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Casi esperaba que Egwene la consolara, y por una vez lo habría aceptado de buen grado. Pero la joven se limitó a decir:

—Aquí hay cosas peores, pero las pesadillas son suficientemente malas. Éstas las hice y las deshice, pero incluso yo he tenido problemas con esas que acabo de encontrar. Y no intenté retenerlas, Nynaeve. Si supieras cómo deshacerlas, lo habrías hecho tú misma.

Nynaeve irguió la cabeza, furiosa, rehusando limpiarse las lágrimas de las mejillas.

—Podría haber escapado de aquí soñándome en otro lugar, en el estudio de Sheriam o de vuelta en mi cama. —Su voz no sonaba avinagrada. Por supuesto que no.

—Eso, en caso de no haber estado tan loca de terror que ni siquiera se te ocurrió la idea —replicó secamente Egwene—. Oh, cambia ese gesto mohíno. Resulta ridículo en ti.

Nynaeve asestó una mirada furibunda a la otra mujer, pero no tuvo el resultado de anteriores ocasiones. En lugar de enzarzarse en una discusión, Egwene se limitó a enarcar pronunciadamente una ceja, observándola.

—Nada de esto parece tener relación con Siuan Sanche —dijo, para cambiar de tema. ¿Qué le había ocurrido a esta chica?

—No, no la tiene —convino Egwene mientras echaba un vistazo a la habitación—. Ahora entiendo por qué tuve que llegar a través de mi antiguo dormitorio, en los aposentos de las novicias. Pero supongo que la gente decide probar cosas nuevas de vez en cuando.

—Eso es a lo que me refiero —comentó pacientemente Nynaeve. Ni su tono ni su actitud denotaban mal humor. Era absurdo—. La mujer que amuebló este cuarto no contempla el mundo del mismo modo que la mujer que eligió lo que solía haber antes aquí. Fíjate en esas pinturas. Ignoro a qué aluden esas tres que hay juntas, pero reconocerás la otra como la he reconocido yo. —Ambas habían sido testigos del acontecimiento que representaba.

—Yo diría que es Bonwhin —dijo pensativamente Egwene—. Nunca prestabas atención en las clases. Es un tríptico.

—Sea lo que sea, lo importante es la otra. —Había atendido las clases de las Amarillas con interés. El resto era un montón de tonterías inútiles la mayoría de las veces—. Me parece que la mujer que la colgó ahí quiere recordar lo peligroso que es Rand. Si Siuan Sanche se ha vuelto contra él por alguna razón… Egwene, esto puede ser mucho peor que el simple hecho de querer traer de vuelta a Elayne a la Torre.

—Tal vez —contestó juiciosamente la joven—. Quizá los papeles nos aclaren algo. Tú mira aquí, y cuando yo termine en el escritorio de Leane, te ayudaré.

Nynaeve miró con indignación la espalda de Egwene mientras ésta salía del estudio. «¡Vaya, conque yo busque aquí, ¿no?!» La chica no tenía derecho a darle órdenes. Debería ir tras ella y dejárselo muy claro. «Entonces ¿por qué te quedas aquí, plantada como un pasmarote?» se reprochó, furiosa. Buscar en los papeles era buena idea, y podía hacerlo igualmente allí como en el otro estudio. De hecho, había más probabilidades de que hubiera algo importante en el escritorio de la Amyrlin. Rezongando para sus adentros sobre lo que haría para poner a Egwene en su sitio, se acercó a la mesa profusamente tallada dando pasos tan enérgicos que levantaban el repulgo del vestido.

Sobre el mueble no había nada salvo tres cajas lacadas que estaban colocadas con milimétrica precisión. Recordando la clase de trampas que podía poner una persona que deseaba mantener en privado sus posesiones, creó un largo palo para abrir la tapa de la primera, un objeto dorado y verde, decorado con garzas. Era una escribanía, con plumas, tinta y arena. La caja más grande, con rosas rojas entretejidas con volutas doradas, contenía unas veinte tallas delicadas de marfil y jade con figuras de animales y personas, todas colocadas sobre terciopelo gris pálido.

