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Ivбn y Vorob'yev se abrнan paso a codazos desde distintos lugares del salуn.

— ЎLord Vorkosigan! Quй pasa? — preguntу Vorob'yev con urgencia.

— Estoy bien — dijo Miles. No era cierto, pero йse no era ni el lugar ni el momento de entrar en detalles. Se volviу a poner los pantalones, para esconder las heridas.

Yenaro tartamudeaba, desesperado.

— Quй ha pasado? Quй… quй ha pasado? No tenнa ni idea… Estб usted bien, lord Vorkosigan? Ay, Dios… Dios…

Ivбn se agachу y tocу uno de los hierros, aъn caliente.

— Sн… quй diablos…?

Miles pensу en la secuencia de sensaciones y en sus posibles causas. No se trataba de antigrav, nada importante para una persona que no padeciera sus problemas уseos, un truco que habнa pasado inadvertido ante las narices de Seguridad de la embajada marilacana. Habнan logrado esconderlo manteniйndolo a la vista de todos.

— Un efecto de histйresis. Los cambios de color de la escultura obedecen a un campo magnйtico en reversiуn… un campo de nivel bajo. Para la mayorнa de la gente no constituye ningъn problema. Para mн, bueno, no fue tan horrendo como poner los brazos en un horno microondas pero… ya me entienden…

Se puso en pie con una sonrisa. Ivбn, que parecнa muy preocupado, ya habнa recogido las botas y los hierros. Miles lo dejу con ellos en las manos. No querнa ni tocarlos. Se acercу a Ivбn tropezando con gesto de ciego y susurrу en el oнdo de su primo:

— Sбcame de aquн. — Estaba temblando.

Ivбn sintiу el estremecimiento en la mano que tenнa apoyada sobre el hombro de su primo. Lo mirу, hizo un gesto con la cabeza y avanzу rбpidamente entre la multitud de hombres y mujeres muy bien vestidos, algunos de los cuales ya se estaban retirando.

El embajador Bernaux apareciу inmediatamente despuйs y agregу sus contritas disculpas a las de Yenaro.

— Quiere usted pasar por la enfermerнa de la embajada, lord Vorkosigan? — le ofreciу

— No. Gracias. Prefiero ir a casa. — Pronto, por favor.

Bernaux se mordiу el labio y mirу a lord Yenaro, que seguнa disculpбndose.

— Lord Yenaro. Lamento decirle que…

— Sн, sн, apбguela enseguida, enseguida — dijo Yenaro-. Ordenarй a mis sirvientes que vengan a buscarla inmediatamente. No tenнa ni idea… le gustaba tanto a todo el mundo… tengo que volver a diseсarla. O destruirla, sн, la destruirй enseguida. Lo siento muchнsimo… Dios, quй vergьenza.

Sн, vergonzoso?, pensу Miles. Un despliegue de sus debilidades fнsicas frente a un nutrido pъblico, justo cuando acababa de poner un pie en el planeta…

— No, no, no la destruya — dijo el embajador Bernaux, horrorizado-. La haremos revisar por un ingeniero de seguridad y la modificaremos, o tal vez pondremos un cartel de advertencia…

Ivбn reapareciу junto a la multitud que se dispersaba y levantу el pulgar frente a Miles. Despuйs de unos minutos terriblemente dolorosos de sutilezas sociales, Vorob'yev e Ivбn se las arreglaron para escoltarlo hacia el tubo elevador y luego hacia el auto de superficie de la embajada de Barrayar. Miles se arrojу en el asiento y se quedу ahн, con la cara retorcida de dolor, jadeando. Ivбn vio que temblaba, se sacу la guerrera y se la echу sobre los hombros. Miles no protestу.

— De acuerdo, veamos los daсos — exigiу Ivбn. Apoyу una de las pantorrillas de Miles sobre su rodilla y enrollу la pernera del pantalуn-. Jo, esto tiene que ser muy doloroso.

— Bastante — aceptу Miles.

— No puede haber sido un intento de asesinato, eso no — dijo Vorob'yev, con los labios apretados, la mente febril, buscando respuestas.

— No — confirmу Miles.

— Segъn Bernaux, su gente examinу la escultura antes de instalarla. La registraron pero, claro, andaban buscando bombas y micrуfonos.

— Seguro que la examinaron. Esa cosa no puede hacer daсo a nadie… excepto a mн…

Vorob'yev seguнa el razonamiento sin dificultades.

— Una trampa?

— Demasiado elaborada, me parece — hizo notar Ivбn.

— No estoy seguro — dijo Miles. Se supone que no debo estar seguro. Йsa es la gracia del asunto-. Tiene que haberles llevado dнas, tal vez semanas, prepararlo todo. Ni siquiera nosotros sabнamos que нbamos a venir hasta hace dos semanas. Cuбndo llegу ese trasto a la embajada marilacana?

— Segъn Bernaux, anoche — dijo Vorob'yev.

— Antes de que llegбramos nosotros. — Antes del pequeсo encuentro con el hombre sin cejas. No pueden estar relacionados… o sн?-. Desde cuбndo saben que asistirнamos a esta fiesta?

