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Tim Hartwick y Corinne Hatcher llegaron cuando Cal y Josiah Carson regresaban a la casa. June, todavía pálida, no se había movido de su sillón en la sala de recibo. El grupo se congregó alrededor de ella.

– ¿Lo viste? -preguntó June a Cal, quien asintió-. Yo no lo pinté -repitió June.

– ¿De dónde salió?

– Del armario -respondió June inexpresivamente-. Lo encontré en el armario hace cosa de una semana. Entonces… entonces era solo un boceto. Pero hoy, cuando entré allí, lo vi sobre el caballete.

– ¿Qué cosa? -interrumpió Hartwick-. ¿A qué se refiere usted?

– A un cuadro -respondió June con suavidad-. Está en el estudio. Más vale que vayan a verlo… es lo que yo quería que vieran.

Confundidos, Tim y Corinne iban a salir del cuarto cuando se detuvieron al sonar el teléfono. Aunque era la que más cerca estaba del teléfono, June no intentó responder al llamado; fue Cal quien lo hizo por último.

– Hola…

– ¿Doctor Pendleton? -preguntó una voz temblorosa.

– Sí.

– Habla Bertha Carstairs. Quisiera… quisiera saber si está con usted Joe Carson.

– Sí, aquí está -respondió Cal arrugando un poco la frente mientras miraba a Carson inquisitivamente, esperando casi que rechazara el llamado.

Pero Carson parecía haberse repuesto, como si la extraña escena del estudio nunca hubiese tenido lugar. Tomando el auricular, dijo:

– Habla el doctor Carson.

– Aquí Bertha Carstairs, Joe. Algo terrible ha sucedido. Acaban de entrar Sally y Alison Adams, diciendo que Annie Whitmore está en el campo de juego. Joe… ellas dicen que está muerta. Se encuentra bajo los columpios. Sally dice que parecía haberse caído. Como si fuera un accidente o algo así…

Se le apagó la voz y Carson comprendió que estaba ocultando algo.

– ¿Que más, Bertha? Porque hay algo más, ¿verdad?

Bertlia Carstairs vaciló. Cuando volvió a hablar lo hizo en tono casi de disculpa.

– No estoy segura -declaró con lentitud-. Tal vez no sea importante… tal vez no signifique absolutamente nada… pero, en fin,… -Se interrumpió un segundo; luego sus palabras se oyeron con claridad.- Joe, hoy Sally vio a Michelle Pendleton. Venía por el camino, desde el poblado. Y Sally dijo que la semana pasada Michelle y Annie estuvieron jugando mucho juntas. Y con lo de Susan Peterson y lo de Billy Evans… pues no sé… no me gusta decirlo…

La voz de Bertha se volvió a apagar.

– Entiendo. No se preocupe, Bertha -dijo Carson. Colgó el teléfono y se volvió hacia las cuatro personas que lo observaban.- Se trata de Annie Whitmore. Algo le ha sucedido -anunció.

Les contó lo dicho por Bertha Carstairs sin omitir nada.

– Dios santo -gimió June cuando él hubo terminado-. Ayuda a Michelle. ¡Por favor, ayúdala! -Luego se incorporó de un salto, con los ojos dilatados-. Pero ¿dónde está ella? -exclamó-. Si Sally la vio venir por aquí, debía de estar volviendo a casa. -Con ojos súbitamente enloquecidos, echó a correr hacia el pasillo.- Michelle… ¡Michelle!

La oyeron repetir el nombre de su hija mientras subía la escalera. De pronto hubo un silencio; después la oyeron bajar de nuevo.

– No está aquí. ¡Cal, ella no está aquí!

– No te preocupes -le contestó su esposo-. La encontraremos.

– ¡Lisa! -exclamó Tim con voz apagada. Pero solamente Corinne supo lo que él quiso decir.

– Sally y Alison -declaró ella-. Tío Joe, ¿dijo algo la señora Carstairs respecto de Lisa?

Josiah Carson sacudió la cabeza. Tim echó mano al teléfono mientras preguntaba:

– ¿Cuál es su número? Pronto, ¿cuál es el número de los Carstairs?

Arrebatándole el teléfono, Corinne disco. El teléfono sonó una vez, luego dos veces más antes de que se oyera la voz angustiada de Bertha Carstairs.

– ¿Señora Carstairs? Habla Corinne Hatcher. ¿Qué sabe de Lisa Hartwick? Estaba con Sally y Alison. ¿Volvió junto con ellas?

