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– Hasta mañana, Mario.

Mario se va pasillo adelante. Tiene unos andares extraños, entre cansinos y atléticos, como si le costase dominar su propia fuerza. Carmen se vuelve y entra en el despacho. Vacía los ceniceros en la papelera y la saca al pasillo. Con todo, huele a colillas allí, pero no la importa. Cierra la puerta y se sienta en la descalzadora. Ha apagado todas las luces menos la lámpara de pie que inunda de luz el libro que ella acaba de abrir sobre su regazo y cuyo radio alcanza hasta los pies del cadáver.

I

Casa y hacienda, herencia son de los padres, pero una mujer prudente es don de Yavé y en lo que a ti concierne, cariño, supongo que estarás satisfecho, que motivos no te faltan, que aquí, para ínter nos, la vida no te ha tratado tan mal, tú dirás, una mujer sólo para ti, de no mal ver, que con cuatro pesetas ha hecho milagros, no se encuentra a la vuelta de la esquina, desengáñate. Y ahora que empiezan las complicaciones, zas, adiós muy buenas, como la primera noche, ¿recuerdas?, te vas y me dejas sola tirando del carro. Y no es que me queje, entiéndelo bien, que peor están otras, mira Transi, imagínate con tres criaturas, pero me da rabia, la verdad, que te vayas sin reparar en mis desvelos, sin una palabra de agradecimiento, como si todo esto fuese normal y corriente. Los hombres una vez que os echan las bendiciones a descansar, un seguro de fidelidad, como yo digo, claro que eso para vosotros no rige, os largáis de parranda cuando os apetece y sanseacabó, que las mujeres, de sobras lo sabes, somos unas románticas y unas tontas. Y no es que yo vaya a decir ahora que tú hayas sido una cabeza loca, cariseq Figure \* Arabic \r0 \h0ño, sólo faltaría, que no quiero ser injusta, pero tampoco pondría una mano en el fuego, ya ves. ¿Desconfianza? Llámalo como quieras, pero lo cierto es que los que presumís de justos sois de cuidado, que el año de la playa bien se te iban las vistillas, querido, que yo recuerdo la pobre mamá que en paz descanse, con aquel ojo clínico que se gastaba, que yo no he visto cosa igual, el mejor hombre debería estar atado, a ver. Mira Encarna, tu cuñada es, ya lo sé, pero desde que murió Elviro ella andaba tras de ti, eso no hay quien me lo saque de la cabeza. Encarna tiene unas ideas muy particulares sobre los deberes de los demás, cariño, y ella se piensa que el hermano menor está obligado a ocupar el puesto del hermano mayor y cosas por el estilo, que aquí, sin que salga de entre nosotros, te diré que, de novios, cada vez que íbamos al cine y la oía cuchichear contigo en la penumbra me llevaban los demonios. Y tú, dale, que era tu cuñada, valiente novedad, a ver quién lo niega, que tú siempre sales por peteneras, con tal de justificar lo injustificable, que para todos encontrabas disculpas menos para mí, ésta es la derecha. Y no es que yo diga o deje de decir, cariño, pero unas veces por fas y otras por nefás, todavía estás por contarme lo que ocurrió entre Encarna y tú el día que ganaste las oposiciones, que a saber qué pito tocaba ella en ese pleito, que en tu carta, bien sobrio, hijo, "Encarna asistió a la votación y luego celebramos juntos el éxito". Pero hay muchas maneras de celebrar, me parece a mí, y tú, que en Fuima, tomando unas cervezas y unas gambas, ya, como si una fuese tonta, como si no conociera a Encarna, menudo torbellino, hijo. ¿Pero es que crees que se me ha olvidado, adoquín, cómo se te arrimaba en el cine estando yo delante? Sí, ya lo sé, éramos solteros entonces, estaría bueno, pero, si mal no recuerdo, llevábamos hablando más de dos años y unas relaciones así son respetables para cualquier mujer, Mario, menos para ella, que, te digo mi verdad, me sacaba de quicio con sus zalemas y sus pamplinas. ¿Crees tú, que, conociéndola, estando tú y ella mano a mano, me voy a tragar que Encarna se conformase con una cerveza y unas gambas? Y no es eso lo que peor llevo, fíjate, que, al fin y al cabo de barro somos, lo que más me duele es tu reserva, "no desconfíes", "Encarna es una buena chica que está aturdida por su desgracia", ya