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La antigua Zahorí repitió la señal y, al cabo de un momento, también lo hizo su compañera.

—Soy Nynaeve, y ella, Elayne. Vimos vuestra señal.

—¿La señal? —La mujer pestañeó como si quisiera echar a volar—. Ah, sí. Por supuesto.

—¿Y bien? —dijo Nynaeve—. ¿Qué mensaje urgente es ése?

—No deberíamos hablar sobre eso aquí… eh… señora Nynaeve. Podría entrar alguien. —Nynaeve lo dudaba mucho—. Os lo contaré mientras tomamos una buena taza de té. De mi mejor té, ¿os lo dije ya?

Nynaeve intercambió una mirada con Elayne. Si la señora Macura era tan reacia a hablar, la noticia debía de ser realmente impresionante.

—Podemos entrar en la trastienda —intervino Elayne—. Allí nadie nos oirá. —Su tono regio atrajo la atención de la modista. Por un momento Nynaeve pensó que ello pondría fin a su nerviosismo, pero al instante la mujer volvía a parlotear como antes.

—El té estará preparado dentro de un momento. El agua ya estaba caliente. Antes utilizábamos té tarabonés del que traían los mercaderes. Ése es el motivo de que esté aquí, supongo. No por el té, naturalmente, sino por todo ese comercio que solía haber y las noticias que llegaban con las carretas de una y otra dirección. Ellas… quiero decir, vosotras estáis interesadas principalmente en epidemias o una nueva clase de enfermedad, pero también a mí me interesa algo así. Hice mis pinitos con… —Tosió y se apresuró a continuar mientras se alisaba de nuevo la falda; si frotaba la tela con más fuerza, acabaría haciéndose un agujero en ella—. Es algo relacionado con los Hijos, por supuesto, pero en realidad ellas… vosotras no estáis demasiado interesadas en ellos.

—Vayamos a la cocina, señora Macura —instó firmemente Nynaeve tan pronto como la otra mujer hizo una pausa para respirar. Si las noticias la tenían tan asustada, Nynaeve no admitiría más retrasos en que le pasara la información.

La puerta trasera se abrió lo suficiente para que Luci asomara la cabeza con gesto de ansiedad.

—Está preparado, señora —anunció sin aliento.

—Por aquí, señora Nynaeve —dijo la modista, que seguía sobando la parte delantera de su vestido—. Señora Elayne.

Un pasillo corto conducía, pasando ante una estrecha escalera, a una cocina acogedora con vigas en el techo; en la lumbre había un cazo con agua hirviendo, y había alacenas por todas partes. Ollas de cobre colgaban entre la puerta y una ventana que se asomaba a un pequeño patio, rodeado por una valla de madera. Sobre la pequeña mesa situada en el centro de la cocina había una brillante tetera amarilla, un tarro verde con miel, tres tazas disparejas de otros tantos colores, y un recipiente de loza azul, bajo y ancho, con la tapa a su lado. La señora Macura recogió el recipiente con rapidez, lo tapó y lo guardó en una alacena, donde había otras dos docenas de distintos colores.

—Sentaos, por favor —dijo y empezó a servir el té en las tazas—. Por favor.

Nynaeve tomó asiento al lado de Elayne y la modista les puso las tazas delante, tras lo cual corrió hacia una alacena, de la que sacó cucharillas de peltre.

—¿Y el mensaje? —preguntó Nynaeve mientras la mujer tomaba asiento frente a ellas. La señora Macura estaba demasiado nerviosa para tocar su taza de té, de modo que Nynaeve puso un poco de miel en su infusión, la removió y dio un sorbo; estaba caliente, pero dejaba en la boca un sabor fresco, como a menta. Una buena taza de té tranquilizaría a la mujer, si conseguía que se la tomara.

—Tiene un sabor muy agradable —murmuró Elayne por encima del borde de su taza—. ¿Qué clase de té es?

«Buena chica», pensó Nynaeve. Pero las manos de la modista se limitaron a revolotear junto a la taza, sin cogerla.

—Es té tarabonés, de la región de la Costa de las Sombras.

