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Lo mismo podía decirse de Klara, la madre de Markús, que conocía los crímenes, a juzgar por lo que dijo la madre de Alda. Pero resultaría difícil demostrarlo, a menos que ella misma confesara. Þóra dudaba que lo hiciera. Klara parecía dura como una roca, y con el apoyo de su hijo Leifur era improbable que accediera a reconocer que sabía algo de aquellos delitos cometidos tanto tiempo atrás. Afortunadamente, ese no era un problema de Þóra. Ya estaba más que harta de aquellos cadáveres aparecidos en un sótano.

Quedaba aún por dilucidar quién había asesinado a Alda. Ese era el principal motivo por el que la policía se negaba a soltar a Markús, pese a anteriores comentarios de que ya no era sospechoso de ese asesinato. Þóra se daba perfecta cuenta de que no se defenderían con demasiada energía cuando ella presentara su alegato, pero se sentía decepcionada por su inquebrantable insistencia. Tendrían que reconocer que, a juzgar por todos los datos disponibles, Markús no había tenido nada que ver con los hombres del sótano. Quedaban aún por explicar las causas para que Alda acabara con la cabeza de su violador en una caja, pero ese tema no afectaba a Markús. La resistencia de la policía a reconocer que ya no consideraban a Markús sospechoso del crimen era comprensible, de todos modos. No parecía haber nadie más que hubiera podido matarla, y además era difícil reconocer que habían detenido a la persona equivocada. Þóra notó que el dolor de cabeza, que había empezado en la iglesia como un ligero malestar indefinible, iba ahora en aumento.

– ¿No es posible que la mujer se haya suicidado, sin más? -preguntó Þóra-. ¿Existe algo que indique claramente que se ha suicidado? Su estado psíquico podía ser bastante complicado.

Stefán levantó la vista del informe que estaba hojeando, y se incorporó.

– La autopsia demostró que había sido asesinada -dijo-. Por eso tengo que hacer conjeturas.

Þóra suspiró en silencio.

– Uno de los cirujanos plásticos con los que trabajaba Alda se puso en contacto conmigo por una información que quería presentar a la policía. Creí entender que se refería a Alda y que era importante para la investigación. ¿Alguna cosa que les pudo decir arrojó nueva luz sobre el caso? -tuvo que hacer una pausa en sus palabras para llevarse la mano a la frente y darse un ligero masaje. Aquello calmó el dolor, pero este regresó en cuanto Þóra bajó la mano-. ¿Ha habido algún cambio del que se me debería informar? Creo que tengo derecho a saberlo, ya que volvéis a dirigir vuestra atención a mi representado por la muerte de Alda.

– Lo que sacamos de los colegas de Alda no cambia nada la situación de Markús -respondió Stefán-. Obtuvimos una información que puede ser importante, pero en estos momentos no podemos decir aún si es positiva o negativa para él.

– ¿Es posible que el asesinato de Alda estuviera relacionado con su trabajo? -preguntó Þóra-. El medicamento que ocasionó su muerte apunta claramente en esa dirección.

– Ya no -repuso Stefán con tranquilidad-. Quien la mató no precisaba tener acceso a él.

Þóra le miró pensativa y maldijo en silencio su dolor de cabeza. Le resultaba mucho más difícil concentrarse. La policía parecía haber encontrado algo que indicaba que el bótox estaba en casa de Alda. Tenía que habérselo contado Dís.

– Comprendo -se limitó a decir, pues estaba claro que no tenían intención de darle más pormenores, de momento-. Otro detalle que quiero mencionar es si no habéis pensado en hablar con la víctima del caso de violación del hijo de Alda. Es posible que ella quisiera hacerle daño. Seguramente no le gustó ni pizca lo pronto que Alda se puso de parte del presunto culpable.

