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—Podía estar relacionado con algún complot con respecto a Andor, pero Elayne, tú y yo tenemos cosas en común, Egwene, y creo que deberíamos ser tan precavidas como Elayne. —La muchacha asintió lentamente; parecía estupefacta, y con razón, pero aparentemente había comprendido el mensaje—. Menos mal que el sabor de la infusión despertó mis sospechas. ¿Te imaginas, intentar hacer tomar horcaria a alguien que conoce las hierbas como yo?

—Intrigas dentro de intrigas —rezongó Melaine—. La Gran Serpiente es un símbolo adecuado para vosotras, las Aes Sedai. Algún día podríais engulliros a vosotras mismas por accidente.

—También nosotras tenemos noticias —intervino Egwene.

Nynaeve no veía motivo para la precipitación de la muchacha. «No pienso permitir que esa mujer me saque de mis casillas. Y ciertamente no voy a enfurecerme porque insulte a la Torre». Apartó la mano de la coleta, por si acaso. No obstante, lo que Egwene tenía que contarle acabó con su genio.

El hecho de que Couladin cruzara la Columna Vertebral del Mundo sin duda era grave, y no lo era menos que Rand le siguiera los pasos; avanzaba a marchas forzadas hacia el paso de Jangai, iniciando la andadura con las primeras luces del día y no parando hasta después de anochecer. Según Melaine, llegarían pronto a él. Las condiciones en Cairhien ya eran bastante duras de por sí para que se agravaran con una guerra entre Aiel en su territorio. Y se avecinaba otra Guerra de Aiel si llevaba adelante su absurdo plan. Absurdo, no demente. Todavía no; tenía que aferrarse a la cordura de algún modo.

«¿Cuánto hace que me preocupaba la idea de protegerlo? —pensó con amargura—. Y ahora sólo quiero que siga cuerdo para que libre la Última Batalla. —No sólo por esa razón, pero también por ella. Rand era lo que era—. ¡La Luz me abrase, no soy mejor que Siuan Sanche o cualquiera de ellas!»

Con todo, lo que le causó más conmoción fue lo que Egwene le contó sobre Moraine.

—¿Que ella le obedece? —preguntó con incredulidad.

Egwene asintió con un vigoroso cabeceo que zarandeó aquel ridículo pañuelo Aiel que llevaba.

—Anoche tuvieron una discusión, ya que ella sigue intentando convencerlo de que no cruce la Pared del Dragón, y finalmente él le dijo que saliera fuera hasta que se calmara; Moraine parecía estar a punto de tragarse la lengua, pero se marchó de la tienda, y se quedó fuera, en la noche, durante una hora.

—No es correcto —adujo Melaine mientras se ajustaba el chal con gestos bruscos—. Los hombres tienen tan poco derecho a dar órdenes a las Aes Sedai como a las Sabias. Incluso el Car’a’carn.

—Desde luego —convino Nynaeve, y después cerró bruscamente la boca, sorprendida consigo misma. «¿Y a mí qué me importa si la hace bailar al son que toca él? Moraine nos ha hecho bailar a todos con demasiada frecuencia. —Pero no era correcto—. No quiero ser Aes Sedai, sólo aprender la Curación. Quiero seguir siendo yo misma. ¡Anda y que Rand le ordene!» Aun así, seguía sin ser correcto.

—Por lo menos ahora habla con ella —dijo Egwene—. Antes, se volvía más amargo que la hiel cuando Moraine se acercaba a diez pasos de él. Nynaeve, cada día es más engreído.

—Eso me recuerda los días en que pensaba que me sucederías en el cargo de Zahorí —le replicó irónicamente Nynaeve—. Te enseñé a bajar los humos. Lo mejor para él sería que hicieses lo mismo, aunque se haya convertido en un gallito de corral. O más bien precisamente por eso. A mi modo de entender, los reyes, reinas y dirigentes en general pueden ser unos necios cuando olvidan lo que son y actúan como quienes son, pero todavía es peor cuando sólo recuerdan lo que son y olvidan quiénes son. A la mayoría no les vendría mal tener a alguien cuya única misión fuera recordarles que comen, sudan y lloran igual que cualquier campesino.

Melaine se ajustó el chal en torno a los hombros, aparentemente sin saber si convenir o no con esta opinión.

—Lo intentaré —dijo, sin embargo, Egwene—, pero a veces ni siquiera parece él; e, incluso cuando lo es, su arrogancia suele ser una burbuja demasiado gruesa para pincharla.

