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– Oh, vamos… -protestó June, pero Cal levantó una mano para interrumpirla.

– Es cierto. Debiste haberme visto ayer. Entró la señora Parsons y yo, siendo médico, me disponía ya a examinarla. Si Josiah no me lo hubiera impedido, la habría hecho ponerse una túnica enseguida. Pero parece que ella no quería que la examinara… lo único que deseaba era tener una breve "charla". Josiah la escuchó, cloqueó comprensivamente y le dijo que si sus síntomas persistían él la examinaría la semana que viene.

– ¿Qué le pasaba? -preguntó Michelle.

– Nada. Resulta que su pasatiempo es leer sobre diversos achaques, y le gusta hablar de ellos, pero como no le parece correcto ir al consultorio solamente para hablar, afirma tener los síntomas.

– Se diría que es una hipocondríaca -comentó June.

– Eso pensé yo también, pero Josiah dice que no. No es que realmente sienta los síntomas. Tan solo dice sentirlos. Además -continuó Cal-, parece que la señora Parsons habla no solamente de sus síntomas, sino también de los de otras personas. Dice Josiah que en el pueblo hay por lo menos tres personas que hoy están vivas solamente porque la señora Parsons le contó a él cosas que ellos mismos no querían decirle.

– ¿Qué hace él entonces? -interrumpió Michelle-. ¿Sale y las arrastra al consultorio?

– Exactamente, no -dijo Cal, riendo entre dientes-. Pero sí va a visitarlas y las revisa. Evidentemente la señora Parsons tiene un ojo especialmente bueno para ataques cardíacos potenciales.

– Eso no suena muy profesional -murmuró June.

Cal se encogió de hombros.

– Hasta hace una semana habría estado de acuerdo contigo. Pero ya no estoy tan seguro. -Levantando su copa, sorbió el Chablis; luego continuó hablando-. Me he estado preguntando cuántas personas estarían todavía vivas si hubiésemos tenido una señora Parsons en la Clínica General de Boston, donde teníamos tiempo solamente para curar enfermedades específicas. Josiah dice que hay muchas cosas sobre las cuales las personas no se quejan… en cambio se mueren, simplemente, pensando que las cosas mejorarán.

– Esto es siniestro -dijo Michelle estremeciéndose.

– Lo sé -admitió Cal-. Pero no sucede con tanta frecuencia aquí, porque Josiah ha tenido siempre tiempo para llegar a conocer a sus pacientes y averiguar qué les pasa antes de que eso llegue demasiado lejos. Es un buen creyente en la medicina preventiva.

– ¿Acaso es un médico brujo? -inquirió June. Aunque trató de que el tono fuese ligero, se estaba

cansando de las alabanzas de Cal para el otro médico, más viejo. "¡Josiah dice!". Cal parecía estar pendiente de cada palabra que Carson emitía. En ese momento sin hacer caso de la pregunta de June se volvió hacia Michelle, pero antes de que pudiera continuar sonó la campanilla de la puerta. Agradecida por la ocasión de poner fin a la conversación de Josiah Carson, June se incorporó con rapidez para acudir al llamado. Pero cuando abrió la puerta principal, vio enmarcada en el portal la figura alta y delgada de Josiah Carson, cuya melena casi blanca brillaba en la creciente oscuridad del atardecer. June se sintió lanzar una leve exclamación ahogada; luego se recobró con rapidez.

– Vaya, hablando del diablo…

Carson sonrió apenas.

– Espero no interrumpir su cena. Me temo que sea realmente urgente. -Y entrando en el vestíbulo, cerró la puerta detrás de sí.

Antes de que June pudiese contestar nada, apareció Cal en la sala.

– ¡Josiah! ¿Qué hace usted por aquí?

– Voy a una visita domiciliaria. Habría telefoneado pero estaba ya en el automóvil antes de pensar en usted. ¿Quiere venir conmigo?

– Deduzco que no es una emergencia -observó June.

– Bueno, por cierto que no es nada que requiera una ambulancia. A decir verdad dudo de que sea gran cosa. Se trata de Sally Carstairs. Se queja de dolor en un brazo y su madre me pidió que la viera. Y entonces se me ocurrió algo -hizo una pausa mirando hacia el comedor-. ¿Está aquí Michelle?