El abogado de la policía levantó un dedo. Llevaba puesto un traje oscuro que sin duda había costado su buen dinero, y estaba listo para comparecer ante el Tribunal de Distrito. Se produjo un destello en la alianza que adornaba el anular de su mano izquierda, y Þóra no pudo evitar pensar que debía de haberla limpiado muy bien, para que brillara como es debido con ocasión de aquel día. En cambio ella no había tenido tiempo apenas para arreglarse, y si la policía no cedía en su pretensión de prorrogar la prisión preventiva, tendría que pasarse por el bufete a cambiarse de ropa. Allí tenía siempre una camisa blanca, unos pantalones oscuros y unos elegantes zapatos de tacón para casos de necesidad como aquel. No estaba bien visto comparecer ante el tribunal como una zarrapastrosa, y unos vaqueros y una camiseta no eran lo más apropiado, aunque la toga tapaba casi toda la ropa. Eso sí, no le sacaría brillo a su anillo de bodas.

– Creo conveniente indicarte que no es función tuya ayudarnos en la investigación -dijo el abogado-. Nosotros somos perfectamente capaces de hacerlo solos. Tú debes concentrarte en lo tocante a tu representado.

– ¿Y no crees que convenga a sus intereses capturar al verdadero asesino de Alda? -repuso Þóra. Sus mejillas se ruborizaron y el dolor de cabeza aumentó. Con ello, su ira se incrementó al máximo. Seguramente sufriría una decepción si se ponía de tiros largos y limpiaba su joyería para nada.

Puso las manos sobre las rodillas y se dispuso a levantarse.

– ¿Podéis decirme si pensáis solicitar la prórroga de prisión provisional? Tengo que prepararme.

Stefán miró a su colega.

– ¿No deberíamos hablarlo en privado? -preguntó al abogado, y luego se volvió hacia Þóra-. Creo que ya tenemos toda la información que puedes proporcionarnos -dijo con una sonrisa-. No tardaremos mucho. Entretanto puedes ir a tomarte un café.

La fuerza sanadora del café se hacía esperar. Þóra se había servido dos tazas de café fuerte sin que se le aliviara el dolor. Miró el reloj, que marcaba la una. Markús estaría camino de la capital desde la prisión de Litla-Hraun en compañía de los agentes de la Dirección de Prisiones, de modo que no era buen momento para llamarlo por teléfono. A cambio, Þóra decidió informar a su hijo de que era posible que soltaran a su padre sin tener que esperar a la decisión del juez. Aquello le ahorraría al muchacho el paseo hasta el tribunal.

La conversación con el muchacho no tuvo el efecto que Þóra esperaba. El chico se puso tan frenético al oír la noticia y habló tan fuerte que Þóra casi se marea. Finalmente tuvo que inventar la excusa de que había una persona que quería hablar con ella para poder interrumpir la conversación. No aguantaba más los ruidos del muchacho. Prometió informarle en cuanto se supiera algo. Veinte minutos más tarde apareció Stefán. Se apoyó en el marco de la puerta y cruzó los brazos sobre el pecho.

– Acabamos de adoptar una decisión -dijo.

– ¿Y? -preguntó Þóra, cruzando los dedos. Lo último que le apetecía en aquellos momentos era una comparecencia ante el tribunal-. ¿Cuál ha sido el resultado?

– No solicitaremos la prórroga de la prisión preventiva de Markús, pero pediremos una prohibición de salir del país -dijo Stefán. No la miró a los ojos.

– ¿Una prohibición de salir del país? -dijo Þóra con calma. De dos males, la prohibición de salir del país era mil veces mejor que la prisión preventiva, pero al mismo tiempo era mucho más probable que el juez la concediera. Muy hábil por parte de los policías: sacar a Markús de la cárcel pero sin soltarle del todo. Þóra se puso en pie-. Entonces será mejor que vaya a cambiarme de ropa -dijo, dibujando media sonrisa-. Nos vemos dentro de un rato.

¿Cuánto podría leer en un cuarto de hora sobre las prohibiciones de salir del país?

– Me importa un rábano esa prohibición de salir del país, Þóra, así que no hay nada de qué hablar -dijo Markús con voz triunfante-. No se me ha perdido nada en el extranjero y de todos modos no pensaba salir del país por ahora. Estoy más que feliz de salir de la cárcel. Con eso me basta -puso la mano sobre el hombro de Þóra-. Muchísimas gracias, y perdona las barbaridades que te he dicho algunas veces. No podía controlar mis nervios.