ves, como si una se chupase el dedo, que a lo mejor a otra menos avisada se la das, pero lo que es a mí… Tú viste la escenita de ayer, cariño, ¡qué bochorno!, no irás a decirme que es la reacción normal de una cuñada, que llamó la atención, y yo achicada, a ver, que hasta parecía una mujer sin sentimientos, yo que sé, y Vicente Rojo "sacadla de aquí, está muy afectada", que me puso frita, te lo confieso. Con la mano en el corazón, Mario, ¿es que venía eso a cuento? ¡Si parecía ella la viuda! Me apuesto lo que quieras a que cuando lo de Elviro no llegó a esos extremos, que a saber qué hubiera tenido que hacer yo. Es lo mismo que cuando murió tu padre, Mario, que de siempre lo dije, el caso es ponerme en evidencia, que me dejó en mal lugar, no lo discutas. Para serte sincera, nunca me gustó Encarna, Mario, ni Encarna ni las mujeres de su pelaje, claro que para ti hasta las mujeres de la vida merecen compasión, que yo no sé dónde vamos a llegar, "nadie lo es por gusto; víctimas de la sociedad", me río yo, que los hombres puestos a disculpar resultáis imposibles, porque lo que yo digo, ¿por qué no trabajan? ¿Por qué no se ponen a servir como Dios manda? Que el servicio desaparece no es ninguna novedad, Mario, cariño, y aunque tú salgas con que es buena señal, que buen pelo hemos echado con tus teorías, lo cierto es que cada vez hay más vicio y, hoy en día, hasta las criadas quieren ser señoritas, para que te enteres, que la que no fuma, se pinta las uñas o se pone pantalones, yo qué sé. ¿Crees tú que esto es formalidad? Estas mujeres están destrozando la vida de familia, Mario, así como suena, que yo recuerdo en casa, dos criadas y una señorita para cuatro gatos, que aquello era vivir, que cobrarían dos reales, no lo niego, pero, comidas y vestidas, ¿quieres decirme para qué necesitaban más? Pues bueno era papá para eso: "Julia, ya está bien; deja un poco para que lo prueben también en la cocina". Entonces existía vida de familia, daba tiempo para todo y, cada uno en su clase, todos contentos. Ahora, tú me ves, aperreada todo el día de Dios, si no estoy entre pucheros, lavando bragas, ya se sabe; que una no puede dividirse y por mucha disposición que tenga, con una criada para siete de familia, a duras penas se puede ser señora. Pero de estas cosas los hombres no os dais cuenta, cariño, que el día que os casáis, compráis una esclava, hacéis vuestro negocio, como yo digo, que los hombres, ya se sabe, no tiene vuelta de hoja, siempre los negocios. ¿Que la mujer trabaja como una burra y no saca un minuto ni para respirar? ¡Allá se las componga! Es su obligación, qué bonito, y no es que te reproche nada, querido, pero me duele que en más de veinte años no hayas tenido una palabra de comprensión. Ya lo sé, tampoco has sido lo que se dice un marido exigente, es cierto, pero con no exigir no basta a veces, ya ves tu hermano Elviro, y no es que yo diga que Elviro, fuese un ideal de hombre, ni hablar, pero tu hermano era de otra pasta, dónde va, tenía detalles. ¿Recuerdas el portamonedas que me regaló la tarde que merendamos juntos en junio del 36? Aún le conservo, fíjate, en la cómoda creo que está, con un montón de trastos, me parece. |Y cómo se puso Encarna! Menuda, creí que le tragaba, palabra, que luego a los tres meses, cuando Elviro murió, bien que la pesaría. Tú hermano era delicado, Mario, y cualquier otro hombre con más arranques, simplemente con que fuera como tenía que ser, hubiera atado a su mujer más corto. Dios me perdone pero desde que los conocí, tengo entre ceja y ceja que Encarna se la pegaba, fíjate, no sé por qué, era mucho temperamento para él. Y conste que no me gusta hacer juicios temerarios, de sobra lo sabes, aunque luego sí, al enviudar, ella iba por ti, eso no hay quien me lo saque de la cabeza, pero con el mayor descaro, ¿eh? Y así me lo jures en cruz, nunca me llegaré a creer que el día de Fuima se conformase con una cerveza y unas gambas, y no por nada, que ya me conoces, que otra cosa no, pero me horroriza dramatizar. Pero, ¿lo quieres más claro? ¿Tú sabes que Valentina ayer, cuando me llevó a un aparte, me