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El superintendente volvió a hacer una pausa, cargó de nuevo la pipa y pasó al capítulo tercero.

—El coronel Frere, jefe de policía, puso el asunto en mis manos. El resultado de la autopsia dejó la cosa fuera de toda duda. La conicina, según tengo entendido, no deja señales determinadas en el cadáver; pero los médicos sabían lo que tenían que buscar y fue encontrada una cantidad abundante de la droga. El médico opinaba que había sido administrada dos o tres horas antes de la muerte. Delante del señor Crale, sobre la mesa, había un vaso vacío y una botella de cerveza vacía igualmente. Fueron analizados los restos de ambos. No había conicina en la botella, pero sí en el vaso. Hice indagaciones y supe que, aunque había una caja de botellas de cerveza y vasos en un pequeño invernadero del jardín de la Batería para el uso del señor Crale, le habían llevado de la casa una botella recién sacada de la nevera. El señor Crale estaba muy ocupado pintando: la señorita Greer hacía de modelo sentada en una de las almenas.

»La señora Crale abrió la botella, la vació y le dio un vaso a su esposo, que estaba de pie delante del caballete. Lo vació de un trago, como era su costumbre, según pude averiguar. Luego hizo una mueca, colocó el vaso encima de la mesa y dijo: «¡Todo me sabe horrible hoy!» Al oír eso, la señorita Greer se echó a reír y dijo: «¡Eso es el hígado!» El señor Crale aseguró: «Bueno, por lo menos estaba fría.»

Calló Hale. Preguntó Poirot:

—¿A qué hora sucedió eso?

—A las once y cuarto aproximadamente. El señor Crale siguió pintando. Según la señorita Greer, se quejó más tarde de entumecimiento y gruñó que debía tener algo de reuma. Pero era uno de esos hombres a quienes les disgusta confesar que se encuentran mal y es indudable que hizo lo posible por ocultar que no se encontraba bien. Su exigencia, expresada con irritada voz, de que le dejaran solo y se fuesen todos a comer era, en mi opinión, característica del hombre.

Poirot asintió con un movimiento de cabeza.

Hale continuó:

—Conque le dejaron a Crale solo en el jardín de la Batería. Sin duda se dejó caer en el asiento en cuanto se encontró sin compañía. Entonces sobrevendría la parálisis muscular y, no habiendo quien pudiera auxiliarle, se produjo la muerte.

Volvió a asentir Poirot con la cabeza.

Dijo Hale:

—Bueno, pues me puse a trabajar siguiendo el ritual de costumbre. No hubo dificultad en descubrir los hechos. El día anterior había habido una riña entre la señora Crale y la señorita Greer. Esta última, con bastante insolencia, había hablado del cambio que se iba a hacer en la disposición de los muebles «cuando esté yo viviendo aquí». La señora Crale le cogió la palabra y preguntó: «¿Qué quiere decir? ¿Cuando esté usted viviendo aquí?» La señorita Greer replicó: «No finja no entenderme, Carolina. Es usted como un avestruz que entierra la cabeza en la arena. De sobra sabe usted que Amyas y yo nos queremos y que vamos a casarnos.» La señora Crale dijo: «No sé tal cosa.» Entonces dijo la señorita Greer: «Pues ahora ya lo sabrá.» Al oír lo cual, al parecer, la señora Crale se volvió hacia su esposo, que acababa de entrar en el cuarto y preguntó: «¿Es cierto, Amyas, que vas a casarte con Elsa?»

Poirot inquirió, con interés:

—¿Y qué contestó el señor Crale a eso?

—Parece ser que se volvió hacia la señorita Greer y le gritó: «¿Qué demonios pretendes con soltar eso? ¿No tienes sentido común suficiente para sujetar la lengua?»

»Dijo la señorita Greer:

»—Yo creo que Carolina debiera darse cuenta de la verdad.

»La señora Crale le preguntó a su marido:

»—¿Es cierto, Amyas?