La voz de Cal delató su curiosidad al repetir el nombre de su hija.

– ¿Michelle?

– Sally Carstairs tiene la misma edad que Michelle, y se me ocurrió que su hija podría beneficiarla más que usted o yo. Con frecuencia, conocer una nueva amiga hace que un niño olvide el dolor.

Entre los dos médicos pasó una mirada que casi se le escapó a June. Fue como si Carson hubiese hecho una pregunta a su marido y Cal hubiese contestado. Sin embargo hubo algo más, una silenciosa comunicación entre ambos que inquietó a June. Y entonces Michelle apareció en el vestíbulo y de pronto quedó todo resuelto.

– ¿Quieres ir en una visita a domicilio? -oyó June que Carson preguntaba a su hija.

– ¿De veras? -Michelle miró a su madre, luego se volvió hacia su padre con los ojos resplandecientes.

– Según parece, el doctor Carson cree que podrías ser terapéutica para una de nuestras pacientes.

– ¿Quién? -preguntó ansiosamente Michelle.

– Sally Carstairs. Tiene más o menos tu misma edad y le duele un brazo. El doctor Carson quiere usarte como analgésico.

Michelle miró a su madre como pidiendo permiso. Pero June vaciló un momento.

– ¿No está enferma?

– ¿Sally? -dijo Carson-. Dios santo, no. Solamente le duele el brazo, pero si usted quiere que Michelle se quede aquí…

– No… llévenla, por supuesto. Es hora de que conozca a una niña de su misma edad. En las dos últimas semanas, la única persona a quien ha visto es Jeff Benson.

– Que es un muchacho muy correcto -señaló Cal.

– No dije que no lo fuera, pero una muchacha necesita también amigas.

Michelle se dirigió a la escalera.

– Enseguida vuelvo.

Desapareció escaleras arriba y un momento más tarde reapareció con su cartapacio verde bajo el brazo.

– ¿Qué es eso? -preguntó Josiah Carson.

– Una muñeca -explicó Michelle-. La encontré arriba, en mi ropero. Pensé que tal vez a Sally le guste verla.

– ¿Aquí? -preguntó Carson-. ¿La encontraste aquí?

– Sí. Es realmente vieja.

– De pronto la cara de Michelle se nubló, y preocupada miró a Carson-. Supongo que pertenecerá a su familia, ¿verdad?

– Pues no lo sé -replicó Carson-. ¿Por qué no me dejas verla?

Michelle abrió el cartapacio y sacando la muñeca, la ofreció a Carson, quien la miró, pero no la tomó.

– Interesante -comentó-. Tal vez haya pertenecido a algún miembro de la familia, pero es la primera vez que la veo.

– Si la quiere, se la doy -dijo Michelle, con evidente expresión de desilusión.

– ¿Y qué podría hacer yo con ella? -replicó Carson -. Guárdatela y disfruta de ella. Y mantenla en casa.

June miró bruscamente al anciano doctor.

– ¿Que la mantenga en casa? -repitió.

Estaba segura de que Carson vaciló, pero cuando éste habló, su tono fue ingenuo.

– Es una hermosa muñeca, y evidentemente una antigüedad. No creo que Michelle quiera que le ocurra nada, ¿verdad?

– Se apenaría mucho -admitió Cal-. Llévala de vuelta a tu cuarto, linda, y entonces partiremos. Josiah, ¿lo seguimos?

– Perfecto. Aguardaré en mi automóvil.

Se despidió de June y luego dejó solos a los Pendleton. Cal abrazó rápidamente a June.

– Ahora, no hagas nada indebido. No quiero estar toda la noche levantado, contigo de parto.

– No te preocupes, lavaré los platos y luego me iré a la cama con un buen libro -respondió June, mientras Cal iba hacia la puerta y Michelle bajaba de nuevo las escaleras.

– Tengan cuidado -agregó de pronto y Cal se volvió.

– ¿Que tengamos cuidado? ¿Qué podría ocurrir?

– No sé -replicó June -. Nada, supongo. Pero de todos modos tengan cuidado, ¿de acuerdo?

Esperó junto a la puerta abierta hasta que ellos se marcharon; luego comenzó a despejar lentamente la mesa. Cuando terminó, ya sabía qué la estaba importunando.