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A los doce años, Michelle presentaba un marcado contraste con sus padres, que eran ambos rubios de ojos azules, con rasgos de belleza nórdica. Michelle era precisamente lo contrario. Era morena, de cabello casi negro, y sus profundos ojos pardos tenían una ligera inclinación que le daba aspecto de pilluelo. Estaba inclinada hacia adelante, con los brazos apoyados en el asiento delantero, su reluciente cabello cayéndole en cascada sobre los hombros, devorando con los ojos cada detalle de Paradise Point. Era todo tan distinto de Boston y, pensaba ella, todo perfectamente maravilloso.

June se movió para mirar a su hija, pero el esfuerzo fue excesivo para su dilatado cuerpo. Mientras se hundía de nuevo en su asiento, reflexionó que, de cualquier manera, podía ser difícil explicar la vieja costumbre aldeana de los furgones de bienvenida a una niña de ciudad de doce años. En cambio, cuando pasaban frente a la escuela de Paradise Point, tocó la mano de su hija, preguntándole:

– ¿No se parece mucho a Harrison, verdad?

Michelle contempló fijamente el pequeño edificio de tablas blancas, rodeado por un herboso campo de juego; luego sonrió ampliamente, mientras su cara de diablillo reflejad placer por lo que veía.

– Siempre creí que empedraban automáticamente el campo de juego -dijo-. Y mira, árboles. ¡Realmente es posible sentarse bajo los árboles mientras se come la merienda!

Dos manzanas más allá de la escuela, Cal desaceleró el automóvil hasta casi detenerlo.

– ¿Te parece que debiera detenerme y hablar con Carson? -preguntó pensativo.

– ¿Esa es la clínica? -inquirió Michelle. Su voz reveló que no le parecía gran cosa.

– Comparada con la Clínica General de Boston no es mucho, ¿verdad? -dijo Cal. Luego con voz apenas audible, agregó-: Pero quizás sea mi lugar adecuado.

June miró a su esposo con rapidez; luego se estiró para apretarle la mano.

– Es lo adecuado -le aseguró.

El automóvil se detuvo del todo y los tres Pendleton miraron el edificio de una sola planta, no mayor que una casa pequeña, que albergaba a la clínica de Paradise Point. En el despintado cartel de adelante, apenas si pudieron leer el nombre de Josiah Carson, pero el nombre del mismo Cal resaltaba con claridad en letras negras recién pintadas.

– Tal vez simplemente me asome para avisarle que llegamos bien -sugirió Cal. Estaba por bajar del coche cuando la voz de June lo detuvo.

– ¿No puedes ir más tarde? El camión ya está en la casa y hay tanto por hacer. El doctor Carson no esperará que vayas hoy.

"Tiene razón", se dijo Cal, aunque sintió una punzada de culpa. Debía tanto a Carson. Pero de todos modos, el día siguiente sería lo bastante pronto. Cerró la portezuela y puso en marcha el automóvil.

Un momento más tarde la clínica desapareció de la vista, la aldea quedó repentinamente detrás de ellos y estaban en el camino paralelo a la caleta.

June se permitió tranquilizarse. Ese día, al menos, no tendría que ver al anciano doctor que de pronto se había convertido en una fuerza tan determinante en su vida, una fuerza que no le gustaba y en la cual no confiaba. Había crecido un vínculo entre su marido y Josiah Carson, que parecía volverse más sólido cada día. Habría querido entenderlo mejor… lo único que sabía, en realidad, era que se relacionaba con aquel muchacho.

Aquel muchacho que había muerto,

Resueltamente, dejó de pensar en eso. Por el momento se concentraría en Paradise Point.

Era un lindo paseo, con profundos bosques del lado interior, y una estrecha extensión de hierbas y heléchos separando el camino de la cresta de los riscos que se extendían vertiginosamente a la diminuta bahía de abajo.

– ¿Esa es nuestra casa? -preguntó Michelle.

En silueta contra el horizonte, una casa resaltaba vividamente del paisaje, con el contorno de su buhardilla y su galería alta como grabada sobre el cielo azul.

– Esa es -replicó June-. ¿Qué te parece?

– Desde aquí se la ve magnífica. Pero, ¿cómo es por dentro?

– Más o menos igual que por fuera -intervino Cal, riendo entre dientes-. Te encantará.

