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Una joven acude a Hércules Poirot en busca de ayuda. Su padre, Amyas Crale, un famoso pintor, fue envenenado hace muchos años, y su madre, juzgada y condenada por este crimen murió en la cárcel. La muchacha fue enviada entonces a Canadá con unos parientes, quienes la educaron y cambiaron el nombre.

Agatha Christie

Cinco Cerditos

ePUB v1.0

Ormi 01.09.11

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Five Little Pigs

Traducción: Guillermo López Hipkiss

Agatha Christie, 1942

Edición 1984 - Editorial Molino - 256 páginas

ISBN: 84-272-0058-7

Guía del Lector

En un orden alfabético convencional relacionamos a continuación los principales personajes que intervienen en esta obra:

AVIS: Anciano juez de la causa contra Carolina Crale.

BLAKE (Felipe): Corredor de Bolsa, acaudalado, íntimo que fue del pintor Crale.

BLAKE: (Meredith): Hacendado rural. Hermano del anterior.

CALEB (Jonathan): Anciano procurador causídico.

CRALE (Amyas): Notable pintor y sempiterno mujeriego.

CRALE (Carolina): Joven y bella esposa del anterior.

CRONSHAM: Almirante jubilado, íntimo de Meredith Blake y de Poirot.

EDMUNDS (Alfredo): Viejo dependiente del difunto Mayhew.

FOGG (Quintín): Ayudante de S. M.

GREER (Elsa): Amante de Amyas: más tarde esposa de lord Dittisham.

HALE: Superintendente de policía, jubilado.

HUMPHREY (Rudolph): Fiscal que fue de la causa Crale.

LEMARCHANT (Carla): Sobrina del matrimonio Lemarchant, pero, en realidad, hija del matrimonio Crale.

LEMARCHANT (Simón y Luisa): Matrimonio, tíos de Carla.

LYTTON-GORE (María, lady): Viuda, común amiga de Poirot y Meredith Blake.

MAYHEW (Jorge): Procurador causídico.

MONTAGUE (sir Depleach): Eminente abogado, defensor que fue de Carolina Crale.

POIROT (Hércules): Famoso detective privado, protagonista de esta novela.

RATTERY (Juan): Prometido de Carla.

WARREN (Angela): Hermanastra de Carolina Crale. Distinguida exploradora.

WILLIAMS (Cecilia): Institutriz en casa de los Crale.

Introducción

Hércules Poirot miró con interés y aprobación a la joven que entraba en aquel momento en la habitación.

Nada había habido en su carta que la distinguiera de tantas otras. Se había limitado a solicitar una entrevista, sin dar la menor idea siquiera de lo que se ocultaba tras la petición. Había sido breve y desprovista de toda palabrería inútil y sólo la firmeza de la escritura había indicado respecto a Carla Lemarchant que era una mujer joven.

Y ahora allí estaba en persona. Una mujer alta, esbelta, de veintitantos años. Una de esas jóvenes a las que uno se ve obligado a mirar más de una vez. Vestía ropa de calidad: chaqueta y falda de corte impecable y lujosas pieles. Cabeza bien equilibrada sobre los hombros, frente cuadrada, nariz de corte sensitivo, barbilla que expresaba determinación. Una muchacha pletórica de vida. Era su vitalidad, más que su belleza, la que daba la nota predominante.

Antes de su entrada, Hércules Poirot se había sentido viejo. Ahora se sentía rejuvenecido, lleno de vida, agudo como nunca.

Al adelantarse para saludarla, se dio cuenta de que los ojos color gris oscuro le observaban atentamente, le escudriñaban con intensidad.

La joven se sentó y aceptó el cigarrillo que él le ofrecía. Después de encenderlo, permaneció inmóvil, fumando, mirándole aún con queda mirada intensa y pensativa.

Poirot preguntó con dulzura:

—Sí, ha de decidirse, ¿no es verdad?

Ella se sobresaltó,

—Usted perdone.

La voz era atractiva, leve y agradablemente ronca.

—Intenta usted decidir, ¿verdad?, si soy un simple charlatán o el hombre que necesita.

La joven sonrió. Dijo:

—Pues... sí... algo así. Es que, monsieur Poirot, no... no es usted exactamente como yo me lo había imaginado.

