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Mientras la luz de la tarde iba apagándose en el cuarto de la esquina, la muñeca parecía estar mirando por la ventana, con sus ciegos ojos de vidrio fijos en la bodega, abajo.

CAPITULO 2

En la bodega reinaba una atmósfera sólida, una robustez que hizo preguntarse a June qué se había propuesto exactamente su constructor. Al explorarla por cuarta vez, le pareció que debía de haber sido destinada para algo más que simple bodega y taller. Las ventanas desde donde se veía el océano estaban demasiado cuidadosamente espaciadas; el suelo, con sus tablas de roble apenas desgastadas después de un siglo de uso, demasiado bien instalado; y sus proporciones eran demasiado perfectas para que hubiese sido utilizada simplemente por un jardinero. No, decidió, quien hubiese diseñado ese cuarto, se había propuesto usarlo él mismo. Era casi como si hubiese sido diseñado como estudio. Las ventanas que daban al mar estaban situadas tan cerca del norte como lo permitía el risco, y debajo de ellas, un largo mostrador con armario de almacenaje bellamente fabricado cubría todo el largo de la habitación. Junto a una punta del mostrador se había instalado un fregadero grande. Las paredes de ladrillo, chorreadas con suciedad de años, habían estado antes blanqueadas, y el ribete de madera que rodeaba las puertas y ventanas, ahora descascarado, estaba pintado de un verde suave, como si alguien hubiera tratado de armonizarlo con el matiz del follaje exterior. En una punta de la habitación había un armario grande. Por el momento, June decidió dejar su puerta cerrada e imaginar en cambio qué podría haber allí escondido. Reliquias, pensó deliciosamente. Reliquias del pasado, esperando simplemente ser descubiertas.

Depositó su cuerpo en un taburete y contó automáticamente los días que faltaban para que naciera su hijo. Treinta y siete años, reflexionó, era una edad muy tonta para tener un hijo. No solo tonta, sino posiblemente peligrosa, tanto para ella como para el niño. "Ten cuidado", se recordó. Pero ese pensamiento no permaneció con ella… en cambio, sintió el impulso de empezar a limpiar los años de descuido que llenaban la pequeña habitación. Se puso de pie sin hacer caso de la pesadez de su cuerpo, preguntándose cómo era posible que un edificio tan abandonado durante tantos años pudiera haberse llenado tanto de basura.

En un rincón descubrió un barril para desechos que estaba milagrosamente vacío. Minutos más tarde ya estaba lleno, y June pensó en la conveniencia de subir también ella en él, para así compactar su contenido.

Felicitándose por su discreción, descartó la idea, sabiendo que si Cal la sorprendía en eso, quedaría escandalizado por su descuido. Además, sería muy propio de ella romperse una pierna y provocar un parto prematuro al mismo tiempo. En ese momento tenía demasiado que hacer para arriesgar semejante cosa. En cambio, se conformó con empujar el revoltijo del barril tan abajo como le fue posible y luego agregar más, hasta que estuvo en peligro de reventar. Luego se puso a buscar algo con lo cual limpiar el suelo.

Dentro mismo del armario, decepcionantemente vacío de tesoros ocultos por mucho tiempo, encontró una escoba, un balde y un estropajo. Entreabriendo un poco la ventanilla con la esperanza de renovar el aire viciado, June comenzó a barrer el polvo, amontonándolo. Estaba casi por la mitad del piso cuando de pronto la escoba se atascó en algo. June hurgó la suciedad apelotonada. Al ver que no se deshacía, se detuvo para mirarla con más atención.

Era una mancha quién sabe de qué, que cubría unos sesenta centímetros cuadrados en el suelo. Evidentemente lo volcado allí había sido dejado secar, y al secarse, se le había asentado polvo encima, introduciéndose hasta que ahora la escoba no podía penetrar en el revoltijo, que tenía tal vez un cuarto de pulgada de grosor. Irguiéndose, June echó mano al estropajo, preguntándose qué posibilidades habría de encontrar la vieja cañería aún en funcionamiento. Pero antes de que tuviera ocasión de experimentar, Cal y Michelle aparecieron en el vano.