— Las embajadas prepararon las invitaciones hace unos tres dнas — dijo Vorob'yev.

— Muy poco tiempo para tratarse de una conspiraciуn — observу Ivбn.

Vorob'yev lo pensу un poco.

— Creo que tengo que aceptar su punto de vista, lord Vorpatril. Lo consideramos un desgraciado accidente entonces?

— Por ahora — dijo Miles. No fue un accidente. Me tendieron una trampa. A mн, personalmente. Cuando llega la primera salva, hay que darse cuenta de que ha estallado la guerra.

Excepto que, generalmente, uno conocнa las razones por las que se habнa declarado la guerra. La idea de jurar que no volverнan a atraparlo con la venda sobre los ojos era excelente, pero quiйn era el enemigo? Quiйn lo habнa atrapado esa primera vez?

Apuesto a que sus fiestas son excelentes, lord Yenaro. No me perderнa la prуxima por nada del mundo.

3

— El nombre correcto de la residencia imperial cetagandana es jardнn Celestial — dijo Vorob'yev-, pero en toda la galaxia lo conocen como Xanadъ. Enseguida verбn por quй. Duvi, por favor, por la entrada panorбmica.

— Sн, milord — dijo el joven sargento que conducнa. Alterу el programa de control. El auto de la embajada barrayaresa se elevу en el aire y se lanzу hacia un brillante conjunto de torres.

— Despacio, por favor, Duvi. A estas horas de la maсana mi estуmago…

— Sн, milord. — El piloto hizo una mueca de decepciуn y puso el vehнculo a una velocidad mбs sensata. Se elevaron, rodearon un edificio que, segъn calculaba Miles, debнa de tener mбs de mil metros de altura y se elevaron de nuevo. El horizonte desapareciу.

— Uauuu — dejу escapar Ivбn-. Es la mayor cъpula de fuerza que he visto en toda mi vida. No sabнa que se podнan expandir hasta este tamaсo.

— Consume la energнa de toda una planta generadora — dijo Vorob'yev-. Toda la planta dedicada a la cъpula. Y otra planta para el interior.

Una burbuja aplastada y opalescente de seis kilуmetros de ancho reflejaba el sol vespertino de Eta Ceta. Se alzaba en el centro de la ciudad como un enorme huevo en un bol, una perla de valor incalculable. Estaba rodeada por un parque de un kilуmetro de ancho lleno de бrboles y luego por una calle plateada, seguida de otro parque y una calle normal muy transitada. Desde ahн, se abrнan ocho anchas avenidas dispuestas como los radios de una rueda. La cъpula quedaba en el centro de la ciudad. En el centro del universo, fue la impresiуn de Miles. Una impresiуn intencional, buscada.

— El acto de hoy es una especie de ensayo general para la ceremonia que se desarrollarб dentro de una semana y media — siguiу diciendo Vorob'yev-. Asistirб todo el mundo: ghemlores, hautlores, visitantes de la galaxia y demбs. Seguramente se producirбn retrasos de organizaciуn. Eso no tiene importancia… siempre que no sean por culpa nuestra. Me pasй mбs de una semana negociando para conseguirles un rango oficial y un lugar.

— Y consiguiу…? — preguntу Miles.

— Ustedes dos estarбn entre los ghemlores de segundo orden. — Vorob'yev se encogiу de hombros-. Mбs, imposible.

Entre la multitud pero bien situados. El mejor lugar para observar los acontecimientos sin llamar la atenciуn, considerу Miles. Parecнa una buena idea. Los tres, Vorob'yev, Ivбn y йl se habнan puesto los uniformes funerarios de las Casas correspondientes, con galones y condecoraciones en seda negra sobre tela negra. El mбximo de formalidad, porque estarнan frente a la presencia imperial. A Miles le gustaba el uniforme de la Casa Vorkosigan, todos, el original marrуn y plata o la versiуn que usaba en este momento, severa y elegante. Le gustaba porque las botas altas no sуlo le permitнan dejar los hierros sino que se lo exigнan. Pero esa maсana ponerse las botas sobre las quemaduras habнa sido… doloroso. A pesar de que habнa tomado calmantes, seguramente iba a cojear mбs que de costumbre. No me olvido, Yenaro.

Descendieron en espiral hasta una pista de aterrizaje junto a la entrada sur de la cъpula, frente a un estacionamiento lleno de vehнculos. Vorob'yev hizo un gesto para que se retirara el auto de superficie.

— No tenemos escolta, milord? — dijo Miles, con dudas, mirando cуmo se iba la gente de la embajada mientras cambiaba de una mano a otra la larga caja de madera de abeto pulida.

Vorob'yev meneу la cabeza.

— De seguridad, no. Sуlo el emperador cetagandano puede urdir un asesinato dentro del Jardнn Celestial y si йl quisiera eliminarle, lord Vorkosigan, ni un regimiento de guardaespaldas lograrнa sacarlo de ahн con vida.