– ¿Tuvo Alda un hijo? -preguntó Þóra casi enfadada-. ¿A qué viene todo eso? -Þóra clavó sus ojos en ella para hacerle ver que no debía dar más rodeos-. ¿Con quién?
Gruesas lágrimas bajaban por las mejillas de la anciana y caían en el chal azul marino que llevaba en torno al cuello. Formaron una mancha negra que iba creciendo con cada nueva lágrima.
– Fue violada. Por un extranjero -la mujer dirigía sus palabras a Jóhanna. Era como si hubiera olvidado a Þóra por completo-. A duras penas consiguió llegar en pésimo estado hasta el hospital, donde la atendieron. Nos llamaron desde allí. No he visto cosa igual en mi vida.
Þóra no tenía muchas ganas de escuchar la descripción de Alda tras la violación.
– ¿Se quedó embarazada por la violación? -preguntó con el mayor tacto posible.
La mujer miró extrañada a Þóra, pero luego asintió con la cabeza.
– Sí. El destino puede ser tan cruel, y casi siempre con las almas más hermosas. Ella era aún una niña, como mucho habría besado a un chico, quizá ni eso. Era buena y obediente, no como tantos chicos y chicas de su edad. Una sola vez que se sale de la rutina, y el mundo se le viene encima. ¡Una sola vez!
Jóhanna se había quedado muda al lado de su madre, y Þóra vio que la conversación ya estaba encarrilada. Respiró hondo.
– Esa noche bebió, supongo. Como todos.
La anciana asintió.
– Ella no era la que estaba peor. Si hubiera estado más borracha nos habrían llamado para que fuéramos a recogerla. En cambio se marchó a casa caminando -la anciana bajó los ojos hacia el regazo-. Sabía que nos enteraríamos e intentó apañárselas sola. Bajó al puerto pensando que el aire del mar le refrescaría la mente. Allí se encontró con ese hombre repugnante. Estaba borracho e hizo con ella lo que quiso. Ella no consiguió evitarlo, aunque se resistió con todas sus fuerzas. Era tan pequeña, mi pobrecita niña…
– ¿El violador era uno de los hombres del sótano? -preguntó Þóra, esperando que no volviera a cerrarse en banda ante aquella pregunta. La mujer no contestó, de modo que Þóra lo intentó de nuevo-: Yo también tengo una hija y puedo imaginarme perfectamente lo que pasa por la cabeza de unos padres cuando sucede algo así. Lo terrible es que ya no podemos cambiarlo. Pero Markús tiene un hijo que no se merece que su padre esté encarcelado por una acusación falsa. Es por él por quien tiene que salir la verdad a la luz…, aunque no sea más que por eso.
La mujer no levantó los ojos, pero parecía conmovida, porque cuando volvió a hablar su tono era más decidido.
– Cuando Geiri supo por Alda, en el hospital, quién le había hecho aquello, se puso como una fiera -dijo como si estuviera leyendo un texto escrito por otra persona-. Intenté disuadirle, pero no sirvió de nada. Me dejó junto a la cama de Alda en el hospital y fue a buscar a Magnús. Uno para todos y todos para uno. Pillaron a los hombres en el puerto, donde tenían amarrado el yate que Alda le había descrito a su padre. Estaban todos borrachos como cubas, los cuatro, aunque dos estaban dormidos, en realidad. Geiri temblaba, pero Maggi parecía estar algo mejor. Geiri estaba completamente cubierto de sangre cuando llegó a casa.
Þóra calló. Así que los asesinos habían sido Þorgeir, el padre de Alda, y Magnús, el padre de Markús. En consecuencia, Daði ni siquiera estaba cerca.
– ¿Utilizaron una maza para salmones y un cuchillo grande? -preguntó Þóra, segura de cuál sería la respuesta.
– No -dijo la anciana y sacudió la cabeza, abatida-. Subieron a bordo del barco y cogieron un cuchillo de filetear pescado y una porra que había por allí. Luego se deshicieron de ellos tirándolos al agua.
Þóra no se inmutó, pero aquello fue toda una sorpresa para ella. Estaba tan segura de que la maza y el cuchillo tenían algo que ver con aquello… De modo que debía de existir otra explicación para que estuvieran escondidos entre las ropas infantiles del trastero.