«Dicen que no la quiso mirar, que apartó la cara y masculló algo entre dientes.

»EIla dijo:

»—Habla claro. Necesito saberlo.

»A lo cual respondió éclass="underline"

»—Es cierto, desde luego..., pero no quiero discutirlo ahora.

»Luego salió del cuarto de nuevo y la señorita Greer dijo:

»—¿Lo ve usted?

»Y continuó diciendo que sería una estupidez que la señora Crale se portara como el perro del hortelano. Debían portarse todos como seres racionales. Ella, personalmente, esperaba que Carolina y Amyas continuaran siendo siempre buenos amigos.

—¿Y qué dijo a eso la señora Crale? —preguntó Poirot con curiosidad.

—Según los testigos, se echó a reír. Dijo: «Por encima de mi cadáver, Elsa.» Se dirigió a la puerta y la señorita Greer le gritó: «¿Qué quiere usted decir?» La señora Crale volvió la cabeza y repuso: «Antes mataré a Amyas que entregárselo a usted.»

Hale hizo una pausa.

—Como para condenar a cualquiera, ¿verdad?

—Sí —Poirot parecía pensativo—. ¿Quién oyó esas palabras?

—La señorita Williams se hallaba en el cuarto. Y Felipe Blake también. Un poco violento para ellos.

—¿Estaban de acuerdo las versiones que ambos dieron del suceso?

—Se aproximaban bastante..., nunca se consigue que dos testigos recuerden una cosa de la misma manera. Usted lo sabe tan bien como yo, monsieur Poirot.

Poirot asintió con la cabeza. Dijo, pensativo:

—Sí, resultará interesante ver...

Se interrumpió sin terminar la frase.

Hale prosiguió:

—Hice un registro de la casa. En la alcoba de la señora Crale encontré, en un cajón, metido debajo de unas medias de invierno un frasco que había contenido, según la etiqueta, esencia de jazmín. Estaba vacío. Lo traté para sacar las huellas latentes. Sólo encontré las de la señora Crale. Al ser analizadas las gotas que quedaban en el frasco, se encontraron leves indicios de aceite de jazmín y una fuerte solución de hidrobromuro de conicina.

»Le hice a la señora Crale las advertencias de rigor y le enseñé el frasco. Contestó sin vacilar. Dijo que se había encontrado en un estado de ánimo deplorable. Después de escuchar la descripción que Meredith Blake hizo de la droga, volvió al laboratorio, vació un frasco de perfume de jazmín que llevaba en el monedero y lo llenó luego de conicina. Le pregunté por qué había hecho eso y me respondió: «No quiero hablar de ciertas cosas más de lo que pueda evitar; pero había recibido una impresión muy fuerte. Mi esposo se proponía dejarme por otra mujer. Si lo hacía, yo no quería seguir viviendo. Por eso me llevé el veneno.»

Dijo Poirot:

—Después de todo, esto parece plausible...

—Es posible, monsieur Poirot. Pero no concuerda con lo que se le oyó decir. Y, además, hubo otra escena en la mañana siguiente. El señor Felipe Blake oyó parte de ella. La señorita Greer oyó otra parte distinta. Tuvo lugar en la biblioteca, entre la señora y el señor Crale. El señor Blake se hallaba en el pasillo y oyó un fragmento o dos. La señorita Greer estaba sentada fuera, cerca de la ventana de la biblioteca, que estaba abierta, y oyó muchísimo más...

—Y... ¿qué fue lo que oyeron?

—El señor Blake le oyó decir a la señora Crale: «Tú y tus mujeres. De buena gana te mataría. Y algún día sí que te mataré.»

—¿No hizo mención al suicidio?

—No. Ninguna. Nada de: «Si haces eso, me mataré yo.» La declaración de la señorita Greer fue poco más o menos igual. Según ella, el señor Crale dijo: «Hazme el favor de procurar ser razonable en este asunto, Carolina. Te tengo mucho afecto y siempre te desearé bien... a ti y a la niña.