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De pronto Nynaeve se dio cuenta de que Siuan se sacudía. Al principio pensó que estaba llorando, pero luego comprendió que era por la risa. Se incorporó un poco, se apartó el pelo de la cara bruscamente —tenía la coleta deshecha— y miró, furibunda, a la otra mujer.

—¿De qué os reís? ¿De mí? ¡Si vais a…!

—De ti no. De nosotras. —Todavía sacudida por la risa, Siuan la empujó para quitársela de encima. También ella tenía el cabello revuelto, y el polvo cubría el sencillo vestido de lana que llevaba puesto ahora, con aspecto desgastado y zurcido pulcramente en varios sitios. También iba descalza—. Dos mujeres hechas y derechas rodando por el suelo como… No había hecho algo así desde que tenía… doce años, creo. Empecé a pensar que sólo nos faltaba que la gruesa Cian apareciese, me cogiera por una oreja y me dijera que las niñas no se pelean. Al parecer una vez dejó tumbado a un borracho, aunque no sé el motivo. —Algo muy parecido a una risita la agitó un momento, pero enseguida la reprimió, se puso de pie y se sacudió el polvo de la ropa—. Si estamos en desacuerdo en algo, podemos solucionarlo como mujeres adultas. —Con un tono cauteloso añadió—: Sin embargo, no sería mala idea evitar cualquier mención a Gareth Bryne. —Dio un respingo cuando el desgastado vestido se transformó en otro rojo con bordados negros y dorados alrededor del repulgo y del borde del exagerado escote.

Nynaeve se quedó sentada, mirándola. ¿Qué habría hecho ella como Zahorí si hubiese encontrado a dos mujeres rodando por el polvo así? Como poco, la respuesta la condujo al borde de un estallido de mal genio. Siuan todavía no parecía darse cuenta de que no hacía falta sacudir el polvo de la ropa con las manos en el Tel’aran’rhiod. Apartó bruscamente los dedos que habían estado trenzando la coleta y se levantó del suelo con rapidez; antes de que estuviera de nuevo en pie, la trenza le colgaba sobre el hombro perfectamente peinada, y las ropas de buena lana de Dos Ríos podrían haber acabado de salir del lavadero por su aspecto.

—Estoy de acuerdo —dijo.

Si ella hubiese pillado a dos mujeres de esa guisa, habría hecho que lo lamentaran antes de llevarlas a rastras ante el Círculo de Mujeres. ¿En qué demonios pensaba para liarse a porrazos como cualquier hombre estúpido? Primero, Cerandin —no quería acordarse de ese episodio, pero había ocurrido—; después, Latelle, y ahora esto. ¿Es que iba a tener que echar abajo su barrera a fuerza de estar furiosa a todas horas? Por desgracia —o tal vez por suerte— aquella idea no la puso de mejor humor.

—Si discrepamos en algo, podemos… discutirlo —añadió.

—Supongo que eso significa que nos gritaremos la una a la otra —comentó secamente Siuan—. En fin, mejor eso que no lo otro.

—¡No tendríamos que gritarnos si no…! —Haciendo una profunda inhalación, Nynaeve miró a otro lado; éste no era el modo de empezar tras hacer borrón y cuenta nueva. La inhalación que estaba haciendo se cortó de golpe, y giró de nuevo la cabeza hacia Siuan con tal rapidez que pareció que la había sacudido. Así lo esperaba, al menos. Durante un fugaz instante había visto un rostro en una ventana al otro lado de la calle. Y sintió un vacío en el estómago, una oleada de miedo, y una rabia sorda por haberse asustado—. Creo que deberíamos regresar ya —anunció quedamente.

—¡Regresar! Dijiste que ese asqueroso potingue me haría dormir más de dos horas, y no hace ni la mitad de tiempo que estamos aquí.

