– Ese es el caso de Fleming, desde luego.
Patten no apartó los ojos de las luces parpadeantes de Londres.
– Era un caso aparte, nuestro Ken. Sabía que había algo más que lo que tenía entre las manos. Se proponía conseguirlo.
– Su esposa, por ejemplo.
Patten no contestó. Bebió el resto del whisky y volvió a la mesa. Cogió la botella del 73 sin abrir. Rompió el lacre y quitó el tapón.
– ¿Estaba enterado de lo de su mujer y Kenneth Fleming?
Patten regresó a la meridiana y se sentó en el borde. Dio la impresión de que le divertía ver pasar las páginas de su cuaderno a la sargento Havers, hasta encontrar una hoja en blanco.
– ¿Me van a leer mis derechos por alguna razón?
– Es un poco prematuro -contestó Lynley-, aunque si desea tener a su abogado presente…
Patten rió.
– Francis me ha visto lo bastante este mes para aprovisionarse de su oporto favorito durante un año. Creo que me puedo defender sin él.
– ¿Tiene problemas legales, pues?
– Tengo problemas de divorcio, pues.
– ¿Estaba enterado del asunto de su mujer?
– No tenía ni idea hasta que dijo que me iba a dejar. Incluso entonces, no supe que la causa era esa relación. Solo pensé que no le había prestado suficiente atención. Egoísmo, si quiere llamarlo así. -Su boca se curvó en una sonrisa irónica-. Tuvimos una pelea de mil demonios cuando dijo que me iba a dejar. La amenacé un poco. «¿Quién crees que va a recoger a una cabeza de chorlito como tú, Gabriella? ¿Dónde demonios crees que encontrarás a otro tío ansioso por liarse con una puta descerebrada? ¿Piensas que puedes plantarme sin convertirte en lo que eras cuando te encontré? ¿Una oficinista interina de a seis libras la hora, sin más méritos que una capacidad de alfabetizar bastante errática?». Fue una de esas desagradables escenas conyugales, durante una cena en el hotel Capitol. De Knightsbridge.
– Es curioso que escogiera un lugar público para la conversación.
– Si conociera a Gabriella no lo consideraría curioso. Debió satisfacer su sentido del melodrama, aunque debió imaginar que me pondría a llorar sobre el conso-, mé, en lugar de perder los estribos.
– ¿Cuándo fue esto?
– ¿La conversación? No lo sé. A finales del mes pasado.
– ¿Dijo que iba a dejarle por Fleming?
– De ninguna manera. Tenía un apetitoso acuerdo de divorcio en su mente, y fue lo bastante lista para, comprender que le costaría mucho obtener lo que deseaba de mí, desde el punto de vista económico, si yo descubría que alguien se la estaba tirando a escondidas. Al principio, se limitó a defenderse. Ya puede imaginan cómo fue: «Sabes muy bien, Hugh, que puedo encontrar a otro tío. Puedo salir de aquí fresca como una rosa, nadie me considera una cabeza de chorlito».
Patten dejó su vaso sobre las losas y colocó los pies sobre la meridiana. Adoptó la posición de antes, con la cabeza apoyada sobre el brazo derecho.
– ¿Pero no dijo nada sobre Fleming?
– Gabriella no es idiota, pese a que a veces actúa como si lo fuera, y mucho menos en lo tocante a la cuestión crematística. No habría quemado los puentes que la unían a mí sin asegurarse de que había otra forma de cruzar el río. -Se pasó la mano por el pelo con los dedos extendidos, en un gesto que parecía destinado a subrayar su espesor-. Sabía que había estado flirteando con Fleming. Joder, la había visto flirtear con él, pero no pensé nada especial, porque coquetear con hombres no es nada raro en Gabriella. En lo tocante a los tíos, siempre lleva puesto el piloto automático. Siempre ha sido así.
– ¿No le molesta eso? -preguntó la sargento Ha-vers. Había terminado su whisky y empujado el vaso para que se reuniera con el otro que Patten había dejado antes, a un lado de la mesa.