Mientras se acercaban a la casa que iba a ser el nuevo hogar de ellos, Michelle dejó que sus ojos se pasearan por el paisaje. Era hermoso, pero extraño en cierto modo. Le resultaba difícil imaginarse viviendo realmente con tanto espacio. Y los vecinos… en vez de estar del otro lado de la pared, iban a estar a casi medio kilómetro de distancia. Y además, advirtió entusiasmada, con un cementerio en el medio. Un camposanto de veras, a la antigua, ruinoso. Cuando el automóvil pasaba frente al cementerio, Michelle se lo señaló a su madre. June lo miró con interés, luego preguntó a Cal si sabía algo a su respecto. El se encogió de hombros.

– Josiah me dijo que es el viejo solar de su familia, pero que ya no lo usan más. O bien, supongo, él no se propone usarlo. Dice que lo van a sepultar en Florida y que le importa un cuerno si nunca vuelve a ver Paradise Point.

June lanzó una carcajada.

– Esto es lo que dice ahora. Pero espera a que llegue allá. Te apuesto un níquel a que se vuelve aquí corriendo.

– ¿Y tratará de comprarme otra vez la clientela? ¿Y la casa? No, me parece que realmente ansia alejarse de aquí. -Hizo una pausa, luego agregó-: Creo que este accidente lo conmovió más de lo que deja ver.

De pronto la voz de June dejó de ser risueña.

– Nos conmovió a todos, ¿o no? -dijo con voz queda-. Y ni siquiera conocíamos a ese muchacho. Pero aquí estamos. Es raro, ¿verdad?

Cal no respondió nada.

El nuevo hogar de ellos… el antiguo hogar de Josiah Carson.

Su nueva vida… la antigua vida de Josiah Carson.

¿Quién, se preguntó Cal en silencio, estaba huyendo de qué?

Cuando el automóvil se detuvo por fin frente a la casa, Michelle bajó de un salto y observó arrobada su ornato Victoriano, sin hacer caso de la pintura descascarada y la gastada carpintería, que daban a la casa un aspecto curiosamente siniestro.

– Parece un sueño -susurró-. ¿Realmente vamos a vivir en esto?

De pie junto a su hija, Cal le rodeó los hombros con un brazo y la apretó afectuosamente.

– ¿Te gusta, princesa?

– ¿Gustarme? ¿Cómo podría no gustarle a alguien? Parece algo salido de un libro de cuentos.

– Querrás decir que parece algo salido de un dibujo de Charles Adams -dijo June, saliendo por su lado del automóvil. Miró con atención el alto tejado de la casa de tres pisos y sacudió la cabeza-. Sigo teniendo la sensación de que allá arriba debe de haber murciélagos.

Michelle miró ceñuda a su madre.

– Si no te agrada, ¿por qué la compramos?

¿-No dije que no me agradara -se apresuró a agregar June-. A decir verdad, me encanta. Pero debes admitir que no se parece nada a un condominio en Boston. -Se interrumpió un momento y luego-: Espero que hayamos hecho lo correcto.

– Claro que sí -dijo Michelle-. Sé que lo hicimos.

Y dejando a sus padres de pie junto al auto, subió de un brinco al pórtico y desapareció por la puerta principal. Cal tendió una mano para tomar la de su esposa.

– Todo irá bien -dijo; era la primera vez que alguno de ellos reconocía los temores que habían compartido acerca de la mudanza-. Bueno, vamos a dar una ojeada.

Habían comprado la casa amueblada, y después de muy poca discusión, habían decidido no tratar de vender el moblaje que venía con ella. En cambio habían vendido el suyo. Sus muebles habían sido sencillos y bajos, y aunque habían encajado perfectamente en su apartamento de Boston, el ojo artístico de June le había dicho en seguida que estaba mal para los altos cielorrasos y aparatosos decorados del período Victoriano. Habían decidido que un cambio en el estilo de vida, bien podría traer consigo un cambio de gustos, y ahora exploraron juntos la casa, preguntándose cuánto tardarían en acostumbrarse a su nuevo ambiente.

En la sala de recibo, cuidadosamente instalada tras un pequeño cuarto de recepción a la derecha de la puerta principal, se amontonaban las cajas que contenían sus vidas. Una rápida ojeada bastó para sacudir la confianza de June sobre la sabiduría de su proyecto, pero Cal, leyendo los pensamientos de su esposa, le aseguró que podría tranquilizarse… él y Michelle se harían cargo de desempacar; lo único que tenía que hacer ella era indicarles dónde poner las cosas. June le sonrió con alivio y ambos pasaron al comedor.