Emos visto a tus ijos con el, asin que no intentes negarlo. Savemos a que estas jugando. Te crees mucho mehor que los damas pero no eres mas que una puta de boches y tus ijos le venden informacion a los alemanes. Que te pareze eso.
Los anónimos podían ser de cualquiera. Era cierto que la expresión denotaba una educación pobre y la ortografía era atroz, pero cualquiera del pueblo podía ser el autor. Mi madre empezó a comportarse de forma más errática que antes si cabe, encerrándose en la granja durante la mayor parte del día y observando a la gente que pasaba con una sospecha que rayaba en la paranoia.
La tercera carta fue la peor. Supongo que no hubo más, aunque quizá ella decidió no guardarlas, pero creo que ésta es la última.
No mereces vivir -dice-. Tu eres una puta de nazis y tus ijos unos engreios. Apuesto a que no savias que nos estan vendiendo a los alemanes. Preguntales de onde sacan toas esas cosas. Las tien guardas en un lugar en el bosque. Las reciven de un tal Libnits creo que es. Tu lo conozes y nosotros te conozemos a ti.
Aquella misma noche alguien pintó una C escarlata en la puerta principal de nuestra casa y Puta De Nazis en una de las paredes del corral, aunque pintamos encima antes de que nadie pudiese ver lo que había escrito. Y el octubre se hizo eterno.
Capítulo 4
Aquella noche Paul y yo regresamos tarde de La Mauvaise Réputation. La lluvia había cesado pero aún hacía frío -no sé si es que las noches son más frías que antes o que yo aguanto menos el frío que en los viejos tiempos- y estaba impaciente y malhumorada. Pero cuanto más impaciente me ponía, más reservado estaba Paul, hasta que los dos nos mirábamos el uno al otro en silencio con el ceño fruncido, despidiendo oleadas de vaho mientras caminábamos.
– Aquella chica -dijo Paul por fin. Su voz era tranquila y pensativa, como si estuviese hablando consigo mismo-. Parecía muy joven ¿no crees?
Me molestó lo que se me antojó irrelevante.
– ¿Qué chica, por el amor de Dios? -le espeté-. Pensé que estábamos buscando la forma de librarnos de Dessanges y su grasiento remolque no dándote una excusa para que andes echándoles el ojo a las chicas.
Paul no me hizo caso.
– Estaba sentada a su lado -dijo despacio-. La habrás visto entrar. Vestido rojo, tacones altos. También va con frecuencia al puesto.
Resultaba que sí me acordaba de ella. Recordaba el contorno amohinado de su boca roja bajo una raja de pelo negro. Una de las clientas regulares de Luc procedentes de la ciudad.
– ¿Y?
– Era la hija de Louis Ramondin. Se trasladó a Angers hace un par de años, ¿sabes? con su madre Simone, después del divorcio. Te acordarás de ellos. -Asintió como si le hubiese dado una respuesta educada en vez del gruñido que proferí-. Simone volvió a utilizar su apellido de soltera, Truriand. La chica tendrá ahora unos catorce o quince años.
– ¿Y? -Seguía sin poder ver el interés de todo aquello. Me saqué la llave y la metí en la cerradura. Paul prosiguió con su mismo tono lento y pensativo.
– No puede tener más que quince, diría yo -repitió.
– Muy bien -dije bruscamente-. Me alegro de que hayas encontrado algo que te anime la noche. Es una pena que no le preguntases el número de pie que calza; en ese caso tendrías algo más real con lo que poder soñar.
– Estás celosa -sugirió Paul dedicándome una de sus sonrisas indolentes.
– En absoluto -respondí indignada-. Ya me gustaría a mí que fueses a babear en la alfombra de otra, viejo verde.
– Bueno, estaba pensando -empezó Paul con lentitud.
– Bien hecho -repliqué.
– Estaba pensando que Louis, siendo un gendarme y todo eso, quizá pondría objeciones si resulta que es su hija quien está también liada… a los quince, quizás incluso catorce… con un hombre… un hombre casado… como Luc Dessanges. -Me dirigió una breve mirada triunfal y burlona-. Ya sé que los tiempos han cambiado desde que nosotros éramos jóvenes pero los padres y las hijas, sobre todo los policías…
– ¡Paul! -exclamé.
– Además, fumando también esos cigarrillos -añadió en el mismo tono reflexivo-. De esos que solía haber en los clubes de jazz, hace años.
Lo miré sorprendida.
– Paul eso es algo casi inteligente.
Se encogió de hombros con modestia.
– He estado por ahí haciendo algunas preguntillas -confesó-. Pensé que tarde o temprano me llegaría algo -se detuvo-. Justamente por eso estuve un rato allí dentro -añadió-. No estaba seguro de poder persuadir a Louis para que viniera a verlo con sus propios ojos.
– ¿Llevaste a Louis? ¿Mientras yo estaba fuera esperando? -estaba boquiabierta.
Paul asintió.
– Hice ver que me habían robado la cartera en el bar. Me aseguré de que pudiese verlo bien. -Otra pausa-. Su hija estaba besando a Dessanges -explicó-. Eso ayudó un poco.
– Paul -declaré-. Ya puedes babear en todas las alfombras de la casa si así lo quieres. Tienes mi permiso.
– Preferiría hacerlo sobre ti -dijo Paul con una extravagante sonrisa impúdica.
– Viejo verde.
Capítulo 5
A la mañana siguiente, cuando Luc llegó al puesto de snacks se encontró con que Louis lo estaba esperando. El gendarme iba uniformado de la cabeza a los pies; su rostro, habitualmente distraído y plácido, tenía una expresión de indiferencia casi militar. Había un objeto en la hierba junto al remolque que parecía una especie de carretilla.
– Ven a ver esto -me llamó Paul desde la ventana.
Abandoné mi lugar junto a la cocina donde el café estaba empezando a hervir.
– Ven a verlo -repitió Paul.
La ventana estaba un poco entreabierta y pude oler la neblina humeante del Loira extendiéndose por los campos. El aroma era nostálgico como hojas quemadas.
– Hé, là! -La voz de Luc sonaba con gran claridad desde donde nosotros estábamos, iba andando con la seguridad despreocupada de quien se sabe irresistible. Louis Ramondin se limitó a observarlo impasible.
– ¿Qué es eso que ha traído? -Le pregunté quedamente a Paul, señalando hacia la máquina que yacía sobre la hierba. Paul sonrió.
– Tú mira y verás -respondió.
– ¡Ey! ¿Qué sucede? -Luc se echó la mano al bolsillo para sacar las llaves-. Debes de tener prisa para desayunar, hein? ¿Llevas mucho rato esperando?
Louis sólo lo miraba sin decir ni una palabra.
– Pues escucha bien -Luc hizo un gesto expansivo-: crêpes, butifarra de granja, huevos y bacon â l'anglaise. El desayuno Dessanges. Más un enorme tazón de mi café noirissime de lo más negro y fuerte, porque creo adivinar que has tenido una noche dura. -Se echó a reír-. ¿Qué ha sido, hein? ¿Vigilancia en el bazar de la iglesia? ¿Alguien que molestaba a las ovejas locales? ¿O al revés?
Louis seguía sin decir ni pío. Estaba muy quieto, como un policía de juguete, una mano en el mango de la carretilla que había sobre la hierba.
Luc se encogió de hombros y luego abrió la puerta del puesto de snacks.
– Esperemos que estés un poco más sociable después de tomar mi desayuno Dessanges.