dijo, pero como te lo cuento, me dijo: "tu cuñada ni muerto le deja en paz"? ¿Qué te parece? ¿Es que todavía me vas a decir que son figuraciones mías? Porque por mucho que digas de Valen no me vayas a negar que inteligente lo es un rato largo, que no es hablar por hablar, pues ya lo oyes, "ni muerto le deja en paz". Claro que, bien mirado, la tonta fui yo, o no tonta, vete a saber, el caso es que una tiene principios y los principios son sagrados, ya se sabe, que te pones a ver y nada como los principios. ¡Anda que si yo hubiera querido! Con cualquiera, Mario, fíjate bien, con cualquiera. Mira Elíseo San Juan, el de la tintorería, sin ir más lejos, no hay vez, sobre todo si salgo con el suéter azul, quo no se meta conmigo: "qué buena estás, qué buena estás; cada día estás más buena". Ni a sol ni a sombra, hijo, que es ceguera la de este hombre, que ya lleva años, que no es de hoy, y, como ése, otros que me callo, tonto del higo, que aún estoy para gustar, que no soy ningún vejestorio, qué te has creído. Los hombres todavía me miran por la calle, para que lo sepas, Mario, que vives en la luna, "un tipo vulgar ese San Juan", me río yo, cuántas no le harían ascos. Lo que pasa es que una tiene principios aunque hoy en día los principios no sirvan más que de estorbo, en particular cuando los demás no los respetan, que ésa es otra. "Un tipo vulgar ese San Juan", ¿qué te parece? Y luego, a la noche, ni caso, que no he visto hombre más apático, hijo mío, y no es que a mí eso me interese especialmente, que ni frío ni calor, ya me conoces, pero al menos contar conmigo, que los días buenos los desaprovechabas y luego, de repente, zas, el antojo, en los peores días, fíjate, "no seamos mezquinos con Dios", "no mezclemos las matemáticas en esto", qué fácil se dice, que luego la que andaba reventada nueve meses, desmayándose por los rincones era yo, que lo que es tú, con tus clases y tus tertulias tenías bastante, a ver, que así cualquiera. Y ¿quieres más? ¿Es que crees que una es de cartón-piedra, que ni siente ni padece? ¿Es que no te dabas cuenta de mi humillación cada vez que estaba gorda y me negabas? Armando hizo muy requetebién, para que te enteres, nada de que es un bárbaro, lo que pasa es que canta las verdades al lucero del alba, qué es eso de ponerte tú al lado de Esther, por muy intelectual que sea, que Armando estuvo aquel día como las propias rosas, ya ves, "que cada cual cargue con sus responsabilidades". Pero figúrate para mí qué bochorno, todo por puro capricho, porque los días buenos no querías y en los malos, zas, se te antojaba, que eso sí, luego te molestaba hasta mi vientre. ¿Qué culpa tiene una de abultarse así, me lo quieres decir? No, Mario, querido, nada de involuntario, ahora me sales con ésas, te pusiste junto a Esther a ciencia y conciencia, no le demos más vueltas. Es como lo de dormir con los niños, eso, ¿cuántas veces me lo echaste en cara, di? Y ¿qué de particular tiene? ¿No es natural que teniendo tú la primera clase a las once y estando yo bregando desde las nueve, te seq Figure \* Arabic \r0 \h0hicieras cargo del pequeñín? Sí, ya sé que son latosos, qué me vas a decir a mí, imagínate, un trago, pero es una cosa por la que hay que pasar, que los hombres a nada, unos mártires, que me gustaría a mí verte dando a luz, una y no más, Santo Tomás, en cuanto lo probases, a ver, como tu cuñada, que tampoco sabía lo que es eso, ella dice que Elviro, adivina. Pero como no lo sabe tiene que inventarlo y soltar la lengua y malmeterte con que si yo abuso de tu paciencia, mira quién fue a hablar, y que si no sé el marido que tengo, como si yo te llevara a la tumba o poco menos. Encarna tiene más conchas que un galápago, Mario, para qué te voy a decir otra cosa, aunque con vosotros, ya se sabe, cuanto más buena se es, peor, que los hombres sois todos unos egoístas y el día que os echan las bendiciones, un seguro de fidelidad, ya podéis dormir tranquilos. Me gustaría veros con una mujer sin principios, un poco ligera de cascos, ya te digo desde aquí que andaríais con más ojo, lógico, por la cuenta que os tiene, a ver.

