alda hubiera tenido un hijo si el informe de la autopsia decía que no había dado a luz? Þóra llamó a Hannes. Mientras marcaba el número, sonrió. Era la segunda llamada telefónica seguida desde el divorcio en la que no iban a hablar de los niños, y eso era todo un récord.
– Hola, Hannes -le dijo cuando, por fin, respondió-. Sé que estás trabajando, así que seré muy breve. ¿Puede haber tenido una mujer un niño si en el informe de la autopsia dice que no ha dado a luz?
Tras una prolongada introducción, Hannes explicó lo que interesaba a Þóra. La autopsia ponía de manifiesto si un niño había venido al mundo por la vía natural, es decir, se analizaban la vagina y otros órganos reproductores de la mujer, sobre todo si la muerte no se había producido por causas naturales. La mujer podía haber tenido un hijo sin que hubieran quedado señales de ello en la vagina, porque el nacimiento podía haberse producido por cesárea. Las huellas de esta se encontrarían en el vientre y el útero.
– No había nada sobre cicatrices de una cesárea -dijo Þóra-. También es verdad que se había sometido a una reducción de abdomen. ¿Es posible que esa operación borre las cicatrices?
Hannes dijo que no era especialista en medicina forense ni en cirugía plástica, pero que creía que las cicatrices de una cesárea sí que podrían haber desaparecido con la intervención. Dijo, por otro lado, que no entendía cómo no habían visto nada en el útero.
– ¿Es posible que, sencillamente, el médico no se hubiera fijado en eso? -preguntó Þóra-. El objetivo de la autopsia no era averiguar si había tenido hijos. Además, había tres cadáveres y una cabeza esperando, de modo que tenía mucho que hacer.
Hannes se negó a pronunciarse sobre este particular, por mucho que le insistió Þóra. Así que se despidió. Pero estaba claro que no se podía excluir del todo que Alda hubiera tenido un hijo, de modo que decidió hacer lo posible por hablar con la madre de Alda. Si Adolf era hijo suyo, se explicaría por qué se tomó tanto interés personal por la violación en la que estaba involucrado, y por qué guardaba una foto suya en la mesa.
Su única esperanza de conseguir hablar de nuevo con la madre de Alda era a través de la hermana de la difunta, Jóhanna. Con toda seguridad, la anciana no estaría dispuesta a hablar con la abogada del sospechoso de matar a su hija, como ya había demostrado. Pero tenía que darse prisa para enterarse de aquella ramificación del caso antes de que empezara la vista sobre la prisión provisional de Markús, a las dos de la tarde.
La mujer que respondió al teléfono en el banco dijo que desgraciadamente Jóhanna no se encontraba allí. La voz era juvenil y en consecuencia se comía alguna letra de cada palabra. Þóra le explicó que llamaba por una cuestión muy urgente y preguntó a la joven si sabía dónde podría localizar a Jóhanna. El tono de voz de la empleada del banco sonó más apenado cuando explicó que Jóhanna había ido a Reikiavik al funeral de córpore insepulto por su hermana. Pensaba que seguramente tendría el móvil apagado en tan luctuosa situación. De todos modos, Þóra le pidió el número, se despidió y llamó. Una voz mecánica informó a Þóra de que el teléfono móvil al que llamaba estaba apagado o fuera de cobertura. Eran las diez y media. Þóra solo había asistido a dos funerales, y en ambos casos se celebraron en la capilla de Fosvogur. Probó a llamar allí, pero le dijeron que ni ese día ni los siguientes habría ningún funeral por ninguna Alda Þorgeirsdóttir. El hombre que contestó dijo que por desgracia no tenía forma de saber dónde se iba a realizar la ceremonia, porque existían muchos lugares posibles. También señaló que, casi sin excepción, los funerales de cuerpo presente no se solían anunciar, ya que ese momento sagrado estaba destinado solamente a los más íntimos. Por eso no serviría de nada buscar en los periódicos, que era lo que le había preguntado Þóra.