– ¿Y nadie se dio cuenta? -preguntó Þóra-. Algo así no pudo suceder sin que nadie se enterara -apartó de su mente las imágenes de la matanza que estaban plasmándose en su cabeza. Esa era seguramente la explicación del charco de sangre del embarcadero.
– Daði, el marido de Valgerður, fue tras ellos -dijo la mujer-. Valgerður estaba de guardia cuando llegó Alda al hospital. Fue ella quien llamó para decirnos lo que le había sucedido. Yo tuve la sensación de que disfrutaba al darnos la noticia. Llegó hasta donde estaban Magnús y mi Geiri en aquella hora fatal.
– ¿De manera que Daði fue testigo de lo sucedido? -preguntó Þóra. La mujer asintió-. ¿Y no se lo contó a nadie?
La mujer sonrió fríamente.
– No, no habló.
– ¿La policía nunca tuvo noticia alguna de lo sucedido, aparte de lo que les dijeron sobre la mancha de sangre a la mañana siguiente? -preguntó Þóra, extrañada. Había sospechado que Guðni sabía más de lo que había hecho creer en los primeros momentos, pero al parecer se había equivocado. Tal vez, lo único que había hecho era ocultar sus sospechas.
– No se enteraron -respondió la madre de Alda-. Naturalmente sospecharon algo, por toda la sangre que apareció en el muelle, pero no encontraron ninguna prueba de nada y no pudieron hacer mucho. Luego se produjo la erupción, y entonces todo el mundo tuvo otras cosas en las que pensar.
– ¿Y Daði y Valgerður? -preguntó Þóra-. Todo el mundo me ha dicho que ella era una chismosa. ¿Cómo es posible que ni ella ni su marido dijeran nada? Además, Daði tuvo que haber oído algo sobre el charco de sangre. A él le vieron allí mismo esa noche, con Magnús, aunque eso no llegara a oídos de la policía.
– Daði se ofreció a ayudarnos -dijo la mujer, y rió con una risa que era de todo menos alegre-. Dos de los hombres murieron en el yate y los dejaron allí. Geiri y Maggi metieron en el barco a los otros dos, a los que habían matado a golpes en el embarcadero. Lo único que se les ocurrió para ocultar los hechos fue sacar el yate del puerto. Daði les ayudó y luego vino a vernos con Valgerður, que acababa de terminar su guardia en el hospital, y se ofreció a hacer desaparecer el yate y los cuerpos antes de que alguien viera todo aquello en el puerto. Geiri y Magnús estaban confusos después de lo que habían hecho y no se encontraban en situación de tomar decisiones racionales -Þóra estaba boquiabierta-. Geiri llamó a Maggi, que se había ido a su casa. Vino poco después y se pusieron de acuerdo. Daði y Valgerður se encargarían de que nadie sospechara nada. Luego se fueron y no sé más. No quise saber nada. Magnús se marchó con ellos -la mujer tuvo un escalofrío-. Yo estaba desconcertada, sin saber qué hacer. Geiri era el único de la familia que trabajaba, y con dos niñas a nuestro cargo, la situación que se anunciaba era espantosa. Si le enviaban a prisión, todo se vendría abajo.
– ¿Quién decapitó al hombre? -preguntó Þóra. Imaginaba que el que había perdido la cabeza sería el violador de Alda.
La mujer miró a Þóra sin comprender.
– No lo sé -dijo, con aspecto de total sinceridad-. Jamás vi los cuerpos, y nadie me mencionó eso. Cuando los encontraron, para mí fue una sorpresa total. Pero, eso sí, pensé que era lo más apropiado -la última frase la dijo sin amargura ni ansias de venganza, era, más bien, como si las palabras hubieran brotado por sí solas.
De pronto, Þóra tuvo la convicción de que Alda había bajado al puerto al salir del hospital y que le había cortado la cabeza al cadáver del violador. No quiso preguntarle a su madre, pero eso podía explicar cómo terminó la cabeza en manos de la muchacha.
– ¿Es posible que Alda saliera del hospital esa misma noche? -preguntó Þóra sin dar mayores explicaciones.
– Lo dudo -respondió la madre, mirando a Þóra-. Le administraron un sedante. Valgerður dijo que estaba durmiendo cuando terminó su guardia. ¿Por qué lo preguntas?