II

En teniendo con qué alimentarnos y con qué cubrirnos, estemos con eso contentos. Los que quieren enriquecerse caen en tentaciones, en lazos y en muchas codicias locas y perniciosas que hunden a los hombres en la perdición y en la ruina, porque la raíz de todos los males es la avaricia, y por eso mismo me será muy difícil perdonarte, cariño, por mil años que viva, el que me quitases el capricho de un coche. Comprendo que a poco de casarnos eso era un lujo, pero hoy un Seiscientos lo tiene todo el mundo, Mario, hasta las porteras si me apuras, que a la vista está. Nunca lo entenderás, pero a una mujer, no sé cómo decirte, le humilla que todas sus amigas vayan en coche y ella a patita, que, te digo mi verdad, pero cada vez que Esther o Valentina o el mismo Crescente, el ultramarinero, me hablaban de su excursión del domingo me enfermaba, palabra. Aunque me esté mal el decirlo, tú has tenido la suerte de dar con una mujer de su casa, una mujer que de dos saca cuatro y te has dejado querer, Mario, que así qué cómodo, que te crees que con un broche de dos reales o un detallito por mi santo ya estás cumplido, y ni hablar, borrico, que me he hartado de decirte que no vivías en el mundo pero tú, que si quieres. Y eso, ¿sabes lo que es, Mario? Egoísmo puro, para que te enteres, que ya sé que un catedrático de Instituto no es un millonario, ojalá, pero hay otras cosas, creo yo, que hoy en día nadie se conforma con un empleo. Ya, vas a decirme que tú tenías tus libros y "El Correo", pero si yo te digo que tus libros y tu periodicucho no nos han dado más que disgustos, a ver si miento, no me vengas ahora, hijo, líos con la censura, líos con la gente y, en sustancia, dos pesetas. Y no es que me pille de sorpresa, Mario, porque lo que yo digo, ¿quién iba a leer esas cosas tristes de gentes muertas de hambre que se revuelcan en el barro como puercos? Vamos a ver, tú piensa con la cabeza, ¿quién iba a leer ese rollo de "El Castillo de Arena" donde no hablas más que de filosofías? Tú mucho con que si la tesis y el impacto y todas esas historias, pero ¿quieres decirme con qué se come eso? A la gente le importan un comino las tesis y los impactos, créeme, que a ti, querido, te echaron a perder los de la tertulia, el Aróstegui y el Moyano, ese de las barbas, que son unos inadaptados. Y no sería porque papá no te lo advirtiera, bueno es, que leyó tu libro con lupa, Mario, a conciencia, ya lo oyes, y dijo que no, que si escribías para divertirte, bien, pero que si pretendías la gloria o el dinero lo buscases por otro camino, ¿te acuerdas?, bueno, pues tú erre que erre. Y me explico que a otro cualquiera no le hicieras caso, pero lo que es a papá, un hombre bien objetivo que es, no me digas, que colabora en las páginas gráficas de ABC yo creo que desde que se fundó, hace muchísimo, y en otra cosa puede que no, pero en eso de escribir, sabe la tecla que toca, ¡vaya si sabe! Y yo misma, Mario, ¿no te dije yo misma mil veces que buscases un buen argumento, sin ir más lejos el de Maximino Conde el que se casó con la viuda aquella y luego se enamoró de la hijastra? Pues esos argumentos son los que interesan a la gente, Mario, desengáñate, que ya sé que era un poco así, un poquitín verde, vamos, pero cabría hacerle reaccionar al protagonista en decente cuando ella, la hija, se le entrega, y de este modo la novela quedaría inclusive aleccionadora. Bueno, pues tú a tu cuento, por un oído me entra y por otro me sale, a los dos años publicaste aquello de "El Patrimonio", que era irresistible, te lo digo de corazón, que es que no hay por dónde cogerlo, porque ¿tú crees, Mario, que le puede interesar a alguien un libro que pasa en un país que no existe y cuyo protagonista es un sorche al que le duelen los pies? Valentina se tronchaba comentándolo en el té de los jueves; todas, lógico, que sólo Esther te echó una mano, por la costumbre, a ver, por darse pote, que a la legua se veía que tampoco lo había entendido. Y es que esos soldados eran rarísimos, Mario, compréndelo. ¿Cómo pueden los soldados de dos ejércitos enemigos saltar de las trincheras y abrazarse y decirse que no