– Pues no -respondió Bcrtha-. Aguarde un minuto… -Después de un silencio, Bertha volvió al aparato.- Se quedó allá, cerca de la casa de los Benson. Ella y Jeff iban a bajar a la caleta. Ojalá los niños no jugaran allá abajo… las corrientes son tan peligrosas…

Pero Corinne la interrumpió diciendo:

– No se preocupe, estoy en casa de los Pendleton y no dudo de que la encontraremos. -Colgó el teléfono y se volvió hacia Tim-. Está por aquí. Ella y Jeff Benson iban a bajar a la playa.

– Es esa muñeca -gritó de pronto June-. ¡Es esa maldita muñeca! -Todos la miraron extrañados, pero solo Josiah Carson comprendió lo que ella decía.- ¿No se dan cuenta? -continuó ella-. ¡Todo empezó con esa maldita muñeca!

Una vez más June subió la escalera corriendo e irrumpió en el cuarto de Michelle. Miró frenéticamente alrededor, buscando la muñeca.

¡Amanda! Todo era culpa de Amanda.

¡Si tan solo pudiera librarse de la muñeca!

Y entonces la vio, apoyada en el alféizar de la ventana, con sus ojos de vidrio mirando vacuamente hacia el Paso del Diablo. Cruzó la habitación y la levantó. Pero cuando estaba por apartarse de la ventana, un fugaz movimiento atrajo su mirada.

Miró hacia afuera, tratando de ver a través del cristal enturbiado por la lluvia.

Allá en el risco, al norte. Cerca del cementerio.

Era Michelle.

Inmóvil sobre el risco, apoyada contra una roca, mirando hacia la playa.

Pero no estaba apoyándose en la roca.

¿Qué estaba haciendo?

La estaba empujando.

– Oh, no -exclamó June con voz ahogada.

Tomando la muñeca se precipitó fuera del cuarto mientras gritaba:

– Está afuera. ¡Michelle está afuera! Cal, ve a buscarla. ¡Por favor, ve a buscarla!

La niebla se estaba juntando rápidamente en torno a Michelle; la playa había desaparecido. Solo percibía a Amanda, inmóvil junto a ella, tocándola, susurrándole.

– Ya vienen. Puedo verlos, Michelle. ¡Puedo verlos! Se acercan… ya casi han llegado… ¡Ahora! Ayúdame, Michelle. ¡Ayúdame!

Michelle tendió una mano, tocó la roca, que parecía vibrar bajo sus dedos como si estuviera viva.

– Más fuerte -siseó Amanda-. Tenemos que empujarla más fuerte, antes de que sea demasiado tarde.

De nuevo Michelle sintió que la roca se movía; luego la vio balancearse. Quiso apartarse de ella, pero no pudo. La sintió resbalar, sacudirse un poco, después soltarse…

Fue un ruido bajo, que casi se perdió en el estruendo de la marejada, pero Jeff lo oyó y alzó la vista.

Arriba de él.

El ruido había venido desde arriba de él.

Después vio la roca que se precipitaba.

Supo que la roca lo iba a alcanzar, supo que debía moverse rápidamente, saltar al costado… hacia atrás… a cualquier parte. Pero no pudo moverse. Le tembló la boca y se le apretó el estómago. Iba a morir… lo sabía.

Pero estaba paralizado. Tan solo en el último segundo, sus músculos le obedecieron de pronto. Demasiado tarde.

La roca, que tenía un metro y medio de diámetro, lo golpeó. Se encorvó hasta el suelo, sintiendo su peso aplastante, y creyó poder oírla, triturándolo bajo su mole.

Y pudo oír también otra cosa.

Una risa.

Flotó sobre él mientras moría y Jeff se preguntó de dónde venía.

Era un niñita y se estaba riendo de él. Pero, ¿por qué?

¿Qué había hecho él?

Entonces Jeff Benson murió.

También Michelle oyó la risa y supo que era Amanda.

Amanda estaba complacida con ella y eso la ponía contenta. Pero no estaba segura de por qué Amanda estaba complacida.

La niebla empezó a despejarse y Michelle miró abajo.

Podía ver de nuevo la playa.

Había una niña en la playa, inmóvil, contemplando fijamente la roca caída.

Michelle comprendió que podía haberla alcanzado a ella. Pero no había sido así.