—Pon todo tu empeño en ello. Ayudarlo a aferrarse a sí mismo quizá sea lo mejor que uno puede hacer. Por él y por el resto del mundo.

Estas palabras provocaron un silencio. Ciertamente, a Egwene y a ella no les gustaba hablar de que, a la larga, Rand se volvería loco, y a Melaine debía de ocurrirle otro tanto.

—Tengo otra información importante que darte —continuó al cabo de un momento—. Creo que los Renegados están planeando algo. —No era lo mismo que hablarles de Birgitte. Dio a entender que había sido ella misma la que había visto a Lanfear y a los demás. En realidad, Moghedien era la única a quien podía reconocer de vista, y tal vez a Asmodean, aunque sólo lo había atisbado una vez, y a distancia. Confió en que ninguna de las dos mujeres le preguntara cómo sabía quién era quién o por qué suponía que Moghedien estaba al acecho. De hecho, al final el problema no surgió por esto.

—¿Habéis estado deambulando por el Mundo de los Sueños? —Los ojos de Melaine eran como un pedazo de hielo verde.

Nynaeve le sostuvo la mirada con igual impasibilidad, de igual a igual, a pesar del lastimoso gesto de Egwene sacudiendo la cabeza.

—Difícilmente podría ver a Rahvin y a los demás si no lo hubiera hecho, ¿verdad?

—Aes Sedai, sabéis poco e intentáis demasiado. No habría que haberos enseñado las pocas cosas sueltas que conocéis. En lo que a mí respecta, a veces lamento haber aceptado incluso acudir a estos encuentros. A las mujeres sin preparación no se les debería permitir entrar en el Tel’aran’rhiod.

—He sido mi propia maestra en más cosas de las que vosotras me habéis enseñado. —Nynaeve mantenía el tono sosegado sólo gracias a un arduo esfuerzo—. Aprendí a encauzar por mí misma, y no veo por qué tiene que ser diferente el Tel’aran’rhiod. —Sólo su obstinación y su rabia la hacían decir esas cosas. Había aprendido a encauzar ella sola, cierto, pero sin saber lo que estaba haciendo y sólo hasta cierto punto. Antes de ir a la Torre Blanca, había Curado en ocasiones, pero sin ser consciente de ello, hasta que Moraine se lo hizo ver. Sus maestras en la Torre habían dicho que ésa era la razón de que necesitara estar furiosa para poder encauzar; se había ocultado a sí misma su habilidad porque sentía miedo de ella, y sólo la rabia podía superar aquel temor enterrado de antiguo en lo más hondo de su ser.

—Así que sois una de esas a las que las Aes Sedai llaman espontáneas. —El modo en que pronunció esta última palabra apuntaba algo, pero si era desdén o pena Nynaeve no supo descifrarlo. En la Torre, dicho término no solía tener connotaciones halagüeñas. Además, entre las Aiel no había espontáneas. Las Sabias capaces de encauzar encontraban a todas las chicas que tenían el don de modo innato, a las que desarrollarían la habilidad de encauzar antes o después aunque no quisieran aprender. Afirmaban que también localizaban a todas las jóvenes a las que se podía instruir, aunque no poseyeran el don innato. Ninguna muchacha Aiel moría intentando aprender por sí misma—. Sabéis los peligros que entraña manejar el Poder sin una guía, Aes Sedai. No os equivoquéis pensando que los peligros que entraña caminar por los sueños son menores. Son igualmente grandes, quizá más para quienes se aventuran en este mundo sin conocimientos.

—Tengo cuidado —se defendió Nynaeve con voz tirante. No había acudido allí para aguantar reprimendas de esta arpía rubia—. Sé lo que estoy haciendo, Melaine.

—No sabéis nada. Sois tan testaruda como era Egwene cuando vino a nosotras. —La Sabia dedicó una sonrisa a la joven que, de hecho, parecía afectuosa—. Domamos su excesivo ímpetu y ahora aprende con rapidez. Aunque todavía tiene muchas faltas. —La sonrisa complacida de Egwene se borró; Nynaeve sospechó que esa mueca era la razón de que Melaine hubiera añadido este último comentario—. Si deseáis caminar por los sueños —continuó la Aiel—, acudid a nosotras. Domaremos también vuestro exagerado celo y os enseñaremos.