Siuan frunció el entrecejo, pero no era el feroz ceño que Nynaeve recordaba. Apuntaba un atisbo de prevención, como si supiera que hablaba con sus superiores, e igual ocurría con su voz. Ése era otro cambio que a Nynaeve le costaba trabajo creer.
—Verin no me habló nunca de él. Me encantaría poder hacerle unas cuantas preguntas.
—Y yo tengo algunas preguntas sobre esto. —La tez olivácea de Myrelle se ensombreció mientras desdoblaba un papel muy familiar (¿por qué lo habrían guardado?) y leyó en voz alta—: «Lo que hace el portador de este documento lo hace bajo mis órdenes y mi autoridad. Obedeced y guardad silencio, siguiendo mi mandato. Siuan Sanche, Vigilante de los Sellos, Llama de Tar Valon, la Sede Amyrlin». —Apretó el puño y estrujó la hoja de papel y el sello—. No es algo que deba entregarse a una Aceptada.
—En ese momento no sabía en quién podía confiar —respondió sosegadamente Siuan. Las seis Aes Sedai la miraron de hito en hito—. Por entonces tenía autoridad para actuar como considerara conveniente. —Las seis Aes Sedai no pestañearon. La voz de Siuan adquirió un ligero timbre de exasperada súplica—. No podéis exigirme que responda por hacer lo que debía hacer cuando tenía perfecto derecho de hacerlo. Cuando el barco hace agua, tapas el agujero con lo que tienes a mano.
—¿Y por qué no nos lo contaste? —inquirió quedamente Sheriam, aunque con un atisbo de dureza en la voz. Como Maestra de las Novicias nunca había levantado la voz, aunque a veces uno habría preferido que lo hiciera—. Tres Aceptadas, ¡Aceptadas!, sacadas de la Torre para dar caza a trece hermanas del Ajah Negro. ¿Es que utilizas niñas para tapar el agujero en tu barco, Siuan?
—No somos niñas —replicó, acalorada, Nynaeve—. Varias de esas trece hermanas están muertas, y desbaratamos sus planes en dos ocasiones. En Tear, las…
—Ya nos habéis contado lo de Tear, muchacha —la cortó Carlinya como una afilada hoja de hielo—. Y lo de Tanchico. Y la derrota infligida a Moghedien. —Su boca se torció en una mueca sesgada. Ya había manifestado que Nynaeve había sido una necia por no mantener la mayor distancia posible entre una Renegada y ella, y que tenía suerte de haber salido con vida del encuentro. El hecho de que Carlinya tuviera tanta razón al decir eso (por supuesto no lo habían contado todo) sólo consiguió que el nudo que Nynaeve tenía en el estómago se apretara un poco más—. Sois unas niñas, y tendréis suerte si no decidimos daros unos azotes. Ahora, guardad silencio hasta que se os dé permiso para hablar.
Nynaeve se puso roja como la grana y esperó que lo interpretaran como azoramiento; guardó silencio.
—¿Y bien? —instó Sheriam, que no había apartado la vista de Siuan—. ¿Por qué no mencionaste en ningún momento que habías enviado a tres chiquillas a cazar leonas?
Siuan respiró hondo, enlazó las manos y agachó la cabeza con gesto arrepentido.
—No parecía significativo, Aes Sedai, con tantas otras cosas importantes. No he ocultado nada cuando había la más mínima razón para contarlo. He explicado hasta el último detalle que conocía sobre el Ajah Negro. Hacía tiempo que ignoraba dónde estaban estas dos jóvenes y lo que se traían entre manos. Lo importante es que ahora están aquí, y con esos tres ter’angreal. Debéis comprender lo que significa el tener acceso al estudio de Elaida, a sus papeles, aunque sólo sean fragmentos. De no ser por eso, no os habríais enterado de que sabe dónde estáis hasta que hubiese sido demasiado tarde.
—Nos damos cuenta de eso —manifestó Anaiya mientras miraba de soslayo a Morvrin, que seguía contemplando el anillo de piedra con el ceño fruncido—. Sólo que, tal vez, nos cogen un poco de sorpresa los medios.