Mientras levantaba la tapa de la tercera caja —con dibujos de halcones dorados combatiendo en el cielo entre las nubes— advirtió que la primera volvía a estar cerrada. Aquí pasaba este tipo de cosas, y, además, si uno apartaba los ojos un momento, podía encontrarse con detalles diferentes cuando volvía a mirar el objeto que fuera.

La tercera caja contenía documentos. El palo desapareció y Nynaeve levantó la primera hoja con cautela. Oficiosamente firmado «Joline Aes Sedai», era una humilde petición para cumplir una serie de castigos que hicieron que Nynaeve se encogiera mientras los repasaba por encima. En esto no había nada de importancia, salvo para Joline. Al pie de la página había una anotación «aprobado» escrita con una letra angulosa. En el momento en que se disponía a dejar el papel en la caja, desapareció de su mano, y la caja volvió a estar cerrada.

Suspirando, volvió a abrirla. Los papeles que guardaban tenían un aspecto distinto. Sostuvo levantada la tapa y los fue hojeando rápidamente uno tras otro. O, más bien, lo intentó. A veces las cartas y los informes desaparecían cuando todavía los estaba cogiendo y otras mientras estaba leyéndolos. Si llevaban saludo, era un simple «Madre, con respeto». Algunos estaban firmados por Aes Sedai y otros por mujeres con otros títulos, nobles o en absoluto honoríficos. Ninguno de ellos parecía tener relación con el asunto que le interesaba. No se había dado con el paradero del mariscal de la reina de Saldaea y de su ejército, y la reina Tenobia se negaba a cooperar; Nynaeve consiguió terminar de leer este informe, pero daba a entender que el destinatario sabía por qué el militar no se encontraba en Saldaea y respecto a qué se suponía que la reina debería cooperar. No se habían recibido noticias de las informantes de ningún Ajah en Tanchico desde hacía tres semanas; pero no consiguió leer más que ese párrafo. Algunos problemas entre Illian por un lado y Murandy por el otro estaban disminuyendo, y Pedron Niall reclamaba ser responsable de ello; a pesar de lograr leer sólo unas cuantas líneas, Nynaeve tuvo la certeza de que el autor del informe debía de estar rechinando los dientes cuando lo escribió. No cabía duda de que las cartas eran importantes, al menos aquellas a las que pudo echar una rápida ojeada y las que se desvanecieron mientras las leía, pero a ella no le sirvieron de nada. Acababa de empezar lo que parecía un informe sobre lo que, según se sospechaba —ésa era la palabra utilizada—, era una reunión de hermanas Azules, cuando un angustiado grito llegó de la otra habitación:

—¡Oh, Luz, no!

Nynaeve corrió hacia la puerta mientras hacía aparecer en sus manos un sólido garrote, con la cabeza erizada de pinchos. No obstante, cuando lo que esperaba encontrar era a Egwene defendiéndose, lo que vio fue a la joven plantada de pie tras el escritorio de la Guardiana, mirando al vacío. En su semblante había plasmada una expresión de terror, indudablemente, pero estaba ilesa y nadie, que Nynaeve pudiera ver, la amenazaba.

Egwene sufrió un sobresalto al verla entrar y después recobró el dominio sobre sí misma.

—Nynaeve, Elaida es la Sede Amyrlin.

—No digas tonterías —se mofó. Empero, el hecho de que el otro estudio fuera tan discorde con la personalidad de Siuan Sanche…—. Son imaginaciones tuyas. Tienen que serlo.

—Tenía un papel en mis manos, Nynaeve, firmado: «Elaida do Avriny a’Roihan, Vigilante de los Sellos, Llama de Tar Valon, la Sede Amyrlin». Y lleva el sello de la Amyrlin.

Nynaeve tuvo la sensación de que el estómago se le quería subir a la boca.

—Pero ¿cómo? ¿Qué le ha ocurrido a Siuan? Egwene, la Torre no depone a una Amyrlin excepto por algo muy serio. Sólo ha ocurrido en dos ocasiones en casi tres mil años.

—Quizá lo de Rand era suficientemente serio. —La voz de la joven era firme, aunque sus ojos seguían demasiado abiertos—. A lo mejor se puso enferma de algo que las Amarillas no pudieron curar o se cayó por la escalera y se rompió el cuello. Lo que importa es que Elaida es la Amyrlin, y no creo que apoye a Rand como hizo Siuan.