Naturalmente, había dinero de por medio. Rashadam no lo habría hecho por pura bondad, y mi madre no se lo habría pedido. Era una mujer de negocios. Aquello formaba parte del negocio. Ofreció una cantidad a la hora por la visita, la conversación, el entrenamiento. Pagó.
Y os estáis preguntando por qué. Casi os puedo oír. ¿Por qué se tomó la molestia? ¿Por qué hizo el sacrificio?
Porque, para mi madre, no representaba ni molestia ni sacrificio. Era lo que deseaba hacer. Ya no tenía marido. Habíamos destruido mutuamente nuestra relación. Necesitaba a Kenneth Fleming. Llamadlo como queráis: un foco de atención y preocupación, un recipiente en potencia de su afecto, una causa por la que podía luchar y vencer, un sustituto del hombre que había muerto, un hijo que reemplazaría al que había desterrado de su vida. Tal vez pensaba que le había fallado cuando fue alumno suyo, diez años antes. Tal vez consideraba su relación renovada una oportunidad de no fallarle por segunda vez. Siempre había creído en sus capacidades. Tal vez sólo buscaba una forma de demostrar que no había errado. No sé exactamente qué pensaba, esperaba, soñaba o planeaba cuando empezó. Sin embargo, creo que su corazón no se equivocaba. Deseaba lo mejor para Kenneth. Pero también deseaba ser ella quien dijera qué era lo mejor.
Rashadam pasó a formar parte del equipo de la imprenta. No tardó en concentrar su atención en Kenneth. Esta atención empezó en Mile End Park, cuando Rashadam trabajó la habilidad de Kenneth con el bate. Al cabo de dos meses, el antiguo jugador de criquet sugirió que contrataran algunas sesiones en los campos del Lord's.
Más intimidad, en cierto sentido, informó a Kenneth Fleming. No queremos que ningún espía de otro equipo se entere de lo que estamos preparando, ¿verdad?
Y al Lord's fueron, al principio los domingos por la mañana, y ya podéis imaginaros lo que debió sentir Kenneth Fleming cuando las puertas de la escuela de criquet se cerraron a su espalda y oyó el crujido de los bates al golpear las pelotas y oyó el siseo de las pelotas al ser lanzadas. Lo que debió sentir cuando caminó a lo largo de los recintos protegidos por redes. Los nervios revolvieron su estómago, la angustia cubrió de sudor sus palmas, la exaltación ofuscó cualquier pregunta sobre los motivos de Hal Rashadam para dedicar tanto tiempo y energías a un joven cuyo auténtico futuro no estaba en el criquet (¡Santo Dios, si ya tenía veintisiete años!), sino en la Isla de los Perros, en una casa adosada, con una esposa y tres hijos, en Cubitt Town.
¿Qué fue de Jean?, os preguntaréis. ¿Dónde estaba, qué hacía, cómo reaccionó a las atenciones que Kenneth recibía de Rashadam?. Imagino que al principio no se dio cuenta. Al principio, la atención fue sutil. Cuando Kenneth volvía a casa y decía «Hal esto» o «Hal lo otro», sin duda se daba cuenta y observaba que el cabello de su marido se estaba aclarando gracias a la exposición al sol, que su piel parecía más saludable que en muchos años, que sus movimientos eran más ágiles que antes, que su rostro irradiaba un entusiasmo por la vida que ella ya había olvidado. Todo esto se traducía en deseo. Y cuando estaban en la cama y sus cuerpos trabajaban rítmicamente al unísono, la cuestión menos importante era preguntarse adónde iba a llevarles aquella pasión por el criquet, por no mencionar qué potencial de desdicha residía en el simple amor de un hombre por un deporte.
OLIVIA
Imagino que Kenneth Fleming ocultó a su mujer su deseo más profundo y querido, nacido de la conjunción entre la esperanza y la fantasía. Tenía poco que ver con sus vidas cotidianas. El tiempo de Jean estaba ocupado por las tareas domésticas, los niños y su trabajo en el mercado de Billingsgate. Debió tomar como una broma la idea de que Kenneth deseara algo más que hacerse un nombre en Artes Gráficas Whitelaw y llegar a ser un día, tal vez, gerente de planta. La duda no debió nacer de una incapacidad o escasa disposición a creer en su marido, sino de un examen práctico de la realidad inmediata.