volverían a dejarse empujar por AQUELLA FUERZA? Tú ponías siempre en los libros palabras con mayúsculas o con bastardillas, no sé por qué, que Armando dice que porque hace bien, vete a saber, seq Figure \* Arabic \r0 \h0pero el caso es que no se entendía una jota del libro porque si los generales ven a sus soldados abrazarse con los otros, los hubieran fusilado en el acto y con toda razón además, fíjate. De entrada, eso ya era raro, querido, pero era todavía más raro que el sorche dijera, de repente, sin venir a cuento: "¿Dónde está ESA FUERZA? ELLA no tiene cabeza, ni forma, ni sabe nadie dónde se esconde" y, sin más explicación, todos los soldados se asustan, vuelven a sus trincheras y empiezan a dispararse tiros otra vez. Sinceramente, cariño, ¿tú crees que esto tiene pies ni cabeza? La sandia de Esther, en su afán de echarte un capote, que eran símbolos, ya ves tú, como si ella supiera con qué se come eso. Más razón tenía Higinio Oyarzun cuando dijo una noche en el Círculo, que bien que le oí, que me dejó helada, que el libro era la obra de un pacifista y de un traidor, que don Nicolás no tardó en venirte con el cuento, que lo sé todo, dichoso don Nicolás que ni sé cómo le dejan dirigir un periódico, un hombre que estuvo preso, casi un año, cuando la guerra. Por mucho que te rías, Mario, don Nicolás es un hombre de la cáscara amarga, no sé si de Lerroux o de Alcalá Zamora pero significado y, desde luego, muy rojo, de los peores, de los que no acaban de dar la cara. Y buena está la gente bien con él, natural, siempre tirando puntaditas y molestando, que debería estar más corrido que una mona, ya ves tú, que aunque no se debe odiar, yo le tengo una manía a ese hombre que no le puedo ver, el daño que te ha hecho. Entre él, el Aróstegui, el Moyano y toda la camarilla, te han puesto la cabeza del revés, cariño, que tú al principio no eras así, no me vengas ahora. Y, luego, aquella humareda, ¡Santo Dios! ¿Puede saberse qué es lo que hacíais allí, fumando tanto rato? Arreglar el mundo, fijo, que os quitabais la palabra de la boca, madre qué voces, y total para nada, cuatro tonterías, que si el dinero era astuto, que si el dinero era egoísta, ya ves tú, que lo único que no decíais del dinero era la pura verdad, Mario, que es necesario, y mejor nos hubiera ido si en vez de hablar tanto del dinero os hubierais puesto a ganarlo, como yo digo. Porque tú sabes escribir, querido, te lo digo y te lo repito, lo único los argumentos, que yo no sé qué maña te dabas, que ni escogidos con candil, eso cuando se te entendía, que cuando te ponías a hablar de estructuras y cosas de esas me quedaba in albis, te lo prometo, ¡Con lo que a mí me hubiera gustado que escribieras libros de amor! Ahí tienes un tema que llega, Mario, que el amor es un tema eterno, pues porque sí, porque es muy humano, porque está al alcance de todas las mentalidades. ¡Si me hubieras hecho caso! La historia de Maximino Conde, imagínate, un hombre maduro, casado en segundas con la madre y enamorado de la hija era un argumento de película, bueno, pues ni ese gusto, que el caso es llevar siempre la contraria. No quiero llorar, Mario, pero si echo la vista atrás y reparo en las pocas veces que me has hecho caso en la vida, no puedo remediarlo. ¿Es que tanto esfuerzo te hubiera costado ganar para un Seiscientos, di, pedazo de holgazán? Porque yo no digo hace años, pero lo que es ahora, si parece que los regalan, Mario, lo que se dice todo el mundo, que el mismo Paco el otro día, ya ves, "¿sabes conducir?", y yo, "muy poco, casi nada", a ver qué iba a decirle, "no tenemos coche", y él venga de darse coscorrones. "¡No, no, no!", que no se lo creía, fíjate. Los niños se hubieran vuelto locos con un Seiscientos, Mario, y en lo tocante a mí, imagina, de cambiarme la vida. Pero no, un coche es un lujo, figúrate a estas alturas, cualquiera que te oiga, lo mismo que la cubertería. Veintitrés años, Mario, tras los cubiertos de plata, que se dice pronto, veintitrés años esperando corresponder con los amigos, que cada vez que les invitaba, a ver, una cena fría, todo a base de canapés, tú dirás, una no puede hacer