—Y soy viejo, ¿verdad? Más viejo de lo que usted se figuraba.

—Sí, eso también —vaciló—. Verá usted que soy sincera. Quiero... es preciso que obtenga... lo mejor.

—Tranquilícese —respondió Hércules Poirot—. Soy lo mejor.

Carla dijo:

—No es usted modesto... No obstante, me inclino a creer lo que usted dice.

Poirot aseguró con placidez:

—Uno, ¿sabe?, no emplea los músculos simplemente. Y no necesito inclinarme y medir las huellas de pisadas ni recoger las colillas, ni examinar las hojas de hierba aplastadas. Me basta con retreparme en mi asiento y pensar. Es esto —se golpeó la ovalada cabeza—, esto lo que funciona.

—Lo sé —dijo Carla—. Por eso he venido a usted. Quiero, ¿comprende?, que haga algo fantástico.

—Eso —dijo Hércules— promete.

La miró alentador.

Carla Lemarchant respiró profundamente.

—Mi nombre —dijo— no es Carla. Es Carolina. Como el de mi madre. Por eso me lo dieron — hizo una pausa—; y, aunque siempre he sido conocida por el apellido de Lemarchant... desde que recuerde casi... ése no es mi verdadero nombre. En realidad, me llamo Crale.

Hércules Poirot frunció la frente, perplejo. Murmuró:

—Crale... Me parece recordar...

Dijo ella:

—Mi padre era pintor... un pintor bastante conocido. Algunos dicen que fue un gran pintor. Yo estoy convencida de que lo fue.

Inquirió Poirot:

—¿Amyas Crale?

—Sí.

Hizo una pausa. Luego continuó:

—Y a mi madre, Carolina Crale, ¡la acusaron de haberle asesinado!

—¡Aja! Ahora recuerdo... pero sólo vagamente. Me hallaba en el extranjero por entonces. Hace mucho tiempo de eso.

—Dieciséis años —dijo la muchacha.

Tenía el rostro muy pálido ahora y los ojos eran dos puntos gemelos de luz.

Dijo:

—¿Comprende usted? La juzgaron y la condenaron... No fue a la horca, porque les pareció que existían circunstancias atenuantes... Conque le conmutaron la pena por la de cadena perpetua. Pero murió un año después del juicio. ¿Se da cuenta? Todo acabó... quedó resuelto... pasó a la historia...

Poirot preguntó:

—¿Bien?

La joven llamada Carla Lemarchant juntó las manos. Habló lenta, vacilante, pero con énfasis raro, agudo...

Dijo:

—Tiene usted que comprender... con exactitud... mi interés en el asunto. Tenía cinco años por la época en que... ocurrió. Demasiado pequeña para darme cuenta de nada. Recuerdo a mis padres, claro está, y que salí bruscamente de casa... desde donde se me trasladó al campo. Recuerdo los cerdos... y una granjera muy corpulenta y agradable... y que todo el mundo se mostraba muy bondadoso para conmigo... Y recuerdo claramente de qué forma tan rara solía mirarme... todo el mundo... una especie de mirada furtiva comprendí, claro está, los niños siempre comprenden, que algo anormal sucedía..., pero no sabía de qué se trataba.

»Luego fui a bordo de un barco... ¡cómo me emocioné...! Seguí a bordo días y días... y luego me encontré en el Canadá, y tío Simón acudió a recibirme y viví en Montreal con él y tía Luisa, y cuando pregunté por papá y por mamá me dijeron que pronto llegarían. Y luego... y luego creo que los olvidé... Sólo sabía que habían muerto, aunque no recordaba que me lo hubiese dicho nadie. Porque para entonces, ¿comprende, usted?, yo ya no pensaba en ellos. Era muy feliz, ¿sabe? Tía Simón y tía Luisa eran muy buenos para conmigo. Y fui al colegio y tenía la mar de amistades... y me había olvidado por completo de que hubiese tenido jamás otro nombre que no fuera Lemarchant. Tía Luisa, ¿comprende?, dijo que ése era mi nombre en el Canadá y ello me pareció natural por entonces... Era simplemente mi nombre canadiense... pero, como digo, acabé olvidando que hubiese tenido otro distinto jamás.