– Estuvieron juntos en Harrow y Cambridge, ¿no es cierto?
– ¿Qué tiene que ver con Fleming mi amistad con Brent Ryecroft? Le conozco desde que tenía trece años. Fuimos al colegio juntos. Jugamos al criquet juntos. Fuimos padrinos de nuestras respectivas bodas. Somos amigos.
– Me atrevería a decir que también ha sido su protector.
– Cuando podía jugar, sí, pero ahora que está imposibilitado, no. Se terminó. -Mollison se enderezó, con dos pelotas en una mano y una en la otra. Hizo malabarísmos durante medio minuto antes de continuar-. ¿Por qué? ¿Piensan que me deshice de Fleming para que Brent volviera al equipo inglés? Habría sido un mal negocio. En este momento, hay cien jugadores mejores que Brent. Él lo sabe. Yo lo sé. Los seleccionadores lo saben.
– ¿Sabía que Fleming iba a Kent el miércoles por la noche?
Mollison meneó la cabeza, concentrado en las pelotas que saltaban en el aire.
– Por lo que yo sabía, se iba de vacaciones con su hijo.
– ¿No dijo que había suspendido, o aplazado, el viaje?
– Ni la menor insinuación.
Mollison saltó hacia adelante cuando una pelota se le escapó. Cayó al suelo y rebotó sobre una alfombra de color espuma marina, que servía de frontera a la zona de estar. Rodó hasta la sargento Havers, que la cogió y dejó a su lado, de forma deliberada.
Al menos, la mujer de Mollison comprendió el mensaje con claridad.
– Siéntate, Guy -dijo.
– No puedo -contestó él, con una sonrisa infantil-. Estoy pletórico de energías. He de quemarlas.
– Cuando llegue el bebé -les dijo Allison con una sonrisa de cansancio-, será mi segundo hijo. ¿Quieres la cerveza o no, Guy?
– La tomaré, la tomaré.
Jugó con dos pelotas en lugar de tres.
– ¿Por qué estás tan nervioso? -preguntó su mujer-.Guy estuvo aquí conmigo el miércoles por la noche, inspector -añadió, con un leve gruñido, cuando cambió de posición para mirar a Lynley-. Por eso ha venido a hablar con él, ¿verdad? Para verificar su coartada. Si vamos directos a los hechos, dejaremos las conjeturas de lado. -Curvó la mano sobre su estómago, como para recordar su estado-. Ya no duermo bien. Dormito cuando puedo. Estuve despierta casi toda la noche. Guy estuvo aquí. Si se hubiera marchado, yo me habría enterado. Y si, por algún milagro, yo me hubiera dormido durante su ausencia, el portero habría estado al acecho. Han conocido al portero de noche, ¿verdad?
– Caramba, Allison. -Mollison volvió a guardar por fin las pelotas en la cesta de mimbre. Se encaminó hacia una butaca, se sentó y abrió la lata de cerveza-. Él no cree que yo matara a Ken. ¿Por qué iba a hacerlo, para empezar? Sólo estaba diciendo tonterías.
– ¿Cuál fue el motivo de su pelea? -preguntó Lynley. No esperó a que Mollison contraatacara con «¿Qué pelea?»-. Miriam Whitelaw oyó el principio de su conversación con Fleming. Dijo que usted habló de una pelea. También dijo algo acerca de olvidar la pelea y seguir adelante.
– La semana pasada, durante una competición de cuatro días en el Lord's, tuvimos una discusión. La situación estaba tensa. Middlesex estaba muy necesitado de puntos. Tenían que trabajar como demonios para ganar. Uno de sus mejores bateadores se había fracturado el dedo, y no estaban muy contentos. El tercer día, en el aparcamiento, hice un comentario sobre uno de sus jugadores paquistaníes. Tenía que ver con el partido, no con el tío, pero Ken no lo vio así. Lo consideró racista. Ahí empezó todo.
– Se pelearon -clarificó con calma Allison-. En el aparcamiento. Guy se llevó la peor parte. Dos costillas contusionadas, un ojo morado.
– Es raro que no saliera en la prensa -observó Havers-, sabiendo cómo es la prensa sensacionalista.
– Ocurrió tarde -explicó Mollison-. No había nadie.
– ¿Sólo estaban ustedes dos? -preguntó Lynley.
– Exacto.
Mollison bebió su cerveza.
– ¿No contó a nadie que se había peleado con Fleming? ¿Por qué?