Creo que Jean siempre fue el miembro sensato de la pareja. Recuerdo que fue ella quien cuestionó mantener relaciones sexuales sin protección después de tomar la pildora, hace tantos años, y fue quien anunció su embarazo, decidió tener el niño y seguir adelante, independientemente de la decisión que tomara Kenneth.
Por lo tanto, parece razonable concluir que era muy capaz de valorar con realismo los hechos cuando Hal Rashadam apareció en sus vidas por primera vez: Kenneth iba a cumplir veintiocho años muy pronto; solo había jugado al criquet en el colegio, con sus hijos o con los chicos; cuando alguien quería jugar algún día por Inglaterra, había un camino determinado por la tradición.
Kenneth no había seguido este camino. Oh, había dado el primer paso y jugado en el colegio, pero allí se acababa todo.
Jean debió recibir con cierta sorna la idea de que Kenneth fuera a jugar profesionalmente. «Kenny, cariño, tienes la cabeza en las nubes», supongo que dijo. Debió burlarse y preguntar cuánto tiempo pensaba que debería esperar para que el capitán de Inglaterra y los seleccionadores nacionales se presentaran a presenciar el partido del siglo entre Artes Gráficas Whitelaw e Instrumentos Reconstruidos Garantizados Cowper. Claro que no contaba con mi madre.
Quizá Kenneth no habló de sus sueños a Jean a sugerencia de mi madre. O tal vez mi madre dijo, «¿Sabe Jean algo de esto, Ken querido?», cuando él le confesó sus anhelos. Si la respuesta de Kenneth fue negativa, quizá mi madre dijo con prudencia, «Sí. Bien, algunas cosas vale más no decirlas, ¿verdad?», y al hacerlo, estableció el primer vínculo adulto entre ambos.
Si conoces la historia de la ascensión de Kenneth Fleming a la fama y la fortuna, ya conoces el resto. Hal Rashadam esperó su oportunidad, mientras entrenaba a Kenneth en privado. Después, invitó al jefe del comité del equipo de Kent a presenciar una sesión de entrenamiento. Se interesó lo bastante para ir a ver un partido en Mile End Park, donde los chicos de Artes Gráficas Whitelaw le estaban dando una paliza a Fabricantes de Herramientas de Londres Este, S.L. Al final del encuentro, hubo un intercambio de presentaciones entre Kenneth Fleming y el hombre de Kent.
– ¿Vamos a tomar una Guinness? -preguntó el hombre de Kent, y Kenneth le acompañó.
Mi madre se mantuvo a distancia. Al invitar al jefe del comité del equipo de Kent, Rashadam actuaba a instancias de mi madre, pero nadie debía saberlo. Nadie debía pensar que había un Gran Plan en funcionamiento.
Después de unas pintas de Guinness, el capitán de Kent sugirió a Kenneth que fuera a una sesión de prácticas y echara un vistazo al equipo. Y así fue, un viernes por la mañana, acompañado de Rashadam.
– Ve a Canterbury, Ken -dijo mi madre-. Ya recuperarás el tiempo perdido más tarde. No hay problema.
Y le deseó lo mejor. Rashadam le dijo que llevara su equipo de jugar. Kenneth preguntó por qué.
– Tú hazlo, muchacho.
– Pero me sentiré como un tonto -repuso Ken. -Ya veremos quién se siente como un tonto cuando termine el día -contestó Rashadam.
Y cuando el día terminó, Kenneth tenía una plaza en el equipo del condado de Kent, desafiando la tradición y «la forma de hacer las cosas». Habían transcurrido solo ocho meses menos cuarenta y ocho horas desde que Hal Rashadam había visto jugar por primera vez a los chicos dé Artes Gráficas Whitelaw.
El que Kenneth jugara en el equipo de Kent solo representaba dos problemas. El primero era la paga: un poco más de la mitad de lo que ganaba en la imprenta. El segundo era su casa: la Isla de los Perros estaba demasiado lejos de los campos de entrenamiento y juego de Canterbury, sobre todo para un novato sobre el cual el equipo abrigaba dudas. Según el capitán, si quería jugar con el Kent, tenía que trasladarse a Kent.