Intentó imaginarse quién podía estar invitado a asistir al funeral de Alda, pero la única persona que se le ocurrió era Dís, la doctora con la que trabajaba Alda. En realidad, no sabía si los compañeros de trabajo se contaban entre los allegados más íntimos, pero de todos modos probó a llamar a la clínica, a ver qué pasaba. El contestador la informó de que ese día solamente se atendía el teléfono por la tarde, por causa de enfermedad. Þóra no podía esperar, si quería llegar a tiempo al tribunal. La única persona que se le pasó por la cabeza al final, cuando todas las posibilidades parecían haberse esfumado, fue Leifur, de Heimaey. Pasaron solamente siete minutos desde que habló con Leifur hasta que este la volvió a llamar diciendo que el funeral se celebraría en la Fríkirkja a las dos. El lugar no podía ser más conveniente…, a menos que el funeral hubiera tenido lugar en el tribunal mismo, que estaba a la vuelta de la esquina. Þóra dio las gracias a Leifur sin decirle para qué necesitaba la información. Leifur tampoco se lo preguntó, aunque sin duda debió de sentir curiosidad por la extraña consulta de Þóra, quien tuvo la sensación de que Leifur no tenía muchas ganas de hablar con ella por miedo a que hiciera más insinuaciones sobre la participación de su padre en los asesinatos de aquellos lejanos días. En eso no andaba descaminado, y Þóra se alegró de no tener que discutir el asunto con él.
Þóra salió a toda prisa del bufete de Svala bajo el diluvio universal. Las gruesas gotas recordaban más a un chaparrón tropical que a la lluvia islandesa, y corrió como pudo hasta el utilitario que compró cuando se deshizo del enorme todoterreno que no tenía dinero suficiente para mantener, A lo mejor la madre de Alda ya había llegado a la Fríkirkja para preparar la ceremonia…; de no ser así, el cura sabría seguramente dónde encontrarla. Podía estar en la casa de Alda, pero también en cualquier hotel de Reikiavik. Þóra no podía hacerse una idea clara de si unos padres querrían alojarse en medio de los recuerdos de su hija muerta o si preferirían descansar en las sábanas de una impersonal habitación de hotel.
Aparcar en pleno centro no resultó más fácil de lo habitual. Þóra tuvo la buena idea de callejear por las proximidades de la iglesia hasta que finalmente encontró un lugar que se estaba quedando libre. Estuvo observando a una mujer de bastante edad que sacaba poquito a poco su Yaris de la plaza que ocupaba. Por un momento pareció que Þóra tendría que buscar otro sitio, pero finalmente consiguió, con increíble pericia, meter el coche en el reducido espacio. Se concedió unos segundos más en medio del diluvio para admirar su habilidad como conductora. En realidad, el coche estaba demasiado lejos del bordillo pero seguramente volvería enseguida, así que lo dejó como estaba. De todos modos, no estaba nada claro que pudiera hacerlo mejor al segundo intento.
A oídos de Þóra llegaron unas graves notas de órgano a través de las grandes puertas de madera, pues se encontraba justo delante de la Fríkirkja. Esperaba que aquello no fuera una señal de que la ceremonia ya había comenzado. No le apetecía lo más mínimo irrumpir en plena solemnidad familiar, entre personas desconocidas. Claro que también era una total y absoluta falta de tacto importunar a una madre de luto a la que no conocía, pero al menos tenía unos intereses importantes que defender. Abrió la puerta con mucho cuidado y oyó que el organista se detenía a mitad de la melodía y empezaba a hacer ejercicios de digitación. Þóra se sacudió del chaquetón toda el agua que pudo en el vestíbulo antes de pegar la oreja a la puerta interior, que daba a la nave de la iglesia. Las notas del órgano ahogaban prácticamente todos los demás sonidos, pero pudo darse cuenta de que también se oía a algunas personas hablando en voz baja en el interior. Abrió una rendija la puerta y miró. En la parte delantera de la iglesia había dos mujeres sentadas, mirando un ataúd blanco delante del altar. Una de ellas se levantó y se acercó a la caja, y Þóra pensó que aquella figura de espaldas podía ser la de Jóhanna, la hermana de Alda. El cabello corto y gris indicaba que la mujer sentada a su lado en el primer banco podía ser su madre. Þóra entró sin hacer ruido. Tenía la esperanza de poder acercarse a la madre y su hija antes de que ellas se percataran de su presencia, e intentó que la vieja puerta crujiera lo menos posible.