Los observamos durante algunos minutos mientras Luc sacaba el toldo y los banderines que anunciaban los menús del día. Louis permaneció imperturbable junto al remolque como si no se diera cuenta. De vez en cuando, Luc canturreaba algo alegre al policía expectante. Al cabo de un rato oímos música procedente de la radio.
– ¿A qué está esperando? -inquirí impaciente-. ¿Por qué no dice algo?
– Dale tiempo -dijo Paul sonriendo-. Los Ramondin no son de los que las cogen al vuelo, pero una vez que se ponen en marcha…
Louis permaneció sus buenos diez minutos mirando. Para entonces, Luc seguía animado pero desconcertado y había abandonado cualquier intento de conversación. Había empezado a calentar las planchas para hacer las crêpes, con el sombrero de paja ladeado airosamente sobre la frente. Luego, por fin, Louis se movió. No fue muy lejos; simplemente se dirigió hasta la parte trasera del remolque con su carretilla y desapareció de la vista.
– ¿Qué es eso que lleva? -pregunté.
– Un gato hidráulico -respondió Paul, aún sonriendo-. Los utilizan en los garajes. Mira.
Y mientras seguíamos mirando, el puesto de snacks empezó a inclinarse hacia delante con suavidad. Casi imperceptiblemente al principio, luego con una brusca sacudida que hizo que Dessanges abandonara su cocina de inmediato y saliera hacia afuera más rápido que un hurón. Parecía enfadado pero también asustado, desconcertado por primera vez en todo aquel penoso juego, y me gustó mucho aquella expresión.
– ¿Qué coño crees que estás haciendo? -le aulló a Ramondin, medio incrédulo-. ¿Qué es eso?
Silencio. Vi que el remolque volvía a ladearse, sólo un poco. Paul y yo estiramos el cuello para ver lo que pasaba.
Luc echó un breve vistazo al remolque para asegurarse de que no había sufrido daños. El toldo estaba torcido y la caja se había inclinado ebriamente como una chabola construida en la arena. Vi cómo regresaba a su rostro la mirada inquisitiva, la mirada celosa y afilada de un hombre que no sólo se guarda los ases en la manga sino que cree tener toda la baraja.
– Por un momento has hecho que me preocupara -dijo con aquella voz jovial e implacable-. Realmente has hecho que me preocupara. Se podría decir que me has sobresaltado.
No oímos ni una palabra de Louis pero nos pareció ver que el remolque volvía a ladearse un poco más. Paul descubrió que desde la ventana del dormitorio se veía la parte trasera del remolque así que nos fuimos hasta ahí para tener mejor vista. Las voces eran tenues pero audibles en el fresco aire de la mañana.
– Vamos, tío -dijo Luc, un deje de nerviosismo en la voz-. Ya se ha acabado la broma ¿vale? Vuelve a poner derecho el remolque y te haré mi desayuno especial. A cuenta de la casa.
Louis lo miró.
– Desde luego señor -dijo amablemente, pero el remolque se inclinó un poco más hacia delante.
Luc hizo un gesto rápido hacia él como si quisiera enderezarlo.
– Si estuviera en su lugar, me haría a un lado, señor -sugirió Louis mansamente-. No me parece demasiado estable. -El remolque se inclinó un poco más.
– ¿A qué crees que estás jugando? -percibí que volvía la nota de enfado a su voz.
Louis se limitó a sonreír.
– Anoche hubo mucho viento, señor -observó cortés, haciendo otro movimiento con el gato hidráulico a sus pies-. Un montón de árboles fueron derribados junto al río.
Vi que Luc se ponía rígido. La rabia le hacía perder la apostura, tenía la cabeza ladeada como si fuese un gallo de pelea. Reparé en que era más alto que Louis pero mucho más delgado. Louis, bajito y corpulento, con la misma mirada de su tío abuelo Guilherm, se había pasado la mayor parte de su vida metiéndose en peleas. Esa era, en primer lugar, la razón por la que se había metido a policía. Luc dio un paso adelante.
– Deja ese gato inmediatamente -le advirtió en voz baja y amenazadora.
– Por supuesto señor -respondió Louis sonriendo-. Lo que usted diga.