—El Tel’aran’rhiod —musitó Myrelle—. Vaya, pero si se ha convertido en un mero asunto de discusiones eruditas en la Torre, casi una leyenda. Y las caminantes de sueños Aiel. ¿Quién habría imaginado que las Sabias Aiel pueden encauzar, y mucho menos hacer esto?
Nynaeve deseó haber podido mantener tal circunstancia en secreto —como la verdadera identidad de Birgitte y unas cuantas cosas más que había logrado guardar para sí— pero resultaba muy difícil evitar que a una se le escaparan cosas cuando la están interrogando mujeres capaces de horadar rocas con una mirada cuando se lo proponen. En fin, suponía que debía alegrarse de que se conformaran con lo que tenían. Una vez que se mencionó el Tel’aran’rhiod y el hecho de que podían entrar en él, un ratón habría metido en cintura a gatos antes que las mujeres hubiesen renunciado a hacer pregunta tras pregunta.
Leane se adelantó medio paso, sin mirar a Siuan.
—Lo importante es que con estos ter’angreal podéis hablar con Egwene, y a través de ella con Moraine. Entre ambas no sólo podréis tener vigilado a Rand al’Thor, sino influir en él incluso estando en Cairhien.
—A donde se dirigió desde el Yermo de Aiel —intervino Siuan—, donde pronostiqué que estaría. —Aunque sus ojos estaban prendidos en las Aes Sedai y sus palabras iban dirigidas a ellas, era obvio que el timbre áspero estaba destinado a Leane.
—De mucho sirvió. Para enviar a dos Aes Sedai al Yermo a la caza de espejismos —gruñó la antigua Guardiana.
Oh, sí, definitivamente allí había una gran frialdad.
—Basta, niñas —acotó Anaiya como si realmente fuesen unas crías y ella una madre acostumbrada a sus pueriles peleas. Dirigió a las otras Aes Sedai una mirada significativa—. Será muy positivo poder hablar con Egwene.
—Si es que funciona como afirman —dijo Morvrin mientras hacía saltar sobre la palma el anillo de piedra y toqueteaba los otros ter’angreal que tenía en el regazo. La mujer era de las que no creerían que el cielo era azul sin tener pruebas.
—Sí —asintió Sheriam—. Ésa será vuestra primera tarea, Elayne, Nynaeve. Tendréis ocasión de enseñar a Aes Sedai, de mostrarnos cómo utilizarlos.
Nynaeve hizo una reverencia mientras enseñaba los dientes; si preferían, podían interpretar el gesto como una sonrisa. ¿Enseñarles? Sí, y de ese modo jamás volverían a tener a su alcance ni el anillo ni los otros ter’angreal. La reverencia de Elayne fue aun más estirada, y su rostro semejaba una fría máscara. Sus ojos se desviaron hacia aquel estúpido a’dam casi con anhelo.
—Las cartas de valores nos serán útiles —comentó Carlinya. Con toda su frialdad y lógica del Ajah Blanco todavía se percibía irritación por el modo en que acortaba las palabras—. Gareth Bryne siempre quiere más oro del que tenemos, pero con ellas tal vez podamos satisfacer sus demandas.
—Sí —convino Sheriam—. Y también debemos coger la mayor parte del dinero. Cada día hay más bocas que alimentar y más cuerpos que vestir, aquí y en cualquier parte.
Elayne hizo un elegante asentimiento de cabeza, como si no fueran a disponer del dinero tanto si quería como si no, pero Nynaeve se limitó a esperar. El oro, las cartas de valores e incluso los ter’angreal sólo eran una parte.
—En cuanto al resto —continuó Sheriam—, hemos llegado a la conclusión de que abandonasteis la Torre cumpliendo una orden, por errónea que ésta fuera, y no se os puede responsabilizar por ello. Ahora que estáis de vuelta con nosotras sanas y salvas, reanudaréis vuestros estudios.
Nynaeve, que había estado conteniendo la respiración, soltó lentamente el aire. Era más de lo que había esperado desde que había empezado el interrogatorio. No es que le gustara, pero por una vez nadie iba a acusarla de tener mal genio; sobre todo en un momento en que resultaría contraproducente.