– Porque fue una estupidez. Habíamos bebido demasiado. Nos comportamos como bravucones. Ninguno de los dos deseaba que se supiera.
– ¿Hizo las paces con él después?
– Enseguida, no. Por eso le telefoneé el miércoles. Suponía que le seleccionarían para el equipo inglés de este verano. Suponía lo mismo sobr.e mí. Por mi parte, no era necesario que fuéramos uña y carne cuando los australianos llegaran, pero sí que nos lleváramos bien, como mínimo. Yo fui quien hizo el comentario. Consideré justo que también fuera yo quien hiciera las paces.
– ¿De qué más hablaron el miércoles por la noche?
Mollison dejó la cerveza sobre la mesa, se inclinó hacia delante y enlazó las manos entre las piernas.
– Del principal lanzador australiano. Del estado de los campos del Oval. De cuántas series de cien más conseguirá Jack Pollard. Ese tipo de cosas.
– Durante la conversación, ¿Fleming no mencionó que iba a Kent aquella noche?
– En ningún momento.
– ¿Mencionó a Gabriella Patten?
– ¿A Gabriella Patten? -Mollison ladeó la cabeza, perplejo-. No. No mencionó a Gabriella Patten.
Miró tan directamente a Lynley mientras hablaba que la misma seriedad de su mirada le delató.
– ¿La conoce? -preguntó Lynley.
Los ojos continuaron firmes.
– Claro. La mujer de Hugh Patten. Patrocina las series de este verano, pero usted ya lo sabrá a estas alturas.
– Ella y su marido se han separado. ¿Lo sabía?
Mollison desvió la vista un momento hacia su mujer y la clavó de nuevo en Lynley.
– No lo sabía. Me sabe mal. Siempre pensé que estaban locos el uno por el otro.
– ¿Les veía a menudo?
– De vez en cuando. Fiestas, partidos internacionales. Durante la competición de invierno. Seguían el criquet muy de cerca. Bueno, supongo que es lógico, ya que son los patrocinadores del equipo. -Mollison ievantó la cerveza, vació la lata. Utilizó los pulgares para hundir los costados-. ¿Hay más? -preguntó a su mujer-. No, no te levantes. Yo iré a buscarla. -Se puso en pie como impulsado por un resorte y entró en la cocina, donde rebuscó en la nevera-. ¿Quieres algo, Allie? No has cenado casi nada. Estos muslos de pollo tienen buen aspecto. ¿Quieres uno, cariño?
Allison contemplaba con aire pensativo la lata deformada que su marido había dejado sobre la mesa. Él la volvió a llamar.
– No me interesa, Guy -contestó-. La comida.
Mollison volvió y utilizó el pulgar para abrir la Heineken.
– ¿Seguro que no quieren una? -preguntó a Lynley y Havers.
– ¿Y los partidos regionales? -preguntó Lynley.
– ¿Cómo?
– ¿Patten y su mujer iban a esos? ¿Veían alguna vez un partido de Essex, por ejemplo? ¿Tenían debilidad por un equipo, cuando no jugaba Inglaterra?
– Yo diría que apoyaban a Middlesex. O a Kent. Los condados de casa, ya sabe.
– ¿Y Essex? ¿Fueron a verle jugar alguna vez?
– Es probable. No podría jurarlo, ya le he dicho, seguían el juego.
– ¿Hace poco?
– ¿Hace poco?
– Sí. Me preguntaba cuándo les vio por última vez.
– Vi a Hugh la semana pasada.
– ¿Dónde?
– En el Garrick. Para comer. Es parte de mi trabajo: tener contento al patrocinador del equipo.
– ¿No le habló de la separación?
– Joder, no. No le conozco. O sea, sí que le conozco, pero superficialmente. Hablamos de deportes, del equipo, de los jugadores que piensan seleccionar.
Levantó su cerveza y bebió. Lynley esperó a que Mollison bajara la cerveza.
– ¿Cuándo fue la última vez que vio a la señora Patten?
Mollison desvió la vista hacia un enorme lienzo estilo Hockney que colgaba detrás del sofá, como si fuera un gigantesco calendario de mesa en el que estuviera examinando las actividades de los días anteriores.
– No me acuerdo, si quiere que le diga la verdad.
– Estaba en una cena -dijo Allison-.A finales de marzo. -Como su marido pareció sorprendido por la información, añadió-: El River Room. El Savoy.