Lo vimos como si fuera a cámara lenta. El puesto de snacks colgado precariamente de lado se cayó hacia atrás en cuanto le faltó el apoyo. Se produjo un «catacrac» cuando el contenido -platos, vasos, cubiertos, sartenes- fue desplazado de forma violenta, lanzado hacia el extremo del remolque con un estrépito de vajilla rota. El remolque siguió moviéndose hacia atrás describiendo un arco indolente, impulsado por su propio ímpetu y el peso del mobiliario que se había desplazado. Por un momento parecía que se iba a enderezar solo. Luego volcó de lado, lenta y casi pesadamente, en la hierba del borde de la carretera con un estrépito que estremeció la casa e hizo sonar las copas del aparador del piso de abajo con tal fuerza que las oímos desde nuestro puesto de vigilancia en la habitación.
Durante unos segundos los dos hombres se miraron, Louis con una expresión de preocupación y simpatía, Luc con incredulidad y rabia creciente. El puesto de snacks yacía en la hierba de lado; dentro de su vientre continuaban apaciblemente los ruidos de tilines y roturas.
– ¡Vaya! -exclamó Louis.
Luc se precipitó furiosamente hacia Louis. Por un segundo algo se hizo borroso entre los dos, brazos, puños moviéndose demasiado deprisa para poderlos ver bien. Acto seguido, Luc estaba sentado en la hierba con el rostro oculto entre las manos y Louis lo ayudaba con aquella expresión amable de simpatía.
– ¡Vaya por Dios, señor! ¿Cómo habrá podido suceder algo así? Habrá perdido el conocimiento unos instantes. Será el shock, es muy natural. Tómeselo con calma.
Luc estaba hirviendo de ira.
– ¿Tienes… una jodida… idea de lo que has hecho, imbécil? -Sus palabras eran confusas por la forma con que se tapaba la cara con las manos. Paul me dijo después que había visto el codo de Louis golpeándole claramente en el caballete de la nariz, aunque todo había sucedido demasiado deprisa para que yo hubiese podido verlo. Lástima. Me habría gustado.
– Mi abogado te va a… dejar sin blanca, casi merecerá la pena verlo… ¡mierda! Me estoy desangrando.
Resulta curioso pero ahora notaba el parecido familiar más pronunciado que nunca; algo en la forma que tenía de enfatizar las sílabas, el grito frustrado del chico consentido de ciudad al que jamás se le ha negado nada. Por un instante habría jurado que hablaba igual que su hermana.
Paul y yo fuimos abajo, no creo que hubiésemos podido permanecer en casa ni un minuto más, y salimos a presenciar la diversión. Luc se había puesto en pie, ya no estaba tan guapo, con la sangre goleándole de la nariz y los ojos humedecidos. Vi que tenía una mierda de perro fresca incrustada en una de sus caras botas de París. Le di mi pañuelo. Luc me dirigió una mirada desconfiada y lo cogió. Empezó a secarse la nariz. Me di cuenta de que todavía no había comprendido nada; estaba pálido pero conservaba en el rostro una mirada combativa llena de tozudez, la mirada de un hombre que tiene abogados, consejeros y amigos en altos puestos a quienes poder recurrir.
– Visteis lo que me hizo ¿no? Visteis lo que me hizo ese hijo de puta, ¿verdad? -Se miró el pañuelo manchado de sangre con una especie de incredulidad. La nariz se le estaba poniendo bien hinchada y los ojos también-. Los dos visteis cómo me pegó ¿verdad? -insistió Luc-. En pleno día. Podría demandarle por cada… jodido… céntimo…
Paul se encogió de hombros.
– Yo no he visto mucho -dijo con su voz pausada-. Nosotros, los viejos, ya no vemos tan bien como antes, ni tampoco oímos igual de bien…
– Pero estabais mirando -insistió Luc-. Por fuerza habréis tenido que ver… -me pilló sonriendo y entornó los ojos-. ¡Oh, ya entiendo! -dijo en tono desagradable-. De eso es de lo que se trata, ¿eh? Creísteis que podíais hacer que vuestro gendarme domesticado me intimidase, ¿no? -Se quedó observando a Louis-. Si eso es lo mejor que sabes hacer… -se sujetó los orificios para detener la hemorragia.