La respuesta de Patten fue la palabra «Escuchen», y se llevó un dedo a los labios para silenciar la conversación. En el extremo derecho del jardín, donde una hilera de álamos formaba una línea divisoria, un pájaro había empezado a cantar. Su canto era líquido y gorjeante, y llegó a un crescendo. Patten sonrió.
– Un ruiseñor. Magnífico, ¿verdad? Casi, aunque no del todo, consigue que creas en Dios. -Se volvió hacia la sargento Havers-. Me gustaba saber que otros hombres encontraban deseable a mi mujer. Al principio, atizaba mi morbo.
– ¿Y ahora?
– Todo pierde su capacidad de divertir, sargento. Al cabo de un tiempo.
– ¿Cuánto tiempo ha estado casado?
– Cinco años menos dos meses.
– ¿Y antes?
– ¿Qué?
– ¿Es su primera mujer?
– ¿Qué tiene que ver eso con el precio del petróleo?
– No lo sé. ¿Lo es?
De pronto, Patten volvió a mirar el paisaje. Entornó los ojos como si las luces fueran demasiado brillantes.
– Mi segunda -dijo.
– ¿Y su primera?
– ¿Qué pasa con ella?
– ¿Qué pasó?
– Nos divorciamos.
– ¿Cuándo?
– Hace cinco años menos dos meses.
– Ah.
La sargento Havers escribió con rapidez.
– ¿Puedo saber qué significa «ah», sargento? -preguntó Patten.
– ¿Se divorció de su primera mujer para casarse con Gabríella?
– Eso era lo que Gabríella quería si yo quería a Gabríella. Y yo quería a Gabríella. Nunca he deseado algo tanto, de hecho.
– ¿Y ahora? -preguntó Lynley.
– No la perdonaría, si se refiere a eso. Ya no tengo el menor interés en ella, y aunque lo tuviera, las cosas han ido demasiado lejos.
– ¿En qué sentido?
– La gente lo sabía.
– ¿Que le había dejado por Fleming?
– La frontera se cruza en algún punto. En mi caso, es la infidelidad.
– ¿La suya, o solo la de su mujer? -preguntó Havers.
La cabeza de Patten, todavía recostado sobre la meridiana, giró en dirección a la sargento. Sonrió poco a poco.
– La doble moral hombre-mujer. No es muy atractiva, pero soy lo que soy, un hipócrita en lo tocante a las mujeres que quiero.
– ¿Cómo supo que era Fleming?
– Ordené que la siguieran.
– ¿Hasta Kent?
– Al principio, intentó mentir. Dijo que se alojaba en la casa de Miriam Whitelaw mientras aclaraba sus ideas acerca de su futuro. Fleming solo era un amigo que le estaba echando una mano, dijo. No había nada entre ellos. Si hubiera tenido un lío con él, si me hubiera dejado por él, ¿no vivirían juntos abiertamente? Pero no, y eso demostraba que no existía adulterio, lo cual dejaba claro que había sido una esposa buena y fiel, y no debía olvidar recalcarlo a mi abogado cuando se reuniera con el suyo para hablar del acuerdo. -Patten se frotó el mentón, en el que ya empezaba a despuntar la barba, con el pulgar-. Entonces, le enseñé las fotografías. Eso, al menos, la acobardó.
Eran fotografías de Fleming y ella, prosiguió Patten con la mayor desenvoltura, tomadas en la casa de Kent. Cariñosos saludos en la puerta por la noche, apasionados adioses en el camino particular al amanecer, vigorosos manoseos en un huerto de manzanos cercano a la casa, una entusiasta cópula sobre el césped del jardín.
Cuando Gabriella vio las fotos, también vio que su futura situación económica disminuía a ojos vista, les dijo Patten. Se lanzó sobre él como una gata rabiosa, tiró las fotos a la chimenea del saloncito, pero sabía que había perdido la parte más importante del juego.
– Así que ha estado en la casa -observó Lynley.
Oh, sí, había estado allí. En una ocasión, cuando había entregado las fotos a Gabriella. Y otra vez, cuando Gabriella telefoneó para pedir que se reunieran, a ver si hablaban y encontraban una forma razonable y civilizada de terminar su matrimonio.
– Lo de hablar era un eufemismo -añadió-. Utilizar su boca para hablar no era el fuerte de Gabriella.