milagros. ¡Qué vergüenza, santo Dios! A mí que siempre me horrorizó hacer el gorrón, que yo recuerdo mamá, que en paz descanse, todo lo contrario, "antes pecar por largueza", claro que en casa era distinto, otro plan, sobre todo antes de lo de Julia con Galli Constantino. Pero a ti siempre te trajo sin cuidado que mi familia fuese así o asá, Mario, seamos francos, que yo estaba enseñada a otra clase de vida, que a veces pienso en la cara que pondría la pobre mamá si levantara la cabeza y mejor muerta, como te lo digo. Habría que oírla: ¡Una criada con cinco criaturas! "La vida evoluciona, son otros tiempos", ya, me río yo, son otros tiempos para nosotras, desgraciadas, por aquello de los buenos principios que vosotros mientras, a hablar y fumar, ya se sabe, o a escribir un rollo de ésos que no hay quien lo digiera, como si escribir fuese trabajar, Mario, porque no me digas a mí… Bien mirado, la tonta fui yo, que de novios ya pude ver de qué pie cojeabas. "Un duro a la semana; mientras no lo gane no tendré más", ya ves, qué bonito, que tu padre, no es que yo lo diga, cariño, que toda la ciudad andaba en lenguas, tenía fama de roñoso, y Dios me libre de pensar que lo fueras tú, pero si tú por tu formación o por lo que sea, no sentías necesidades, eso no quiere decir que no las sintiésemos los demás, que yo, hablando en plata, estaba acostumbrada a otra cosa, que no es que yo lo diga, que cualquiera que me conozca un poco te lo puede decir. Créeme, Mario, todavía me duelen las plantas de los pies de patear calles, y si llovía, a los soportales, y si helaba, al calorcillo de los respiraderos de los cafés. Sinceramente, ¿tú crees que ése era plan para una chica de clase media más bien alta? No nos engañemos, Mario, las cosas salen de dentro y tú, desde que te conocí, tuviste gustos proletarios, porque no me digas que al demonio se le ocurre ir al Instituto en bicicleta. Dime la verdad, ¿te correspondía eso a ti? Desengáñate, Mario, cariño, la bici no es para los de tu clase, que cada vez que te veía se me abrían las carnes, créeme, y no te digo nada cuando pusiste la sillita en la barra para el niño, te hubiese matado, que me hiciste llorar y todo. ¡Qué sofocón, cielo santo! Valen llegó un día con mucho retintín: "He visto a Mario con el niño", que yo no sabía donde meterme, te lo prometo, "ahora le ha dado por ahí, ya ves, manías", a ver qué otra cosa podía decirla. No quiero pensar que hicieras esto por humillarme, Mario, pero me duele que nunca lo consultases conmigo, se te antojaba y, zas, lo mismo que lo del método, que uno no se puede poner el mundo por montera, cada cual ha de vivir en sociedad como le corresponde. La categoría obliga, tonto de capirote, y un catedrático, no te digo que sea un ingeniero, pero es alguien, creo yo, que el mismo Antonio, cuando le hicieron director, aunque con mucha vaselina ya te lo vino a decir, que a buen entendedor, que la bici sobraba, pero tú erre que erre, que para ti no hay Antonios ni Antonias, como yo digo. Y aún te diré más, a mí no hay quien me quite de la cabeza que cuando Antonio te formó expediente, aparte otras razones, que yo no me meto, es porque te tomó un poco de manía, ya ves. Es lo mismo que con Bertrán, ¿tú crees que está ni medio bien que un catedrático se deje ver en público con un bedel? Pues naturalmente que no, botarate, que no parece sino que una fuese una rara, lo mismo que lo de poneros de palique, pues no señor, a lo sumo "buenos días" o "buenas tardes", no por nada, sencillamente porque son dos mundos, dos idiomas distintos. Bueno, pues tú venga de tirarle de la lengua, con que si ganaba mucho o poco, calentándole la cabeza, nada más que eso, que si en vez de preocuparte tanto por saber lo que ganaban los demás te hubieras preocupado un poco más de ganarlo tú, otro gallo nos cantara, que, en resumidas cuentas, si Bertrán ganaba poco, ¿cómo vas a comparar? Él, en su clase, puede ir en zapatillas, de cualquier manera, mientras que tú tienes que guardar las apariencias, a ver, a tono con tu categoría, por más que con esto de la ropa también me hayas hecho desesperar más que otro poco.