Suspirando, Nynaeve tomó otro sorbo para asentarse el estómago.

—El mensaje —insistió—. No habéis colgado ese ramo a la puerta sólo para invitarnos a tomar té. ¿Cuál es esa noticia urgente que tenéis?

—Ah, sí. —La señora Macura se lamió los labios, las miró a las dos, y después dijo lentamente—: Me llegó hace casi un mes, con órdenes de que cualquier hermana que pasara por aquí la oyera a toda costa. —Volvió a pasarse la lengua por los labios—. Todas las hermanas son bienvenidas a regresar a la Torre Blanca. La Torre tiene que volver a estar unida y ser fuerte.

Nynaeve esperó a oír el resto, pero la otra mujer guardó silencio. ¿Y éste era el mensaje tan importante? Miró a Elayne, pero el calor parecía estar afectando a la joven; hundida en la silla se contemplaba las manos apoyadas sobre la mesa.

—¿Eso es todo? —demandó Nynaeve, que se sorprendió a sí misma bostezando. También debía de estar sintiendo los efectos del calor.

La modista siguió mirándola atentamente, en silencio.

—He dicho —empezó Nynaeve, pero de repente tuvo la sensación de que la cabeza le pesaba demasiado para sostenerla erguida. Advirtió que Elayne la tenía apoyada en la mesa; sus ojos estaban cerrados y los brazos le colgaban fláccidos. Nynaeve miró la taza que tenía entre las manos, horrorizada—. ¿Qué nos habéis dado? —farfulló; el sabor a menta seguía allí, pero notaba la lengua como si estuviera hinchada—. ¡Responded! —Dejando caer la taza, se incorporó apoyándose en la mesa; las piernas le temblaban—. Así os consuma la Luz, ¿qué…?

La señora Macura retiró su silla hacia atrás y se puso fuera de su alcance, pero su anterior nerviosismo se había convertido ahora en una expresión de tranquila satisfacción.

Nynaeve sintió cómo se hundía en la negrura; lo último que oyó fue la voz de la modista:

—¡Agárrala, Luci!

10

Higos y ratones

Elayne notó que la subían por la escalera en vilo, sujeta por los hombros y los tobillos. Al tener abiertos los ojos podía ver, pero el resto de su cuerpo no parecía ser suyo ya que no estaba bajo su control. Hasta parpadear resultaba un lento esfuerzo. Sentía embotado el cerebro, como si estuviera envuelto en algodón.

—¡Se está despertando, señora! —chilló Luci, que estuvo a punto de soltarle los pies—. ¡Me está mirando!

—Te dije que no te preocuparas. —La voz de la señora Macura sonaba encima de su cabeza—. No pueden encauzar ni mover un solo músculo después de haberse tomado una infusión de horcaria. Descubrí esa planta y sus efectos por casualidad, pero desde luego me ha sido muy útil.

Era cierto. Elayne se mecía entre las dos como una muñeca a la que le faltara la mitad del relleno, golpeándose el trasero contra los escalones, y estaba tan imposibilitada para encauzar como para salir corriendo. Percibía la Fuente Verdadera, pero intentar abrazarla era como tratar de coger una aguja sobre un espejo con los dedos insensibles por el frío. Sintió una oleada de pánico, y una lágrima se deslizó por su mejilla.

Quizás estas mujeres se proponían entregarla a los Capas Blancas para que la ejecutaran, pero no podía creer que éstos tuvieran mujeres a su servicio poniendo trampas con la esperanza de que una Aes Sedai pasara casualmente por su puerta. La única conclusión que quedaba era que se trataba de Amigas Siniestras que seguramente estaban al servicio del Ajah Negro además del Amarillo. Acabaría en manos de las hermanas Negras a menos que Nynaeve hubiera conseguido escapar. Aun así, no podía contar con nadie para huir, salvo consigo misma, y no le era posible encauzar ni moverse. De repente se dio cuenta de que estaba intentando gritar, pero sólo logró exhalar un débil y borboteante sonido, como el maullido de un gatito. Cortarlo le costó toda la fuerza que le quedaba.