—El tiempo transcurre de manera distinta en el Tel’aran’rhiod. —¿Había sido Moghedien? La cara había desaparecido tan velozmente que podría tratarse de cualquier persona que se hubiese soñado allí durante un instante. Si era Moghedien, no debían, por ningún concepto, hacer nada para que se diera cuenta de que la había visto. Tenían que marcharse. Oleada de miedo, rabia sorda—. Ya os lo dije. Un día en el Tel’aran’rhiod puede significar una hora en el mundo de vigilia o viceversa. Hemos de…

—He sacado del pantoque con un cubo a mejores que tú, muchacha. No pienses que puedes sisarme en el cambio e irte de rositas. Me enseñarás todo lo que enseñas a las otras, como acordamos. Nos marcharemos cuando me despierte.

No había tiempo, si era Moghedien a quien había visto. El vestido de Siuan era de seda verde ahora, y habían aparecido de nuevo la estola de Amyrlin y el anillo de la Gran Serpiente, pero, sorprendentemente, el escote era casi tan bajo como cualquiera de los que había llevado antes. El anillo ter’angreal colgaba por encima de sus senos y, de algún modo, formaba parte de un collar de esmeraldas cuadradas.

Nynaeve actuó sin pensar. Su mano se movió con una rapidez relampagueante y tiró del collar con tanta fuerza que se lo arrancó a Siuan del cuello. Los ojos de la otra mujer se abrieron como platos, pero tan pronto como el broche se hubo roto ella desapareció, y el collar y el anillo se desvanecieron en la mano de Nynaeve. Durante un instante miró sus dedos vacíos de hito en hito. ¿Qué le ocurriría a una persona expulsada del Tel’aran’rhiod de esa manera? ¿Habría enviado a Siuan de vuelta a su cuerpo dormido o a alguna otra parte? ¿O a ninguna?

El pánico se apoderó de ella; se había quedado parada allí, sin más. Tan rápidamente como si estuviese huyendo, el Mundo de los Sueños pareció cambiar a su alrededor.

De repente se encontró en una calle de tierra de un pequeño pueblo con casas de madera, todas de una sola planta. El León Blanco de Andor flameaba en la punta de un alto astil, y un solitario embarcadero de piedra penetraba en el cauce de un río ancho, donde una bandada de aves de pico largo volaba hacia el sur casi a ras de la corriente. Todo le resultaba vagamente conocido, pero le costó unos instantes identificar el lugar. Era Jurene, en Cairhien. Y ese río era el Erinin. Era allí donde Egwene, Elayne y ella habían embarcado en el Rayo, bautizado con tan poco acierto como el Sierpe de río, para continuar su viaje hacia Tear. Al recordarlo ahora le pareció algo leído en un libro mucho tiempo atrás.

¿Por qué había saltado a Jurene? La respuesta a eso era fácil y la tuvo tan pronto como lo pensó. Jurene era el único sitio que conocía lo bastante bien para saltar a él en el Tel’aran’rhiod y, al mismo tiempo, estaba segura de que Moghedien no tenía noticia de él. Habían pasado allí una hora, con anterioridad a que la Renegada supiese que ella existía, y tenía la certeza de que ni Elayne ni ella habían vuelto a mencionarlo una sola vez, ni en el Tel’aran’rhiod ni estando despiertas.

Pero aquello planteaba otro interrogante; el mismo, en cierto modo. ¿Por qué Jurene? ¿Por qué no salir del sueño y despertar en su cama, sin más, si es que lavar platos y fregar suelos además de todas sus otras ocupaciones no la tenían tan agotada como para seguir dormida? «Porque todavía no puedo abandonar el Tel’aran’rhiod». Moghedien la había visto en Salidar, si es que era Moghedien, de modo que la Renegada conocía ahora la existencia de Salidar. «Puedo decírselo a Sheriam». ¿Y cómo? ¿Admitiendo que estaba enseñando a Siuan? Se suponía que ella no debía tocar esos ter’angreal excepto estando con Sheriam y las otras Aes Sedai. Nynaeve ignoraba cómo se las ingeniaba Siuan para echarles la mano cuando quería. No, no la asustaba pasar más horas con los brazos metidos hasta los codos en agua caliente; la asustaba Moghedien. La ira bulló ardiente en sus entrañas. Ojalá tuviese un poco de menta de ánade de su morral de hierbas. «Estoy tan… tan harta de tener miedo».