Cal miró a su alrededor y sacudió la cabeza diciendo:

– Pensé que ibas sólo a dar una ojeada y hacer algunos planes.

– No pude resistir -contestó June irónicamente-. Es una habitación tan bonita, y el revoltijo era tan grande. Creo que sentí compasión por ella.

Michelle paseó su mirada por la revuelta habitación, e involuntariamente se apretó el cuerpo con los brazos como si la hubiera dominado un repentino escalofrío. Todavía de pie junto a la puerta, con una expresión de desagrado en el rostro, habló.

– Este lugar es siniestro… ¿Para qué lo usaban?

– Es una bodega -explicó su madre-, y probablemente el centro de operaciones del jardinero, donde guardaba todas sus herramientas, cultivaba retoños y esa clase de cosas. -Se detuvo un momento como reflexionando sobre algo, luego continuó-. Pero tengo la extrañísima sensación de que también usaron esto para otra cosa.

Cal arqueó las cejas.

– ¿Jugando a la detective?

– En realidad, no -respondió June-. Pero mira. El suelo es de roble sólido. ¡Y ese armario! ¿Quién iba a construir algo así sólo para el jardinero?

– Hasta unos cincuenta años atrás, muchas personas lo habrían hecho -replicó Cal riendo entre dientes-. Solían construir las cosas para que duraran, ¿recuerdas?

June sacudió la cabeza.

– No sé. Simplemente parece demasiado lindo para ser un simple cobertizo. Debe de haber habido algo más…

– ¿Qué es esto? -preguntó Michelle. Señalaba la mancha en la que había estado trabajando June al entrar

– Ojalá lo supiera. Creo que alguien debe de haber volcado un poco de pintura. Precisamente iba a tratar de limpiarla.

Michelle se acercó a la mancha y, arrodillándose junto a ella, la examinó con cuidado. Iba a extender la mano para tocarla, pero de pronto la retiró diciendo:

– Parece sangre. Apuesto a que alguien fue asesinado aquí -agregó incorporándose y enfrentando a sus padres.

– ¿Asesinado? -exclamó June-. ¿Cómo se te ocurre algo tan morboso?

Sin hacer caso a su madre, Michelle se dirigió en cambio a su padre.

– Mírala, papá, ¿no te parece sangre?

Con una sonrisita jugueteando en torno a la boca, Cal se acercó a Michelle y examinó la mancha con más cuidado todavía que ella. Cuando se enderezó su rostro estaba serio.

– Indudablemente es sangre -anunció con solemnidad-. No cabe suponer otra cosa. -Luego no pudo contener su sonrisa-. Por supuesto, podría ser pintura o algún tipo de arcilla, o Dios sabe qué. Pero si quieres sangre, lo acepto.

– Esto es repugnante -dijo June, deseosa de descartar tal idea-. Es un cuarto hermoso, que será un magnífico estudio, y por favor, no insistan en decirme que aquí sucedieron cosas horribles. ¡No quiero creerlo!

Michelle se encogió de hombros, miró una vez más en torno y sacudió la cabeza.

– Te regalo este lugar… yo lo odio. ¿Está bien si bajo a la playa? -agregó, dirigiéndose ya hacia la puerta.

– ¿Qué hora es? -preguntó June, dubitativa.

– Todavía falta mucho para que oscurezca -le aseguró Cal-. Pero ten cuidado, princesa. No quiero que te caigas tu primer día aquí… necesito pacientes que paguen, no mi propia familia.

Cuando Michelle echó a andar hacia el sendero que la llevaría abajo, a la caleta, las palabras de su padre resonaban en su cabeza: "no quiero que te caigas". Pero ¿por qué iba a caerse? Nunca se había caído en su vida. Entonces comprendió. Era aquel muchacho. Su padre estaba pensando todavía en aquel muchacho. Pero eso no había sido culpa suya. Y aunque lo hubiera sido, no tenía nada que ver con ella. Muy contenta empezó a bajar por el sendero.

Cal aguardó a que Michelle se perdiera de vista; luego tomó a su esposa entre sus brazos y la besó. Un instante más tarde, cuando la soltó, June escudriñó su rostro con expresión intrigada.

– ¿A qué vino todo eso?